“Cartel de la conferencia”
CONFERENCIA SOBRE
LA BATALLA DE BAILÉN, PRONUNCIADA EN JAÉN EL 11 JULIO DE 2014 POR D. LUIS GÓMEZ.
“LA PICIA DE
DUPONT”
Antes
de nada, dar las gracias a la Asociación cultural “Iberia Cruor” de Jaén y al Centro Social “Bernardo López García” por haberme invitado a dar esta conferencia,
así como a su presidente D. Mario Martos, y a todos los asistentes, pues es de
agradecer que en una tarde, tan calurosa como la que hoy se ofrece, haya gente
interesada en actos culturales y con ganas de aprender algo.
Mucho
es lo que ya se ha contados sobre la BATALLA DE BAILÉN. Al conmemorar su
bicentenario el pasado año 2008, se tuvo la oportunidad de conocer nuevas
biografías, libros exclusivos así como una cantidad ingente de publicaciones y
de noticias relacionadas con la heroica batalla, y es por ello que me resulta
muy difícil el pronunciar una charla sobre este tema ante un auditorio, que
estará expectante por conocer algo novedoso sobre ese asunto, y me sabe
mal el desilusionarlos, pues las
aportaciones que realizaré a lo largo de esta tarde, no son del todo
innovadoras, aunque si creo que arrojarán un poco más de luz sobre algo que
considero muy importante, que son, los errores que cometieron tanto Napoleón
Bonaparte como su subordinado Dupont en los episodios acaecidos durante la
invasión de España y la posterior Batalla de Bailén sucedidas durante el
periodo histórico español conocido como “Guerra de la Independencia”.
“D. Luis Gómez en un momento de la Conferencia”
Comencemos por el principio.
Napoleón
Bonaparte era, al finalizar el siglo XVIII un joven oficial del ejército
francés. Su país estaba inmerso en guerras con enemigos exteriores y al mismo
tiempo destrozado por la Revolución interna. Aún así las coas, ese joven
oficial supo demostrar un gran talento en el arte de la guerra, y llevó a los
soldados franceses a grandes victorias, producidas muchas de ellas, frente a
ejércitos más numerosos y oficiales y generales más veteranos que el propio
Napoleón.
Pierre-Antoine
Dupont de l'Étang es, junto al general Castaños, son los personajes más
conocido de los que intervinieron en la famosa “Batalla de Bailén” (con el
permiso de Reding, claro está).
Dupont
no era un advenedizo en el arte de la guerra. Sus triunfos y su capacidad para
comandar las legiones francesas estaba más que demostrado en el campo de
batalla. Napoleón le tenía en gran estima, y no era Napoleón un sujeto fácil de
convencer en esos aspectos. Fue el propio corso el que le otorgó el título
nobiliario de conde, y el que lo promovió a altos grados en el escalafón
militar. Entonces, ¿a qué se debió el
estrepitoso fracaso militar en Bailén? Recordemos que las tropas españolas no
estaban preparadas para enfrentarse en un combate de igual a igual con los
franceses. Y por mucho que nos pese reconocer, la veteranía de los soldados
gabachos, probados en más de cien batallas, superaba en mucho la justa
pretensión de los españoles de defenderse del invasor. Pero lo que ocurrió fue
algo sin precedentes. A los combatientes españoles ese día se unió la
casualidad, la fortuna y el valor, y además, hubimos de sumar otros factores
condicionantes, como lo fueron unas condiciones atmosféricas muy favorables y la
merced que nos propició el propio Dupont, gracias a sus muchos errores tácticos.
Todo
eso ya lo sabemos, pero el mayor error, el catastrófico y garrafal error de
Dupont, fue obviar una de las estrategias más usadas por Napoleón unos años
antes, y que Dupont, por avaricia, no llevó a la práctica en esas jornadas.
El genio militar
Napoleón,
antes de ser el “demonio” que llegó a
ser en los campos de batalla de toda Europa, había sido relegado a Egipto por
sus propios compatriotas. Éstos sabían del ansia de poder del jovencito corso,
y sabían así mismo el peligro que suponía para sus intereses, por lo que los
políticos franceses optaron por retirarlo bien lejos de los centros de
influencia y de poder parisinos para que no pudiera aprovechar ni su fama ni su
ascendencia en el ejército y desplazar de la política a los que ocupaban los
sillones en ese entonces. Pero la guerra, que es insaciable, acosaba a Francia,
y se necesitaba del héroe de Áusterliz para enderezar la situación. Napoleón,
en un gesto sin precedentes, abandona a sus soldados en Egipto, se embarca para
el continente y llega a París. Toma el mando de las legiones y emprende una
rauda y veloz sucesión de victorias frente a los enemigos de su nación. ¿Por
qué gana tan rápidamente Napoleón a otros ejércitos igual de preparados y de
curtidos en mil combates?
Napoleón
había estudiado mucho la cuestión militar. El fue un pionero de lo que en la II
GM se denominará la blitzkrieg o
guerra relámpago. Hitler la pondría en práctica con posterioridad, pero fue
Napoleón el que la usó antes que él. Y
tal y como dirán de él los estudiosos de su estrategia militar, (Von
Clausewitz, David Chadler, et) Napoleón
no innovó nada en ese aspecto, sino que adaptó de forma magistral lo que otros
generales y comandantes de la antigüedad (Julio César, Alejandro Magno, etc) ya
habían hecho, pero adaptándolo de forma magistral a un ejército moderno como
eran los que se formaron en el s XIX
Los
ejércitos decimonónicos eran pesadas combinaciones de soldados y carros con los
abastecimientos necesarios para el soldado y mandos. Los “trenes de carros” llevaban la comida, la ropa, pertrechos, pólvora,
pero además llevaban forjas para herrar caballos o reparar las armas, panaderos
con hornos portátiles para cocer el pan, sastres, cocineros etc. En definitiva
llevaban todo lo necesario para que un contingente de soldados más o menos
considerable pudiese practicar la guerra allí donde se le destinase. Este tipo
de líneas de aprovisionamiento obligaban a los generales a planificar muy bien
el desplazamiento de las tropas sobre el terreno, pues los carros no podían ir
a mucha velocidad ni transitar por cualquier tipo de terreno. Por otra parte,
la mayoría de los carros eran de civiles, los cuales habían recibido del
ejército o del gobierno un estipendio por su colaboración. Cuando las cosas se
complicaban, los civiles se negaban a marchar, temiendo perder sus posesiones:
los carros. Las dificultades de la orografía o la climatología adversa, obligaban
a retrasar las marchas de manera considerable, y eso era algo que Napoleón no
estaba dispuesto a permitir. Es por ello, que una de las primeras medidas que
adoptó como Primer Cónsul en 1800 fue la de que todos los carros deberían ser conducidos
por soldados profesionales, no por civiles. Con ello se aseguraba menos
retrasos, mejor eficacia y profesionalidad de los transportistas, (ya que recibían
órdenes directas de los mandos) y una no menos importante ventaja, como era la
de tener que destinar menos soldados a la vigilancia de la retaguardia e
impedimenta. Un gasto considerable en algunas ocasiones.
Él
Genio de Córcega fue uno de los que suprimió en la medida de lo posible ese
problema. Llevaba por una parte los trenes de artillería con sus pertrechos,
pero a los soldados de línea de los ejércitos napoleónicos se les obligaba a
caminar con lo mínimo e indispensable. Sus armas y bayonetas, sus tiendas de
campaña y capas para dormir al raso y poco más. Napoleón quería que el soldado
viviese del terreno, por lo que sería la zona ocupada la encargada de mantener,
alimentar o dar cobijo a sus soldados. Nada de lujos. En cuanto al botín o la
rapiña, se habría de producir, siempre que la victoria estuviese asegurada.
Las
legiones francesas conseguían de esa manera una movilidad sin igual. Sus tropas
se movían hasta cuarenta o cincuenta kilómetros en una jornada. Ese tipo de
velocidad sin precedentes en la
época no se había visto nunca antes en tropas terrestres hasta la fecha. Los
enemigos hacían los cálculos sobre el mapa. Calculaban las distancias y lo que
se tardaba en recorrer (con los carros de la impedimenta) una determinada
distancia. Escogían un lugar para descansar al final de la jornada y preparaban
así el asalto o el combate para la jornada siguiente. La presencia inesperada
de las águilas gabachas descolocaba a los enemigos, quienes no se lo esperaban,
y quedaban desconcertados cuando sus exploradores o los soldados de avanzada informaban a los superiores que los franceses
ya estaban a las puertas del campamento listos para el combate o algo mucho
peor, que se encontraban a la retaguardia de sus filas, donde casi nunca se
colocaba defensa suficiente
“Un aspecto del
auditorio. Al frente en la mesa, de izquierda a derecha, D. Manuel Fernández,
D. Mario Martos y D. Luis Gómez”
Bien.
Pues eso que parecía algo tan obvio y que Napoleón llevó a la práctica en
numerosas ocasiones, es algo que el “codicioso”
Dupont no previó ese día de hace 200 años.
Ansioso
por pacificar Andalucía y por demostrar su superioridad militar, Dupont,
siguiendo órdenes, avanzó hacia el sur de España con ímpetu sin igual. Fue
venciendo a todas aquellas localidades que se oponían a su paso u obediencia.
Cada vez que esto ocurría, se daba licencia a los soldados para que saquearan a
placer la población. La manchega Valdepeñas fue ejemplo de esto.
El
descenso fue rápido y sin contratiempos. Algunas avanzadillas que intentaron
entrar en Jaén capital por primera vez, para avituallarse, fueron repelidas.
Esta vez no se tomaron represalias. Caminaron sin descanso por la orilla
derecha del río Guadalquivir, llegando a Andújar, pasando por Montoro y al
llegar a Alcolea, tuvieron el primer encuentro serio con los patriotas
españoles.
En
un artículo que tuve el gusto de publicar en la revista Cultural ÓRDAGO de
Torredonjimeno y con posterioridad en LA
RAZÓN HISTÓRICA, comenté lo que sigue sobre lo que ocurrió en Alcolea días
antes de la gloriosa jornada de Bailén en 1808. Las todavía invictas tropas del
general Dupont, marchan veloces camino del sur peninsular. Su destino es Cádiz,
donde se encontraba reunido el Gobierno Provisional español. Su marcha era
meteórica, ya que ninguna fuerza nacional podía hacer frente al disciplinado y
profesional ejército napoleónico. El historiador Carlos Canales Torres comenta
ese suceso en su libro al decirnos:
“El 5 de
junio (Dupont) concentró a sus tropas en Aldea del Río (en realidad la
localidad se llama Villa del Río), y el 7 llegó al Puente de Alcolea. Entre
tanto la Junta de Sevilla había intentado apoyar a los cordobeses con tropas
regulares que se unieron a los 15.000 voluntarios mal armados e indisciplinados
agrupados por el teniente coronel Echevarri. Al llegar al Puente de Alcolea, y
para su propia sorpresa, las tropas francesas se encontraron con una
concentración de tropas regulares españolas que se enfrentaron sin vacilar a
los franceses”.
Al parecer, las tropas francesas no esperaban
resistencia en su camino hacia Córdoba, y les sorprendió el encontrar a
soldados españoles y patriotas armados en las inmediaciones de Alcolea.
Lógicamente, la falta de instrucción y la irregularidad del armamento de los
españoles, hacían que la posición fuese muy difícil de defender, pero el
objetivo principal era ganar tiempo, para que el resto del ejército español,
aún disperso, se fuese reorganizando y pudiese dar la batalla al francés.
“La
lucha fue intensa, -nos sigue diciendo el mismo autor- duró más de dos horas y
tras combatir incluso en las casas del pueblo, las tropas españolas se
retiraron a Córdoba ordenadamente. Tras intentar negociar con los defensores de
la ciudad, unos disparos contra los escoltas del general francés desencadenaron
un asalto feroz seguido de un brutal saqueo. Las violaciones, robos, asesinatos
y asaltos no pudieron ser contenidos por los oficiales…”
Otro
autor, Ricardo García Cárcel, en su libro “El
Sueño de la Nación Indomable” dirá sobre los patriotas allí apostados que:
“Turba de gente mal montada y peor armada”,
“Armas de varios siglos desde la daga al espadín”, “confusa ordenación”.
Serán
algunas de las frases con las que el autor trate de explicar lo que allí se
apostó frente al ejército profesional francés comandado por Dupont
Las noticias de que tropas españolas pretendían
tomar el paso de Sierra Morena intranquilizaron al gabacho, quien dio media
vuelta y puso rumbo a Bailén. Aquí es donde tomamos otra vez el curso de la
narración y vemos lo que antes trataba de explicar. Las fuentes hablan que
Dupont llevaba un tren de carros interminable. David Chadler, en su mencionada
obra “Las Campañas de Napoleón” habla
de hasta 500 carros de bagajes y hombres frutos del saqueo. Otras fuentes citan
que estaba saliendo el último carro de la ciudad de Córdoba, cuando la cabeza
del ejército francés llegaba a la localidad cordobesa de Montoro, distante más
de 40 km de Córdoba capital. Ese tipo de exageraciones trataban de enfatizar en
el volumen del saqueo producido sobre los cordobeses durante el asedio y asalto
de la capital de la provincia.
Sus
tropas habían arrasado Córdoba, y se habían llevado la plata, telas, grano,
vino y todo lo que de valor había en las casas y templos de la ciudad. Se
habían violado a todas las mujeres de Córdoba, muchas delante de los hermanos,
esposos o hijos. Se asaltaron y se forzó a las monjas de los conventos de
clausura, se degolló sin piedad a todo aquel que opuso resistencia. Durante
tres días, el Infierno se instaló en Córdoba. Fruto de todo ello fue el botín
ingente que se obtuvo, y eso provocó la ralentización de Dupont.
Sabedor
de que los españoles le opondrían alguna resistencia, pero que no eran nada
frente a sus experimentados soldados permaneció allí quieto demasiado tiempo. Ese error le llevó a tener un exceso de
confianza, y a no planificar bien el posible combate que se avecinaba.
Obligado
como estaba a mandar tropas de manera rápida a Sierra Morena para que
persiguieran a Reding y controlasen así el paso de Despeñaperros, y por otra
parte, sabedor que Castaños y más soldados caminaban por la otra orilla del
Guadalquivir, Dupont se vio obligado a retener más soldados de lo normal para
vigilar el kilométrico tren de carros fruto del robo y la rapiña.
Manda
soldados a Jaén capital, que esta vez sí es arrasada y sometida. Dupont, el
general que compartió con Napoleón las glorias de innumerables batallas en los
campos de Europa, divide sus fuerzas en tres grandes grupos. Algo impensable.
Napoleón dirá de él tras la derrota, que:
“Fue un
gran General de División, pero un pésimo General en Jefe” (David Chadler,
“Las Campañas de Napoleón. De Tolón a
Waterloo”
Pero
no sólo debemos achacar los errores tácticos a Dupont. Napoleón, ese “petite cabrón” como lo denomina el
novelista Arturo Pérez Reverte en su novela “La sombra del Águila”, también había dejado escrito que, para
evitar desgastes innecesarios de tiempo y de hombres, lo mejor para invadir un
país era provocar un choque frontal con el ejército enemigo. Sabedor de su
superioridad táctica en el campo de batalla, Napoleón confiaba en derrotar a
los ejércitos de su época, pero en el caso de España realizó otra estrategia
totalmente distinta.
Viendo
el lamentable estado político en el que se encontraba la nación, donde los
monarcas, padre e hijo, borbones ellos, se esforzaban un día sí y otro también
por humillarse ante su consular figura, los cuales le ofrecían en mano la
corona del Reino de España y el control de las colonias americanas, y viendo la
lamentable política que llevaban a cabo personajes como Godoy, creía hacer un
favor al pueblo español al librarlos de esa mala influencia y poner en su lugar
el modelo de gobierno francés o un rey nuevo, como su hermano José Bonaparte.
Es
por ello que engaña al pueblo. Envía tropas a España con la excusa de
conquistar Portugal o luchar contra los ingleses, pero en realidad lo que hace
es invadir el país. No acomete un combate frontal contra un supuesto ejército
español. Tanto era lo que Napoleón minusvaloraba a nuestra nación, que no sólo
no la atacó de primeras, sino que encima, envió a tropas bisoñas o extranjeras
sin preparación para dominarla. Polacos, suizos o jóvenes franceses sin
experiencia fueron los que se adentraron por los Pirineos para dominar a
España.
El
resultado ya lo sabemos. Fracasaron en la toma de Gerona, no tomaron Zaragoza,
fueron repelidos de Valencia y fracasaron en Bailén. Así que no hace falta dar más explicaciones.
Conclusiones
Si
Dupont no hubiese sido tan avaricioso. Si no hubiese tenido un contingente de
pertrechos tan grande, y sus soldados hubiesen sido movidos con celeridad, el
resultado hubiese sido muy probablemente otro. Si por otra parte, Napoleón,
fiel a sus postulados, hubiese obligado al pueblo español a batirse en igualdad
de condiciones, ejército contra ejército, en vez de traicionar o engañarlos con
subterfugios (por muy acertadas que fueran sus apreciaciones sobre la calidad
moral de sus reyes y dirigentes) la población civil no se hubiese rebelado de
la manera en la que lo hizo. Al sentirse engañada, al verse ultrajada y vejada
por soldados extranjeros, España enseño al mundo lo que era el concepto de la
guerra total. Cada francés sólo era dueño del palmo de tierra que pisaban sus
botas extranjeras, pero si esas botas se extraviaban del camino, si el soldado
se perdía o se retrasaba en la retaguardia, los paisanos, encolerizados y
llenos de sed de venganza, los acuchillaban sin piedad y mostraban su ira
frente a ellos. En el libro
“Guerrilleros” de Rafael Abella y Javier Nart se puede leer la siguiente nota:
“No tengo casa, no tengo ligámenes. No me
queda más que mi país y mi espada. Mi padre fue raptado y fusilado en la plaza
mayor de mi pueblo: nuestra casa fue quemada. Mi madre murió de pena; mi mujer,
violada por el enemigo, pudo encontrarme (yo era voluntario de Palafox) y murió
en mis brazos en el hospital de Zaragoza. Yo no sirvo a ningún jefe en
particular. Soy demasiado miserable y me siento poseído, asaltado por los
deseos de venganza para aguantar cualquier disciplina. Yo voy hacia donde oigo
hablar que hay una acción. Si soy pobre, a pie, si el azar o el saqueo me han
hecho rico, a caballo: yo soy para el jefe, el hombre más valeroso. Pero he
jurado no plantar una viña, ni arar un campo, hasta que el enemigo sea arrojado
de España”
Contra
semejantes adversarios, ningún ejército es capaz de luchar, vencer o permanecer
por mucho tiempo en un país. Eso es lo que España tuvo que padecer y gracias a
ellos, enseñar a Europa como se ha de luchar frente a un invasor.
Muchas
gracias por la invitación y espero, que esta humilde charla, les haya servido
de algo.
BIBLIOGRAFÍA:
ABELLA,
R. Y NART, J. “Guerrilleros” Temas de
Hoy, 2007
MARTÍNEZ
LAÍNEZ, F. “Como lobos hambrientos”
Ediciones Algaba, 2007
CANALES
TORRES, C. “Breve Historia de la Guerra
de la Independencia” Nowtilus 2006
GARCÍA
CÁRCEL R. “El sueño de la Nación
Indomable” Temas de Hoy Historia, 2007
CHANDLER
D. “Las Campañas de Napoleón” La
Esfera de los Libros, 2005.
VON
CLAUSEWITZ, C. “La Campaña de Rusia” RBA
2006
BARBERO,
A. “Waterloo” RBA 2006
ESDAILE
CH. “La guerra de la Independencia” Crítica,
2006
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