Estatua de Vercingétorix, en Burdeos (Francia) |
PIERRE JOSEPH PROUDHON Y LA FEDERAL
Y
"SAGRADA TIERRA DE LA GALIA"
En los siete volúmenes que forman su magna obra “La historia
del pensamiento socialista”, George Douglas Howard Cole (1889-1959) comenta que
en el siglo XIX, cuando los movimientos obreros irrumpen en la historia, el
Estado sería percibido por los revolucionarios socialistas como “un poder
externo superpuesto a sus súbditos, y no como un organismo que representa la
amplia masa de los ciudadanos”. Si el Estado era percibido a manera de un poder
externo y artificial y el liberalismo decimonónico había optado por identificar
Estado liberal con Nación, el resultado era previsible: la Nación tenía que ser
rechazada con la misma fuerza que el Estado (sería la posición de los
anarquistas) o había que conquistar el Estado sin parar mientes en la Nación
(fue la posición de los marxistas). Anarquistas y marxistas estarían de acuerdo
en algo: la lucha era internacionalista y no tenía que reparar en nación ni
patria: Nación y Patria no son conceptos equivalentes, pero tenían la misma resonancia; y así fue como anarquistas y marxistas formaron conjuntamente en la Asociación
Internacional de Trabajadores (I Internacional), fundada en Londres el año 1864,
y caminaron juntos al menos hasta el V Congreso de la I Internacional (1872), año en que las
disensiones entre los partidarios de Bakunin y los secuaces del tándem Marx-Engels fueron tan fuertes que llevaron
a la ruptura. Pero el internacionalismo no fue la raíz de esa escisión. El
movimiento obrero podía estar formado por distintas familias, con diferentes
análisis y criterios sobre el modo de enfrentar la lucha obrera, pero que la
lucha obrera era internacionalista (y, por ende, apátrida) estaba más que
aceptado por todos.
Sin embargo, uno de los más grandes teóricos del anarquismo,
se mantendría al margen de esa tendencia: me refiero a Pierre Joseph Proudhon
(1809-1865). Su autodidactismo, su independencia de pensamiento y sus
desavenencias con Karl Marx podrían explicar ese desapego por el internacionalismo
obrero, pero Proudhon no sólo se mantuvo al margen de la corriente general del
movimiento revolucionario (de signo internacionalista), sino que se manifestó sin ambages como un auténtico y
sincero patriota.
Marx le había cursado una invitación, en 1846, para escribir
en una revista alemana que dirigiría Marx desde Bruselas, pero Proudhon (por las
razones que fuesen) despreció la propuesta y Marx, rencoroso y vengativo, se lo
apuntó en la cuenta y le pasaría factura. Cuando Proudhon escribió en 1843 una de sus obras más
ambiciosas (“El sistema de las contradicciones económicas o la Filosofía de la
Miseria”) Marx respondió con todo su veneno al año siguiente con el burdo
panfleto de “Filosofía de la miseria”. Eran incompatibles: el judío alemán (a
sueldo de los poderes fácticos) y el obrero autodidacta francés no podían estar
en el mismo barco. Cuando Marx insistía en un golpe de mano revolucionario (a
veces incluso con grave auto-contradicción de su doctrina), Proudhon
respondía: “Creo que […] no debemos plantear en absoluto la acción
revolucionaria como medio de reforma social, pues este pretendido medio sería
simplemente una apelación a la fuerza, a la arbitrariedad, en suma, una
contradicción”.
Y por si fuese poco, Proudhon no era internacionalista.
Tampoco era nacionalista, es cierto. Pero era patriota. Nos lo dice uno de los
especialistas españoles en anarquismo, Diego Abad de Santillán (pseudónimo de
Sinesio García Fernández, anarquista español y estudioso del anarquismo de reconocidísimo prestigio): “Era un patriota –nos dice Abad de Santillán-, pero de ningún modo un
nacionalista: amaba su región natal y se integraba en ella como la parte en un
todo; en ella se reponía de sus males físicos y de sus depresiones espirituales”.
Y así lo deja claro el mismo Proudhon, cuando escribe: “No tengo otra fe, amor,
esperanza que la libertad y la patria. Por eso me opongo sistemáticamente a
todo lo que me parece hostil a la libertad y extraño a esta tierra sagrada de la
Galia”.
En la sectaria interpretación marxista este “patriotismo” se ganaría a no más tardar la acusación de “pequeño-burgués”, pero Proudhon no fue
nunca un pequeño-burgués, sino un trabajador (que, por cierto, también conoció
el desempleo y la miseria), incomodidades -y más que eso- que Karl Marx supo esquivar con la ayuda de sus "amigos".
El genuino patriotismo de Proudhon explica que no cayera en
el internacionalismo que tendía a disolver todo patriotismo en una Internacional; ese era el movimiento obrero que animaba la inmensa
mayoría de los socialistas libertarios o autoritarios. Pero, ¿cómo podía
conciliarse el estar a la vanguardia de la problemática social y en permanente
confrontación con los poderes opresores de la usura, el capitalismo y la
política y... apartarse de los internacionalistas?
Proudhon tuvo en esto una ventaja: entendió que tanto la Nación-Estado como la Internacional eran dos abstracciones hostiles a la naturaleza humana: la primera, homogeneizando lo que por razones naturales (geográficas) e históricas (culturales y por tradición) era diverso: las realidades regionales… La otra: homogeneizando todo, anulando las tradiciones patrias que abarcaban esas realidades regionales. Para escapar de la Nación-Estado (recordemos las palabras de Cole, aplicadas para el Estado: “un poder externo superpuesto a sus súbditos, y no como un organismo que representa la amplia masa de los ciudadanos"), Proudhon identificaba lo que para él era la “patria” con la “sagrada tierra de la Galia”, mientras que el Estado-Nación lo asocia a Francia. Por eso, uno de los capítulos de su libro “El principio federativo” (del año 1863), se titula “Tradición jacobina: Galia federalista, Francia monárquica”.
Proudhon tuvo en esto una ventaja: entendió que tanto la Nación-Estado como la Internacional eran dos abstracciones hostiles a la naturaleza humana: la primera, homogeneizando lo que por razones naturales (geográficas) e históricas (culturales y por tradición) era diverso: las realidades regionales… La otra: homogeneizando todo, anulando las tradiciones patrias que abarcaban esas realidades regionales. Para escapar de la Nación-Estado (recordemos las palabras de Cole, aplicadas para el Estado: “un poder externo superpuesto a sus súbditos, y no como un organismo que representa la amplia masa de los ciudadanos"), Proudhon identificaba lo que para él era la “patria” con la “sagrada tierra de la Galia”, mientras que el Estado-Nación lo asocia a Francia. Por eso, uno de los capítulos de su libro “El principio federativo” (del año 1863), se titula “Tradición jacobina: Galia federalista, Francia monárquica”.
Con frecuencia empleamos coloquialmente los términos “Galia”
y “Francia” como sinónimos, pero si queremos hilar más fino habría que tener en
cuenta que el celtismo había invadido la historiografía romántica francesa
antes de la revolución de 1830. El fenómeno había eclosionado en la
historiografía francesa por esos años, pero tenía su genealogía en la
Revolución de 1789, cuando los revolucionarios establecieron una división en
términos binarios: la aristocracia (a la que profesaban el odio más furioso fue interpretada por los revolucionarios como heredera de los “francos” de Clodoveo: "poder externo superpuesto"), mientras que el pueblo
revolucionario se entroncaba gustosamente con unos supuestos ancestros galos
(Vercingétorix). Estas genealogías, bien es verdad, podrían ser inexactas o estar equivocadas para el
escrupuloso historiador, pero poco importaba la falta de correspondencia de estas teorías con la
historia, pues como escribió Jorge Luis Borges:
“Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene
importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”.
Es, en definitiva, el factor “mítico” de todo movimiento
político lo que permite comprender y activar los cambios políticos. Proudhon
entendía que la Galia era constitucionalmente una realidad federativa, mientras
que Francia se había superpuesto sobre la Galia como una Monarquía con su aparato estatal de opresión; los jacobinos no lo habían solucionado, centralizando el Estado surgido tras la Revolución. Y es aquí adonde pudo venir Charles
Maurras (1868-1952), más tarde, a descubrir lo que llamó “país real” y “país
legal”. Lo cierto es que el federalismo propugnado por Proudhon fue mucho más
sano que el postulado en España por Francesc Pi y Margall (1824-1901), que estudió a Proudhon e incluso lo tradujo. Pero no solo Pi y Margall se empapó de las
teorías proudhonianas, más próximo a Proudhon que Pi y Margall estuvo el
gallego Ramón de la Sagra (1798-1871) que colaboraría estrechamente con
Proudhon allá por el año 1840, ayudando en la creación del “Banque du Peuple”
(uno de los proyectos más ambiciosos de Proudhon); sin embargo, el federalismo español
encontró en Pi y Margall a su máximo teórico y las razones últimas del
federalismo pimargalliano estaban muy lejos de ser las que animaban a Proudhon… Pero
eso, como decía aquel escritor… Es ya otra historia.
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