RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 23 de febrero de 2017

LA DERECHA ESPAÑOLA ANGLOSAJONIZADA



EL MAL INGLÉS DE UNA DERECHA CIPAYA

Manuel Fernández Espinosa

Era el año 2014, cuando en Madrid se inauguraba la Plaza Margaret Thatcher, la primera plaza en el mundo que, fuera de Inglaterra, recibía ese nombre y ese apellido (y no era plaza de toros). No tardó nuestra izquierda indígena en protestar por esa medida y, en este caso, personalmente me hubiera adherido a la izquierda, para expresar mi rechazo a su lado, aunque por las mismas razones por las que rechazaría yo que le dieran el nombre de Mao Zedong a una plaza española. Al viejo Mao tal vez no se la hayan dado (todavía), pero revise el lector el callejero y el placero de algunas localidades españolas y encontrará nombres que a veces es para fliparlo.

No obstante, dejemos a la izquierda con sus filias y sus fobias. Y concentrémonos en la "derecha indígena" y su "mal inglés" (y no me refiero a Ana Botella destrozando la lengua de Shakespeare). El hecho de concederle una plaza a la Thatcher, solo con pensar en Gibraltar y en Malvinas, es como para provocarnos náuseas. Pero tampoco pensemos que esto fue una veleidad ocasional, no. Al igual que nuestra izquierda se deshace con Che Guevara y sus ídolos icónicos propios, a nuestra derecha (que ha "okupado" el centro) la pone todo lo anglosajón. Y no es algo accidental, es un mal que le viene de antiguo.

Si queremos conocer al Partido Popular hay que leer a Manuel Fraga Iribarne que, por algo, pasa por ser uno de los artífices de Alianza Popular que luego mutó en Partido Popular. A diferencia de estos de ahora, Fraga escribía -digo libros. El otro día cayó uno de sus libros en mis manos: "El pensamiento conservador español" (Editorial Planeta, Barcelona, 1981). El libro presenta un catálogo de figuras representativas del pensamiento español: Jovellanos, Balmes, Cánovas del Castillo, Antonio Maura y Ramiro de Maeztu. Uno a uno, Fraga va caracterizando -con mayor o menor profundidad- el personaje y su obra escrita y/o política. A poco que se sepa de las andanzas y pensamientos de cada uno de los cinco salta a la vista que en los cinco puede advertirse la influencia de Inglaterra; no era para menos, los cinco vivieron en una España que declinaba mientras el imperio británico era poderoso, admirado y envidiado; de los cinco españoles que Fraga escogió para este libro, tal vez Antonio Maura sea el que menos recibiera las mefíticas influencias de Inglaterra. Balmes y Maeztu aprendieron de Inglaterra, pero no sucumbieron a su hechizo. Jovellanos y Cánovas sí. Manuel Fraga Iribarne, el autor de esa galería conservacionista, también.

Aunque el libro se titula "El pensamiento conservador español" podría titularse "Alabanza del conservadurismo inglés y sus apóstoles en España". Fraga no puede contenerse y así dice, en el capítulo de Jovellanos:

"Cabe soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra. Nos ocurrió lo peor: ni conservamos nuestra sociedad, reformándola; ni hicimos nuestra propia revolución, sino que nos la hicieron" (Op. cit., pág. 27)

En el capítulo dedicado a Maura reaparece la servil admiración por Inglaterra: "Cánovas, Maura y el propio Canalejas intentaron adaptar el modelo británico de los partidos, mas prevaleció el modelo berberisco de múltiples facciones" (Op. cit. pág. 162)

Podríamos decir que todo el hilo conductor -sumergido en la estructura profunda del texto, cuando no se manifiesta en lo expresado- de este libro escrito por Fraga consiste en convencernos de que, si seguimos siendo españoles, no seremos civilizados como los británicos. Lo dirige el afán por persuadir a su lector que en España los tradicionalistas han querido llevarnos a la Edad Media y nuestras izquierdas hayan sido siempre una horda "desmelenada y ausente de todo realismo".

Lo que uno saca en claro de la derecha española no es mejor que lo que ya sabemos de nuestra izquierda: la una y la otra compiten para ver cuál de las dos son más extranjerizadas y se reconocen menos en la España que fue algo en el mundo

No obstante, la izquierda hasta podría estar disculpada, puesto que siempre ha renegado de España y todavía anda a la búsqueda de un discurso hispánico que prescinda de los visigodos y de la Reconquista (y, por supuesto, del Imperio), para inventar identidades artificiales que, aunque sobre territorio español, nieguen y renieguen de España: Al Andalus, Sefarad, los heterodoxos y los cipayos liberales de 1812. Lo de la derecha es, a mi juicio, todavía peor. La derecha española acusa un atávico complejo hispánico de inferioridad, no se trata de que sean "acomplejados" por no llamarse "derecha" (que también lo son), su complejo es un complejo por haber nacido en España, esta fatalidad, pues al fin y al cabo fue su admirado Cánovas del Castillo aquel que dijo aquello de: "Es español el que no puede ser otra cosa". La historia de España le produce a la derecha vértigos, hay demasiado salvaje por ahí, gente que es complicado invitar a tomar el té, pues come con las manos; muchos hombres y mujeres con sangre en las venas (y no con la horchata que a un burguesito le gusta), por lo que prefiere arrinconar todo lo incómodo y escoger, a la postre, la vía del sueño: "soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra.

Inglaterra obtuvo así la mayor de sus victorias sobre nosotros (en Trafalgar, como dice un amigo mío, la victoria inglesa fue sobre los franceses y la pagó con la vida de Nelson), no solo se apoderó de Gibraltar, sino que fascinó a las mentes de nuestros "conservadores". Y así estamos... Que no hay a día de hoy político que piense en arreglar hispánicamente nada, sino que todos tienen sus ojos puestos en el mundo anglosajón o en las repúblicas bolivarianas.

La derecha se ha arrogado el patriotismo español y, de ahí, de haberlos calado es que tanto español no se puede reconocer en ese patrioterismo retórico.  

Lo que más le cuadra a la derecha española es la bandera de la Union Jack; y deje la bandera española para la España de verdad que ella no representa.

domingo, 5 de febrero de 2017

EL PELIGRO BONAPARTISTA

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Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

Todos tenemos muy recientes los atentados de París. Media Europa sigue en alerta por terrorismo. De todas formas, ¿nos hemos planteado el papel francés en África? Muchos ilustres "señores de bien" son muy dados a aplaudir las aventurillas napoleónicas... Pero lo cierto es que gracias a Francia -entre otros-, Portugal y España fueron expulsados de África, cuando la presencia ibérica allende el Estrecho de Gibraltar es milenaria, y sin embargo, los franceses siempre serán intrusos que no comprenderán nada. Ello no es óbice para que actúen a placer en África, con una prepotencia igual o peor a la época colonial. Hasta Céline se atrevió a denunciar en su día que el África francesa era un paraíso para los pederastas.
¿Se imaginan ustedes que la Legión Española actuase en Guinea Ecuatorial, qué escandalera se armaría? Pues la Legión Extranjera Francesa actúa en Costa de Marfil, Mali y allá donde la da la gana sin que salga en las noticias y sin que nadie diga esta boca es mía. Esto es vergonzoso. Y no veremos a nuestros progres protestar. ¡Faltaría más! Quien manda, manda.
Vázquez de Mella dijo que Francia era una "nación epiléptica condenada a grandes escarmientos". El problema de Francia es que sus epilepsias acaban repercutiendo por toda Europa. El mulato Dumas dijo que "Europa acaba en los Pirineos". Tiene cojones que un mulato dijera eso... De todas formas, a día de hoy Francia es, desde lejos, el país más africanizado de Europa; y el país directamente responsable de la islamización/inmigración descontrolada sobre Europa proveniente del continente africano.
Ah, y no olvidemos que en su día apoyaron a Jomeini contra el Sha, y todo por sus intereses en el petróleo y el opio. Sus locuras, al igual que las angloamericanas, nunca dejamos de pagarlas.
Antes de rasgarnos las vestiduras y de "asombrarnos", deberíamos analizar las cosas en complejidad.
La política francesa es un peligro para el mundo y por desgracia nos seguirá salpicando.

¡Basta ya de bonapartismo!

jueves, 2 de febrero de 2017

NUMANCIA, MITO HISPÁNICO Y UNIVERSAL


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Numancia, de Alejo Vera y Estaca (1834-1923)

NUMANCIA, EL PODER REALIZADOR DEL MITO

Manuel Fernández Espinosa


"Vivir los mitos implica, pues, una experiencia verdaderamente religiosa, puesto que se distingue de la experiencia ordinaria, de la vida cotidiana. La religiosidad de esta experiencia se debe al hecho de que se reactualizan acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos."

Mircea Eliade, "Mito y realidad".



Rusia, otoño de 1941, el ejército del III Reich que ha invadido la URSS pone sitio a Leningrado. Cercada San Petersburgo por las tropas alemanas, dos intelectuales soviéticos -el poeta Nicolás Tíjonov y el entonces joven periodista Zacarías I. Plavskin- planean poner sobre las tablas del Teatro Gorki la obra "La Numancia", adaptación de la tragedia cervantina hecha por Rafael Alberti unos años antes, en plena Guerra Civil Española. Plavskin había combatido en España y cuenta que el único libro con el que salió de nuestra nación era la versión dramatúrgica de "La Numancia". Plavskin escribe: "...la tragedia cervantina fue interpretada no sólo como una obra nacional y patriótica, que canta una de las hazañas más notables del pueblo, sino también como un himno a la libertad humana en general". Por muchas circunstancias, la representación del Teatro Gorki no pudo llevarse a cabo, pero consta la ilusión que los soviéticos pusieron en mostrar al pueblo lo que, sin ninguna duda, es uno de nuestros mitos más universales: el de Numancia o la defensa extrema, la de quienes acorralados, cercados por un ejército más fuerte, estrechados por el hambre y las fatigas sin cuento, no ceden y con su inmolación terminan estampando en sangre una de las páginas más gloriosas de la historia universal.

Lo cantó el poeta Bernardo López en su Oda al dos de Mayo:


Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

La anécdota que narra Plavskin da cuenta de esa universalidad de nuestra Numancia, pero alemanes como Goethe, como August Wilhelm Schlegel o como el filósofo Arthur Schopenhauer habían reparado en Numancia. Aquí no me interesa tanto los hechos históricos de la defensa numantina, sino su proyección a lo largo de la literatura, sobre todo española, que ha convertido la gesta de Numancia en un Mito movilizador.

Las fuentes historiográficas romanas pasan por Apiano y Polibio, Valerio Máximo y Floro. La retomó Orosio, se repite en Lucas de Tuy, en Alfonso X el Sabio y en nuestro Ambrosio de Morales, también el jesuita Antonio Navarro (aproximadamente por el año 1570) escribió una historia de Numancia. Se plasma en literatura ya en el "Romance de como Cipión destruyó a Numancia" (siglo XV, publicado por Timoneda), Gabriel Lobo Laso de la Vega escribe otro poema sobre el tema. Pero será Miguel de Cervantes quien convierta a Numancia en mito nacional del orgullo que prefiere morir que rendirse, para no vivir como esclavos. Ciertamente Cervantes no logró mucho éxito con esta obra dramática, pues triunfaba el teatro de Lope de Vega; pero la Numancia de Cervantes seguía la línea que había marcado previamente Juan de la Cueva, la que marcaba buscar en la historia de España la materia prima para convertirla en obra dramatúrgica que educara al pueblo español, desde el zapatero hasta el marqués, en la grandeza de un destino imperial. No huelga decir que en la España del siglo XVI-XVII, el teatro era en España el medio de comunicación social más importante de todos. Numancia es el héroe colectivo, "Fuenteovejuna" de Lope de Vega podría ser otro héroe colectivo, pero no se le puede regatear a Numancia la aureola que desprende lo originario, lo autóctono, lo más puro y ancestral. 

En el XVII el tema de Numancia parece que se eclipsa, aunque no obstante a Francisco de Rojas Zorrilla se le atribuyen "Numancia cercada" y "Numancia destruída" y Francisco de Mosquera escribe un "La Numancia". Todavía en los albores del XVIII encontramos que resuena Numancia en el "Cerco y ruina de Numancia" de Juan José López de Sedano como también en la obra neoclásica que a finales del XVIII fue tan popular en España, la "Numancia" del gaditano Ignacio López de Ayala. En la primera mitad del siglo XX, en el fragor de nuestra guerra civil, Rafael Alberti tiene la ocurrencia de realizar una adaptación del tema, la que Tíjonov y Plavskin quisieron estrenar en el Leningrado sitiado. Lo que sí parece es que si en Leningrado no pudo ponerse sobre las tablas, posiblemente en un escenario bélico, como es el del sitio de Zaragoza de 1808, pudo representarse por órdenes de Palafox una "Numancia", muy probablemente la de López de Ayala, para alentar al pueblo defensor. En el siglo XIX también Alejo Vera pintaría su Numancia, llevando el Mito a la pintura.

Pero si en la literatura y, especialmente en la dramaturgia, el tema de Numancia es perenne, el impacto del Mito de Numancia en la historia fáctica no es menos. El romanticismo recogerá en su ebriedad exaltada los númenes de Numancia, convirtiéndola de la mano del poeta José de Espronceda y del dramaturgo Ventura de la Vega en una sociedad secreta y revolucionaria, la que se juramenta para vengar el ahorcamiento de Rafael del Riego, son unos jovenzuelos de 15 años y se hacen llamar los "Numantinos", con la edad que tenían sus fundadores no podemos suponer que la sociedad secreta de los "Numantinos" fuese muy lejos en sus acciones, pero ello no deja de ser una muestra de la fascinación que ejerce el Mito de Numancia. Defensa numantina, resistencia numantina formarán parte del lenguaje bélico, a veces empleado metafóricamente, pero otra describiendo situaciones que realmente fueron así: como la resistencia que efectuaron en la primavera de 1840 los carlistas atrincherados en el Castillo de Alcalá de la Selva (Teruel), que cuando se le acabaron las municiones, continuaron defendiendo la posición con granadas y luego a pedradas, causando considerables bajas a un ejército bien pertrechado que dirigía el General O'Donnell. El heroísmo carlista encontraría a unos resistentes numantinos en los defensores de los dos Sitios de Bilbao, el de 1835 y el de 1874 que soportaron los embates carlistas, el último Sitio de Bilbao de 1874 tuvo la fortuna de constituir tema de la gran novela unamuniana "Paz en la guerra". En Filipinas, tenemos a los numantinos de Baler y ahí están las defensas del Alcázar de Toledo y el Santuario de la Virgen de la Cabeza en la Guerra Civil de 1936-1939. Y por el lado republicano, Madrid quiso emular a Numancia en su irreductibilidad con aquellos eslóganes del "No pasarán"; que Rafael Alberti readaptara la "Numancia" de Cervantes era previsible.

Es una constante hispánica que está latente siempre y que supera las banderías: contra el extranjero invasor hemos invocado "Numancia" contra Napoleón Bonaparte; contra el hermano, Abel o Caín, hemos clamado "Numancia" y daba igual la bandería: liberales exaltados se autonombraban "Numantinos", carlistas resistían numantinamente. En los oídos de rudos y rurales quintos llevados de su terruño peninsular a defender la bandera española en Filipinas, resonaba "Numancia"; Alberti en Madrid gritaba "Numancia" contra los fascistas; guardias civiles bajo el mando del Capitán Cortés mantenían sin rendir el Santuario contra los rojos. Donde hay un español de verdad, independientemente de su partido o ideología, hay una Numancia latente y en potencia. 
 
Siempre que un español, a lo largo de los siglos, ha pronunciado Numancia lo que ha hecho es invocar una situación que, aunque sucedió históricamente, adquiere en nuestro imaginario social la proporción de fabulosa, innegablemente significativa, que tiene la capacidad de exaltar y que, consciente o inconscientemente, reactualiza ese "in illo tempore" que no es pasado, sino presente activo y actuante. Si Numancia no es, en el sentido exactamente eliadiano, un mito, no sabría yo de otro episodio que lo fuese. 

De Numancia cantó Juan Eduardo Cirlot:

"por la misma grandeza de tu nombre
inextinguiblemente herido." 

Si hubiéramos de buscar algo que nos una, en vez de machacar y machacar con lo que nos desune, su nombre es NUMANCIA.