Luis Carpio Moraga |
LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN
Por Manuel Fernández Espinosa
EL GRUPO LITERARIO “EL MADROÑO”
Es obligado que, para presentar convenientemente al escritor D. Luis
Carpio Moraga, de quien haremos una breve semblanza más abajo, ofrezcamos previamente una aproximación al grupo literario en el que encontró su lugar, inspirándose en los ideales que el grupo custodiaba celosamente y que constituían el tuétano de toda su actividad intelectual y literaria, el mismo ideario por el que muchos de ellos serían martirizados en 1936-1939. La obra de Carpio Moraga en verso
y en prosa es harto difícil de adquirir, pues sus libros no han sido reeditados después de la Guerra Civil. Tengo la
suerte de tener en mi haber ediciones originales de algunos de estos escritores provincianos
(alguno de estos libros en mi posesión tienen el valor añadido del autógrafo de su autor); merced a
ello, he podido estudiar de primera mano la obra soslayada de estos poetas
olvidados. Los miembros del “Grupo de El Madroño” se congregaban alrededor del
que culturalmente estaba más reciamente formado y cuyo nombre era D. Francisco de Paula Ureña Navas (1871-1936). He tenido la ocasión de presentar a este gran desconocido en un breve ensayo que le dediqué a su figura y obra y que se publicó bajo el
título: “La poesía en Jaén: D. Francisco de Paula Ureña Navas y el grupo
literario ‘El Madroño’”. Hasta donde se me alcanza, ellos nunca se hicieron
llamar como “Grupo ‘El Madroño’”, pero fue el Cortijo de ‘El Madroño’, en el
término municipal de Martos, en donde tenía su señorial residencia el patriarca
del grupo y donde se reunían habitualmente sus componentes, para conversar y
contrastar opiniones o leerse sus manuscritos; fue por esta razón que, entre todas las denominaciones que pude acuñar, para nombrarlo, escogí el nombre del Cortijo 'El Madroño', escenario que fue testigo de las jornadas de amistad y alta cultura de aquellos hombres que laboraban por una cultura cuyo elemento era el catolicismo y su identidad, la española.
EL MENTOR DEL GRUPO: FRANCISCO DE PAULA UREÑA NAVAS
Aunque no sea el protagonista de
este artículo, resulta pertinente dar unas pinceladas sobre Ureña Navas, puesto
que fue el líder (pudiéramos decir que ideológico) que ejerció su autoridad
intelectual sobre los miembros de este grupo de literatos, entre los que
podríamos mencionar al periodista e historiador jaenero D. Vicente Montuno
Morente, al poeta de Porcuna D. Eugenio Molina Ramírez de Aguilera, al poeta
carlista Bernardo Ruiz Cano, de Jaén, y al personaje que aquí presentamos: el
escritor marteño D. Luis Carpio Moraga.
Francisco de Paula Ureña Navas
nació en Torredonjimeno (Jaén) el año 1871 y vino a abrir los ojos en el hogar
de una familia bastante humilde, pero de acendrada raigambre carlista; no
obstante las condiciones económicas de su familia, Ureña Navas pudo estudiar
promocionado por el padrinazgo del clero local. Ureña Navas realizó sus
estudios en Sevilla, licenciándose en Derecho y en Filosofía y Letras. En
Sevilla tuvo que conocer al eminente polígrafo D. Francisco Rodríguez Marín
que, a distancia, influirá en las preferencias literarias de Ureña Navas, así
como sobre el círculo literario. Ureña Navas desempeñará el cargo de director
de uno de los periódicos provinciales de mayor tirada de la primera mitad del
siglo XX: “El Pueblo Católico”. Este periódico, como el mismo director, era de
marcado signo tradicionalista, católico y español hasta la médula. Francisco de
Paula Ureña Navas sería una de las personalidades más distinguidas del panorama
cultural de Jaén: profesor durante un tiempo en el Colegio Santo Tomás de la
capital del Santo Reino, periodista, crítico literario, implacable censor de
las modas modernistas, escritor en prosa y poeta. Cuando era anciano, Francisco
de Paula Ureña Navas huyó a Madrid con su primogénito, viendo que la situación
en Jaén se enrarecía cada vez más y se convertía en peligrosa. En Madrid el
viejo poeta y su hijo serían asesinados por los milicianos del Frente Popular,
corriendo el año 1936: dos hijos más del poeta sería asesinados en tierras de
Jaén.
Durante su vida activa y pública,
Ureña Navas había congregado a un nutrido grupo de amigos (algunos de ellos
alumnos suyos en el Colegio de Santo Tomás) y todos ellos descubrieron su
personal vocación poética de la mano de este mentor que, gracias a su posición
en la cultura provincial, pudo impulsar y apoyar la obra literaria de sus
discípulos. Tal fue el caso de quien nos ocupa: D. Luis Carpio Moraga.
LUIS CARPIO MORAGA
Luis Carpio Moraga nació en Baeza
el 13 de septiembre de 1884. Sin embargo, no sería su ciudad natal la ciudad de
su crianza, pues todavía era muy niño cuando su familia muda su residencia y
pasa a instalarse en Martos donde vivirá hasta el final de sus días. De Martos
se ausentó durante una temporada para poder realizar sus estudios, pero a
Martos regresó nuevamente con su titulación. En un primer momento la
orientación profesional de Carpio Moraga lo condujo a formarse como procurador,
pero allá por 1917 encontró su vocación literaria, pasó a colaborar con “El
Pueblo Católico” así como con otras cabeceras provinciales ( díganse por caso
“La Regeneración” o “Don Lope de Sosa”). El mismo Carpio Moraga confiesa ser
discípulo de D. Francisco de Paula Ureña Navas y también afirma deberle a éste
el impulso primero para que él se dedicara a la literatura. Carpio Moraga fue
más prolífico que su Maestro y llegó a publicar novelas, obras de teatro,
crítica literaria y poesía. Su labor cultural en la ciudad de Martos fue muy
considerable como fundador de algunas instituciones como fueron el “Orfeón
Marteño” y su proyección traspasó la provincia, estrenando sus obras dramáticas
en ciudades como Zaragoza. Podemos decir que, en la primera mitad del siglo XX,
Carpio Moraga fue un autor hasta cierto punto conocido y del que las
hemerotecas todavía hoy podrían darnos cuenta de sus efímeros éxitos literarios;
que hoy sea un absoluto desconocido para la literatura hispánica no significa
que no tuviera cierta popularidad en el tiempo que le tocó vivir, aunque no
fuese el mejor.
Como el resto de los miembros del
“Grupo de ‘El Madroño’”, el escritor marteño se caracterizaba por sus opiniones
conservadoras, sin ocultar su catolicismo y su patriotismo (que, corriendo los
años, le costarían la vida). Fue Alcalde de Martos en el año 1922. En su haber
figuran los siguientes títulos (puede que haya más): “Alma española” (poemario,
1919), “La fuerza del amor” (novela, 1921), “Nuevas poesías” (poemario, 1921),
“Honra y amor” (obra de teatro, 1924), “Doña Isabel de Solís” (obra de teatro
en verso, 1929), “Luz del alma” (poemario) y las obras dramáticas: “La vida es
así”, “Conchita la deseada”, “Los sobrinos de Don Pablo”, “El conde del Santo
Reino”, “En busca de la felicidad”, “El pobre y el rico”, “El soberbio y el
humilde”, “El ciruelo de la civilización”, así como una colección de trabajos
publicados en prensa bajo el título “Crítica literaria y artículos varios”. Uno
de los pocos que han estudiado su obra ha sido D. Miguel Calvo Morillo que,
gran conocedor de Martos y su historia, ha evocado la figura y obra del
escritor marteño en algunos de sus artículos.
A los 51 años, D. Luis Carpio
Moraga sería asesinado por las milicias frentepopulistas en las trincheras
del río Salado, según todos los indicios el día 12 del mes de enero del año
1937.
ESPAÑA “DIALOGA” CON EL SIGLO XX
El poema en cuestión, el que
emplearemos para notar la posición política de Carpio Moraga es una de las más
recias piezas del poemario con el que debutaría en el mundo literario: “Alma
española”. Este libro de poesías sería editado por la entonces celebérrima “Librería
de Fernando Fé”, en Madrid, año 1918 y con prólogo del maestro del grupo: D.
Francisco de Paula Ureña Navas. Es oportuno recordar que en esta “Librería de
Fernando Fé” se daban a la estampa las obras literarias de la flor y nata de
los escritores de la época. El poema se titula “España y el siglo XX- Diálogo”
(podríamos añadir que su complemento sería otro poema publicado en el mismo
poemario, titulado “La Humanidad futura”; pero preferimos centrarnos en “España
y el siglo XX- Diálogo” por ser más explícito y poner a un lado “La Humanidad
futura”). Ambos poemas constituyen tal vez las composiciones de más poderoso
aliento poético, a la vez que ocupan, por su magnitud, varias páginas del
libro, destacándose ambos sobre el conjunto total del poemario que a la postre
es una colección de poesías de heterogénea calidad, entre las que abundan los poemas de temática
religiosa y, a veces, moralizante, lo que hace de la obra que ésta tenga un
resultado literario de calidad variable.
En el poema que concentra nuestra
atención, la trama es sencilla: el Siglo XX, diríamos que casi en pañales, se
encuentra con España y pregunta a ésta: “¿Por qué lloras, mujer bella?” y el
joven siglo da cuenta a España de todo aquello que los siglos pasados le han
dicho de las grandezas de España, de las pretéritas hazañas hispanas, de sus
gloriosas proezas, de su otrora pujante dominio de los mares, ensalzándola como
madre de grandes hombres de armas y de letras, como nodriza de naciones y
señora del orbe. Cuando España tiene el turno de la palabra, lo hará con el
magisterio de una experiencia milenaria:
LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN DE LAS SOCIEDADES
Esto responde España al Siglo XX
en el poema de Carpio Moraga:
“-Tú eres joven y no sabes
Los males que Dios derrama,
Cuando su divina Ley
Es por los Pueblos truncada,
Ya que así lo exige el orden.
Las sociedades no pagan
En ultra-tumba sus culpas:
Eso queda para el alma”.
El pensamiento que aquí expresa
España, por medio de la prosopopeya, tiene una larga tradición que podríamos ir
a buscar en el Antiguo Testamento, pero con más certidumbre es el pensamiento
tradicionalista español más reciente a Carpio Moraga el que está aquí latente,
pronunciado por esa España que, en alegoría de bella mujer, está de vuelta de
las peripecias de la Historia. España reclama la atención del joven Siglo XX
para que contemple la catástrofe que se está desarrollando en esos años: la Primera Guerra Mundial, entendiéndola como un castigo divino por la desmedida ambición de
las naciones contendientes.
Sin embargo, como digo, el
pensamiento enunciado, a saber: que las sociedades, al no tener alma como los
individuos, tienen que expiar sus pecados sobre la tierra; esa idea matriz tiene
nobilísimos antecesores. Es el mismo pensamiento que Juan Vázquez de Mella
expresará en un artículo publicado en “El Pensamiento Español” (enero de 1920, aproximadamente
un año después de la publicación de este poema):
“Si los pueblos tuvieran alma
subsistente e inmortal, como los individuos, encontrarían en una vida futura el
galardón de su méritos y la pena de sus delitos, pero como viven y mueren en el
tiempo, en la tierra reciben las recompensas y los castigos. Y como Dios sería
injusto, y la ley moral mentiría, si quedase la maldad sin pena, por eso los
delitos sociales son castigados con catástrofes y las civilizaciones
corrompidas con barbaries”.
(Juan Vázquez de Mella,
“Los peligros de las dos barbaries”).
Sería ir muy lejos aseverar que
Vázquez de Mella se inspirara en estos versos de Carpio Moraga para tan
magistral fragmento; con probabilidad, Vázquez de Mella tal vez no leyera nunca a Carpio
Moraga. Pero es mucho más sencillo encontrar la razón que tanto los asemeja: tanto el poeta marteño como el egregio
tribuno, tuvieron la misma fuente de inspiración para sus versos y sus frases
respectivamente. Esa inspiración está en la obra filosófica de Juan Donoso Cortés
y, para ser más exactos, la encontramos en las “Cartas de París”.
Las “Cartas de París” componen
una colección epistolar con destino a su publicación periodística, correspondencia
enviada por Donoso Cortés desde la capital francesa a España, para ser publicadas
en el periódico “El Heraldo”, en cuyas páginas verían la luz los días 24 y 31 de
julio; 6, 12, 20 y 31 de agosto; 3, 10 y 20 de septiembre; y 4, 8 y 20 de
octubre del año 1842. En ellas el filósofo de la historia y de la política
aborda (según declara él mismo en correspondencia privada) cuestiones varias en
calidad de comentarista, más que como teórico doctrinal. En la carta del 10 de
septiembre, Donoso Cortés afirma, entre otras cosas, lo que entiendo que sería
la idea-madre que compartirán y reformularán el poeta del “Grupo ‘El Madroño’” y
el Verbo de la Tradición: lo que pudiera llamarse cabalmente unos esbozos de la
Doctrina de la Expiación, según Donoso Cortés:
“La expiación es la ley del
universo, es la condición esencial de la perfección humana” –sentencia Donoso
Cortés, para más abajo afirmar:
“Si hay una expiación para las
sociedades, como para el hombre, esa expiación está simbolizada por la guerra
necesariamente, y lo está porque la guerra, tomada en su sentido más general y
más lato, en su sentido más filosófico, es para la sociedad lo que para los
individuos las dolencias y las pasiones”.
Esto es: las sociedades purgan
sus culpas en este mundo a través de catástrofes, invadidas por bárbaros y
asoladas por hordas que castigan el desvío de la sociedad corrompida, puesto
que para la sociedad no puede haber “infierno” donde pagar las penas por sus
delitos y pecados. En versos de Carpio Moraga, recordemóslos:
“Las sociedades no pagan
En ultra-tumba sus culpas:
Eso queda para el alma”.
La doctrina tradicionalista de la
Expiación es la que justifica teológicamente la profusión de los Templos
Expiatorios que se empezaron a erigir en toda la Cristiandad. Muchas
organizaciones católicas de todo el mundo impulsaron con este argumento
tradicionalista las iniciativas que se plasmarían en los Templos Expiatorios de
la Sagrada Familia y el del Sagrado Corazón en el Tibidabo (ambos en Barcelona,
España) o en México, como son: el del Sagrado Corazón de Jesús en Ciudad de
León (Guanajuato) y su homónimo de la ciudad de Zamora de Hidalgo (Michoacán),
el del Santísimo Sacramento en Guadalajara (Jalisco) y el de Cristo Rey de la
Ciudad de México (Distrito Federal).
Las especulaciones que ensaya
Donoso Cortés sobre la Expiación son, sin ningún género de duda, tributarias
del pensamiento de Joseph de Maistre, aunque tampoco podemos descartar la
influencia que sobre el pensador español ejercería, en este aspecto, la
filosofía del francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847).
Maistre sostenía, como bien lo resume
el P. Teófilo Urdanoz (O.P.) en su “Historia de la Filosofía” (tomo IV), que: “Los
pueblos deben expiar sus crímenes e injusticias mediante el sacrificio de
muchos inocentes para ser regenerados de su degradación”. En “Las Veladas de
San Petersburgo” y en “Aclaraciones sobre los sacrificios” del Conde saboyano
podríamos encontrar muchas citas. Por otra parte, el susomentado Pierre-Simon
Ballanche es otro filósofo decimonónico, tan olvidado en los manuales de
Historia de la Filosofía como Luis Carpio Moraga lo está en los manuales de
Literatura española. Ballanche fue amigo de Chateaubriand y asiduo tertuliano
del famoso Salón de Madame Récamier. Ballanche era sobradamente conocido en los
cenáculos legitimistas de Francia y su filosofía fue inspiración para muchas
personalidades del Arte, la Literatura y la Música del XIX y principios del XX.
Las influencias de Ballanche pueden hallarse en la concepción de algunas obras
musicales de los compositores Franz Liszt y Richard Wagner. Su filosofía la
expuso Ballanche en varias obras que gozaron del aplauso del público
contemporáneo, aunque el núcleo del pensamiento que nos concierne fue expuesto en
“La Ville des expiations” (La Ciudad de las Expiaciones). Al igual que Donoso
Cortés, Ballanche había descubierto a Giambattista Vico y sobre la noción de
“corsi e ricorsi” montó el pensador lionés su filosofía de la palingenesia
social; aunque Ballanche discrepaba de las bases filosóficas de Vico al
confundir lo histórico con lo religioso. El dogma principal de la filosofía de
Ballanche consiste en afirmar la caída y la rehabilitación que explicarían la
sucesión de los destinos humanos y su desarrollo bajo la forma de reanudaciones
sucesivas, donde cada recomenzar va precedido por una prueba que es una
expiación. En la filosofía de Ballanche, según nuestro Marcelino Menéndez y
Pelayo, “se manifiestan las doctrinas expiatorias de Saint-Martin y José de
Maistre, las teorías palingenésicas del ginebrino Bonnet”: así como ciertos
elementos inquietantes del martinismo que el filósofo católico adoptó sin
conciencia de entrar en un terreno problemático para la ortodoxia. (Menéndez y
Pelayo, “Historia de las Ideas Estéticas en España”). El mismo Menéndez y
Pelayo caracterizó al filósofo francés como “poeta de la metafísica”, sin
regatearle la grandeza de sus intuiciones, pese a la heterodoxia implícita
procedente del martinismo.
Es inconcebible que Donoso Cortés
no conociera de primera mano la obra de Ballanche, habida cuenta de que el
Marqués de Valdegamas vivía en París cuando la filosofía de Ballanche estaba
afianzada en el sector de los monárquicos, además de eso el español alternaba
con la elite política e intelectual francesa de aquel entonces en su condición
de embajador español en París, lo que hace posible que Donoso Cortés incluso llegara
a conocer personalmente al autor de “La Ville des expiations”. En este sentido,
no podemos dejar de recordar aquellas frases terminantes que el extremeño pone
como colofón a su monumental “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el
socialismo”, cuando el insigne pensador español escribe las palabras finales,
con la unción de quien graba una lápida admonitoria:
“…lo que no ha visto ni verá el
mundo es que el hombre, que huye del orden por la puerta del pecado, no vuelva
a entrar en él por la [puerta] de la pena, esa mensajera de Dios que alcanza a
todos con sus mensajes”.
En estos renglones está contenida
toda la doctrina donosiana en torno a la expiación que, como hemos apuntado más
arriba, está inspirada en la filosofía contra-revolucionaria de los tradicionalistas Maistre y Ballanche. Y en esta grave y severísima
filosofía que considera inexorable la expiación es donde hallan su fuente
principal tantos discursos de los oradores más preclaros del tradicionalismo
español, así como los humildes y olvidados versos de Carpio Moraga.
El poema “España y el siglo XX-
Diálogo” es, como hemos dicho en los preliminares de este artículo, bastante
extenso. Por eso no ha quedado agotado para nuestra consideración y por eso volveremos sobre él por el interés que presenta para
algunos otros asuntos que consideraremos próximamente. En este primer aproche
hemos trazado la genealogía ideológica de esos versos que hemos
comentado. En próximos artículos sobre Carpio Moraga trataremos de escrutar en la opinión política que éste sostuvo frente a la Primera Guerra Mundial.
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