RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 13 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (II)


 
RAMIRO LEDESMA RAMOS
Y
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES
DE ESPAÑA
 
II PARTE
 
Por Luis Castillo
 
Vimos en la primera parte la particular consideración de Ledesma sobre aspectos tan relevantes de la historia de España desde el siglo XVI hasta la Segunda República, haciendo mención especial al XIX como siglo perdido. Aunque afirmaba que la crítica no era positiva por sistema, posiblemente si era conveniente observar con ojo de halcón nuestro pasado y presente para mirar con optimismo un futuro que, en el año 1935, parecía casi apocalíptico.
 
Esta segunda parte versará sobre quien puede ser el único motor del cambio de la España deshecha del siglo XX. No es ni el proletariado como cree el marxismo ni la burguesía como nuestros liberales hispanos, con mentalidad decimonónica, inocentemente argüían. Para Ledesma solo puede proceder ese cambio de uno de los sectores de los españoles que habrían de tener una misión decisiva pocos meses después: la juventud. 
 
Como Ledesma Ramos dice en su título, “Los problemas de la juventud nacional”, esta ha de dirimir previamente los mismos. ¿Qué se le presenta a las juventudes ante la situación de 1935? Enormes dificultades que solo ellas pueden vencer. Las juventudes no pueden esconderse ante el momento español trascendental. Están obligadas a posicionarse de forma clara.
 
Ledesma les señala que en su juventud insultante está el futuro para acometer la resurrección patria, pero también en su condición de ser españoles que es la que los define y presenta como seres humanos. No tienen nada más. Si no se atreven a dar el paso de rescatar la nación quedaría esta juventud amputada y convertida en puro despojo. Puede resultar muy duro esto, pero Ledesma lo dice claro. O la juventud no vacila en su dimensión nacional o España como Patria desaparece.

Para ello a la juventud española no le queda más remedio que ser soldados. Establece, por tanto, la consigna de "Militarizarse o perecer”. Hoy esto podría ser visto como una exageración, pero los duros años treinta eran así y el mundo vivía en un punto de inflexión. Por este motivo Ledesma les señala, al igual que en toda milicia, una triple misión: como equiparse para las luchas, como moverse y que estrategias seguir y, por último, cuales son sus metas o conquistas. Esas tres cuestiones son imprescindibles, según Ledesma, para la juventud española. Con todo ello desarrolla el zamorano una serie de verdades indiscutibles por las que la juventud deberá luchar, sin dudar un ápice, en el futuro próximo y las hace diferentes a las distintas revoluciones –marxista y anarcosindicalista fundamentalmente- que están en pugna en nuestro país.
 
Una de ellas es la unidad nacional. Sobre la misma se ha de construir todo el edificio que propone. Lo deja bien claro cuando dice que "Si España no es para los españoles una realidad sobre la que resulte imposible abrir discusión, es que España no existe como una Patria". España, pues, no se discute ni se niega. Es una verdad absoluta y sin ella nada puede hacerse. A través de la idea de Patria es como las juventudes lograrán transmutarla.
 
Ledesma argumenta el porqué no puede existir duda alguna sobre España y su existencia. Es la unidad nacional más antigua de Europa; gracias a esa delantera histórica la España del XVI fue la potencia “más culta, fuerte y rica del mundo” a través del Imperio. España supone la principal reivindicación revolucionaria por encima de cualquier otra. Hay que alzarla de nuevo, pues los tirones secesionistas la están disgregando y desde 1898 estamos en proceso de liquidación. Además señala que el hecho de la unidad no es algo nuevo. Viene de lejos. Desde los propios hispanos de la etapa romana.
 
Se coloca frente a la absurda afirmación de Renan –no se nos olvide aquel “hombre nefasto” llamado Rousseau- sobre que las naciones son un continuo plebiscito. Las raíces de la Patria, dice Ledesma, están "más allá o más acá de los seres de cada día". Considera que las fuerzas disgregadoras –en referencia al separatismo- solo pueden ser detenidas a través de la guerra, poniendo como ejemplo el aplastamiento de la sublevación separatista en Cataluña de octubre de 1934. España ha de ser una realidad viva y presente para los españoles y si hay que triunfar violentamente contra el independentismo no hay que dudarlo. Sin titubeos ni vacilaciones debe ser extirpado mediante cualquier medio ese cáncer.
 
Entiende que el autonomismo es una parte del proceso de desintegración española que equivale a creer que "España es una monstruosa equivocación de la historia". Como puede comprobarse el patriotismo de Ledesma es férreo y de una sola pieza. Pero no reduce solo la necesidad de la unidad nacional a impedir su fraccionamiento sino que es una necesidad de los propios españoles mantenerla. Lo contrario nos reduciría a algo despreciable como categoría humana. Por ello apostilla que "de ahí que la unidad no sea una consigna conservadora, a la defensiva, sino una consigna revolucionaria, necesidad de hoy y mañana". Se puede entrever que Ledesma no contempla la Patria como algo que mantener porque sí caprichosamente. La Patria es mucho más. Es algo dinámico. Presente y futuro.
 
¿Cómo hacer esa recuperación de España ante la disgregación y la duda de la existencia misma de la Patria? Mediante una nueva moral nacional. Y aquí nos adentramos en un terreno por el cual Ledesma ha sido degradado y en gran medida visto con desconfianza por algunos sectores. Establece la diferencia entre la “moral nacional” y la “moral católica”.
 
Cree que la “moral nacional” ha de consistir en "el servicio a España y el sacrificio por España", que considera como "valor superior" a cualquier otro. Para Ledesma los pueblos sin una moral de ese tipo nunca son libres sino tiranizados por minorías del mismo país o por pueblos extranjeros. Esa libertad a través de la “moral nacional” que propone supondría aniquilar los partidos políticos (que dividen a los españoles), la liberación de vascos y catalanes del separatismo (que los ha desnacionalizado) y la justicia y liberación de los trabajadores españoles (cuya humillación ha hecho a muchos caer en la trampa marxista). ¿No recuerda esto al “España ha venido a menos por una triple división…”?
 
En cuanto a la “moral católica” es muy contundente y he aquí uno de los aspectos por los que la Iglesia nunca tuvo a Ledesma en gran estima. Distingue entre el engrandecimiento de lo "español" y de lo "humano". Ledesma afirma que hoy interesa más salvar a los españoles que a los hombres, pues estos solo pueden ser salvados "si disponemos de una plenitud nacional, si hemos logrado previamente salvarnos como españoles". Considera que a España no hace falta acercarse a través del catolicismo sino de forma directa. Y aclara que un católico por el hecho de serlo no significa que sea patriota. Está poniendo sobre la mesa con esta afirmación un mensaje patriótico diferente. Puede que Ledesma, salvando las diferencias, tenga una cierta sintonía con el nacionalismo maurrausiano en este apartado al poner por encima la idea de Patria que a la religión. Maurras utilizó el catolicismo simplemente como factor unificador de los franceses aunque fue agnóstico gran parte de su vida. Es decir, subordinó la fe católica a la idea nacional lo que le llevó a la Action Française y a su líder a la condena papal de 1926. En cierto modo Ledesma se movía en unos parámetros similares. Quiere un nacionalismo hispánico que refunde la Patria.
 
Él cree que en España ha habido un patriotismo religioso efectivo que él valora en los tiempos del Imperio y otro de tipo monárquico, pero no uno popular orientado a las masas. Es lo que propone.

Muy probablemente tanto su formación filosófica como su indisimulada hostilidad a la CEDA, apoyada por los católicos en su mayoría y a la que Ledesma siempre consideró tibia en la defensa de España, influyera y agudizara aún más esa distinción de una y otra moral. Ledesma cuando se refiere a esta “moral católica” diferenciándola de la “moral nacional” lo hace pensando, sin duda, en Gil Robles y su organización a los que acusaba nada más ni menos de ser tan escasamente nacionales como Azaña.
 
Dicha diferenciación de “morales” la argumenta de la siguiente forma. Hay una España no-católica o indiferente al catolicismo. Estas masas, sin ser enemigas declaradas de la Iglesia y de la religión católica, pueden ser un gran caudal para vigorizar esas fuerzas y esas juventudes para la revolución nacional. No pueden dejarse al margen pues sería un suicidio. Es necesario atraerlas pues son predispuestas a abrazar la idea nacional. Su conclusión es que la “moral nacional” y la “moral católica” no son equivalentes pero tampoco irreconciliables. Sencillamente son distintas.
 
Esta polémica -que tendrá más adelante en el Discurso otro capítulo aparte donde se adentra más en la cuestión- es posiblemente lo que a Ledesma le dejó al margen del panteón de los ilustres de los caídos del bando nacional respecto a otros. Ya habrá momento, pese a todo, de derribar el supuesto mito de un Ledesma furibundamente anticlerical y anticatólico cuando su postura real fue de aconfesionalidad y de respeto a tradición religiosa.
 
¿Pero es suficiente esa “moral nacional”? Rotundamente no. Debe ir acompañado necesariamente de un “nacionalismo social o socialismo nacionalista”. Al contrario que José Antonio –que abominaba del término nacionalismo- pero que en cambio sí usó con frecuencia Onésimo Redondo –en el semanario Libertad o Igualdad lo proclama en innumerables ocasiones-, Ledesma entiende que hay que germinar un nacionalismo de nuevo cuño. Su época son las de las masas y hay que orientarlas hacia una idea nacional nueva. Piensa que las masas españolas están pidiendo una voz de esas características, por lo que su conquista es tarea primordial.
 
Las masas han de ver en la Patria una bandera liberadora, pero no por ello se ha de caer en la adulación y en el halago propio del marxismo. Las masas han de aceptar la jerarquía y la disciplina de esa bandera. Cree que a las masas españolas le interesa más que a ninguna un movimiento nacional fuerte, pues su desgracia se debe a poderes extranjerizantes y ajenos a la realidad nacional española. Por ello la masa, aun siendo amorfa y estando desorientada, puede ser nacionalizada sin dificultades.

Ledesma lo sustenta de la siguiente manera. Ciertos poderes son responsables de la hecatombe y la miseria nacional. Tenemos un capitalismo en España inane y rapaz. Existe una minoría de españoles -grandes propietarios agrícolas, banqueros e industriales- que viven a costa de los demás. Los mismos se regocijan en el lucro y la opulencia con el auxilio mismo del Estado. No tenemos industria y los campesinos viven en situación de explotación. La solución no es otra que liberar al país de la tiranía capitalista extranjera -francesa e inglesa por excelencia- y desmantelar el sistema económico vigente.
 
La juventud ha de tomar el testigo ante la situación de ruina de la inmensa mayoría de los españoles. No pueden defender un mensaje nacionalista sin atender el problema socio-económico. Como el capitalismo español no tiene fuelle y es traidor en sí mismo es el Estado quien debe liderar esa misión. El Estado Nacional que propone es quien ha de coger el timón sustituyendo al capital privado o incluso obligando a la empresa privada que actúe al servicio del Estado. Solo así España podrá acometer su desarrollo ferroviario, la mejora ambiciosa de la industria pesada, de la energía hidroeléctrica, de la minería... El paro forzoso podría aplacarse y además el comercio con Hispanoamérica podría fortalecerse y estrecharse si gozamos de una independencia económica.
 
Asimismo exhorta al incremento demográfico y militar y a una política internacional vigorosa. Considera que España tiene unas condiciones naturales muy superiores a los países de su entorno pero que no ha sido capaz de incrementar su población hasta los estándares necesarios y que una España económicamente fuerte debería alcanzar los cuarenta millones de habitantes –curiosamente como sucedió en España a partir de los sesenta- frente a los veintitrés de los que dispone. Nos permitiría ser un país de consumo y comerciante y aumentar nuestro potencial notablemente.
 
Un ejército poderoso además lograría que nuestras fronteras fueran seguras. España está militarmente anticuada y desfasada, pero acusa nuestra debilidad militar en gran parte a la enfermedad antimilitarista de ciertos sectores políticos que han envenenado a la población y han renunciado a todo heroísmo colectivo. Es la juventud quien tiene de nuevo que avivar esa actitud de milicia. En España siempre ha habido erupciones de esa gallardía señalando la Guerra de la Independencia como uno de los grandes ejemplos. Es necesario, urgente y primordial el renacimiento del espíritu militar. Sin embargo apostilla que "la milicia, como la poesía, solo es valiosa cuando alcanza calidades altas". Frase certera. Hay que liberarse del militarismo ramplón, mediocre y deficiente. No hace falta lanzar nuestros ejércitos contra otras naciones sino fortificar nuestra Patria para hacernos respetar frente a la que él llama “Europa enemiga”. 
 
Todo esto es muy ambicioso pero… ¿No habría que modificar la actitud española respecto a su política internacional? Evidentemente para que esto pueda producirse hay que tener política exterior propia y España no la tiene. Vive nuestra Patria bajo el yugo anglo-francés. Critica que la Constitución de 1931 rechace explícitamente –cosa surrealista por otra parte- a la guerra, lo que demuestra una absoluta dependencia de potencias enemigas y un claro síntoma de nuestra debilidad. Básicamente porque dicha renuncia supone, como establecía la Sociedad de Naciones, preservar la hegemonía gala y británica en el continente europeo. Ledesma no puede ni desea ocultar quienes son esas potencias adversarias. Señala con el dedo, además de Francia, a Inglaterra como nuestro gran rival pues es vecino por tres partes: Portugal, Gibraltar y el Océano. Nuestras fronteras están cercadas por quienes nos han hecho la vida imposible en las últimas décadas y los que nos han reducido a palmeros de sus intereses internacionales.
 
Para liberarnos de esa dependencia de Francia e Inglaterra debe España hacer su revolución. De ejecutarla cree Ledesma que nos atreveríamos a todo: recuperar Gibraltar, la unión deseada con Portugal, expansión africana, la aproximación a América en todos los ámbitos -comercial, cultural, económico- y a plantarnos ante Europa para establecer un orden continental justo con España. Es curioso que esto que expone lo crea “a pies juntillas” el propio franquismo en un momento determinado entre 1939 y 1942. Es esa fase de retórica imperial –que acabó quedando solo en eso- pero que, sin ir más lejos, quedó reflejado en la obra "Reivindicaciones de España" (1941), escrita por unos jovencísimos José María de Areilza -amigo de Ledesma y ex jonsista- y Fernando María Castiella -divisionario y futuro ministro de Exteriores-, y que abarcaba todo lo que Ledesma proponía grosso modo. No es ningún secreto que nuestra figura creyó siempre que España podría aspirar al Imperio como lo creyó el mismo franquismo una vez acabada la guerra civil antes del viraje dado a mediados de la Segunda Guerra Mundial. 
 
Nos surge, pues, un pregunta. ¿Podrá España acometer toda esa política internacional sola? ¿No necesitará aliados? Ledesma cree que solo hay un aliado con el que no colisionaremos posiblemente: la Alemania nacionalsocialista. 
 
Esta afirmación puede parecer a muchos una locura, pero seamos sensatos y observemos como Ledesma tiene grandes nociones de la geopolítica y la geoestrategia de su tiempo. ¿Quién puede chocar con nuestros intereses nacionales? Italia tiene importantes intereses mediterráneos –había recuperado propagandísticamente la idea romana del “Mare Nostrum”- que podría estrellarse con los nuestros. Francia posee una gran extensión de Marruecos y amplísimas zonas en África que lindan con nuestro protectorado y nuestras plazas en dicho continente. Inglaterra nos somete con Gibraltar y su capitalismo en nuestro propio suelo, siendo obsceno este último en el caso de las minas. Portugal, que no es un enemigo ni mucho menos, vive sometido a la política inglesa. ¿Única opción a priori? Alemania. Comparte en muchos aspectos la crítica al sistema demoliberal, tiene como la España que propugna Ledesma los mismos adversarios y no tiene intereses similares a los de España en ciertas áreas con los que confrontar. Pero Ledesma advierte que dicha alianza con el país germano debe ser "con toda cautela, porque nuestra España tiene que evitar que se entrecruce con su ruta ascensional cualquier compromiso que la detenga o paralice".
 
Demuestra con esto último que España no se someterá a ninguna nación extranjera que impida su progresión. España marca su propia ruta, su misión y su destino nacional y -¿por qué no decirlo?- imperial. Queda claro que nuestros posibles aliados son necesarios en la empresa de la nueva España que él vislumbra, pero jamás pueden perturbar nuestras metas como Patria soberana e independiente. De esto último dependerá en gran media el futuro nacional.
 
Continuará...

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