RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 26 de diciembre de 2018

MISA POR JOSÉ MARÍA ARRIZABALAGA



El jueves 27 de diciembre de 2018 se cumple el cuadragésimo aniversario del asesinato, por los terroristas separatistas y marxistas de ETA, deJosé María Arrizabalaga Arcocha, requeté, caballero legionario paracaidista, Jefe de las Juventudes Tradicionalistas del Señorío de Vizcaya, en 1978.
S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón le concedió a título póstumo la gran cruz de la Orden de la Legitimidad Proscrita.
Por su eterno descanso se celebrará una misa el sábado 29 de diciembre a las 19:00 (siete de la tarde) en la Iglesia Parroquial de Santa María de Ondárroa (Vizcaya).
«Ante Dios nunca serás héroe anónimo». (Ordenanza del Requeté).

Enlace: aquí

domingo, 14 de octubre de 2018

PATRIOTISMO EN LA IZQUIERDA: EL CASO ESPAÑOL

Cartel de propaganda de la II República


RESUMEN DE LAS RELACIONES HISTÓRICAS DE NUESTRA IZQUIERDA CON EL PATRIOTISMO

Manuel Fernández Espinosa

La terminología política sustanciada en la dicotomía "izquierda" y "derecha" hay que ir a buscarla a la Revolución Francesa de 1789, cuando la Asamblea Nacional se puso a decidir sobre las competencias del Rey (que todavía no había sido guillotinado) en cuanto al derecho de veto sobre las decisiones asamblearias: los que se negaron a que el Rey tuviera ese derecho pasaron a denominarse "montaña" y, por sentarse a la izquierda, más tarde pasaron a denominarse "izquierda", mientras que los asambleístas que otorgaban al Rey el derecho a veto fueron llamados "llanura" y, sentados a la derecha, recibirían la denominación de "derecha". Ambos términos, con el curso del tiempo, irían revistiendo distintos significados hasta nuestros días.
Lo que merece la pena notar es que, en ningún momento, la izquierda original renegó del patriotismo: simplemente, lo entendía de otro modo. En vez de depositar en el Rey lo que la derecha pretendía asegurarle, la izquierda era partidaria de que fuese la asamblea -como representante de la "voluntad general" de la nación- la que tuviera el poder absoluto de decisión. Cuando la revolución llegó a sus extremos de virulencia, con el Rey guillotinado, fue la izquierda la que invocó a "La France", sustituyendo el "Vive le Roi!" por "Vive la France!". Podríamos decir que la izquierda original nació nacionalista. El nacionalismo es de raíz revolucionaria e izquierdista, por mucho que con el tiempo haya dado fenómenos hoy conceptuados como de derechas: el "fascismo" italiano, el "nazismo" alemán, el mismo "falangismo" español. Pero es que, desde 1789 a la primera mitad del siglo XX habían pasado muchas cosas: entre ellas, la irrupción en escena del movimiento obrero con su carácter internacionalista. De eso ya dije algo en la primera parte. Vayamos al caso español.
En España, la revolución se produjo envuelta en la Guerra de la Independencia. La ausencia del Rey obligó a crear Juntas para hacer frente al invasor napoleónico. Ante el trono vacío se convocan las Cortes en Cádiz y será con motivo de estas Cortes cuando veamos las primeras señales de una derecha y una izquierda, por más que no se llamaran así todavía. Fuere como fuese, las Cortes de Cádiz redactaron una Constitución (la de 1812) donde ya se gestaron en esbozo los temas que todavía hoy (siglo XXI) se ventilan, por ejemplo la Soberanía... ¿del Rey o de la Nación? -hoy el tema que algunos proponen es: ¿Monarquía o República? La izquierda, en su abanico de posiciones y a lo largo de todo el siglo XIX, iba de la opinión de la soberanía compartida (el Rey con las Cortes) a lo más extremo: soberanía nacional e incluso República. Así las cosas, por lógica los más nacionalistas debían ser precisamente los que forman en la izquierda, entendiendo que la Nación sustituía al Rey en la soberanía. Pero, entonces ¿por qué la izquierda española no fue patriota?
Por parte de la extrema izquierda de la primera mitad del siglo XIX se ensayaron algunas soluciones que no prosperaron. Así como en Francia se acuñó el mito político que, por genealogía social, establecía una equivalencia de la monárquica y la aristocracia con el poder externo impuesto por los francos de Clodoveo y su estirpe sobre la población original gala (Francia versus Galia), en España el mito revolucionario más temprano de nuestra izquierda lo fueron a buscar en los comuneros (aquellos que con Carlos I de España se alzaron en la Guerra de las Comunidades), incluso surgió una sociedad secreta y conspirativa revolucionaria llamada de los Caballeros Comuneros (por otro nombre, Hijos de Padilla). En definitiva, lo que querían creer los revolucionarios españoles era que la monarquía de los Habsburgo primero y, después, la de los Borbones eran gobiernos monárquicos identificados con un "poder externo" que se había impuesto sobre la población española en su diversidad regional, cultural y lingüística. Pero, por el desenvolvimiento de nuestra historia durante el traumático siglo XIX, esa visión de comuneros contra monarcas extranjeros impuestos sobre España, no cuajaría. Y la izquierda española de la primera mitad del siglo XIX se lo pasó invocando a la Nación, incluso a la Patria, entendiendo por Patria algo que no era lo que el común de españoles entendía por tal.
Con la organización del movimiento obrero (primero del socialismo utópico, a partir de 1868 llegaría el anarquista y poco después el socialista marxista) la izquierda cobraría tintes internacionalistas, identificando todo lo patriótico con posturas propias de la derecha. No obstante, algún atisbo de patriotismo hubo -entre los socialistas utópicos más tempranos- sirviéndose ahora del llamado "iberismo" (la unificación con Portugal); y, con la II República, tampoco desapareció el patriotismo de izquierdas, aunque éste estaba anémico en razón del servilismo sovietizante impuesto entre los comunistas que incluso pintaban en las paredes: "Viva Rusia" o el amorfo internacionalismo de los anarquistas, salvando algunas excepciones que todavía invocaban el iberismo decimonónico, como hiciera el cenetista Felipe Aláiz de Pablo (1887-1959) o Salvador Cánovas Cervantes (1880-1949). Durante la Guerra Civil española no faltó tampoco que las izquierdas del Frente Popular en combate con las tropas franquistas (que traían efectivos moros) invocaran el patriotismo como impulso para defender a España de lo que consideraban una invasión de los fascismos europeos (Alemania e Italia) y de los moros. El desenlace de la Guerra permitió que Franco y el franquismo acapararan para sí el patriotismo español, mientras que los republicanos derrotados y en el exilio mantenían un resquicio de patriotismo muy en crisis por el abuso que el franquismo hizo del término Patria. Los comunistas que fueron los únicos que, en el exterior e interior, combatieron el franquismo antes de morirse Franco (ahora vemos que cualquier mequetrefe da grandes lanzadas a dictador muerto) también emplearon el patriotismo en sus proclamas clandestinas, llamando a la resistencia y a la liberación de España. Pero, como pudo comprobarse, fue en vano.
La transición democrática, por su parte, solapó los fervores patrióticos (en gran medida por estar hecha esa transición por notorios franquistas epigonales que querían camuflarse con el cambio de época bajo la manta de demócratas y el "Arriba España" no ayudaba mucho), la izquierda de la transición ya no era lo que había sido: la nefasta revolución de 1968 había inoculado en la izquierda el relativismo, la tontería con todos sus mitos de cartón (como Che Guevara) y un cosmopolitismo que en gran medida es el que todavía tiene secuestrada a nuestra izquierda en esquemas rancios de insolidaridad para con todo lo que sea España, coquetería con los secesionismos enfermizos y clara subordinación a un etéreo mundo sin fronteras que pone a los españoles al pie de los caballos; mientras tanto, exaltan todo lo que viene de fuera, vilipendia y calumnia todo lo grande que forma parte de nuestra historia y constituye nuestro ser. Hay señales actuales de que cierta izquierda española trata de rearmarse "patrióticamente", entre otros motivos, por el temor al ascenso de la ultraderecha: Clara Ramas, Julio Anguita, Manuel Monereo, etcétera están ahí: habrá que ver lo que pasa, pero a todas luces, muchos izquierdistas ni se han enterado todavía. Pero siguen los melindres cosmopolitas y el repugnante tufo a anti-español que la izquierda convencional ha convertido en su "segunda naturaleza".
Y muy resumidamente, eso ha sido el devenir de la izquierda española en lo concerniente a la gran cuestión del "patriotismo".

viernes, 17 de agosto de 2018

ÁFRICA, NO HAY MENTIRA QUE SEA BUENA



ÁFRICA: NO HAY MENTIRA QUE SEA BUENA

Manuel Fernández Espinosa

Ayer pusieron en Antena 3 la película "La buena mentira" que narra la diáspora sudanesa, las tragedias de más de 20.000 niños sudaneses que se conocen como "Los Niños Perdidos de Sudán" ejemplificada en el caso de los niños de una aldea que ven masacrar a sus familias y tienen que abandonar su tierra a pie, buscando un sitio seguro, como refugiados de guerra.
La película como tal muestra excelentes valores: los chicos sudaneses son cristianos, existe lealtad de grupo entre los supervivientes que, después de sortear los peligros de la guerra y la naturaleza, crecen juntos contra tanta adversidad, atesoran lo poco que les queda (el nombre de sus antepasados y una Biblia), su gratitud y su sencillez los hace extraños cuando los acogen en USA.
A nadie escapa que no será casualidad que nos pongan esta película en las actuales circunstancias. Y eso es lo que no me gusta (no la película, sino la manipulación que con ella se pretende): ¿dónde está dicho que las avalanchas de inmigrantes que están llegando a Europa vengan de correr peripecias parecidas? Seguro que los hay -y no pocos- que vienen de situaciones similares a las que se ven en la película que son de rigurosa veracidad histórica reciente, pero los hay de otras procedencias. Y me parece de mal gusto poner esta película (buena película) cuando les interesa: es -otra vez- lo de siempre: nos insultan la inteligencia.
Pero no, el problema no son los inmigrantes, vengan huyendo de la barbarie o simplemente a buscarse un futuro mejor. El problema que tenemos ante este asunto es la desconfianza que debieran inspirarnos los poderes fácticos que nos regentean: económicos, políticos y mediáticos que, después de permanecer impasibles ante las miles de tragedias de África (una de ellas, el sistemático exterminio de la población cristiana -protestante o católica- a manos del fundamentalismo islámico como Boko Haram), nos manipulan tanto a africanos y europeos, en connivencia más o menos consciente con las mafias que se lucran con el tráfico humano.
Pretender solucionar los problemas de África, trayendo a Europa a los africanos (vamos a suponer que todos decentes y honrados; sin entrar en que se cuelan terroristas también) es:
1. Dejar África a merced del terror. ¿Qué hacemos con los que no pueden venir? ¿Los dejamos allí, para que los masacren?
2. Sabemos que, cuando les interesa, los gobiernos del "mundo desarrollado" intervienen sobre el terreno: no intervenir aquí es o dejación o cálculo.
3. Lo que de África les interesa a estos cochinos manipuladores son los recursos naturales. No les interesa lo más mínimo la catadura moral de los regímenes que allí se establecen, sino poder seguir succionando diamantes, minerales, etcétera.
4. Claro que África es nuestro problema. Pero África no se soluciona aquí, se soluciona en África. Y todo lo que no sea una acción eficaz en el origen del problema es trasladar problemas aquí.
5. Se puede ser tonto activo: aceptando la inmigración sin ton ni son. Y se puede ser tonto reactivo: convirtiéndose en un racista que crea que el problema se soluciona rechazando a todos.
Pero quien no sea tonto, ni será activo ni reactivo. La razón no tiene nada más que un camino: el mayor problema que todos -africanos y europeos- tenemos son los poderes fácticos que nos trastornan las existencias por su codicia y su perversidad y que, al final, nos condenan a unos y a otros a la confrontación.

miércoles, 4 de julio de 2018

ARTURO CAPDEVILA Y EL IMPERIO ESPIRITUAL

Arturo Capdevila

SOBRE UN ENSAYO DEL ARGENTINO Y EL PATRIOTISMO ORIGINARIO 


Manuel Fernández Espinosa


"El salmo sustentaba la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
se hundió todo el Reino.

...

Los salmistas caminan delante del juez,
y si el salmo se quiebra
se quiebra la ley".

León Felipe, "El gran responsable", (México, 1940)


A sabiendas de que algunos vendrán -después de este breve artículo- a decir que fueron ellos los que reencontraron y reivindicaron la obra de Arturo Capdevila, no es obstáculo ello para ser los primeros -después de mucho tiempo- en enfocar y reclamar al escritor argentino, invitando con ello a releerlo y recargar las baterías con su lectura para la única misión que consideramos inaplazable. 

Arturo Capdevila no fue un desconocido del todo en España. El poeta y ensayista argentino mantuvo correspondencia con muchos intelectuales españoles de la primera mitad del siglo XX -con Unamuno, por ejemplo. Y leyéndolo hasta diríase que con toda legitimidad podríamos hablar de una Generación del 98 hispanoamericana, hasta hoy soslayada: el desastre de Cuba del 98, su veneración por Castilla, por la Madre Patria España así lo avala. Arturo Capdevila nació en Córdoba (de Argentina) en 1889 y falleció en Buenos Aires en 1967. Por muchos de sus libros debería ser leído en España: sus ensayos biográficos, como "El Padre Castañeda. Aquel de la santa furia", así como otros, nos ofrecen su visión de la historia de Argentina y América, pero el libro que consideramos particularmente recomendable para todo hispanohablante es su ensayo "Babel y el castellano". Con su sólida formación multidisciplinar, Capdevila -podemos aseverar- fue uno de los nuestros que mejor comprendió la Hispanidad, teorizada por el Padre Vizcarra, Ramiro de Maeztu, Manuel García Morente y el P. Zacarías García Villada.

"Babel y el castellano" ponen sobre la mesa un tema que, como el mismo autor asume, está por dar de sí en toda su potencialidad, tanto cultural y política como comercialmente: la lengua castellana como nuestra común fuerza mundial. Eso -reconoce Capdevila- no ha sido advertido todavía con todas las consecuencias que pudieran derivarse de ello, pues "Vivimos en el seno del hermoso milagro. Por eso no reconocemos el milagro". Hispanoamericanos e hispanoeuropeos empleamos el castellano en nuestro diario vivir, por lo que no parece que hayamos entendido que es en el castellano donde radica una fuente de poder que apenas -en época en que escribe Capdevila (años 20 del siglo XX) y tampoco en nuestro tiempo- hemos sabido emplear. "Babel y el castellano" es así un ensayo que no sólo se aventura en la especulación lingüística (en el curso del ensayo, Capdevila conjetura el origen del "voseo", p. ej.), sino que traza líneas de acción conjunta que más o menos se desarrollarían con algunas editoriales hispánicas, empezando con la misma que le publica el libro: la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones o la fabulosa Espasa-Calpe, con sedes en Madrid y Buenos Aires.

Capdevila siente como pocos intelectuales hispánicos que en nuestra lengua reside, como en pocas de nuestras cosas compartidas entre América y España, no sólo la clave de nuestra Patria común, sino el futuro incoado de un Imperio espiritual. Por eso, todos los panegíricos -en verdad que se usaban harto engolados en su tiempo- para exaltar la Hispanidad (en aquel entonces celebrada el 12 de octubre con el llamado "Día de la Raza"), todas esas solemnidades, no pasaban de ejercicios retóricos que estaban necesitados de actuaciones pragmáticas. Capdevila no se anda con rodeos: "Mientras tanto, españoles e hispanoamericanos pronunciaremos hermosos discursos en ocasión del día de la raza, tremolarán las banderas y seremos siempre los elocuentes habitantes de una confederación de soledades". Urge para el cordobés argentino la puesta en funcionamiento de una editorial que, según él, debería instalarse en Madrid, para ser receptora de todo lo que se produce en pensamiento, ciencia, literatura, teatro, poesía en América, las islas y la Península y, después de seleccionarse, imprimirse y comercializarse en todo el mundo hispanohablante; así se mantendrían conectadas todas las naciones hermanas. De este modo, conforme a Capdevila, podría ensayarse una incipiente Confederación lingüística que, si primero actuara en lo cultural, podría más tarde concretarse en un proyecto incluso con repercusiones políticas (hoy podríamos decir que geopolíticas).

Con lo dicho hasta aquí, podríamos hacernos una ligera idea de las virtudes -prácticamente por realizarse- de este ensayo. No obstante, ¿qué encontramos hoy en nuestro panorama?

Es descorazonador que los diferentes tinglados políticos españoles -con sus extensiones en lo educativo, mediático y cultural, en su sentido más amplio- favorezcan el idioma inglés en detrimento del castellano, del castellano tanto europeo como americano. Esto se hace hasta extremos de servilismo insoportables y los motivos para ello (ya harta repetirlo, pero no nos excusa el hartazgo) los hallaremos en la auto-infravaloración española, la falta de amor propio y confianza en nosotros mismos. Ahí tenemos a partidos -como Ciudadanos- que enarbolan la bandera rojigualda, organizando chiringuitos de "patriotismo constitucionalista" y otras pamplinas, pero que a la misma vez -sin recato alguno y siguiendo las políticas que les marcan sus patronos extranjeros- fomentan el estudio del idioma inglés entre nosotros, como si el castellano lo tuviera el español medio aprobado con Matrícula de Honor. Ese modo de "hacer patria" es el folclore mismo de siempre, un postureo sin consecuencias prácticas que entretiene y engatusa a los que tan ayunos están de patriotismo del bueno. Todos los partidos políticos de España (tal vez con excepción de Podemos, pero por razones que preferimos ahora omitir) insisten en nuestra vocación europeísta, mientras hemos abdicado de nuestra vocación panhispanista que incluye forzosamente América (sin olvidar Guinea Ecuatorial). Así las cosas, las ideas-fuerza de "Babel y el castellano" pueden parecernos utopistas, pero no obstante podemos aseverar que, a diferencia de las circunstancias temporales en que fue escrito este ensayo por Capdevila, hoy contamos con un instrumento que es internet en todos sus cauces: redes sociales, páginas, bitácoras. 

Que lo que nuestros políticos no hacen lo tengamos que hacer nosotros no debería extrañarnos a estas alturas. Pero que lo trabajoso y lo difícil no sea pretexto para dejar de hacerlo. El que verdaderamente se diga hoy un patriota (en cualquier nación iberoamericana o en la misma España) tiene una trinchera inexpugnable y una posición que habrá que defender hasta el último cartucho: la lengua castellana como Patria que reúne las glorias del pasado con el futuro que no queremos que nos arrebaten. 

Y dejemos los folclorismos para los folclóricos.