RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 30 de marzo de 2017

EL LIBERALISMO Y LA ENSEÑANZA PÚBLICA


CONTRADICCIONES DEL LIBERALISMO

 Manuel Fernández Espinosa

Asistimos en nuestro tiempo a una campaña, instigada por colectivos muy interesados en ello, que pugna por suprimir la enseñanza concertada y amenaza a la privada en España. Se pretende reclutar a toda la comunidad educativa de la Enseñanza Pública (alumnos, profesores, padres y otros servicios) para combatir a la concertada, darle la batalla hasta suprimirla. Y es cierto, sí, que en la enseñanza concertada y privada, como en todo lo humano, hay muchísimas cosas que mejorar, pero la saña con la que algunas organizaciones atacan a estas modalidades educativas nos parece desproporcionada. 

Quieren algunos ver aquí un ataque dirigido por las centrales de la izquierda política, incluso de la extrema izquierda. Y no falta razón, pero acusar a la extrema izquierda de esto se convierte (como todo lo que hace la izquierda oficial y, sobre todo, la extrema izquierda) en la justificación de la derecha liberal, representada por el PP que, al final, recibe los beneficios de todas las pataletas que monta la izquierda progre y globalista. Al igual que la ideología del PP consiste en no tener ninguna ideología, la estrategia del PP consiste en no tener ninguna estrategia: se ha vuelto un chiste, pero que Rajoy apenas se mueva no es un chiste... Es una evidencia. La hostilidad que la extrema izquierda muestra contra la Iglesia Católica y todo lo relacionado con ella (desde la Misa de la 2 hasta los centros concertados religiosos) sirve en bandeja al PP los votos de todos aquellos católicos que se sienten ofendidos por la intemperancia de una izquierda progre que lo que menos le importa es la lucha obrera, pues tiene otras "causas" que defender. Y así, el PP, lo menos católico que pueda ponerse sobre la mesa, termina saliéndose con la suya, comicio tras comicio, concentrando el voto cautivo de los católicos del mal menor.

En el fondo, esta etapa del proceso, no puede comprenderse sin hacernos cargo de la profunda inconsistencia del liberalismo, del cual derivan en última instancia las posturas más extremistas de la izquierda global. Esa inconsistencia lo es debido a la propia naturaleza del fenómeno liberal, pues como bien supo expresarlo Oscar Stillich, el liberalismo no equivale -aunque muchas veces se presente así- a "mostrarse tolerante frente a todas las convicciones, sino por el contrario, mostrarse intolerante frente a todo juicio no basado en la razón" ("Die politischen Parteien in Deutschland, II: Der Liberalismus", Leipzig, 1963.)

No vale engañarse. Esta intolerancia del liberalismo le es intrínseca y se aplica siempre en función de la coyuntura, atendiendo a sus intereses, intereses que confunde con lo más sagrado para él, la Razón. Otro asunto en el que no voy a detenerme es que, hoy, esa razón moderna que el liberalismo invoca se haya convertido en un discurso insuficiente, como ponen de manifiesto ensayos tan lúcidos como "La insuficiencia del discurso racional" de mi amigo Laureano Luna.

Vamos a ver algunos momentos estelares de las contradicciones del liberalismo en política educativa. Para eso, nada mejor que remontarnos al siglo XIX. La filosofía que en ese tiempo y hasta la II República cumplió con la tarea de demoler las estructuras docentes del Antiguo Régimen en España fue el krausismo. Y a él hay que remitirse, para comprender mejor la estrategia que siempre ha aplicado el liberalismo (y sus derivados) que no es otra que la del "Donde dije digo, digo Diego": una modalidad del relativismo.

Menéndez Pelayo arremetió contra los krausistas con una inusitada animadversión no exenta de repugnancia personal: "Porque los krausistas -escribía- han sido más que una escuela, han sido una logia, una sociedad de socorros mutuos, una tribu, un círculo de alumbrados, algo, en suma, tenebroso y repugnante a toda alma independiente y aborrecedora de trampantojos. Se ayudaban y se protegían unos a otros; cuando mandaban, se repartían las cátedras como botín conquistado; todos hablaban igual, todos vestían igual, todos se parecían en su aspecto exterior; todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica y diaria; siempre en su papel, siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto. Sólo así podían hacerse merecedores de que el hierofante les confiriese el tirso en la sagrada iniciación arcana". 

Las estampas que de los krausistas nos ofrece Menéndez Pelayo no pueden ser entendidas sin tener una idea de los años de formación de Menéndez Pelayo. El eminente polígrafo detectó en los discursos de sus profesores krausistas una insustancialidad con la que no podía acordarse y los problemas que tuvo con sus profesores, desde su pupitre de alumno, no pueden soslayarse tampoco. A esto, también -estará claro para quien tenga una mínima noción de filosofía- habría que añadirle la heterodoxia que desprendía la doctrina krausista, con su "panenteísmo" imposible de conciliar con el catolicismo. Pero, además de todo eso, una de las creencias que Menéndez Pelayo acuñó sobre la recepción del krausismo en España fue que el krausismo había llegado aquí como por azar y esa tesis se extendió, convirtiéndose prácticamente en una opinión generalizada en el mundo intelectual español (que, por reducido que esté, existe todavía a duras penas). Esta creencia supone que el krausismo llegó aquí, escogido al albur por Sanz del Río (que lo mismo hubiera podido traer el hegelianismo que cualquier otra filosofía alemana) y ha sido suscrita por Elías de Tejada, Eloy Terrón o Ricardo de la Cierva y, lo confieso, por mí mismo en el pasado. No obstante, es hora de comprender que las cosas no fueron tan fáciles como ir a Alemania y, a manera de bazar, traerse a España una filosofía de entre todas las que allí bullían en el siglo XIX.

José Luis Abellán, en "La cultura en España" (año 1971), con mayor perspectiva histórica, da razón de la propagación del krausismo en España, éste no habría llegado a España azarosamente, sino que la filosofía krausista "viene determinada por la necesidad de una dinámica social que exige dicha implantación (...) a través de la filosofía del derecho, por ser precisamente las cuestiones de la propiedad del poder político y de la organización social los que de un modo más vivo interesaban". Escoger el krausismo de entre las filosofías alemanas venía dictado por intereses sociales de clase, para dotarse de una ideología con la que competir con la ortodoxia dominante en España que todavía la imponía la Iglesia Católica. Fueron las "necesidades nacionales" las que dictaron que, de entre todos los productos filosóficos, el krausismo viniera aquí para dotar a los liberales de un cañamazo de ideas con las que combatir metapolíticamente la hegemonía del catolicismo tradicional. Y, en cuanto a las "necesidades nacionales" que se invocaban, Elías Díaz (en "La filosofía social del krausismo español") lo deja bien claro al mostrar que Julián Sanz del Río, el introductor de esta filosofía en España, confundía las "necesidades nacionales" con las necesidades de la burguesía progresista liberal del momento, esto es: con su clase social.

En efecto, las especulaciones metafísicas de Krause quedaron reservadas a los iniciados, pero lo que más interesó del krausismo fue su concepción del derecho. Así, Francisco Giner de los Ríos había escrito en 1875 "Estudios jurídicos y políticos" y en 1877, Gumersindo de Azcárate, "El self-goverment y la monarquía doctrinaria", introduciendo las ideas de Ahrens y Tiberghien. Empezó así a empaparse nuestra política de ideas krausistas, pero el plano donde más actuarían los krausistas sería en la educación. Para comprender su esencia liberal hay que verlos en acción.

Con la Revolución de 1868, Ruiz Zorrilla decreta el libre ejercicio de la enseñanza en todos sus grados. La revolución estalló en septiembre de 1868 y el decreto es de la segunda mitad de octubre de ese mismo año. Urgía arrebatar al Estado el monopolio de la Enseñanza que, debido al Concordato con la Santa Sede de 1851, concedía a la Iglesia Católica el derecho a fiscalizar la enseñanza tanto de los colegios religiosos como de las escuelas públicas (Ley Moyano de 1857); por esto, los progresistas -y al frente de ellos, los krausistas- se empeñan en una lucha sin cuartel por, nada más y nada menos, que la supresión de la enseñanza pública.

"La supresión de la enseñanza pública es, por consiguiente, el ideal al que debemos aproximarnos, haciendo posible su realización en un porvenir no muy lejano" (citado en "Breve historia de la Institución Libre de Enseñanza", de Antonio Jiménez-Landi Martínez, pág. 68). 

Expliquémoslo, por si no se ha entendido: los ilustres antecesores de quienes hoy -en 2017- defienden la Enseñanza Pública con una beligerancia (digna de mejor causa) contra la Enseñanza Concertada o Privada, son los mismos que en 1868 pretendían SUPRIMIR la Enseñanza Pública, dando curso libre a la implantación de centros docentes (en todos sus grados) por iniciativa privada; y no olvidemos que, en aquel tiempo, la iniciativa privada podía venir sólo de las clases burguesas de ideología liberal progresista. La medida como tal no oculta su espíritu liberal: fomentar la oferta docente, al margen de la iniciativa eclesial y estatal. Pero, para comprender toda la malignidad y felonía del liberalismo, vayamos a Ortega y Gasset que (aunque no necesita presentación y no puede decirse que fuese un krausista, participa del mismo espíritu), así es como, pasadas unas décadas, en 1910, Ortega no tiene ningún recato en afirmar que: "No compete, pues, a la familia ese presunto derecho de educar a los hijos: la sociedad es la única educadora, como es la sociedad único fin de la educación" ("La pedagogía social como programa político"); esto significa nada más y nada menos que despojar a la familia del derecho a la educación de sus hijos, según las creencias religiosas o ideológicas de la familia.

Pero, entonces, ¿qué es lo que quieren los liberales?, ¿acabar con la enseñanza pública para que haya libertad favoreciendo la iniciativa privada y la pluralidad?, ¿acabar con la enseñanza concertada para que el Estado y sólo el Estado se ocupe de educar a los niños?, ¿pero no eran los liberales los paladines de la iniciativa privada?

Me parece que, si se me ha seguido, está claro: 

Cuando el Estado no es suyo, contra el Estado y lo Público. 

Cuando el Estado es suyo, contra la Sociedad y la Familia. 

lunes, 20 de marzo de 2017

LA CIUDADANÍA ESPAÑOLA, DEVALUADA



RECONQUISTA DE NUESTRA CIUDADANÍA

Manuel Fernández Espinosa

Uno de los asuntos más serios y problemáticos que una sociedad puede afrontar es la definición de "ciudadano". Y toda definición comporta, aunque en negativo, una exclusión: no todo ser humano puede ser ciudadano de éste país o del otro y, si todo el mundo lo es, es que ser ciudadano no tiene ningún valor. La tontería esa de que no hay fronteras y nadie es extranjero en ninguna parte sólo la pueden creer y sostener sentimentales imbéciles o desaprensivos sectarios. Si todo el mundo, independientemente de su naturaleza, puede acceder a los derechos de ciudadano de un país x, es que la ciudadanía del país x no vale un bledo. 

Vayamos a la democracia ateniense, que se alega como modelo de democracia, a la vez que se desconocen y desprecian sus aspectos menos políticamente correctos, por no interesar a los demagogos actuales. En Atenas había "metecos" que no eran simplemente "extranjeros", sino que eran "extranjeros" que habían establecido de un modo permanente su residencia en la "polis" (un extranjero de paso, un transeúnte, no se consideraba "meteco"): "Los extranjeros residentes en la ciudad, los metecos, formaban un sector de la población con ciertas libertades y derechos legales, y con gran importancia económica; pero sin representación política" -nos recuerda Carlos García Gual.

Etimológicamente, "meteco" no trae consigo ninguna connotación peyorativa y en ese sentido etimológico sería conveniente recuperar el término. Meteco venía de "métoikos": el que cambia de residencia. Aristóteles, meteco él mismo, aborda el asunto en su "Política" y se hace eco del problema que implica que algunos metecos fuesen admitidos a la ciudadanía tras una revolución, recordando a los extranjeros residentes a los cuales Clístenes concedió tal título de ciudadanía. El Estagirita es claro: "Pero la discusión respecto a éstos no es quién es ciudadano, sino si lo es justa o injustamente. Aunque también uno podría preguntarse esto: ¿si alguien es ciudadano injustamente, no dejará de ser ciudadano, en la idea de que lo injusto equivale a lo falso? Pero, una vez que vemos que algunos gobiernan injustamente, y el ciudadano ha sido definido por cierto ejercicio del poder (pues, como hemos dicho, el que participa de tal poder es ciudadano), es evidente que hay que llamar ciudadanos también a éstos".

La cuestión se establece, por tanto, en que es ciudadano el que de alguna forma "participa del poder", con o sin título de ciudadanía, justa o injustamente adquirido. La actualidad española ofrece muchos ejemplos lacerantes de lo que estamos diciendo aquí, sin que parezca importarle a nadie en la inconsciencia general. En Cataluña, por ejemplo, el nacionalismo catalán, establecido en las instituciones, viene empleando a colectivos de inmigrantes para sus propios fines: así, en el año 2010, ya vimos cooperar a estos colectivos con el poder separatista, puesto que las cifras con que son subvencionadas diversas asociaciones metecas revela quiénes -y cómo- dirigen estas maniobras (ver noticia Inmigrantes subvencionados.) También vemos a estos metecos en fotografías, apoyando el proceso secesionista catalán con más afán que muchos payeses. ¿Tienen derecho? Vemos que, en caso de no tenerlo legalmente, ejercen "realmente" esos derechos sin que las instituciones del Estado les cuestione tal intrusión en nuestros asuntos nacionales ni tampoco se establezcan correctivos.

¿Qué es lo que ha pasado aquí? Más allá de lo anecdótico, lo que tenemos ante nosotros es, por muchas y complejas razones, una evidente disolución del concepto de "ciudadano español". La dejadez del Estado en estas cuestiones acarrea que se dé la contradicción de que, mientras que se exaltan los derechos del ciudadano (manida retórica liberalesca y caduca), eso de "ciudadano español", por mucho que puede estar definido en los papeles, a la hora de la verdad, en la vida práctica, no vale para nada. Salta a la vista que en España se le deja hacer al último que viene, pudiendo incluso intervenir y cooperar en la presión particular que quieran ejercer los enemigos de la unidad nacional y, tampoco decimos nada extraño, muchas veces hasta se tiene la sospecha de que los metecos tienen hasta más ventajas prácticas que los naturales: véase el ejemplo de los comedores que discriminan a los españoles en el mismo Madrid: "Madrid es la única comunidad que separa a inmigrantes y españoles en los comedores públicos". A veces se llega al absurdo de estar manteniendo con el dinero de nuestros impuestos a no pocos metecos que conspiran incluso contra nuestra seguridad interna (El yihadista de Vitoria cobraba 1800 euros...)

Muchas son las interrogantes que este asunto plantea: la ciudadanía española, ¿vale algo?, ¿a quién cumple hacerla valer?, ¿por qué no la hace valer quien tiene el deber de hacerlo? Dejemos estas preguntas en el aire, respóndaselas cada cual. Lo que interesa mostrar es que la "ciudadanía española" no puede seguir por más tiempo siendo algo sin defender. Hay que establecer límites: no se le puede conceder a cualquiera, pues dársela a cualquiera es poner en litigio nuestro mismo futuro como sociedad. Tampoco, ni habiéndosela negado, hay que permitir que extranjeros con residencia en España, con y por sus intereses propios, intervengan en los asuntos que son exclusivamente nuestros.

El 14 de diciembre de 1909, Eugenio d'Ors escribía en su "Glosari" sobre la inquietante presencia de los "metecos" en Atenas: "...eran los más peligrosos, porque no se les excluía totalmente de los derechos políticos. Extranjeros o hijos de extranjeros, desarraigados de diversa índole, llegados a la ciudadanía de origen dudoso, bárbaros abiertamente o barbarizantes equívocos, formaban en medio de la Ciudad este "demos" meteco, sin una ligazón cordial con la gloria ancestral de ella, sin interés por su lejano porvenir...".

Los metecos no tienen una "ligazón cordial con la gloria ancestral" de la nación, ni tampoco tienen el menor "interés por su lejano porvenir". Si no entendemos eso, si no hacemos nada por reconquistar nuestra "ciudadanía" y poner las cosas en su sitio, España no tendrá más porvenir que el de ser un país colonizado y día llegará en que los españoles naturales viviremos en un apartheid, hasta que nos reduzcan a una minoría prescindible en el conjunto de una población que nos habrá sustituido en nuestro mismo suelo.

La antigua Grecia, no nos lo dicen, también contemplaba la xenelasia. No la desdeñemos tampoco nosotros si es por tal de sobrevivir.


NOTAS:

"Glosari", Eugenio d'Ors. El pasaje de Eugenio d'Ors está originalmente escrito en catalán y lo he traducido al castellano. En su letra original dice: "...eren el més perillosos, perque no se'ls excloïa totalment dels drets polítics. Forasters o fills de forasters, desarrelats de vária mena, pervinguts a ciutadania d'origen dubtós, bárbars palesos o barbaritzants equívocs, formaven en mig de la Ciutat aquest "demos" metec, sense un lligam de cor amb la glória ancestral d'ella, sense interés pel seu llunyá avenir...".

"Historia de la teoría política" (1), Fernando Villespín: "La Grecia Antigua", Carlos García Gual.

"Política" y "Constitución de los atenienses", Aristóteles. 

viernes, 17 de marzo de 2017

O LA HONRA O LA TIRANÍA

 
Representación de El Alcalde de Zalamea, año 1909. Fuente: wikipedia


LA HONRA COMO RESTAURACIÓN DE LA SOCIEDAD NORMAL


Manuel Fernández Espinosa


En las más diversas sociedades y pueblos, la pertenencia a un grupo social ha estado indisolublemente unida al cumplimiento de unas normas que pueden o no estar escritas, pero que por tradición han de ser observadas por todos los miembros del grupo para no buscarse la expulsión y sus consecuencias. Las indudables ventajas de formar parte de una comunidad siempre ha tenido como contrapunto la aceptación y cumplimiento de unos requisitos que se presumen y siempre hay que estar dispuesto a mostrarlos. Si no entendemos esto, será imposible comprender toda la cuestión fundamental de la Honra.

En la sociedad estamental de la España de los siglos de oro, la Honra tuvo un doble aspecto como bien supo precisar Gustavo Correa, cuando estudiaba el teatro nacional del siglo XVII. Había una Honra "vertical" que correspondía a la posición social del individuo en la escala social y que le venía por su alcurnia (propiamente dicho era el Honor) y una Honra "horizontal" que "descansaba por entero en la opinión que los demás tuvieran de la persona" -escribe el mismo Correa. Vamos a poner a un lado esa honra vertical que afectaba a un sector de la población por su pertenencia a un estamento privilegiado y cuya adquisición venía la mayor parte de las veces de nacimiento, para centrarnos en la "honra horizontal", esto es: la Honra que, a excepción de algunos grupos marginales, obligaba a todos, desde el pechero al hidalgo.

Tiene a su vez la Honra una doble faz: es, por un lado, inherente al individuo, pero no por ello es cosa particular, puesto que por otra parte la Honra depende de la opinión que el grupo tiene de su miembro, por lo que la Honra no pertenece de un modo inajenable al fuero interno del individuo o de la familia, sino al fuero externo de todos los demás con los que pertenece a la comunidad. Ésta puede ejercer su derecho a la "excomunión" de quien pierde la Honra. Y la misma comunidad dispone de ese derecho fundamental y constitutivo, pues sin él la comunidad no podría permanecer como tal comunidad: si permitiera que sus miembros transgredieran las normas que por tradición la han formado, la comunidad dejaría de serlo.

La Honra era algo que se presuponía, pero que a la vez de preciosísimo bien, era uno de los más frágiles bienes, por eso se la comparaba con el vidrio. Al hombre se le presumía la hombría y a la mujer el pudor, la honestidad y la castidad: cualquier acto de cobardía o vileza propios de un hombre quebrantaba la Honra del varón, pero la honra masculina también podía ser fácilmente vulnerada por el desvirgamiento, consentido o forzado, de una hija o por la infidelidad conyugal de la esposa. En esos casos, limpiar la Honra implicaba no pocas veces el derramamiento de sangre y, según lo ocurrido, se preveía perfectamente lo que había que hacer, puesto que todo estaba reglamentado en las leyes. Por ejemplo: 

"Sobre cómo el marido no puede matar a uno de los dos adúlteros y dexar al otro: Si mujer casada faze adulterio, ambos sean en el poder del marido y faga dellos lo que quisiere e de lo que han, así no puede matar él uno dellos e dexar al otro".

El marido que mataba al amante de su mujer y dejaba viva a la adúltera sufría la pena de muerte o, dependiendo del lugar, también se le podía castrar como ocurría en Cuenca.

La mujer se convertía en la clave de la Honra. La mujer promiscua podía biológicamente dar hijos, pero no podía dar hombres de bien, de ahí que uno de los insultos más generalizados en la sociedad española fuese (y todavía sea, aunque se ha perdido su sentido original) el de "hijo de puta". 

"Hijo de puta" es la injuria por excelencia desde tiempos inmemoriales. En los momentos previos a entrar en la batalla de las Navas de Tolosa, se hallaban allí el Señor de Vizcaya y su hijo. El padre había sufrido la deshonra de haber sido abandonado por su esposa, fugándose ésta con un herrero burgalés, y su hijo -recordándole el mal papel que se decía había hecho su padre en la anterior batalla de Alarcos- le dijo: "Padre, haced hoy para que no me llamen hijo de cobarde". A lo que el Señor de Vizcaya le respondió: "Llamaos han hijo de puta, pero no hijo de traidor". De esta forma fue como el padre, respondiendo por sí, le dio uno de los más sonados zascas de la historia de España a su vástago. El Señor de Vizcaya, cuya reputación se había visto empañada por su acción militar en la derrota de Alarcos, así como por la infidelidad de su esposa adúltera, parece no responder nada más que por sí mismo. Y ante la insolencia del hijo que parece que le cuestiona su valor en la batalla, todavía es capaz de revolverse y quedar por encima del joven, recordándole que peor que cualquier otra cosa en este mundo es haber sido parido por mala mujer.

En las vísperas de otra batalla sería el arquero Arjuna el que declara que:

"¡Oh, Krisna!, cuando la irreligión ["a-dharma": no deber, sin Ley Eterna] prevalece en la familia, las mujeres de ésta se corrompen, y de la degradación de la mujer, ¡oh, descendiente de Varshni!, surgen los hijos no deseados [la mezcla, la confusión de las castas]" (Bhagavad Gita)

La vida de los miembros de la comunidad ha de ser transmitida por mujeres honradas, para que los dados a luz puedan participar para bien del "varnasrama-dharma" (el sistema social de las castas por su ocupación perfectamente ordenada)

La cuestión de la Honra, lo mismo en la remota India como en España, es un tema que trasciende el ámbito privado, afectando considerablemente a la naturaleza y contextura de la misma sociedad. Alfonso García Valdecasas apuntaba, en su precioso ensayo "El Hidalgo y el Honor", la insoslayable importancia social y política que reviste el asunto de la Honra: "...el problema contemporáneo es éste: si la masa es ajena al honor, en la medida en que prevalezca en la realidad social, favorecerá la corrupción tiránica del gobierno. Recíprocamente, la forma tiránica fomentará la masa social en detrimento del espíritu de sociedad y de comunidad. La alianza de esos dos factores encierra una amenaza sombría para la vida del espíritu". Entendamos aquí lo de "vida del espíritu" como la vida propiamente humana que no puede ser reducida a lo material. 

En las tiranías -entendidas como degeneración de los regímenes monárquicos, aristocráticos o democráticos- interesa devastar todo sentido de la Honra, para así descomponer el cuerpo social que será más manejable para los propósitos de su despótico dominio: y eso puede ocurrir lo mismo en una democracia, que en un sistema aristocrático o monárquico cuando lo que se hace pasar como tal ha venido a tiranía. La tiranía tiene más fácil manipular y explotar a una masa "ajena al honor" que a una sociedad en la que la Honra sea eficaz vínculo entre los miembros que la componen.

La sociedad tradicional disponía de sus recursos para ejercer la benéfica presión sobre todos los que la componían con miras a que la misma sociedad no se desintegrara: corporaciones diversas, familias, individuos, todos estaban "vigilados" por todos, la opinión pesaba. En el desenlace final de "La Regenta", Clarín nos pinta el rechazo social que sufre la adúltera: "Y se la castigó rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie." La muerte o una suerte de ostracismo era el correlato a una transgresión.

Se ha desdibujado el exacto y conveniente sentido de la Honra. Mediante una curiosa combinación demagógica, la Honra empezó a ser cuestionada: se la convirtió en cosa estrictamente privada y personal (nadie podía quitarla, si el que creía tenerla estaba persuadido de tenerla), se tornó la Honra en algo así como un sentimiento particular para quien lo quisiera tener, algo del todo independiente a la opinión del resto con el que se convive; se censuraron los violentos modos de corregir la deshonra, reputados como crueles y antiguos. Algunos grupos étnicos, como el gitano, todavía conservan celosamente un sentido de Honra que cohesiona a la comunidad: de ahí que todavía entre ellos la virginidad de la mujer casadera sea algo de tan alto valor: mantienen todavía entre ellos usos como la pedida, el miramiento y la prueba del pañuelo. La "integración" de la comunidad gitana a la sociedad nos merece todo el respeto cuando se trata de incorporarlos como nuestros vecinos, tras tantos siglos de extrañamiento y no pocos conflicos como los que hemos sufrido gitanos y payos sobre el mismo suelo. Pero permítaseme expresar mi desconfianza sobre la "integración" que se pregona desde las instituciones oficiales, pues ya sabemos a lo que se dedican estas. Salta a la vista que el tema de la "integración" se emplea como pretexto para despojar a la comunidad gitana de sus señas de identidad (concretamente las relacionadas con la Honra que tan políticamente incorrectas son) y la "integración" no puede convertirse en truco para disolver la comunidad gitana en la misma "sociedad" (más bien simulacro de tal) que ha rechazado el concepto de la Honra hasta deshacerlo casi por completo. Hay quien todavía, entre nosotros, habla de "dignidad", pero la "dignidad" -no nos engañemos- es un insaboro sucedáneo de la Honra. 

La tiranía que hoy ejerce su hegemonía sobre la "sociedad" apenas ha tenido que emplearse contra la Honra, pues esta misma tiranía se aposentó sobre el desprecio y disolución de la Honra de todos y cada uno de los que se la dejaron perder. Y esta tiranía no será liquidada hasta que restituyamos la Honra, convirtiéndola en el engrudo de la sociedad que hemos de reintegrar tras esta desintegración transitoria en que nos encontramos.

viernes, 3 de marzo de 2017

LOS MOVIMIENTOS POPULARES ESPAÑOLES DEL SIGLO XIX

Segadores del campo andaluz


CONTRA EL LIBERALISMO DEL SIGLO XIX

Manuel Fernández Espinosa


El historiador marxista británico Eric J. Hobsbawm (1917-2012) sostenía que "La península ibérica tiene problemas insolubles, circunstancia común, e incluso normal, en el "tercer mundo", aunque extremadamente rara en Europa". Lo de "problemas insolubles" lo dice él; España no tiene más problemas que cualquier otro país europeo desde que la pseudo-reforma protestante y el liberalismo existen y su grado de solución es tanto como el de cualquiera (sería hora de dejar atrás ese paralizante fatalismo). Para fundamentar su dictamen Hobsbawm recurría a los estudios de su compatriota Raymond Carr los cuales concluían que, en el curso del siglo XIX, en España había fracasado el liberalismo (desarrollo económico capitalista, sistema político parlamentario burgués y desarrollo cultural e intelectual occidental); si en España -parece decirnos Hobsbawm- hubiera triunfado el liberalismo, todo sería mejor e incluso nos ahorraría tal vez llamarnos eso de "tercer mundo".

No vamos a enredarnos en las consecuencias hipotéticas de lo que hubiera sido España de triunfar sin oposición el liberalismo, eso vamos a dejárselo a los visionarios de la historia ficción, lo que sí interesa es constatar que el liberalismo no triunfó en España y ni que decir tiene que es algo que aplaudimos. Es a la hora de entrar a identificar los obstáculos con los que se encontró el liberalismo con lo que habría que lidiar. Los primeros que, sin dudarlo, se oponen frontalmente al liberalismo son los carlistas: la resistencia carlista al liberalismo tuvo mucho de instintiva defensa del orden tradicional, pero por encima del instinto de los voluntarios del pueblo planeaba -y esto no hay que olvidarlo- la dirección de lo que, permítaseme denominarle, era la "intelligentsia" del carlismo: la facción de los "apostólicos". Esta facción carlista estaba formada en su gran parte por el clero que había identificado el "liberalismo" como lo que era: el correlato político, económico y social de la herejía protestante. Teniendo en cuenta esto entenderemos mejor que el carlismo no fue, como quieren sus detractores, una fuerza ciega, la refractaria caverna reaccionaria -durante mucho tiempo hemos estado contemplando nuestra historia nacional con los tópicos propagandísticos del enemigo liberal del siglo XIX, heredados por la izquierda internacionalista y apátrida.

Pero no sólo fue el carlismo el gran obstáculo con el que chocó el liberalismo decimonónico. El liberalismo entendió que había que ganarse a la Iglesia católica (siempre hubo liberales, desde la Cortes de Cádiz, que así habían pensado; lo mismo que liberales exasperados que, atiborrados de anticlericalismo, habían pensado lo contrario). Los "moderados" (la derecha liberal) fue la que actuó con más astucia: frenó los excesos y desórdenes de los liberales más exaltados y anticlericales y, una vez que al clero le despojaron (desamortizando sus bienes) de las fuentes que le permitían tradicionalmente la independencia económica, lo vinieron a reducir al papel de burócrata del culto, un "estamento" ahora asalariado, a sueldo del estado liberal; y no fue poco triunfo liberal el de firmar un Concordato con la Santa Sede en 1851, pero en modo alguno fue bueno ni para la Iglesia ni para España. Una nada despreciable parte de nuestro clero quedó subordinada al patronazgo estatal y fue convertido en "deudo" de los nuevos ricos que, a cambio de una chocolatada, arrendaban un puesto en el cielo tras haber saqueado a la Iglesia. Hubo mucha claudicación, mucha componenda en un amplio sector del clero que no estuvo a la altura de las circunstancias, salvando egregias excepciones rurales más o menos combativas (como el Cura Santa Cruz) o más o menos intelectuales (Sardá y Salvany: "El liberalismo es pecado") pero, a la postre, la conducta práctica del clero en general se percibe como una connivencia con el liberalismo y suena a: "Como los carlistas no han ganado, más vale que nos arreglemos con los moderados". Y así nos fue a todos... El clero, con sus nuevas amistades, lo que logró fue enajenarse las simpatías del pueblo empobrecido que, mal guiado por la didáctica masonizante, se quedó con la impresión de que la Iglesia se había convertido en aliada de la burguesía incipiente y egoísta, liberal.

Por eso, en el correr del siglo XIX, una cada vez más importante masa popular, depauperada por las consecuencias de la política económica liberal, se aleja cada vez más de la Iglesia y adopta posiciones revolucionarias. Así, en el verano de 1861, estalla la sublevación de Loja (la Revolución del Pan y el Queso), pero con antelación -también en el verano, era el de 1857- unos pocos más de cien jornaleros se alzan en el campo andaluz, tomando Utrera y El Arahal, al grito de "Mueran los ricos". Estos alzamientos llevan todavía el sello de la reacción popular contra una situación de hambre y carestía, propiciada por la profunda injusticia social que instala el liberalismo extranjerizante. Se produjeron intermitentes alzamientos campesinos en Andalucía, en Castilla y en Aragón... Pero, ¿quiénes son ahora los que lideran estos conatos tumultuarios de diversa consideración? Los demócratas y los republicanos, sin que podamos descartar que en sus lóbregos y sórdidos antros la masonería estuviera maniobrando. Más tarde, andando el tiempo, el anarquismo bakuninista aterriza en España, en el contexto de la Revolución de 1868. Con anterioridad Pi y Margall había traducido a Proudhon y el federalismo se había nutrido de estas dos canteras. El anarquismo adopta el ateísmo y transmite un inconfundible mensaje anticlerical, pero es imposible desvincular el anarquismo primitivo con un soterráneo fondo cristiano, hasta en sus formas de propagación recuerda el cristianismo primitivo. El hecho es que el anarquismo capta las simpatías y logra las adhesiones de una parte importante del pueblo pobre y el agitador anarquista releva a los curas de antaño que arengaban contra el liberalismo desde sus púlpitos. Cuenta el Barón de Laveleye (1854-1938) que, cuando vino el belga a Barcelona, los anarquistas celebraban sus reuniones en iglesias abandonadas de la Ciudad Condal: "desde el púlpito los oradores atacaban a todo...", denunciaban las maldades del mundo capitalista y de la clase burguesa egoísta y anunciaban un mundo nuevo, una versión secularizada de la "parusía". Sin el sustrato católico -de mentalidad católica- hubiera sido difícil que las masas se convirtieran a la nueva religión sin Dios del anarquismo; si el anarquismo no hubiera tenido ese asombroso parecido con el cristianismo, en su rechazo del liberalismo, tampoco hubiera granjeado grandes éxitos en la "catequización" de las masas campesinas y obreras españolas.

Si consideramos estos fenómenos arriba someramente planteados con la debida atención debiéramos extraer algunas conclusiones:

1. España es constitutivamente antiliberal, refractaria al liberalismo económico, político y social.

2. Lo fue en su contra-revolución, con los carlistas.

3. Lo siguió siendo en su "revolución anarquista".

4. El fundamento de ese antiliberalismo es el sustrato católico, operante expresamente en el carlismo y operante, aunque severamente amputado en el orden trascendente, en su anarquismo posterior.

miércoles, 1 de marzo de 2017

LA HISPANIDAD ANTE EURASIA

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Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


En nuestro tiempo parece que cobra auge la idea y el concepto de “Eurasia”. Se relaciona mucho con el pensador ruso Alexander Duguin y su escuela, ahora enfrascada en la elaboración de la Cuarta Teoría Política (1). Sin embargo, siendo exhaustivos, hemos de recordar el nombre y el ideal de “Eurasia” ya fue esbozado por algunos exiliados rusos ya a principios del siglo XX; los cuales, huyendo de la Unión Soviética, visualizaron un nuevo futuro para su patria a través de un gran espacio geopolítico que no en vano se correspondía con su tradición imperial.




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Alexander Duguin




El eminente polígrafo Alexander Solzhenitsyn QEPD (2), si bien siempre receló con fuerza del término “Eurasia”, hablaba de las ficticias fronteras que se estaban realizando en el actual Kazajstán y en otros puntos del antiguo imperio ruso por mor de las “fronteras redefinidas” soviéticas, política que, aunada a las deportaciones masivas, es responsable de que veinticinco millones de rusos se encuentren fuera de sus tierras; y muchas veces atrapados ante un entorno dura y manifiestamente hostil. Alguna solución hay que hallar a este terrible desorden. ¿Ayudará en ello la recién creada Unión Aduanera Eurasiática? No lo sabemos. Pero si sólo se queda en lo comercial, ya sabemos cómo ha ido la Unión Europea…



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Alexander Solzhenitsyn 




Rusia es un gran país entre dos continentes. Nosotros, como hispanos, podemos entender esta geografía providencial. Y comoquiera que “Eurasia” está en boga para tirios y troyanos, creemos que hemos de posicionarnos desde nuestra perspectiva:

¿Qué se puede entender por “Eurasia”?

-Si por “Eurasia” se entiende que ha de haber un único bloque geopolítico desde Lisboa a Vladivostok; o si encima se pretende ir desde el cabo San Vicente a Malasia, como se expone en algunos mapas, entonces, no hemos sino de negar la mayor y huir de semejante locura.

Dentro de Europa, debido a la magnitud de sus diferencias, siempre habrá varios bloques. En todo caso, en Europa, somos latinos. Nuestros intereses nunca estarán dentro del europeísmo. No podemos hablar por los rusos, pero lo certeramente objetivo es que ni a Rusia ni a España les ha convenido históricamente meterse en determinados tejemanejes políticos de Europa; si bien por supuesto que debemos estar en Europa, pero con nuestros intereses. Hacer de Europa un bloque unido es un error de antemano y de ahí no puede salir nada bueno. Muchas son las diferencias y las debilidades.

Y eso por no hablar de los países asiáticos… Ya sería demasiado.

Alexander Duguin, con una amplia trayectoria política en espectros digamos “poco convencionales”, viene ahora abanderando la “Cuarta Teoría Política”. Resumiendo brusca y toscamente, podemos decir que según esta escuela, al fin del Antiguo Régimen surgió un mundo ideológico artificial al calor de la confirmación de las nuevas naciones-estados que precisamente venían a derrumbar lo que quedaba de aquel mundo más o menos tradicional. Primero se destapó el liberalismo, que desde finales del siglo XVIII a principios del XX se enseñoreó; siendo que, si bien encontró oposición contrarrevolucionaria, también engendró una oposición revolucionaria, primero con el marxismo, y luego con el fascismo. Sin embargo, todas las ideologías surgidas como oposición al liberalismo oficial/predominante pero embutidas en el mundo revolucionario acabaron sucumbiendo; el fascismo, luego de la Segunda Guerra Mundial, y el comunismo, a la caída del Telón de Acero. En el caso comunista, si bien todavía está fuerte el régimen de Corea del Norte, la ristra de apocados socialismos hispanoamericanos abanderados por el chavismo y los Castro ya es otra cosa, empezando porque son incapaces de guardar la estricta disciplina bolchevique. No tienen capacidad ideológica y su praxis es desastrosa. Es notorio que el comunismo como bloque ideológico/político fuerte se quedó en el camino; empero, estos pseudocaudillos no llegan a ser comunistas. Apenas llegan a un populismo barato y a la hora de la verdad, nada han hecho por ser una alternativa real al liberalismo, más bien al contrario; han sustituido la oligarquía anterior por la suya propia y han tomado la ideologización ramplona de la Historia por bandera, creando un culto “religioso” hacia un dictador de extracción esclavista como Simón Bolívar, quien fue repudiado en su día por el mismísimo Karl Marx (3).
El odio a los orígenes hispanos de nuestra América, amén de la llegada del hambre, la violencia y la corrupción, nunca serán alternativas. Son incapaces para con su propio pueblo.

Otrosí, dudamos mucho que a los eurasiáticos les gustaran movimientos que promovieran el indigenismo antieslavo, por poner un ejemplo paralelo.

Y en cuanto a “temas morales”, la diferencia de los bolivarianos y adláteres para con el liberalismo oficial brilla por su ausencia.

Por supuesto, entendemos que muchas veces, por circunstancias, la política hace extraños compañeros de cama, y si bien a veces hay relaciones internacionales más que complejas (4), eso es una cosa y otra el pretender recrear una línea ideológica que en verdad no existe más que en el papel, o el intentar mezclar el agua y el aceite.

Empero, antes de seguir con la crítica, no pretendemos ir con aires destructivos y reconocemos que es el mismo movimiento eurasiático el que dice que la Cuarta Teoría Política no es algo definitivo, por lo cual, no podemos sino mantenernos a la expectativa.

-Obvio resulta percibir cómo los estados-nación están cayendo. Empero, no creo que deba alarmarnos este hecho de por sí. El estado-nación fue un invento de la Revolución Francesa. Su concepción y praxis ha ido en perjuicio de los grandes espacios (geo)políticos.

El nombrado Duguin ha puesto de ejemplos histórico al Imperio Bizantino y al Sacro Imperio Romano-Germánico. Y nos parecen buenos ejemplos. Mas véase, asimismo, cómo la Romania trascendía lo europeo, teniendo también sus enclaves en Asia y África, continuando la lógica vocación imperial romana. Esa vocación fue heredada por la Monarquía Hispánica: Para nosotros los hispanos no tiene mucho sentido esa suerte de geopolítica que contradice la tierra y el mar. Las Españas atravesaron los mares para afirmarse en la tierra.

En el continente europeo, asimismo, también continuó esa vocación imperial que se sitúa muy por encima del estado-nación. El Imperio Austrohúngaro o el Imperio Ruso son dos ejemplos de continuidad y evolución de grandes espacios políticos unidos por vínculos históricos y sagrados. Pero al final cayeron víctima de la Revolución. La misma que se está autodevorando, poniéndonos en una situación que recuerda mucho a la caída de la Roma occidental.

Los españoles, al igual que otros pueblos del Viejo Continente, tenemos mucha experiencia como para temer por el estado-nación; por un estado-nación que al fin y al cabo nos fue impuesto por el liberalismo en forma de gran traición divisora y fratricida, y que destrozó nuestra esencia. Empero, esa misma experiencia nos dice que Europa nunca fue una unidad per se; y que de hecho, tanto el protestantismo como el islam rompieron hace siglos las vías de unidad de cultura y espíritu que pudiera haber en Europa. Es más: Cuando esa unidad existió, apenas se hablaba de Europa: Se hablaba de Cristiandad. Y se hablaba con imperio. Con imperios, mejor dicho. Europa es lo que surge luego de la paz de Westfalia, toda vez que ese rupturismo queda confirmado.

No vemos esa “unidad europea” por ninguna parte. El experimento de nuestro tiempo, rareza burocrática con aliños progres y democristianos, no nos lleva a ninguna parte. Pero otros experimentos tampoco nos habrán de llevar a nada bueno.

-¿Se viene una suerte de “nueva Edad Media”? Así parece. Dicho sin leyendas negras antimedievales. Vivimos en un mundo cultural/espiritual que se parece mucho al tiempo que le tocó a San Agustín de Hipona, cuanto menos. Las continuas explosiones del liberalismo/capitalismo y el abandono de la tierra está creando unas alienaciones monstruosas.

Mientras más se aleja un pueblo de la tierra, más pierde su sentido de trascendencia, su amor por el origen y su conciencia comunitaria.

Sobre todo en Europa occidental, se han creado sociedades radicalmente artificiales, masas humanas que no saben ni de dónde vienen ni a dónde van. El fenómeno de las migraciones masivas, y más ahora con los daños colaterales de la “guerra de Siria” y las –falsas- “primaveras árabes” (5) no va a hacer sino empeorar un problema ya de por sí mórbido.

Pareciera que las tradiciones están muriendo, pero hasta las piedras quieren hablar.
No sabemos cuánto tiempo durará esta pesadilla de podrido desarraigo, pero desde luego, tiene fecha de caducidad. La “era de las revoluciones” que empezó en el siglo XVIII ya no da para más. El fantasmagórico rompecabezas globalista caerá en mil pedazos.

Hay experiencia de espacios supranacionales. Podemos aprovechar la riqueza de la historia. Las Españas, como las Rusias, están entre los continentes. Ahora bien, ahondando entre las Españas y las Rusias: Si en el mundo eslavo-oriental se esboza el ideal de Eurasia como su espacio geopolítico, ¿no podemos nosotros cumplir, en consonancia con Portugal, el papel de Euramérica? No creo que los rusos renuncien a su papel en Europa, y no estoy diciendo que los españoles no debamos “estar en Europa”. Al contrario. Pero si queremos estar en Europa de verdad, debe ser con nuestro propio bagaje, y no con el que nos impongan otros.

Grandes pensadores hispanos que, injustamente son desconocidos por y para muchos, ya fueran peninsulares o americanos, coincidieron en llegar a un “nuevo imperio espiritual, mercantil y diplomático”, una “confederación tácita” (6); así como el dominio del norte de África. Ceuta y Melilla no son “ciudades aisladas”: Forman parte de una tradición y un anhelo. Fue el islam el que separó la ribera norteafricana de España. En verdad la frontera, desde tiempos del romano emperador Otón (7), no radicaba en el Estrecho de Gibraltar, sino en el Atlas.

Hemos ahí los puntos más importantes de la geopolítica hispánica.

Por ello, como conclusión:

Podemos comprender la idea de Eurasia siempre y cuando se trate del gran espacio geopolítico que puede tocarle a los rusos en relación con tierras y pueblos “inmediatos” para ellos por herencia y vocación.

Rusia es la heredera de la Roma oriental que mayor fuerza puede aportar. España (y Portugal) es la heredera de la Roma occidental que más prolongó este legado. Hispanos y eslavos estamos en tierra de frontera. Somos custodios. La inmensidad nos llama. Para nosotros no se ha hecho el nacionalismo ni el racismo. Somos gente de pensamiento de conjunto, de grandes horizontes, de fe henchida, de carácter aventurero. Los estrechos y artificiales límites a los que nos somete la modernidad se caen por su propio peso. Deberíamos estar preparados para mantenernos en pie en un mundo en ruinas. Pero preparámonos como Dios manda.




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NOTAS:

(1) Sobre la Cuarta Teoría Política, recomendamos este enlace:

La Cuarta Teoría Política (4TPes) | Antena en español para una ...





(2) Sobre Alexander Solzhenitsyn algo hemos escrito a lo largo del tiempo. Siendo un pensador sobre el cual tenemos predilección, nos permitimos recordar algunos enlaces:

"apología de solzhenitsyn" - "dignidad digital". - antonio moreno ruiz









(3) Sobre la pésima opinión que Marx tenía acerca de Bolívar, dejamos un par de enlaces bastante ilustrativos. La incoherencia ramplona y circense de esta clase de política que ha inundado a Hispanoamérica (sin ser ninguna alternativa al liberalismo, reiteramos) es de órdago.

Karl Marx opina sobre Simon Bolivar. - Taringa!




(4) Siguiendo en el contexto hispanoamericano, no estaría de más recordar las excelentes relaciones diplomáticas que mantuvieron Fidel Castro y Francisco Franco. Cuando murió Franco, Fidel decretó tres días de luto nacional en Cuba. Asimismo, Fidel también tuvo excelentes relaciones diplomáticas con el argentino Videla; así como Alberto Fujimori no vaciló en acoger a Hugo Chávez, en represalia por la condena que le había hecho Carlos Andres Pérez. Las relaciones de amistad entre Fujimori y Chávez duraron hasta la muerte del bolivariano.




(5) En puridad, no hay “guerra” en Siria, sino una invasión terrorista planificada desde los laboratorios anglosionistas y sus necesarios aliados wahabíes. Las guerras deslocalizadas por el mundo árabe, desde Libia a Siria (no sin mencionar a Túnez y Egipto), son acaso la última puntilla, en una suerte de enfrentamiento “Oriente/Occidente” que, en verdad, no es más que una farsa de la globalización.

Sobre la República Árabe de Siria, véase:

RAIGAMBRE: A FAVOR DE SIRIA



“Para entender la República Árabe de Siria”. - Revista La razón histórica





(6) El pensador que acaso más y mejor sintetizó estos ideales fue Juan Vázquez de Mella en lo que él llamó los Dogmas Nacionales. Ramiro de Maeztu, Zacarías de Vizcarra y Manuel García Morente complementaron muy bien los ideales de la Hispanidad desde la Vieja España; con el complemento portugués de António Sardinha y su ideal de la Alianza Peninsular. Sobre el ideal de Mella, encontramos paralelismos más que interesantes en los peruanos José de la Riva Agüero (quien llegó a conocer a Mella) y Rafael Cubas Vinatea. Y también podemos mencionar al brasileño Arlindo Veiga Dos Santos y su “sistema de alianzas fundamentales  hispánicas/neohispánicas”.




(7) Véase:

Por la liberación de la Hispania Transfretana ocupada por el Islam - ReL