RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 12 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA

 
 
El día 25 de octubre D. Luis Castillo dio una conferencia sobre la figura de Ramiro Ledesma Ramos ante un público que escuchó con grandísima atención la misma. Llama poderosamente la atención que en nuestros días, aunque sea en círculos pequeños, siga teniendo interés una figura nacida a principios del siglo XX y que hoy nos puede parecer lejana.
 
 
 
 
Por Luis Castillo 

La realidad es que Ledesma Ramos fue el principal teórico de una ideología que supuestamente fue el armazón de un régimen -más de forma propagandística y externa que real, no nos engañemos- y que hoy de dicho legado no queda absolutamente nada en nuestra nación. Muchos de los llamados "joseantonianos" -que al igual que "ramirista" no significa nada- se tirarán de los pelos por considerar a Ramiro como el gran teórico del nacionalsindicalismo. Sencillamente Ramiro puso la letra y José Antonio la música de la Falange. No puede entenderse el nacionalsindicalismo el uno sin el otro. Ambos tenían una serie de cualidades excelentes y otras de las que carecían, por lo que se complementaron mutuamente.
 
La serie de artículos que acompañarán a este en realidad no tienen la intención de hacer un bosquejo biográfico del filósofo zamorano. Para eso recomendamos las biografías de Sánchez Diana, Tomás Borrás, Cuadrado Costa -demasiado hagiográficas- o la más reciente de Ferrán Gallego -la más objetiva a nuestro entender-. Se pretende aquí desgranar la gran obra doctrinal y política que dejó Ledesma para la posteridad: "Discurso a las Juventudes de España". La que es quizás, junto a "Los valores morales del nacionalsindicalismo" (1941) de Pedro Laín Entralgo, la única gran obra de significación nacionalsindicalista de calado.
 
Vayamos, pues, al tajo. Ledesma escribe el "Discurso" en mayo de 1935 cuando ya ha dejado de figurar políticamente en lo que se ha denominado el "fascismo español". Su enfrentamiento con José Antonio Primo de Rivera desde fines de 1934 hasta enero de 1935 -cuando se escinde con unas decenas de jonsistas de FE de las JONS- supuso para él su muerte como posible líder del movimiento político. Quedó prácticamente solo, aislado, pues la materia prima que pretendía llevarse consigo al final acabó quedándose con José Antonio pese a las dudas iniciales de muchos. Fundó un semanario llamado "La Patria libre" -duró escasamente dos meses- y apoyó la fundación de una nueva organización en Barcelona formada por antiguos jonsistas que abandonaron Falange con él -el Partido Español Nacional Sindicalista (PENS)- para resucitar el espíritu de las JONS primigenias. Fue un auténtico fiasco. Era la lucha por el poder para dominar el movimiento fascista en España y la batalla la ganó Primo de Rivera. Aun así, como señaló Ximénez de Sandoval en su "José Antonio. Biografía apasionada" relata que "José Antonio admiraba el talento clarísimo de Ledesma Ramos -a mí personalmente me dio a leer el Discurso a las juventudes de España, publicado un año después de su expulsión (sic), encomiando su claridad y vigor- (...)". Pero no solo eso. "Discurso a las Juventudes de España" es uno de los libros de cabecera de los falangistas durante la guerra civil y la inmediata posguerra pese a que la jerarquía eclesiástica -argumentando pasajes anticlericales- trató de sepultarlo. Ya hablaremos de todo esto en las siguientes entregas.
 
Se ha utilizado anteriormente la palabra “fascista”. Sí -tápense los oídos a quienes les produzca urticaria la palabra convertida hoy en insulto universal- porque es así. A Ledesma solo puede entendérsele desde una perspectiva fascista, pues es hijo de aquellos años en los que el mundo creía que el comunismo y los "fascismos" eran las alternativas a las decadentes democracias occidentales. Ledesma apuesta por un modelo de Estado similar al italiano, pero absolutamente hispánico y con una mayor dinámica social que la ensayada en el país vecino. No tenía por objeto plagiar a Mussolini y al fascismo italiano hasta en los gestos y poses del Duce sino buscar una vía nacional y netamente española, fiel a nuestra tradición y nuestra cultura, sin mimetismos de opereta. Las imitaciones torticeras y sin originalidad las atacó Ledesma con saña siempre.
 
Algunos personajes "víctimas" de dichos ataques fueron el británico Mosley o austriaco Starhemberg. Ledesma creía necesario crear una base para entender los problemas de los años 30, la situación española y los fenómenos internacionales. Había que ser fieles a nuestra españolidad y Ledesma se puso el mono de trabajo para buscar esa senda.
 
El “Discurso" no puede comprenderse sin la impronta idealista de Fichte en Ledesma. Fichte en 1808 publicó "Discursos a la Nación alemana" durante la ocupación francesa, cuyo objeto consistió en enarbolar la bandera de un nacionalismo alemán y la resurrección del sentimiento patriótico. Ledesma había estado muy influido por la filosofía germana. No obstante había estudiado y traducido a Hegel, Nietzsche, Heidegger -del que fue uno de sus primerísimos introductores en España- o el propio Fichte aprendiendo para ello de forma autodidacta el idioma alemán. Como este, Ledesma creía vital de necesidad la creación de un movimiento de liberación nacional y en el Discurso están muchas de esas claves.
 
Johann Gottlieb Fichte
Trataremos la obra ledesmiana en varios bloques para que su entendimiento sea lo más claro y resumido posible y así comprender a nuestro personaje.
 
 
“¿Qué tenemos ante la vista?” es como titula Ledesma este primer capítulo del "Discurso". Pretende ni más ni menos que observar cual es la situación histórica española y explicar el porqué nuestra Patria llegó a los años treinta del siglo pasado prácticamente a la intemperie y al borde de la autodestrucción.
 
Ledesma tritura la crítica. La considera infecunda y limitada, aunque quizás es necesaria hasta un cierto punto. No quiere caer en el error de la generación del 98, donde el exceso de crítica llevó al pesimismo y sumió al país en un estado psicológico del que no habíamos podido levantarnos. Para ello trata de una forma magistral lo que ha sido el pasado español desde la reunificación nacional de los Reyes Católicos hasta los años de la Segunda República. Esta parte histórica del Discurso es fundamental para entender los motivos por los que Ledesma tomó ciertos derroteros en su lucha política.
 
Cree que España lleva doscientos años buscando la mejor forma de morir. Señala que no es hora de buscar los enemigos del pasado ni los gobernantes que nos han postrado sino en descubrir los hombres, los hechos y las ideas para regenerar la nación en 1935. Considera ilícito recostarse en las glorias del pasado, señala que hemos tenido como Patria jornadas triunfales y desplomes ruinosos y que tanto vitorear los primeros como llorar los segundos en la hora crucial que vive España es absolutamente peligroso. Esto le lleva a pedir a los patriotas que se echen sobre las espaldas toda la historia de España, hacerse responsable de la misma y aceptarla en su integridad.
 
Para él España culmina a mediados del siglo XVI. ¡¡¡Esa es su aseveración!!! Desde luego muy osada, pero su argumentación tiene una gran parte de verdad. España había logrado la unidad nacional, descubierto América y realizado gran parte de la conquista y todo ello, según él, fue a base de dos ingredientes: la fe religiosa -o sea, el catolicismo- y el Imperio. Gracias al catolicismo se hacían sólidas las conquistas y se lograba nacionalizar a los nuevos súbditos para edificar nuestra gran obra.
 
Ledesma dice taxativamente que nadie en la historia ha igualado a la España que va desde 1492 a 1588. En su opinión es una revolución en toda regla. Exalta la figura del Emperador Carlos pese a traer algunos componentes extraños consigo. Esto le hace entender el recelo de los comuneros de Castilla, aunque los desautoriza considerando que sin Carlos V el siglo XVI español no hubiera podido haber civilizado la mitad del orbe y se hubiera frustrado nuestra tarea.
 
Pero España en un momento determinado cae verticalmente. Señala al siglo XVII como esa ruta descensional. Considera que esa decadencia afectó a la Monarquía y a la Iglesia y que ello se contagió en gran parte al pueblo español, lo que ha llevado a un apartamiento real de España en la historia. Pero dice que no es decadencia quizás el vocablo que haya que utilizar para la España del XVII sino el de vencido. Vencidos por imperios rivales. Establece claramente quienes son: Inglaterra y la Reforma. Ante esto Ledesma, con un patriotismo acerado, dice sin rubor "¿Pero se le ocurrirá a alguien la actitud criminal de darle la razón a los vencedores?" Él le da la razón a España. No consume la "Leyenda Negra", pero considera que España perdió la ocasión de liderar al mundo en la tarea de ser "el pueblo impulsor de la revolución económica que ya se preveía".
 
Ledesma no fue creyente y siempre anduvo en una posición agnóstica, aunque según el Padre Villares –preso con él en el penal de Ventas- abrazó el catolicismo poco antes de su ejecución. No hay que ocultar ni para bien ni para mal esta postura del personaje. No obstante considera que la Iglesia Católica cumplió una misión trascendental para España. Gracias al Concilio de Trento y a las batallas ganadas con la cruz por nuestra Patria el catolicismo ha sobrevivido en Occidente. Es decir, reconoce como vital la aportación religiosa a nuestra gloria imperial en aquellos años y que sin España el continente europeo sería una serie de taifas más o menos cristianos.
 
Insiste que España fue vencida, pero solo es vencido quien lucha y eso nos distingue como pueblo del desertor o el cobarde. El Imperio fue dilapidado, España ha permanecido sentada viendo como el mundo se desarrollaba en un signo u otro. Explica que desde el XVI solo puede reseñarse como un hito la Guerra de la Independencia frente al ejército más poderoso de Europa, pero que empezó a correr el peligro de nuestra balcanización en el siglo XVII de forma planificada por Europa -caso de la presión de Francia sobre Cataluña- y que salvar nuestra unidad es lo único victorioso que podría destacarse, si bien echa de menos la no asimilación de Portugal y la vergüenza de Gibraltar por el imperialismo inglés.
 
Pero para Ledesma el gran siglo perdido por España es el XIX. La Guerra de la Independencia pudo significar un punto de inflexión. No fue así y en su opinión España pierde el tiempo en luchas estériles: la de la España tradicional frente a la España liberal.
 
Considera que no son las pugnas entre tradicionalistas y liberales luchas políticas sino religiosas llevadas al plano político. Católicos frente a no-católicos. Clericales frente anticlericales. Los unos en una actitud absolutamente estática y defensiva; los otros enredados en absurdos doctrinarismos que rozaban la traición a la Patria.
 
Cree que después de que ninguna de ambas tendencias hubiera logrado su victoria plena sobre la otra habría que haberlas expulsado del panorama político. Es sencilla esta afirmación de Ledesma. Mientras el resto de Europa tenía una ruta, acertada o equivocada, en España nos habíamos desangrado por nada. Perdíamos el tiempo. Tanto la España tradicional como la subversiva-liberal defendieron parcialidades. Ledesma señala solo una cosa buena de ambos contrincantes: los tradicionalistas querían ser la reserva del Imperio perdido y los liberales -más a través de los militares, los llamamos espadones, que de los políticos civiles- tenían un fuerte sentido de la unidad de España. Poco más, en su opinión, había que rascar.
 
Este estéril y fracasado siglo XIX desembocó en la Restauración. Era su consecuencia natural. Es cierto que Ledesma reconoce que la Monarquía alfonsina logra un sentido de la unidad nacional y una política militar a través de la expansión en Marruecos. Maura lucha contra la corrupción y el caciquismo de forma sincera. Asimismo se emprende una tímida industrialización del país. Pero los políticos de la Restauración adolecen de la falta de pulso. Además los herederos revolucionarios del XIX socavaron el nuevo espíritu militar, azuzaron el separatismo, fueron derrotistas en Marruecos y abominaron de toda idea nacional. Asimismo aparecieron movimientos proletarios con formas clasistas que iban en la misma dirección.
 
España vive una situación caótica en 1923 y el Rey apela al Ejército para salvar la situación. Recurre a Primo de Rivera pero este procedía, pese a su buena voluntad, del seno mismo del Estado y no de una realidad nacional profunda. Aun así Ledesma destaca que la dictadura industrializa el país, logra la casi unanimidad del pueblo, un auge económico verdadero... pero no ha ido al fondo de los problemas de España. Considera que no ha hecho una reforma agraria necesaria, se ha olvidado por completo de las juventudes para extraer de ellas un sentido patriótico y ha establecido siete años de paz. La salida de Primo de Rivera y la llegada de Berenguer supuso el fin de la Restauración, su puntilla. No daba para más un régimen que había durado medio siglo.
 
Ledesma finaliza esta parte del Discurso con la Segunda República. Considera que los hombres que han llegado al poder con el advenimiento del 14 de abril no han superado las pugnas del XIX, no representan una aurora nacional nueva. Las masas españolas, pese a que mayoritariamente han saludado de buena gana a la República, se han mantenido al margen una vez más. Señala Ledesma que el 14 de abril es "el fin de un proceso histórico, no la inauguración de uno nuevo". Es la oportunidad perdida de una Revolución Nacional que necesita España a gritos. Ledesma observa que el fracaso del 14 de abril es extranjerizante, escasamente nacional, portadora de todos los defectos de la España decimonónica. Puro continuismo en definitiva.
 
Para él el 14 de abril debería haber representado la unidad de todo el pueblo frente al separatismo vasco y catalán, la creación de un ejército fuerte y poderoso, el culto a la Patria, la liberación de los campesinos frente a la opresión de los terratenientes, un plan nacional que industrializara la nación entera -sobre todo en la electricidad y la siderurgia-, una política demográfica que tuviera por objeto duplicar la población, la nacionalización de los servicios públicos esenciales y una política internacional de "independencia arisca" frente a Inglaterra y Francia. Eso hubiera sido una revolución y no la pantomima que supuso el 14 de abril.
 
 
Esto es lo que lleva a Ledesma considerar los últimos cien años de la historia de España como "gran pirámide egipcia de fracasos".
 
Como puede verse el fundador del nacionalsindicalismo no se dedica a loar el Imperio y a llorar que España sea en 1935 una potencia de segundo o tercer rango. Analiza, busca soluciones, mete el dedo en la llaga, no se rinde. Cree que hay posibilidades del recobro de nuestra grandeza. Pero hay que adoptar un nuevo rumbo. España no puede seguir atrapada en las luchas del XIX. Entiende que solo la vía revolucionaria puede traernos esa deseada solución, pero no cualquier revolución como en las próximas entregas desvelaremos.
 
 
Continuará...
 
Retrato de Ramiro Ledesma Ramos, obra del pintor zamorano Santos Tuda (1942)

1 comentario:

  1. Excelente discurso, solo algunas precisiones, las dos grandes enfermedades venereas que aniquilaron el Imperio espanol y una puede considerarse consecuencia de la otra, fueron el "afrancesamiento borbonico" del Siglo XVIII que solo le trajo inconvenientes a Espana y ventajas a Ingleterra y el liberalismo masonico del XIX que fomento las guerras de independencia en Hispanoamerica y convirtio en plaza sitiada con gobierno despotico a la unica posesion que se mantuvo siempre ligada a la peninsula: "la siempre fiel isla de Cuba"

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