RECONQUISTA DE NUESTRA CIUDADANÍA
Manuel Fernández Espinosa
Uno de los asuntos más serios y problemáticos que una sociedad puede afrontar es la definición de "ciudadano". Y toda definición comporta, aunque en negativo, una exclusión: no todo ser humano puede ser ciudadano de éste país o del otro y, si todo el mundo lo es, es que ser ciudadano no tiene ningún valor. La tontería esa de que no hay fronteras y nadie es extranjero en ninguna parte sólo la pueden creer y sostener sentimentales imbéciles o desaprensivos sectarios. Si todo el mundo, independientemente de su naturaleza, puede acceder a los derechos de ciudadano de un país x, es que la ciudadanía del país x no vale un bledo.
Vayamos a la democracia ateniense, que se alega como modelo de democracia, a la vez que se desconocen y desprecian sus aspectos menos políticamente correctos, por no interesar a los demagogos actuales. En Atenas había "metecos" que no eran simplemente "extranjeros", sino que eran "extranjeros" que habían establecido de un modo permanente su residencia en la "polis" (un extranjero de paso, un transeúnte, no se consideraba "meteco"): "Los extranjeros residentes en la ciudad, los metecos, formaban un sector de la población con ciertas libertades y derechos legales, y con gran importancia económica; pero sin representación política" -nos recuerda Carlos García Gual.
Etimológicamente, "meteco" no trae consigo ninguna connotación peyorativa y en ese sentido etimológico sería conveniente recuperar el término. Meteco venía de "métoikos": el que cambia de residencia. Aristóteles, meteco él mismo, aborda el asunto en su "Política" y se hace eco del problema que implica que algunos metecos fuesen admitidos a la ciudadanía tras una revolución, recordando a los extranjeros residentes a los cuales Clístenes concedió tal título de ciudadanía. El Estagirita es claro: "Pero la discusión respecto a éstos no es quién es ciudadano, sino si lo es justa o injustamente. Aunque también uno podría preguntarse esto: ¿si alguien es ciudadano injustamente, no dejará de ser ciudadano, en la idea de que lo injusto equivale a lo falso? Pero, una vez que vemos que algunos gobiernan injustamente, y el ciudadano ha sido definido por cierto ejercicio del poder (pues, como hemos dicho, el que participa de tal poder es ciudadano), es evidente que hay que llamar ciudadanos también a éstos".
La cuestión se establece, por tanto, en que es ciudadano el que de alguna forma "participa del poder", con o sin título de ciudadanía, justa o injustamente adquirido. La actualidad española ofrece muchos ejemplos lacerantes de lo que estamos diciendo aquí, sin que parezca importarle a nadie en la inconsciencia general. En Cataluña, por ejemplo, el nacionalismo catalán, establecido en las instituciones, viene empleando a colectivos de inmigrantes para sus propios fines: así, en el año 2010, ya vimos cooperar a estos colectivos con el poder separatista, puesto que las cifras con que son subvencionadas diversas asociaciones metecas revela quiénes -y cómo- dirigen estas maniobras (ver noticia Inmigrantes subvencionados.) También vemos a estos metecos en fotografías, apoyando el proceso secesionista catalán con más afán que muchos payeses. ¿Tienen derecho? Vemos que, en caso de no tenerlo legalmente, ejercen "realmente" esos derechos sin que las instituciones del Estado les cuestione tal intrusión en nuestros asuntos nacionales ni tampoco se establezcan correctivos.
¿Qué es lo que ha pasado aquí? Más allá de lo anecdótico, lo que tenemos ante nosotros es, por muchas y complejas razones, una evidente disolución del concepto de "ciudadano español". La dejadez del Estado en estas cuestiones acarrea que se dé la contradicción de que, mientras que se exaltan los derechos del ciudadano (manida retórica liberalesca y caduca), eso de "ciudadano español", por mucho que puede estar definido en los papeles, a la hora de la verdad, en la vida práctica, no vale para nada. Salta a la vista que en España se le deja hacer al último que viene, pudiendo incluso intervenir y cooperar en la presión particular que quieran ejercer los enemigos de la unidad nacional y, tampoco decimos nada extraño, muchas veces hasta se tiene la sospecha de que los metecos tienen hasta más ventajas prácticas que los naturales: véase el ejemplo de los comedores que discriminan a los españoles en el mismo Madrid: "Madrid es la única comunidad que separa a inmigrantes y españoles en los comedores públicos". A veces se llega al absurdo de estar manteniendo con el dinero de nuestros impuestos a no pocos metecos que conspiran incluso contra nuestra seguridad interna (El yihadista de Vitoria cobraba 1800 euros...)
Muchas son las interrogantes que este asunto plantea: la ciudadanía española, ¿vale algo?, ¿a quién cumple hacerla valer?, ¿por qué no la hace valer quien tiene el deber de hacerlo? Dejemos estas preguntas en el aire, respóndaselas cada cual. Lo que interesa mostrar es que la "ciudadanía española" no puede seguir por más tiempo siendo algo sin defender. Hay que establecer límites: no se le puede conceder a cualquiera, pues dársela a cualquiera es poner en litigio nuestro mismo futuro como sociedad. Tampoco, ni habiéndosela negado, hay que permitir que extranjeros con residencia en España, con y por sus intereses propios, intervengan en los asuntos que son exclusivamente nuestros.
El 14 de diciembre de 1909, Eugenio d'Ors escribía en su "Glosari" sobre la inquietante presencia de los "metecos" en Atenas: "...eran los más peligrosos, porque no se les excluía totalmente de los derechos políticos. Extranjeros o hijos de extranjeros, desarraigados de diversa índole, llegados a la ciudadanía de origen dudoso, bárbaros abiertamente o barbarizantes equívocos, formaban en medio de la Ciudad este "demos" meteco, sin una ligazón cordial con la gloria ancestral de ella, sin interés por su lejano porvenir...".
Los metecos no tienen una "ligazón cordial con la gloria ancestral" de la nación, ni tampoco tienen el menor "interés por su lejano porvenir". Si no entendemos eso, si no hacemos nada por reconquistar nuestra "ciudadanía" y poner las cosas en su sitio, España no tendrá más porvenir que el de ser un país colonizado y día llegará en que los españoles naturales viviremos en un apartheid, hasta que nos reduzcan a una minoría prescindible en el conjunto de una población que nos habrá sustituido en nuestro mismo suelo.
La antigua Grecia, no nos lo dicen, también contemplaba la xenelasia. No la desdeñemos tampoco nosotros si es por tal de sobrevivir.
NOTAS:
"Glosari", Eugenio d'Ors. El pasaje de Eugenio d'Ors está originalmente escrito en catalán y lo he traducido al castellano. En su letra original dice: "...eren el més perillosos, perque no se'ls excloïa totalment dels drets polítics. Forasters o fills de forasters, desarrelats de vária mena, pervinguts a ciutadania d'origen dubtós, bárbars palesos o barbaritzants equívocs, formaven en mig de la Ciutat aquest "demos" metec, sense un lligam de cor amb la glória ancestral d'ella, sense interés pel seu llunyá avenir...".
"Historia de la teoría política" (1), Fernando Villespín: "La Grecia Antigua", Carlos García Gual.
"Política" y "Constitución de los atenienses", Aristóteles.
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