SAN IGNACIO DE LOYOLA
Y
SU COMPAÑÍA DE JESÚS
Por Manuel Fernández Espinosa
San Ignacio de Loyola nació en Azpeitia en 1491. Eran tiempos de guerra, de heroísmo y piedad, cuando en España todavía se escuchaba el fragor de los combates y el estertor de un dominio extranjero en nuestro suelo patrio. Como vástago de un linaje vascongado, el duro entrenamiento en las armas fue lo primero que hiciera en su vida, como quien estaba llamado a esmaltar con sus hazañas los blasones de su hidalga Casa. Defendiendo Pamplona en el asedio de los franceses es gravemente herido, pero sobrevive y el tiempo de convalecencia lo dedica a leer libros de ascética y vidas de santos. Crece en él el ansia de combates más peligrosos todavía que los del acero y la pólvora, se insinúa a él la vocación religiosa: reza, peregrina, ayuna, se disciplina.
En Barcelona, adonde ha ido a buscar la luz del Espíritu Santo, oye la llamada de Dios, cuelga su vestidura militar en el altar de la Virgen de Montserrat y se convierte en ermitaño haciendo de la cueva de Manresa su vivienda, de las rigurosas prácticas ascéticas que vive en su eremitorio sacará para componer sus "Ejercicios Espirituales", fundamento de lo que será la institución, el espíritu de caballería mística y militante, de la Compañía de Jesús. Allí también ve, con la clarividencia de los varones de Dios, que Dios no lo quiere en el retiro eremítico, sino al frente de una corporación de hombres que den la batalla a Satanás en todos los ámbitos.
Estudia en la Universidades de Alcalá de Henares, de Salamanca, de París... El demonio, que barrunta el daño que se le apareja por el brazo de aquel vasco perseverante y enterizo, le acarrea muchos disgustos: Satanás siembra la sospecha, la maledicencia por doquier que pisa Ignacio, acusaciones falsas y sin fundamento le van a la zaga, prisiones, esa "persecución de los buenos" incluso que padecen todos los adelantados que están a la vanguardia en el combate: la sufrió Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila... No se le regateó a San Ignacio tampoco: los conservadores, esos Penteos de siempre, con sus estrechas miras, lo pusieron en cuarentena; pero Dios lo libró de todas. En París allega discípulos, hombres de todas las naciones se le van agregando, se acrisolan sus virtudes en la práctica de los "Ejercicios Espirituales" ignacianos, viven con exigencia las virtudes cristianas, admiran a los pueblos, a ricos y pobres. Son los que más destacan en un principio el saboyano Pedro Fabro, el navarro Francisco Javier, el toledano Alfonso Salmerón, el soriano Diego Laínez, el palentino Nicolás de Bobadilla, el portugués Simão Rodrigues de Azevedo... Y muchos más que se van alistando bajo el estandarte de Cristo. Nacerá así la Compañía de Jesús, una de las instituciones eclesiásticas mejor formadas, más batalladoras, más celosas de la Gloria de Dios de toda la Historia Universal.
San Ignacio es un santo crucial en la Historia Universal. La Compañía de Jesús, que fundó, pero de la que fue General a regañadientes, se convirtió en la pesadilla de todas las herejías. La recia formación de sus militantes, su auto-exigencia, su férreo celo de glorificar a Dios, su firme militancia la constituyeron en un ejército invencible. Comenzaron a cristianar a los aristócratas (en los que el espíritu renacentista de autocomplacencia y hedonismo ya estaba haciendo mella, corrompiendo las costumbres), los ignacianos crearon colegios, casas para asistir a los desamparados, universidades... Por todo el mundo. Emprendieron la evangelización de Asia. No faltaron a la evangelización de América.
La Compañía de Jesús no podía fundarla un francés, ni un inglés... Para su fundación y constitución era menester San Ignacio, un vasco, educado en los libros de caballería y forjado en los campos de batalla, con un sentido religioso-militar de la existencia, con unas miras universales, imperiales. La Compañía de Jesús fue una de las obras hispánicas más gloriosas de toda la Historia.
Por eso, por dar tanta gloria a Dios y tanto honor a España, la Compañía de Jesús sería muy pronto objeto de la ojeriza diabólica del enemigo. Se inventaron miles de leyendas contra los "jesuitas": la Compañía de Jesús empezó a ser vista como una sociedad secreta que conspiraba contra el bien de las naciones. Con antelación a que se hablara de "conspiración masónica", se hablaba en las cortes europeas de la "conspiración jesuítica". La Compañía de Jesús ha vivido en su larga historia infinitas probaciones: la calumnia, la persecución y el exterminio, sobre todo desde el siglo XVIII.
Aunque es conocido por su capacidad organizativa, por su disciplina militar y su fervor sin fisuras, San Ignacio tuvo, en su vida, muchas experiencias extáticas y místicas menos conocidas. Para conocerlas es imprescindible, de entre todas las hagiografías, la "Vida de San Ignacio de Loyola", escrita por su hijo espiritual, el P. Pedro de Rivadeneyra. La grandeza de Loyola ha sido reconocida incluso por los más encarnizados enemigos de la Iglesia Católica: Adam Weishaupt, el fundador de los "Iluminatis", conoció bien el espíritu ignaciano y lo adoptó para organizar su sociedad secreta; Friedrich Wilhelm Nietzsche admiraba la organización ignaciana, véase los pasajes en los que alude a la Compañía de Jesús sin poder ocultar su encandilamiento por ella: en "La voluntad de poder" se puede leer; Vladimir Ilich Ulianov "Lenin" estudió la organización jesuita para copiar su estructura... Y así tantos enemigos. Por otro lado, sería extendernos mucho si tuviéramos que dar cuenta de los hijos ilustres de San Ignacio, de los jesuitas que a lo largo de los siglos han brillado, no solo por su santidad, sino por sus méritos científicos y humanísticos: tendríamos que hablar del granadino P. Francisco Suárez, filósofo fundamental que Heidegger tanto recomendaba para poder comprender la filosofía moderna; del loperano Bernabé Cobo: misionero, cronista de Indias, botánico y científico; del alemán Atanasius Kircher: sabio enciclopédico, orientalista, inventor, científico de los más importantes del siglo XVII); del portugués António Vieira, misionero y profeta del Quinto Imperio... Son como estrellas de una galaxia repleta de santidad y sabiduría.
René Fülop-Miller escribía, al término de la biografía que le dedicó a San Ignacio de Loyola: "La obra de Ignacio sobrevivió sobre la tierra, porque la extendió al reino del cielo, y sobrevivió en el tiempo, porque se esforzó en darle la estructura indestructible de la eternidad". (Véase en "Ignacio, el santo de la voluntad de poder").
La Compañía de Jesús formó hombres santos, hombres sabios, hombres combativos, venidos de todas las naciones, pero "hispanizados" al troquelarse en el molde de su Santo Patriarca, el Campeador de Cristo, el vasco fuerte, el español San Ignacio de Loyola. La Compañía de Jesús fue como un correlato espiritual de lo que era el Imperio español, fundado sobre la universalidad, sustanciando a todos los pueblos con el ardor inextinguible de una raza indómita que, cuando camina por la virtud es capaz de todas las grandes empresas y cuando se corrompe es capaz de las peores barbaridades.
Ignacio de Loyola no murió: vive eternamente en la gloria de Dios Uno y Trino a Quien sirvió.
Ignacio de Loyola no murió: vive eternamente en la gloria de Dios Uno y Trino a Quien sirvió.