RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 30 de noviembre de 2013

FERNANDO III EL SANTO, REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR (II PARTE)








En el verano del año 997, Almanzor y sus hordas mahometanas arrasaron Santiago de Compostela y las campanas compostelanas fueron traídas a Córdoba desde Galicia (a hombros de cautivos cristianos). Cuando San Fernando Rey reconquista y libera Córdoba, manda restituir estas campanas a su original sede compostelana; a hombros de prisioneros moros.
Pintura de J. G. Mencía.





 LA CRUZADA DE SAN FERNANDO
 
Por Luis Carlón Sjovall
 
 
Desde muy niño, el rey San Fernando se vio atraído por las viejas historias y leyendas de sus antepasados. La vida y gestas del Cid, de Don Pelayo o el impresionante reinado de Alfonso II el Casto se unían a la reciente victoria lograda por su abuelo en la Batalla de Las Navas de Tolosa frente a los poderosos almohades. No cabe duda que en su niñez, el entonces joven príncipe debía soñar con recuperar para Jesucristo la España perdida por lo godos.
 
  Siendo San Fernando, ya rey de Castilla. Fue tiempo de poner orden en el reino, y así dedicó sus primeros meses a conocer todos los rincones de Castilla y a deshacer litigios. Es en esta época cuando San Fernando, siempre fiel a las tradiciones, es coronado en Nájera por tercera vez, siguiendo la tradición de los reyes de Navarra. También se hace con su famosa Espada Lobera y el viejo pendón de Castilla que según nos cuenta la tradición pertenecieron al primer conde castellano, Don Fernán González.
 
  Sin duda, la paz y la prosperidad habían vuelto a Castilla, y el rey no pensaba ya más que en recuperar la España perdida. Más Doña Berenguela, sabía que no había Rey completo, sin reina a su lado. Y de esta manera Don Fernando contrajo matrimonio con Doña Beatriz de Suabia, hija de Felipe, Duque de Suabia, y sobrina del emperador Federico II, el 27 de noviembre de 1219 en la localidad palentina de Carrión de los Condes.  De este su primer matrimonio nacieron diez hijos.
 
Alfonso X el Sabio (futuro rey de Castilla)  1221-1284, Fadrique 1224-1277, Fernando 1225-1242, Leonor 1226, Berenguela 1228-1279, Enrique 1230-1303, Felipe 1231-1274, Sancho 1233-1261 (arzobispo de Toledo y Sevilla), Manuel 1234-1283, y María (1235).
 
  Con el Reino ya tranquilo, y quedando Doña Berenguela como Reina en Castilla, en la primavera de 1224, marcha el  rey a tierra mora por primera vez. En este primer encuentro con los islámicos el rey comenzó a labrarse su leyenda de rey justo entre cristianos y mahometanos. Con los suyos el rey siempre fue el primero en todo, y nunca trato a ninguno como no mereciera. Y justo también fue con los moros, pues si rendían vasallaje a Castilla les dejaba seguir viviendo en sus tierras, si rendían la plaza les aseguraba una retirada honrosa con todas sus posesiones hasta otra plaza mora, pero hay de aquellos que plantaban cara al rey. Sólo la muerte y la pérdida de todos sus bienes les esperaba. La primera plaza mora que se vio acometida por San Fernando, fue la ciudad de Baeza, cuyo rey, llamado Mahomet,  pidió  vasallaje al ver que el propio rey de Castilla lideraba la hueste cristiana. Por el contrario la ciudad de Quesada, que pertenecía al reino de Baeza, decidió renegar de su rey y resistir a los cristianos. En pocos días los castellanos tomaron la plaza, y pasaron a cuchillo a todo hombre con capacidad de tomar armas. Como digo, estos dos ejemplos sirvieron a los demás reinos moros como advertencia de cómo San Fernando impartía la justicia al intruso musulmán.
 
  En invierno de ese mismo año de 1224, se acercó hasta Cuenca, donde se encontraba San Fernando el rey moro de Valencia, que temeroso de ser atacado, pidió al Santo aceptase a Valencia como reino vasallo. Esto creó problemas con Aragón, que alegando el tratado de Cazorla firmado en 1179 por Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón, consideraba Valencia terreno propicio a su propia Reconquista. No era San Fernando, rey que ambicionase gloria personal, todo lo contrario. Así que no dudó en romper el acuerdo alcanzado con el moro, y dio vía libre al Rey Jaime I  para que expandiese los territorios de la Cruz hasta los confines del Reino de Valencia, quedando el Reino de Murcia libre para expansión castellana.
 
  En primavera de 1225 sale el rey por segunda vez a tierra musulmana, conquistando con la ayuda de los moros de Baeza las plazas Martos y Andújar, que es entrega en encomienda para su protección a los caballeros de Calatrava.
 
  En las primaveras de 1226 y 1227con un ejército menor al de los dos años anteriores, pero con el apoyo de dos mil jinetes cedidos por el rey moro de Baeza, San Fernando vuelve a Andalucía con intención de no dar respiro a los mahometanos. En esta campaña se asedia la ciudad de Jaén, se llega hasta los muros de Granada y se destrozan los campos de ambos reinos dejando el pánico y la desolación a su paso por estas tierras. Además, tampoco fue estéril esta campaña en conquistas, pues pasaron a posesión castellana las plazas de Priego, Loja y Capilla.
 
  A estas alturas, Castilla vivía en la tranquilidad que daba saber que Doña Berenguela gobernaba con mano firme la Castilla del Norte, y que San Fernando estaba decido a no parar hasta que ni un solo templo en España estuviese coronado con la Cruz de Jesucristo. El pueblo castellano veía en su Rey a un héroe, que por su entrega y fe ya empezaba a ser reconocido como el Santo que fue. Nunca Castilla fue tan exigida de hombres e impuestos como en la época de San Fernando, y nunca fue mayor la paz que vivió en el reino.
 
Por el contrario, Los moros, que tras el derrumbe almohade habían vuelto a conformarse en múltiples taifas, sabían de su debilidad ante un Rey, que ya en esos momentos era visto por ellos como un demonio invencible, predestinado a gestas que cambiarían su mundo para siempre
 
  Durante el invierno de 1227, los moros de Baeza se vuelven contra su rey, y antes de que los castellanos puedan llegar a ayudarle, le dan muerte y recuperan para la media luna algunas de las plazas reconquistadas. Poco duró esto, pues en cuanto conocieron que llegaba Don Lópe Díaz de Haro con quinientos caballeros cristianos, huyeron todos para refugiarse en Córdoba y Sevilla. Para defender las plazas retomadas, deja al rey a Don Tello de Meneses y a Don Lope Díaz con amplia guarnición cristiana.
 
  Tres años tuvo que frenar Don Fernando la Reconquista, es un tiempo que dedica el rey a ayudar a su tía, la reina de Francia, Doña Blanca de Castilla, madre de San Luis, y que se encontraba en guerra con los alvigenses. Poco quería el rey a los moros en sus tierras, más tampoco era amigo de herejías, así que mandó tropas y consejeros a Francia hasta que la reina y su hijo aplacaron a los tolosanos. Esta herejía también estaba enraizando en ciertos lugares de Castilla, donde algunos cátaros se dedicaban a difundirla entre la gente simple. La Historia nos cuenta como el propio Rey hacía justicia:
 
Fue cosa de ver el juicio que hizo el rey de los herejes cuando sentado en su trono, con faz grave y severa, apareció rodeado de un consejo asesor de doce sabios. Allí estaban los omes buenos que en materia de leyes eran sabidores, ancianos que muchos años habían sido alcaldes y estaban bien enterados de cómo se usaba facer, y otros que habían andado a los estudios de Palencia et Salamanca.
Condenados los herejes que no quisieron arrepentirse, lleváronlos a quemar, y espantó grandemente al pueblo ver que el Rey, cargándose de un haz de leña, lo llevó el mismo en persona hasta la pira.
 
Es también el tiempo en que San Fernando comienza las obras de templos emblemáticos como la Catedral de Burgos o la de Toledo, además de numerosos monasterios repartidos por todas las tierras reconquistadas, pero también es un tiempo en que San Fernando empezó a notar en su cuerpo la dureza de una vida sin descanso, achacándole por primera vez una enfermedad que le tuvo postrado una larga temporada.
 
  En la primavera de 1230 se reanudan las campañas frente al infiel, San Fernando había decidido tomar Jaén, y allí se encontraba asediándola cuando le llegaron noticias de la muerte de su padre, como he contado antes levantó el cerco y marchó al norte con intención de reclamar sus derechos.
 
  Tras la unificación de Castilla y León, San Fernando duplica sus reinos, por lo tanto también duplica sus rentas y ejércitos. Así, en la primavera de 1231 marcha de nuevo hacia el sur donde conquista la plaza de Úbeda y  devasta los campos de la Cuenca del Guadalquivir hasta llegar incluso a las puertas de Sevilla y Jerez.
 
  En diciembre de 1235, y tras dieciséis años de matrimonio, murió en Toro la reina Beatriz dando a luz a su última hija. Duro golpe supuso sin duda para Don Fernando la muerte de su fiel esposa. Ordenó que fuese enterrada en Las Huelgas de Burgos. Hoy, Doña Beatriz de Suabia está enterrada en la Capilla Real de Sevilla junto a su querido esposo San Fernando, tras ser trasladada por su hijo Alfonso X el Sabio en 1279.
 
  Poco duró el llanto en San Fernando, pues las necesidades apremiaban, y ayudó la noticia de que en enero de 1236 un escuadrón de jóvenes caballeros había tomado por sorpresa la Axarquía cordobesa, impulsó inmediatamente la recluta a sus mejores hombres y se encaminó personalmente a prestar ayuda a sus súbditos (A tal rey tales súbditos). Tras más de un mes sitiádos, los cristianos recibieron con alegría las enseñas reales en el horizonte, mientras que los moros pasaron de sitiadores a sitiados. Estos pidieron ayuda a los reinos de Jaén y Sevilla, ayudas que nunca llegaron, pues era grande el temor que les infundía el Rey Santo. Tras cinco meses de asedio, Córdoba, el gran símbolo de la España musulmana se rendía a San Fernando el 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo.
 
  San Fernando permitió salir con vida a sus defensores, pero a cambio, nos cuenta la tradición, mandó que las campanas de Santiago de Compostela, que se encontraban en Córdoba desde que el caudillo Almanzor las llevó a hombros de cristianos esclavizados 260 años antes, fuesen llevadas de nuevo a Santiago a hombros de prisioneros musulmanes. Tras la expulsión de los islámicos, se reforzaron las defensas de la ciudad, y quedó a cargo de ella una guarnición al mando de Don Alfonso Téllez de Meneses.
 
  El rey en su alegría por la Reconquista de tan gran ciudad, relató de su puño y letra un documento que se encuentra actualmente en los archivos de la Catedral de Burgos, y que reza así:
 
¡loor por siempre a Ti, Jesucristo, mío Señor, que por la tu grand misericordia et los ruegos de la Gloriosa Sancta María, te has querido valler deste tu siervo et caballero, et “por medio de los mios sudores” ganaste pora tu sancta ley esta cibtat de Córdoba!.
 
  Tras la conquista de Córdoba, y durante los siguientes dos años, atendió el rey al gobierno de la Corona, concediendo fueros, otorgando donaciones, o dando sentencias. El obispo de Palencia Don Tello Téllez lo alaba así.
 
  “Oía a todos, no había hora escusada para audiencias; era amante de la justicia; recibía con singular agrado a los pobres; no quería tener a ninguno quejoso, y deseaba como buen padre dar gusto a cuantos le permitía la justicia; era al mismo tiempo severo contra los delitos, singularmente contra los que abandonando la fe se inficionaban con la herejía, o contra los que disimulaban sus errores por no perder la conveniencia de ser sus vasallos.”
 
  También en esta época contrajo el Rey matrimonio por segunda vez. De nuevo fue su madre la que le busco esposa, siendo la elegida Doña Juana, hija del Conde de Ponthieu. La boda se llevó a cabo en Burgos a finales del año 1237. Este matrimonio, daría a San Fernando cinco hijos más:
 
Fernando  1237  (Conde de Aumale y Barón de Motgomery), Leonor  1240 (esposa de Eduardo I de Inglaterra y madre de Eduardo II), Luis 1242 (Señor de Marchena) y Jimena 1244 y Juan 1245 que murieron al poco de nacer. Juana debió de ser una muy buena esposa, pues el arzobispo Jiménez de Rada habla de ella siempre con mucho respeto. Sea como fuere, al poco de enviudar, volvió a Francia, donde murió en el 1279.
 
  El domingo de Ramos de 1238, llegaron noticias al rey de que la plaza de Martos estaba siendo atacada por los granadinos, Y San Fernando, nuevamente se lanzó hacia al sur con sus mesnadas al rescate de la plaza sitiada. Fue llegar el rey a Martos, y los granadinos huyeron sin entrar en combate. Una vez más, la simple presencia del Rey Santo infundía terror a los sarracenos.
 
  Aprovechó el rey esta estancia en el sur, para asegurar Córdoba. Así mandó que viniesen de Castilla sacerdotes, juristas y población civil para poblar y reorganizar la fantasmal ciudad. Ordenó traducir el “Fuero Juzgo” del latín al castellano para que fuese en adelante la regla que legislara sus conquistas en el sur, y se empezaron a construir iglesias y conventos sobre los antiguos templos musulmanes. La Mezquita, que estaba construida sobre la vieja Catedral de la Córdoba Hispánica, ordenó San Fernando que fuese respetada en su estructura, pues el rey siempre respetó la belleza, la hubiese creado quien la hubiese creado. Además de todo esto, no cesó en el empeño de Reconquista, y así, se capturaron numerosas fortalezas y se siguieron castigando sin pausa los reinos musulmanes, especialmente las comarcas de Granada y Sevilla.
 
  Tras dos años en la frontera, el rey volvió a Castilla con intención de reponer fuerzas con vista a sus futuras empresas. Más como la paz está visto que no es cosa de este mundo, el rey tuvo que asistir al poco de volver al entierro de Fernando, su tercer hijo, que accidentalmente murió en Toledo. No se había recuperado el rey de la pena, cuando le llegaron noticias de que Don Lope Díaz de Haro, que nunca estuvo a la altura de su padre Don Diego, se había hecho fuerte en Vizcaya, y pretendía crear un condado independiente. Inmediatamente el rey marchó a Vizcaya, y aunque le horrorizaba blandir la espada con cristianos (más en este caso que se trataba de un viejo camarada en tantas y tantas aventuras) arrasó toda aldea que se puso en frente.
 
  Sea por la desazón de las traiciones, o porque nunca supo descansar, el rey cayó gravemente enfermo por segunda vez en Miranda. Encomendando a su hijo Alfonso que capturase al rebelde costase lo que costase. Don Alfonso (que siempre fue mejor príncipe que Rey) hizo su trabajo, y llevo a Don Lope a Burgos donde se encontraba descansando el rey. El sedicioso noble fue encarcelado, y como nos cuenta la crónica de Don Miguel de Manuel, todos temían por su vida, y pedían al rey que le perdonase. Incluso el joven infante Don Alfonso se lo pidió, a lo que respondió el rey “Fijo, non por el primer yerro olvides el servizio, ca a veces la venganza del yerro face mejor servidor” . Y así fue. Tras una buena temporada a la sombra, el fiero conde Don Lope Díaz, arrodillado y con lagrimas en los ojos, pidió perdón al rey para nunca más crearle problemas.
 
  Seguía el rey recuperándose en Burgos, cuando le llegaron noticias de divisiones entre los moros en el reino de Murcia, y que esto estaba a punto de ser aprovechado por el rey de Granada para anexionárselo. Inmediatamente mandó el rey de nuevo a su hijo Don Alfonso al mando de un ejército, ayudado por el viejo capitán de Alfonso VIII, Don Rodrigo González Girón. Según se acercaba el ejército castellano a Murcia, salieron los murcianos a recibirlos, pidiendo vasallaje a Fernando III el Santo. Don Alfonso, que sabía que su padre prefería conquistas sin sangre, aceptó el vasallaje. Así, el joven príncipe entraba en Murcia el 22 de diciembre 1243. Sólo las plazas de Mula, Cartagena y Lorca se negaron al vasallaje, siendo tomadas sin prisioneros en la primavera siguiente también con el infante al mando de una nueva expedición.
 
  Notaba el rey que la salud no le duraría, y sentía que mucho le quedaba por hacer. Por eso, cuando salió de Castilla en la primavera de 1243, lo hizo para no volver nunca más. Cuando estaba el rey feliz con las noticias que le llegaban de Murcia, le llegaron otras que le nublaron el ánimo. Los mejores hombres de la frontera habían sucumbido en una batalla ante las huestes de Alhamar, rey de Granada. Apenas su propio hermano Alfonso y unos pocos más habían sobrevivido. No obstante, de momento las plazas se mantenían en poder castellano. Así. San Fernando salió por última vez de Castilla, de nuevo dispuesto a socorrer a sus huestes.
 
  En esta última campaña, los viejos nobles y obispos que tanta gloria le habían dado tanto a él como a su abuelo, ya no podían seguirlo. Muchos habían muerto en los últimos años, y otros ya no se encontraban en situación de combatir. No obstante eran los hijos y sobrinos de estos los que acompañaban al rey, y su ilusión era superar a sus padres en bravura y lealtad. Uno de estos jóvenes era Don Nuño González de Lara, hijo del sediciosa conde Don Gonzalo de Lara. San Fernando no solo le había perdonado la traición de sus progenitores, sino que le había convertido en uno de sus hombres de confianza.
 
  Marchó con tanta fuerza el rey a la campaña de 1244, que en poco tiempo había tomado las fortalezas de Arjona, Pegalajar, Bexícar, Carchena y Catzalla; y las tropas se encontraban asediando la ciudad de Jaén y devastando la Vega de Granada. Duro fue este golpe para los moros, que no sólo veían a los cristianos ante sus murallas sin intención de marcharse, sino que además se habían quedado sin alimentos para los próximos años, pues todo el campo estaba arrasado.
 
  A principios del año 1245, el rey reactivo las razias en tierra mora, que se aumentaron hasta la vega del Guadalquivir y el reino de Niebla. Estaba el rey absorto en estas campañas cuando le llegó la noticia de que su madre estaba en Pozuelo (actual Ciudad Real). Doña Berenguela se sentía morir, y le pedía a su hijo que la dejase retirarse a un convento a pasar sus últimos días, convencida como estaba que Don Fernando nunca volvería a Castilla sin acabar la Reconquista. El rey viendo a su madre y gran apoyo tan mayor sintió que debía volver a Castilla para hacerse cargo del gobierno y que así su madre descansara, pero finalmente fue ella, viendo que el sueño de su hijo se podía desvanecer, la que le convenció de lo contrario, y volvió a Castilla para seguir rigiendo el reino como la Gran Reina que siempre fue. Nunca más volvieron a verse madre e hijo. Un año después de este encuentro su madre dejaba este mundo. ¡Tu me la diste, Señor, et tu me la quitaste! murmuró el Santo al saberlo. Realmente fue un reinado con dos reyes; la madre en el norte, el hijo en la frontera. Sin una reina como Doña Berenguela, no habríamos tenido un rey como San Fernando.
 
A principios de otoño de 1245, comenzó el definitivo sitio de Jaén. Empezaron con pocas tropas, y con la idea de volver la primavera siguiente, más San Fernando plantó su tienda frente a la muralla, y dijo a sus hombres que no la levantaría hasta ver rendida la ciudad. Al saber esto, todos los nobles, dejaron sus quehaceres y marcharon hacía allí para estar junto al Rey, al igual que las milicias concejiles. El 28 de febrero de 1246, los moros, desesperados, decidieron salir a campo abierto a combatir a los castellanos. Cuenta la crónica que San Fernando fue el primero en tomar la lanza y alentar a los suyos en la batalla.
 
  La Victoria fue total, y la mortandad de la morisma espantosa, como nos dice el Padre Retama en su crónica. Inmediatamente terminado el combate y rendida la ciudad, el rey colocó la imagen de la Virgen de las Batallas que siempre llevaba en el arzón de su caballo, y mandó rezar el “Te Deum”. El Reino de Jaén ya era tierra Cristiana.
 
  Esta victoria fue doble, pues a los pocos días, el rey de Granada se presentó ante la tienda del rey pidiendo audiencia. Allí arrodillándose ante San Fernando pidió humildemente vasallaje. Vasallaje que se concedió, y que a la postre salvaría a Granada de caer ante San Fernando como el resto de taifas moras. Y es que el Rey moro Alhamar, combatió a partir de este momento junto a San Fernando frente a sus hermanos de herejía.
 
  Córdoba y Jaén rendidos, Murcia y Granada como reinos vasallos. Ya nada impedía dirigirse a Sevilla, la gran capital de los mahometanos en la España del siglo XIII. Explicar la toma de Sevilla exigiría una conferencia en sí misma, más intentaré resumirlo de la mejor manera posible.
 
  Pasó el rey la primavera y el verano siguientes repartiendo la tierra y organizando la vida civil en Jaén, pero sólo pensaba en la Reconquista de Sevilla. Por aquel tiempo mandó el Rey a un tal Ramón Bonifaz, burgalés pero gran entendido en asuntos de la mar que preparase una flota en los puertos del norte, esta flota fue la primera armada de Castilla, y fue fundamental como veremos para la toma de la ciudad.
 
  A partir de otoño, el rey marcho a Córdoba, desde donde continúo fatigando a los moros atacando diferentes puestos y arrasando las cosechas. No quiso San Fernando volver a Castilla, ni siquiera para estar presente en la boda de su primogénito Don Alfonso, que en aquel otoño se casó en Valladolid con Doña Violante de Aragón, hija de Jaime el Conquistador.
 
...Continuará.

jueves, 28 de noviembre de 2013

FERNANDO III EL SANTO, REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR



Conferencia de Sevilla a cargo de Luis Carlón Sjovall (en la fotografía),
cortesía de la ACT Fernando III el Santo de Palencia

 
Luis Carlón Sjovall, nacido en Palencia el año 1972, es fundador de la Asociación Cultural Tradicionalista Fernando III el Santo de Palencia y, desde febrero de 2011, Presidente de esta institución, legítima abanderada del legado del Rey Santo y Reconquistador. La ACT Fernando III el Santo desarrolla una formidable actividad cultural, estudiando y divulgando la portentosa e inmortal figura de nuestro Rey Santo. Con motivo de la celebración de la Reconquista y Liberación de Sevilla por las huestes de Fernando III el Santo, el sábado 23 de noviembre del corriente, a invitación del sindicato de estudiantes universitarios RESPUESTA ESTUDIANTIL, Luis Carlón Sjovall pronunció una enjundiosa conferencia sobre la trayectoria vital de Fernando III el Santo.  Con sus propias palabras: "Considero que un pueblo que, ya sea por dejadez o imposición pierde los valores de su Tradición, está condenado a desaparecer. Tradición, que bajo el signo de la justicia, han de marcarla la fe, la cultura y la familia, valores que hoy están al borde del colapso. Por ello, reivindico la figura de San Fernando, quién con más Nobleza y Lealtad que nadie aglutinó durante su glorioso reinado esos valores, y así, ha de ser de nuevo quien con su ejemplo de vida nos guíe e impulse hacia una nueva Reconquista." Publicaremos la conferencia íntegramente, aunque por su extensión tendremos que publicarla por partes. Creemos que esta conferencia suscitará el interés de nuestros lectores que no encontrarán una biografía de Fernando III el Santo tan completa y exhaustiva como la que nos ofrece Luis Carlón Sjovall. Agradecemos al Presidente de la ACT Fernando III el Santo de Palencia su disposición y le damos la bienvenida a RAIGAMBRE. 
 
 
 
FERNANDO III EL SANTO:
REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR
 
 
PRECEDENTES AL REINADO DE SAN FERNANDO
 
 
Por Luis Carlón Sjovall
 
 
La España en la que nació San Fernando estaba aún dividida en diferentes reinos. En lo que a los reinos cristianos se refiere, Castilla hacía tiempo que era militarmente el más fuerte, pero la derrota sufrida en la Batalla de Alarcos había dejado muy tocado a su ejército. Esto fue aprovechado por los Reinos de León y Navarra para hostigar a Castilla con el pretexto de recuperar territorios y derechos perdidos tiempo atrás.
 
Tenemos que entender que cada Reino tenía sus propias circunstancias y personalidad, y esto es importante conocerlo para saber porque las cosas luego sucedieron como sucedieron. Castilla había surgido como Reino casi dos siglos atrás, y sus diferencias con León eran grandes; mientras Castilla era un Reino básicamente militar en el que primaba la libertad de sus gentes, ganada generalmente en las conquistas fronterizas, León mantenía una estructura mucho más feudal y cerrada. Por su parte Aragón, hacía tiempo que miraba más hacia sus posesiones en Francia que a la guerra ante el infiel (eso cambiaría poco después con la llegada al trono de Jaime I) y Navarra, cercada hacia el sur como estaba por Castilla y Aragón, hacía tiempo que no miraba hacía el meridión, conformándose con mantener sus territorios y de vez en cuando intentar aumentarlos.
 
En el bando musulmán, las taifas había desaparecido por enésima vez con la llegada de los almohades, que dominaban prácticamente todo el territorio sur peninsular. Todo esto cambió con la unión de los Reinos Cristianos (a excepción de León) en la Batalla de Las Navas de Tolosa, y la desintegración posterior del Imperio Almohade.
 
Así las cosas, la España en la que nació San Fernando, no era un remanso de paz, sino un continuo campo de batalla entre cristianos, y con la amenaza almohade muy presente.
 
Por ello, no podemos entender la personalidad de San Fernando, sin tener en cuenta la realidad de su tiempo, y especialmente el carácter de su madre: la Reina Berenguela de Castilla.
 
Hija mayor de Alfonso VIII de Castilla, y de Doña Leonor Plantagenet (hermana de Ricardo Corazón de León y el famoso Juan sin tierra). Berenguela, desde muy joven asumió la responsabilidad que representaba ser infanta heredera de Castilla con una religiosidad, lealtad y sabiduría extraordinarias. Ya, con apenas ocho años,  fue desposada con Conrado, hijo del Emperador Federico Barbarroja, en Carrión de los Condes. Matrimonio que fue anulado al año siguiente, al nacer Fernando, primer hijo varón de Alfonso VIII, y ver los alemanes frustrado su interés por alcanzar el trono de Castilla.
 
Berenguela volvió a desposarse en Valladolid, en el año 1197 con Alfonso IX de León; El Rey leonés, había estado casado anteriormente con Doña Teresa de Portugal, y de ese matrimonio que también se anuló por motivos de sangre, habían nacido Sancha (1191-1243), Fernando (1193-1214) y Dulce (1194-1248), hermanos de Fernando III por parte de padre.
 
El matrimonio de Alfonso y Berenguela se concertó con el fin de cerrar los eternos conflictos fronterizos entre los reinos de Castilla y de León, y así fue durante los siete años que duró el regio matrimonio del que nacieron cinco hijos, Leonor 1199-1202, Constanza (1200-1242), Fernando 1201-1252 , Alfonso 1202-1272 y Berenguela (1204-1235). Por motivos de consaguinidad, el enlace fue disuelto en 1204 por el Papa Inocencio III, Berenguela volvió a Castilla con sus hijos, y los conflictos volvieron inmediatamente a la frontera.
 
Esta situación se mantuvo hasta que San Fernando fue coronado Rey de Castilla en el año 1217.
 
 
EL INFANTE DON FERNANDO
 
Todo parece indicar que el nacimiento de San Fernando se produjo al inicio del verano de 1201, en un descampado cercano al monasterio que posteriormente se llamaría de Valparaíso, en la actual provincia de Zamora.
 
Pocas noticias han llegado de la vida de San Fernando en su infancia, más sabemos que mientras sus padres estuvieron juntos, debió de pasar su primera infancia en Galicia, hasta que la ruptura matrimonial de sus padres hiciéron que Berenguela volviera a Castilla junto con sus cuatro hijos. De esta época burgalesa, de la que poco se sabe, nos ha llegado una leyenda por medio de una de las cantigas de Alfonso X el Sabio. Todo gran héroe tiene una encrucijada en su vida, y a San Fernando esta le llegó con apenas cinco años de vida.
 
Parece ser, que estando en la corte, el joven Fernando se vio atacado por una penosa enfermedad y su madre pidió permiso al rey Alfonso para llevarlo hasta Santa María de Oña (lugar reconocido en la época por los milagros que allí sucedían). Allí, Doña Berenguela con el niño moribundo se encerró en oración ante la Virgen de Oña, con la única compañía de un cirio encendido. Tras horas de rezo y esperanza, y con el cirio ya casi apagado, la madre oyó que el niño lloraba, y al cogerlo entre sus brazos vio maravillada que al joven príncipe le habían desaparecido todas las fiebres y llagas, y la miraba con alegría.
 
El joven San Fernando debió de vivir en Burgos hasta los diez años de edad, momento en el que se trasladó a Palencia, capital universitaria de Castilla en aquellos momentos, y donde comenzó sus estudios junto a su joven tío, el futuro Rey de Castilla Enrique I,  hasta que en el año 1214, y tras la muerte de Fernando el portugués (heredero de León) fue llamado por su padre a la corte leonesa para iniciar su preparación como futuro monarca leonés. El joven Fernando, criado en Castilla, se convertía de forma imprevista en heredero del viejo Reino de León.
 
No es difícil imaginar, que estos años que San Fernando pasó en Castilla (aproximadamente entre los tres y los trece) fueron los que más influyeron en su formación cultural y espiritual, forjándole un carácter, típicamente castellano que ya nunca abandonaría.
 
Pero todo empieza a cambiar en Castilla ese mismo año de 1214, fallece el rey Alfonso VIII de Castilla conocido como el Bravo o el de Las Navas a la edad de 57 años. La muerte del rey, nos la relata el arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez de Rada en su obra “De Rebus Hispaniae” de la siguiente manera:
 
«Habiendo cumplido LIII años en el Reyno el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.»
 
Realmente Alfonso VIII fue un hombre de una fe y rectitud encomiable, se alzó al trono de Castilla con apenas tres años de vida al fallecer de forma precipitada su padre el rey Sancho III. Desde entonces, su custodia fue encomendada a la poderosa familia de los Lara, que por ello contaron siempre con la confianza y protección del rey, y esto como veremos posteriormente causó no pocos problemas en Castilla.
 
A la muerte del Rey, le sucede en el trono Enrique I, (su hermano Fernando había muerto tres años antes con  apenas 22 años) Enrique, conocido como el rey niño, apenas contaba con diez años al subir al trono. Encargándose de la regencia del reino su hermana mayor Doña Berenguela, tras la muerte de la Reina Leonor un mes después de su marido. Este nuevo orden no fue aceptado por los Lara, con lo que ella, ante la amenaza de una guerra civil, se retiró al señorío de los Girón, junto a su hermana Leonor y sus hijas. Así, los Lara se hicieron con la custodia del joven rey Enrique, y de esta manera con el control absoluto del Reino.
 
Por su parte San Fernando, que como hemos dicho fue reclamado por su padre en 1214, fue reconocido legalmente como heredero al trono de León, y pasó los siguientes años junto a su padre y la nobleza leonesa conociendo a las gentes y tierras de su futuro Reino, así como aprendiendo buenas artes de gobierno, labor en la que su padre era sin duda un maestro.
 
 
CONSOLIDACIÓN DEL REINADO
 
Al tercer año del reinado de Enrique I, y dado que los Laras gobernaban el Reino mediante abusos y excesos, se inicia la guerra civil en Castilla. Los Lara saquean las tierras palentinas de los Téllez y los Girón, principales defensores de Doña Berenguela, viéndose la Reina obligada a refugiarse en Otiello (Autillo de Campos), principal fortaleza de los Girón. Pero cuando la situación empieza a ser desesperada, sucede algo inesperado, el Rey muere en el palacio episcopal de Palencia, donde todavía continuaba estudiando, al sufrir un golpe en la cabeza jugando al tejo con otros niños. Ante los rumores de lo ocurrido, los Lara niegan su muerte, y argumentan que el rey se está reponiendo.
 
A finales de mayo de 1217, Doña Berenguela ya sabe que su hermano, el rey Enrique ha muerto, y exige a los Lara que la reconozcan como reina, pero estos reaccionan atacando a Doña Berenguela en su refugio de Autillo de Campos. Ante esta situación, Doña Berenguela manda a los caballeros Gonzalo Ruíz Girón, Alfonso Téllez y Lope Díaz de Haro que se desplacen hasta Toro, donde se encontraba en ese momento la corte leonesa, para pedir al rey de León que dejase marchar al joven príncipe Fernando a socorrer a su madre.
 
Alfonso IX, gran rey, pero con muchos claro-oscuros, había llegado a un acuerdo con los Lara, pues pretendía que Castilla volviese a pertenecer a León. Por lo tanto, los nobles castellanos tuvieron que mentir, diciéndole al Rey que Enrique I se había recuperado, y que la presencia del príncipe Fernando junto a su madre se debía únicamente a la añoranza que ella sentía por su hijo. Después de muchas dudas por parte del monarca leonés, consiente la marcha del joven heredero. San Fernando ya no volvería a León hasta 15 años después. Tras una marcha de tres días, perseguidos por tropas leonesas, que al poco de partir se habían enterado del engaño, el príncipe y los nobles llegan a Autillo, hecho que fue definitivo para acabar con el asedio de los Lara, que se retiran a sus territorios toledanos.
 
Así, El 14 de junio de 1214, bajo un viejo olmo, y con la presencia de numerosos súbditos de la Tierra de Campos, además de los nobles, y con la bendición de los obispos de Palencia y Burgos. Doña Berenguela es proclamada Reina de Castilla. Más acto seguido, se desprende de su regio símbolo y ella misma coloca a su hijo la corona, La crónica lo recuerda así:
 
En la llanura que se hacía fuera del recinto amurallado del castillo, alzábase solitario un olmo corpulento y frondoso. A la sombra de sus ramas quiso Doña Berenguela que fuese levantado el sólito cadalso para verificar la sencilla ceremonia de la publicación real. Morisca alfombra cubría el entablado, sobre la cual quedaron dispuestos dos ricos sitiales para la reina y su joven heredero. Alrededor estaban prelados y magnates. Eran aquellos los obispos Don Tello de Palencia y Don Mauricio de Burgos; figuraban entre éstos Don Gonzalo Ruíz, Don Lópe Díaz, Don Suero y Don Alfonso Téllez de Meneses, Don Fernando Suárez y algunos otros. Gentes de armas a caballo o de pie, rodeaban el tabladillo circuídas a la vez por grupos de pecheros llegados de Frechilla, Fuentes y Castromocho. Con toda sencillez, ordenó Doña Berenguela que tremolaran pendones y fuese dado el grito acostumbrado, cuandos e alzaba nuevo rey, a favor de su heredero el príncipe Fernando. Et allí luego en Otiello, dice la crónica general, le alçaron reyet llamaron con el real.
 
Tras la proclamación de Autillo, la comitiva real se desplazó a Valladolid donde el 2 de julio, Fernando III fue reconocido por las Cortes como rey legítimo de Castilla. Pero los Lara y Alfonso IX no habían dicho su última palabra, y ante Valladolid se presentaron con un numerosísimo ejército exigiendo la regencia del reino de Castilla, pues Alfonso alegaba derechos por encima de su ex mujer y de su hijo. Fue aquí donde Fernando III demostró por primera vez su grandeza regia, mandándole una embajada por medio del obispo Tello de Palencia para decirle
 
“Que no fatigase más sus pueblos, ni les ocasionase mayores males, que debía agradecer a la reina el haber dado a un hijo suyo un reino, y tal reino que había causado a León grandes daños, y de allí en adelante no le vendría de él sino mucha ayuda.”, “Y que él no pretendía levantar espada contra ningún Reino cristiano, habiendo moros en España, y menos aun frente a su padre”
 
No le valió al rey de León el mensaje de su hijo, y junto a los Lara se dedicó a devastar pueblos y fortalezas fieles a Don Fernando, hasta que con fecha 26 de noviembre de 1217, y tras una carta del papa Honorio II en la que instaba a Alfonso IX a finalizar el conflicto, firma un acuerdo de paz, y se retira con sus tropa a León. Nunca más volvieron a verse padre e hijo.
 
De esta forma quedaron solos los Lara en la guerra frente a Don Fernando, hasta que a finales de 1218 fueron finalmente reducidos. Cuenta la crónica que al morir Don Alvaro Núñez de Lara, el mayor de los hermanos, y huir los otros dos al reino de León:

Finó tan pobre que non había con que lo llevar a Uclés, donde como caballero de Santiago se mandara soterrar, ni para candelas, e entonces la reina Berenguela, con mesura conplida, e con piedad, mandóle dar todo cuanto hubiese menester para lo llevar, e un paño de oro para el ataúd.
 
El ascenso al trono de León tampoco fue fácil para San Fernando. Sintiéndose traicionado el rey leonés por su hijo, decidió Alfonso IX romper el compromiso que con San Fernando tenía, y declaró que las herederas serían sus hijas Doña Sancha y Doña Elvira, nacidas de su primer matrimonio con Doña Teresa de Portugal.
 
El 24 de septiembre de 1230, muere Alfonso IX camino de Santiago de Compostela, a donde se dirigía para dar gracias al apóstol por su ayuda en la reciente reconquista de la ciudad de Cáceres por las tropas leonesas.
 
Inmediatamente, San Fernando, que se encontraba en ese momento combatiendo a los moros en Jaén, marcha hacia León para reclamar sus derechos. Es recibido en Toro y Benavente con alegría, pero sabe que la vieja nobleza leonesa no le admite como Rey, y que junto a sus hermanas las infantas, estabán recluidos en la ciudad de León dispuestos a combatirle.
 
Como dije antes, Don Fernando había jurado al alzarse rey de Castilla, que nunca haría guerra a cristianos habiendo moros en España. Pero no estaba dispuesto a renunciar a su derecho sobre el trono leonés. Es entonces cuando su madre Doña Berenguela, concierta una entrevista con Doña Teresa, primera esposa de Alfonso IX, y que desde la disolución de su matrimonio se encontraba recluida en un convento en la localidad de Valencia de Don Juan. Allí las dos reinas, sin necesidad de guerra entre hermanos llegan al siguiente acuerdo:
 
Primero: Qué las infantas renunciarían a cualquier derecho que pudieran tener a la corona y cancelarían cualquier privilegio o carta, de donación o herencia, de su padre, en este sentido.
Segundo: Qué entregarían a su hermano todas las plazas y castillos que sus caballeros tenían por ellas y absolverían a estos del pleito homenaje que le hubieren hecho.
Y tercero: Qué el rey señalaría a sus hermanas una renta fija de treintamil maravedíes de oro anuales.
 
Tras conseguirse este acuerdo, conocido como la “Concordia de Benavente”, Fernando III el Santo fue proclamado rey de León en dicha ciudad el 11 de diciembre de 1230. Ese día nació la Corona de Castilla, que unificaba los reinos de León y Castilla para siempre. Tras la ceremonia, el rey marchó hasta Santiago de Compostela, como mandaba la tradición leonesa y además así rendir un sincero homenaje ante la tumba de su padre.
 
... Continuará

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LUIS CARPIO MORAGA: POETA DE LA EXPIACIÓN Y VÍCTIMA EXPIATORIA

Luis Carpio Moraga


LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN

Por Manuel Fernández Espinosa

EL GRUPO LITERARIO “EL MADROÑO”

Es obligado que, para presentar convenientemente al escritor D. Luis Carpio Moraga, de quien haremos una breve semblanza más abajo, ofrezcamos previamente una aproximación al grupo literario en el que encontró su lugar, inspirándose en los ideales que el grupo custodiaba celosamente y que constituían el tuétano de toda su actividad intelectual y literaria, el mismo ideario por el que muchos de ellos serían martirizados en 1936-1939. La obra de Carpio Moraga en verso y en prosa es harto difícil de adquirir, pues sus libros no han sido reeditados después de la Guerra Civil. Tengo la suerte de tener en mi haber ediciones originales de algunos de estos escritores provincianos (alguno de estos libros en mi posesión tienen el valor añadido del autógrafo de su autor); merced a ello, he podido estudiar de primera mano la obra soslayada de estos poetas olvidados. Los miembros del “Grupo de El Madroño” se congregaban alrededor del que culturalmente estaba más reciamente formado y cuyo nombre era D. Francisco de Paula Ureña Navas (1871-1936). He tenido la ocasión de presentar a este gran desconocido en un breve ensayo que le dediqué a su figura y obra y que se publicó bajo el título: “La poesía en Jaén: D. Francisco de Paula Ureña Navas y el grupo literario ‘El Madroño’”. Hasta donde se me alcanza, ellos nunca se hicieron llamar como “Grupo ‘El Madroño’”, pero fue el Cortijo de ‘El Madroño’, en el término municipal de Martos, en donde tenía su señorial residencia el patriarca del grupo y donde se reunían habitualmente sus componentes, para conversar y contrastar opiniones o leerse sus manuscritos; fue por esta razón que, entre todas las denominaciones que pude acuñar, para nombrarlo, escogí el nombre del Cortijo 'El Madroño', escenario que fue testigo de las jornadas de amistad y alta cultura de aquellos hombres que laboraban por una cultura cuyo elemento era el catolicismo y su identidad, la española.

EL MENTOR DEL GRUPO: FRANCISCO DE PAULA UREÑA NAVAS

Aunque no sea el protagonista de este artículo, resulta pertinente dar unas pinceladas sobre Ureña Navas, puesto que fue el líder (pudiéramos decir que ideológico) que ejerció su autoridad intelectual sobre los miembros de este grupo de literatos, entre los que podríamos mencionar al periodista e historiador jaenero D. Vicente Montuno Morente, al poeta de Porcuna D. Eugenio Molina Ramírez de Aguilera, al poeta carlista Bernardo Ruiz Cano, de Jaén, y al personaje que aquí presentamos: el escritor marteño D. Luis Carpio Moraga.

Francisco de Paula Ureña Navas nació en Torredonjimeno (Jaén) el año 1871 y vino a abrir los ojos en el hogar de una familia bastante humilde, pero de acendrada raigambre carlista; no obstante las condiciones económicas de su familia, Ureña Navas pudo estudiar promocionado por el padrinazgo del clero local. Ureña Navas realizó sus estudios en Sevilla, licenciándose en Derecho y en Filosofía y Letras. En Sevilla tuvo que conocer al eminente polígrafo D. Francisco Rodríguez Marín que, a distancia, influirá en las preferencias literarias de Ureña Navas, así como sobre el círculo literario. Ureña Navas desempeñará el cargo de director de uno de los periódicos provinciales de mayor tirada de la primera mitad del siglo XX: “El Pueblo Católico”. Este periódico, como el mismo director, era de marcado signo tradicionalista, católico y español hasta la médula. Francisco de Paula Ureña Navas sería una de las personalidades más distinguidas del panorama cultural de Jaén: profesor durante un tiempo en el Colegio Santo Tomás de la capital del Santo Reino, periodista, crítico literario, implacable censor de las modas modernistas, escritor en prosa y poeta. Cuando era anciano, Francisco de Paula Ureña Navas huyó a Madrid con su primogénito, viendo que la situación en Jaén se enrarecía cada vez más y se convertía en peligrosa. En Madrid el viejo poeta y su hijo serían asesinados por los milicianos del Frente Popular, corriendo el año 1936: dos hijos más del poeta sería asesinados en tierras de Jaén.

Durante su vida activa y pública, Ureña Navas había congregado a un nutrido grupo de amigos (algunos de ellos alumnos suyos en el Colegio de Santo Tomás) y todos ellos descubrieron su personal vocación poética de la mano de este mentor que, gracias a su posición en la cultura provincial, pudo impulsar y apoyar la obra literaria de sus discípulos. Tal fue el caso de quien nos ocupa: D. Luis Carpio Moraga.

LUIS CARPIO MORAGA

Luis Carpio Moraga nació en Baeza el 13 de septiembre de 1884. Sin embargo, no sería su ciudad natal la ciudad de su crianza, pues todavía era muy niño cuando su familia muda su residencia y pasa a instalarse en Martos donde vivirá hasta el final de sus días. De Martos se ausentó durante una temporada para poder realizar sus estudios, pero a Martos regresó nuevamente con su titulación. En un primer momento la orientación profesional de Carpio Moraga lo condujo a formarse como procurador, pero allá por 1917 encontró su vocación literaria, pasó a colaborar con “El Pueblo Católico” así como con otras cabeceras provinciales ( díganse por caso “La Regeneración” o “Don Lope de Sosa”). El mismo Carpio Moraga confiesa ser discípulo de D. Francisco de Paula Ureña Navas y también afirma deberle a éste el impulso primero para que él se dedicara a la literatura. Carpio Moraga fue más prolífico que su Maestro y llegó a publicar novelas, obras de teatro, crítica literaria y poesía. Su labor cultural en la ciudad de Martos fue muy considerable como fundador de algunas instituciones como fueron el “Orfeón Marteño” y su proyección traspasó la provincia, estrenando sus obras dramáticas en ciudades como Zaragoza. Podemos decir que, en la primera mitad del siglo XX, Carpio Moraga fue un autor hasta cierto punto conocido y del que las hemerotecas todavía hoy podrían darnos cuenta de sus efímeros éxitos literarios; que hoy sea un absoluto desconocido para la literatura hispánica no significa que no tuviera cierta popularidad en el tiempo que le tocó vivir, aunque no fuese el mejor.

Como el resto de los miembros del “Grupo de ‘El Madroño’”, el escritor marteño se caracterizaba por sus opiniones conservadoras, sin ocultar su catolicismo y su patriotismo (que, corriendo los años, le costarían la vida). Fue Alcalde de Martos en el año 1922. En su haber figuran los siguientes títulos (puede que haya más): “Alma española” (poemario, 1919), “La fuerza del amor” (novela, 1921), “Nuevas poesías” (poemario, 1921), “Honra y amor” (obra de teatro, 1924), “Doña Isabel de Solís” (obra de teatro en verso, 1929), “Luz del alma” (poemario) y las obras dramáticas: “La vida es así”, “Conchita la deseada”, “Los sobrinos de Don Pablo”, “El conde del Santo Reino”, “En busca de la felicidad”, “El pobre y el rico”, “El soberbio y el humilde”, “El ciruelo de la civilización”, así como una colección de trabajos publicados en prensa bajo el título “Crítica literaria y artículos varios”. Uno de los pocos que han estudiado su obra ha sido D. Miguel Calvo Morillo que, gran conocedor de Martos y su historia, ha evocado la figura y obra del escritor marteño en algunos de sus artículos.

A los 51 años, D. Luis Carpio Moraga sería asesinado por las milicias frentepopulistas en las trincheras del río Salado, según todos los indicios el día 12 del mes de enero del año 1937.

ESPAÑA “DIALOGA” CON EL SIGLO XX

El poema en cuestión, el que emplearemos para notar la posición política de Carpio Moraga es una de las más recias piezas del poemario con el que debutaría en el mundo literario: “Alma española”. Este libro de poesías sería editado por la entonces celebérrima “Librería de Fernando Fé”, en Madrid, año 1918 y con prólogo del maestro del grupo: D. Francisco de Paula Ureña Navas. Es oportuno recordar que en esta “Librería de Fernando Fé” se daban a la estampa las obras literarias de la flor y nata de los escritores de la época. El poema se titula “España y el siglo XX- Diálogo” (podríamos añadir que su complemento sería otro poema publicado en el mismo poemario, titulado “La Humanidad futura”; pero preferimos centrarnos en “España y el siglo XX- Diálogo” por ser más explícito y poner a un lado “La Humanidad futura”). Ambos poemas constituyen tal vez las composiciones de más poderoso aliento poético, a la vez que ocupan, por su magnitud, varias páginas del libro, destacándose ambos sobre el conjunto total del poemario que a la postre es una colección de poesías de heterogénea calidad, entre las que abundan los poemas de temática religiosa y, a veces, moralizante, lo que hace de la obra que ésta tenga un resultado literario de calidad variable.

En el poema que concentra nuestra atención, la trama es sencilla: el Siglo XX, diríamos que casi en pañales, se encuentra con España y pregunta a ésta: “¿Por qué lloras, mujer bella?” y el joven siglo da cuenta a España de todo aquello que los siglos pasados le han dicho de las grandezas de España, de las pretéritas hazañas hispanas, de sus gloriosas proezas, de su otrora pujante dominio de los mares, ensalzándola como madre de grandes hombres de armas y de letras, como nodriza de naciones y señora del orbe. Cuando España tiene el turno de la palabra, lo hará con el magisterio de una experiencia milenaria:

LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN DE LAS SOCIEDADES

Esto responde España al Siglo XX en el poema de Carpio Moraga:

“-Tú eres joven y no sabes

Los males que Dios derrama,

Cuando su divina Ley

Es por los Pueblos truncada,

Ya que así lo exige el orden.

Las sociedades no pagan

En ultra-tumba sus culpas:

Eso queda para el alma”.

El pensamiento que aquí expresa España, por medio de la prosopopeya, tiene una larga tradición que podríamos ir a buscar en el Antiguo Testamento, pero con más certidumbre es el pensamiento tradicionalista español más reciente a Carpio Moraga el que está aquí latente, pronunciado por esa España que, en alegoría de bella mujer, está de vuelta de las peripecias de la Historia. España reclama la atención del joven Siglo XX para que contemple la catástrofe que se está desarrollando en esos años: la Primera Guerra Mundial, entendiéndola como un castigo divino por la desmedida ambición de las naciones contendientes.

Sin embargo, como digo, el pensamiento enunciado, a saber: que las sociedades, al no tener alma como los individuos, tienen que expiar sus pecados sobre la tierra; esa idea matriz tiene nobilísimos antecesores. Es el mismo pensamiento que Juan Vázquez de Mella expresará en un artículo publicado en “El Pensamiento Español” (enero de 1920, aproximadamente un año después de la publicación de este poema):

“Si los pueblos tuvieran alma subsistente e inmortal, como los individuos, encontrarían en una vida futura el galardón de su méritos y la pena de sus delitos, pero como viven y mueren en el tiempo, en la tierra reciben las recompensas y los castigos. Y como Dios sería injusto, y la ley moral mentiría, si quedase la maldad sin pena, por eso los delitos sociales son castigados con catástrofes y las civilizaciones corrompidas con barbaries”.

(Juan Vázquez de Mella, “Los peligros de las dos barbaries”).

Sería ir muy lejos aseverar que Vázquez de Mella se inspirara en estos versos de Carpio Moraga para tan magistral fragmento; con probabilidad, Vázquez de Mella tal vez no leyera nunca a Carpio Moraga. Pero es mucho más sencillo encontrar la razón que tanto los asemeja: tanto el poeta marteño como el egregio tribuno, tuvieron la misma fuente de inspiración para sus versos y sus frases respectivamente. Esa inspiración está en la obra filosófica de Juan Donoso Cortés y, para ser más exactos, la encontramos en las “Cartas de París”.

Las “Cartas de París” componen una colección epistolar con destino a su publicación periodística, correspondencia enviada por Donoso Cortés desde la capital francesa a España, para ser publicadas en el periódico “El Heraldo”, en cuyas páginas verían la luz los días 24 y 31 de julio; 6, 12, 20 y 31 de agosto; 3, 10 y 20 de septiembre; y 4, 8 y 20 de octubre del año 1842. En ellas el filósofo de la historia y de la política aborda (según declara él mismo en correspondencia privada) cuestiones varias en calidad de comentarista, más que como teórico doctrinal. En la carta del 10 de septiembre, Donoso Cortés afirma, entre otras cosas, lo que entiendo que sería la idea-madre que compartirán y reformularán el poeta del “Grupo ‘El Madroño’” y el Verbo de la Tradición: lo que pudiera llamarse cabalmente unos esbozos de la Doctrina de la Expiación, según Donoso Cortés:

“La expiación es la ley del universo, es la condición esencial de la perfección humana” –sentencia Donoso Cortés, para más abajo afirmar:

“Si hay una expiación para las sociedades, como para el hombre, esa expiación está simbolizada por la guerra necesariamente, y lo está porque la guerra, tomada en su sentido más general y más lato, en su sentido más filosófico, es para la sociedad lo que para los individuos las dolencias y las pasiones”.

Esto es: las sociedades purgan sus culpas en este mundo a través de catástrofes, invadidas por bárbaros y asoladas por hordas que castigan el desvío de la sociedad corrompida, puesto que para la sociedad no puede haber “infierno” donde pagar las penas por sus delitos y pecados. En versos de Carpio Moraga, recordemóslos:

“Las sociedades no pagan

En ultra-tumba sus culpas:

Eso queda para el alma”.

La doctrina tradicionalista de la Expiación es la que justifica teológicamente la profusión de los Templos Expiatorios que se empezaron a erigir en toda la Cristiandad. Muchas organizaciones católicas de todo el mundo impulsaron con este argumento tradicionalista las iniciativas que se plasmarían en los Templos Expiatorios de la Sagrada Familia y el del Sagrado Corazón en el Tibidabo (ambos en Barcelona, España) o en México, como son: el del Sagrado Corazón de Jesús en Ciudad de León (Guanajuato) y su homónimo de la ciudad de Zamora de Hidalgo (Michoacán), el del Santísimo Sacramento en Guadalajara (Jalisco) y el de Cristo Rey de la Ciudad de México (Distrito Federal).

Las especulaciones que ensaya Donoso Cortés sobre la Expiación son, sin ningún género de duda, tributarias del pensamiento de Joseph de Maistre, aunque tampoco podemos descartar la influencia que sobre el pensador español ejercería, en este aspecto, la filosofía del francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847).

Maistre sostenía, como bien lo resume el P. Teófilo Urdanoz (O.P.) en su “Historia de la Filosofía” (tomo IV), que: “Los pueblos deben expiar sus crímenes e injusticias mediante el sacrificio de muchos inocentes para ser regenerados de su degradación”. En “Las Veladas de San Petersburgo” y en “Aclaraciones sobre los sacrificios” del Conde saboyano podríamos encontrar muchas citas. Por otra parte, el susomentado Pierre-Simon Ballanche es otro filósofo decimonónico, tan olvidado en los manuales de Historia de la Filosofía como Luis Carpio Moraga lo está en los manuales de Literatura española. Ballanche fue amigo de Chateaubriand y asiduo tertuliano del famoso Salón de Madame Récamier. Ballanche era sobradamente conocido en los cenáculos legitimistas de Francia y su filosofía fue inspiración para muchas personalidades del Arte, la Literatura y la Música del XIX y principios del XX. Las influencias de Ballanche pueden hallarse en la concepción de algunas obras musicales de los compositores Franz Liszt y Richard Wagner. Su filosofía la expuso Ballanche en varias obras que gozaron del aplauso del público contemporáneo, aunque el núcleo del pensamiento que nos concierne fue expuesto en “La Ville des expiations” (La Ciudad de las Expiaciones). Al igual que Donoso Cortés, Ballanche había descubierto a Giambattista Vico y sobre la noción de “corsi e ricorsi” montó el pensador lionés su filosofía de la palingenesia social; aunque Ballanche discrepaba de las bases filosóficas de Vico al confundir lo histórico con lo religioso. El dogma principal de la filosofía de Ballanche consiste en afirmar la caída y la rehabilitación que explicarían la sucesión de los destinos humanos y su desarrollo bajo la forma de reanudaciones sucesivas, donde cada recomenzar va precedido por una prueba que es una expiación. En la filosofía de Ballanche, según nuestro Marcelino Menéndez y Pelayo, “se manifiestan las doctrinas expiatorias de Saint-Martin y José de Maistre, las teorías palingenésicas del ginebrino Bonnet”: así como ciertos elementos inquietantes del martinismo que el filósofo católico adoptó sin conciencia de entrar en un terreno problemático para la ortodoxia. (Menéndez y Pelayo, “Historia de las Ideas Estéticas en España”). El mismo Menéndez y Pelayo caracterizó al filósofo francés como “poeta de la metafísica”, sin regatearle la grandeza de sus intuiciones, pese a la heterodoxia implícita procedente del martinismo.

Es inconcebible que Donoso Cortés no conociera de primera mano la obra de Ballanche, habida cuenta de que el Marqués de Valdegamas vivía en París cuando la filosofía de Ballanche estaba afianzada en el sector de los monárquicos, además de eso el español alternaba con la elite política e intelectual francesa de aquel entonces en su condición de embajador español en París, lo que hace posible que Donoso Cortés incluso llegara a conocer personalmente al autor de “La Ville des expiations”. En este sentido, no podemos dejar de recordar aquellas frases terminantes que el extremeño pone como colofón a su monumental “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”, cuando el insigne pensador español escribe las palabras finales, con la unción de quien graba una lápida admonitoria:

“…lo que no ha visto ni verá el mundo es que el hombre, que huye del orden por la puerta del pecado, no vuelva a entrar en él por la [puerta] de la pena, esa mensajera de Dios que alcanza a todos con sus mensajes”.

En estos renglones está contenida toda la doctrina donosiana en torno a la expiación que, como hemos apuntado más arriba, está inspirada en la filosofía contra-revolucionaria de los tradicionalistas Maistre y Ballanche. Y en esta grave y severísima filosofía que considera inexorable la expiación es donde hallan su fuente principal tantos discursos de los oradores más preclaros del tradicionalismo español, así como los humildes y olvidados versos de Carpio Moraga.

El poema “España y el siglo XX- Diálogo” es, como hemos dicho en los preliminares de este artículo, bastante extenso. Por eso no ha quedado agotado para nuestra consideración y por eso volveremos sobre él por el interés que presenta para algunos otros asuntos que consideraremos próximamente. En este primer aproche hemos trazado la genealogía ideológica de esos versos que hemos comentado. En próximos artículos sobre Carpio Moraga trataremos de escrutar en la opinión política que éste sostuvo frente a la Primera Guerra Mundial.

BIBLIOGRAFÍA:
Manuel Fernández Espinosa, "La poesía en Jaén: D. Francisco de Paula Ureña Navas y el Grupo Literario "El Madroño"", Giennium: revista de estudios e investigación de la Diócesis de Jaén, ISSN 1139-3513, Vol. 11, 2008, págs. 169-210.
Luis Gómez López, "El descubrimiento de Francisco de Paula Ureña Navas", El Blog de Cassia.
Rufino Peinado, "Grupo Literario tradicionalista en Jaén", SANTO REINO TRADICIONALISTA.