RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 14 de julio de 2014

LA RECONQUISTA PERMANENTE

Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón y Pamplona

 
Conferencia pronunciada el 12 de julio de 2014 en el Albergue Juvenil de Jaén*
 
 
LA RECONQUISTA PERMANENTE
La teoría del reflujo del poblamiento y la reconquista
 
 
Manuel Fernández Espinosa
La situación geográfica de un país determina en gran medida su historia. La Península Ibérica, situada en el extremo occidental de Europa, con una cara atlántica y otra mediterránea, bordeada de litoral a excepción de su istmo septentrional que la une al continente europeo ha sido la presa de la ambición y codicia de muchos imperialismos extranjeros. Ángel Ganivet decía que la Península Ibérica era una casa con dos puertas y, por lo tanto: mala de guardar. Mala de guardar incluso con una muralla natural en los Pirineos al norte y a pesar de que, al sur, un foso natural la separa de África: el estrecho de Gibraltar. En nuestra historia de poco han servido esas barreras geográficas.
Si nos paramos a pensarlo, aquí y ahora, cuando conmemoramos dos de las batallas más relevantes de nuestra Historia, le daremos la razón a Ganivet: en 1212 en Navas de Tolosa vencimos a los invasores africanos que habían atravesado el Estrecho de Gibraltar; en 1808 vencimos en Bailén a los invasores europeos que habían penetrado en la Península Ibérica atravesando los Pirineos. Ambas fueron guerras de supervivencia y liberación. En ellas nos vimos implicados todos los peninsulares, antes de las divisiones nacionalistas. En los grandes dilemas se manifiesta lo que un pueblo vale: era o los invasores o nosotros. Y nunca quisimos dejar de ser nosotros.
Sin embargo, con la libertad que me han concedido sus organizadores, esta conferencia no versará sobre la Batalla de las Navas de Tolosa que conmemoramos en esta jornada patriótica. Es mi propósito disertar sobre cuestiones que podríamos llamar “meta-históricas”, esto es: anteriores a todo acontecimiento histórico en bruto, como fue la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212. Anteriores en el tiempo y pudiéramos decir que también cuestiones cuya prelacía está más allá de cualquier exposición de índole histórica, siendo factores que obran a manera de “condiciones de posibilidad” que anticiparán y sentarán las bases para que cientos de años después se complete la Reconquista. Algo que no es un objeto que tengamos que mirar como el entomólogo observa un insecto, sino que es -nada más y nada menos- lo que nos ha hecho ser quienes somos.
Yo no soy historiador profesional: soy aprendiz de filósofo que presta mucha atención a la Historia y la considera con la aspiración de comprender el presente y la patente voluntad práctica de configurar el futuro. Lo que traigo a la consideración de este distinguido público no es repetir una serie de hechos históricos, contándolos mejor o peor que lo cuentan los libros. Lo que vengo a postular es una teoría propia: una teoría articulada por mí mismo, sobre la base de mis estudios históricos; una teoría avanzada hace años en algunas publicaciones de muy limitado público; una teoría comprobada posteriormente a la luz de algunos trabajos que han venido a darme la razón y que es inexpugnable en su verdad práctica. Es, por lo tanto, una teoría propia que sirve para recuperar el concepto de Reconquista que está peligrando debido a muchos intereses bastardos que tratan de eliminarla de la conciencia popular. Y es mi teoría la de un filósofo -no el trabajo de un historiador; pues no miro la Historia como hacen los “profesionales” que viven de ella, que no se dejan interpelar y presumen estar al margen de ella.
La teoría de Américo Castro (uno de los artífices del paradigma histórico hoy vigente: la “Teoría de las Tres Culturas”) tampoco era la teoría de un historiador, sino la teoría de un filólogo entrometido en Historia. El que le plazca que me llame “filósofo entrometido en Historia”: me importa un bledo. Por otra parte, es normal que la comunidad científica no acepte teorías como la mía de la noche a la mañana; además de suponer un trastorno para sus acomodadas posaderas en las cátedras universitarias, admitir mi teoría y contribuir a su difusión es algo que ningún poder fáctico estaría dispuesto a subvencionar, por estar mi teoría frontalmente en contra de lo que ellos imponen. A esta teoría que hoy expongo por vez primera en público en esta disertación la llamo provisionalmente la “Teoría del reflujo del poblamiento y la Reconquista”.
Con la ayuda de Dios y la intercesión de su Madre la Santísima Virgen María y encomendándome bajo la égida de Señor Santiago, a quienes nuestros cruzados encomendaban todas sus empresas guerreras, procedamos con ésta:
 
EL CONCEPTO DE “RECONQUISTA”
 
En el curso de toda la historiografía peninsular (también en la bibliografía portuguesa), la Reconquista ha sido un vocablo que significaba el esfuerzo político (con especial desarrollo en su dimensión bélica) mantenido durante ocho siglos contra el invasor mahometano que ocupó la España de los Godos (Hispania Gothorum) el año 711. A partir del siglo XIX, con el incremento de los estudios arabistas en España, se va abriendo una brecha en la concepción monolítica de la Reconquista (que nadie ponía en cuestión) y tímidamente se va ejerciendo una actividad crítica sobre el mismo concepto “Reconquista”, poniéndolo en tela de juicio, rebajando y desacreditando todo el esfuerzo de nuestros antepasados por liberarse de los invasores. Ya a principios del siglo XX los hay (indocumentados como Blas Infante o, más cultos, como Américo Castro) que mantienen y difunden el escepticismo sobre la Reconquista, la minusvaloran o directamente la reprueban, sin recatarse a la hora de conceptuar como algo negativo lo que supuso la “Reconquista”: ignorancia, amnesia, manías exóticas y románticas, confusión, relativismo, falta de identidad y mucha ingratitud son las raíces de esa vergonzosa actitud que hoy ha ganado tantos adeptos y que pasará factura a esta sociedad pasiva y pusilánime.
Para algunos, el mismo hecho de haber tardado ocho siglos en reintegrar España a su estado anterior al 711 ponía en tela de juicio que la “reconquista” hubiera sido algo real, algo enraizado en la voluntad de nuestros ancestros y perpetuado piadosamente a través de las generaciones: esto es, el concepto “Reconquista”, según algunos, era algo inventado posteriormente por intereses políticos e historiográficos espurios. La reconquista (afirman) no existió. Y esto que dicen es MENTIRA.
Podríamos acumular los documentos históricos para confirmar que desde el año 711 siempre se habló entre los españoles de la “Pérdida de España”. Esto quiere decir que por parte de los autóctonos (hispanorromanos y visigodos: españoles les llamaremos con toda legitimidad) se percibía y lamentaba unánimemente que España (la España surgida con Recaredo) se había perdido a manos de unos invasores; puede argüirse que algunas veces el relato de esta destrucción de España, es cierto, adquiría ecos de leyenda: el Rey Rodrigo y sus supuestas transgresiones contra la moral y la superstición habían atraído la desgracia del Reino de los Godos en España, etcétera; pero que se tenía clara noción de esa pérdida y que esa pérdida se valoraba como provisional no puede ponerse en duda y, quien siembra la duda sobre ello ejerce una labor poco edificante desde el punto de vista científico. Los cristianos reorganizados en el norte alimentaban la noble aspiración de restaurar el Reino Godo de Toledo; los cristianos que habían quedado en tierra ocupada por el invasor sentían en toda su crudeza las vejaciones y maltratos de las fuerzas extranjeras de ocupación que habían destruido España: por eso, muchos de estos cristianos emigraron al norte, para levantar los monasterios mozárabes como el de Sahagún (fundado por cristianos andaluces, “mozárabes”) y, como vamos a tener ocasión aquí, los que no abandonaban la tierra ocupada por el invasor sentían el anhelo de ser liberados de la opresión de sus tiranos extranjeros. Existía, por lo tanto, una común nostalgia del Reino Godo de Toledo, un sentimiento de estar sometidos y, por parte de la mayoría de españoles, también existía la firme voluntad de recuperar España, restaurando el Reino Godo de Toledo. La Reconquista era recuperación del territorio y a su vez “liberación” de los españoles uncidos bajo el yugo musulmán: a esa liberación se la llama muchas veces “delibranza” en las antiguas crónicas castellanas.
Para comprobarlo, bástenos leer un testimonio del siglo XI; lo más interesante de este testimonio es que está extraído de las memorias del último rey zirí de Granada, Abd Allah. Se trata, pues, de un material nada sospechoso de estar manipulado por los “reconquistadores”. Escribe Abdalá que el conde godo Sisnando, con el que mantenía trato, le confesó un día:
“Al Andalus era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin ningún esfuerzo”.
No cabe una declaración de propósitos tan franca como la de este conde godo que se la hace a su enemigo, en la persona del mismísimo rey de Granada. Según párrafo que reproduce Abdalá en su libro, confirmamos que:
1.    La indiscutible percepción de los españoles de haberles sido arrebatado el territorio.
2.    La indiscutible voluntad de los españoles de recuperar lo perdido: Reconquista.
3.    Incluso se esboza la estrategia española: debilitamiento del musulmán a medio y largo plazo, sin prisas, hasta re-apoderarse de toda la península.
Blas Infante hablaba de “conquista” de Al Andalus a manos de las “hordas mesetarias”. El conde godo Sisnando en el siglo XI se lo desmiente: ¿quién sabía mejor lo que pasaba en el siglo XI? ¿El conde Sisnando y el reyezuelo moro Abd Allah o ese aficionado desorientado llamado Blas Infante? Lo que Blas Infante sostiene se demuestra como algo que es sustancialmente MENTIRA. Además de ser un absoluto necio en Historia, Blas Infante (todos lo sabemos) era una voz interesada en levantar la falsificación histórica de un Al Andalus “conquistado” por los bárbaros cristianos de los reinos norteños. De esa forma, Blas Infante convertía en autóctonos a los invasores (los moros) y los verdaderos autóctonos (españoles) se convertían en invasores. Blas Infante era profundamente “anti-español” y quienes todavía lo homenajean o son ignorantes o son de su misma ralea.
Queda meridianamente claro que la RECONQUISTA no fue un concepto inventado por los historiadores posteriores a la Reconquista: los reconquistadores se sentían reconquistadores y sabían muy bien lo que estaban haciendo. No les movía la ambición ni la codicia de conquistar tierras extranjeras, querían recuperar su propia tierra: la misma que les habían robado gentes extrañas venidas de allende el estrecho de Gibraltar.
 
LOS LUGARES CRISTÍCOLAS
 
Pero tras la invasión del año 711: ¿qué había sido de los españoles que no pudieron poner a salvo su libertad en las montañas del norte?
Comúnmente se oye decir que los musulmanes ocupantes conquistaron rápidamente España y que “generosamente” permitieron a los cristianos vivir bajo su dominio, en condición de “dimmíes” (cristianos y judíos, “gentes del Libro” que, según establece el Corán, podían dejárseles vivir en la tierra conquistada por el Islam a cambio de un tributo -el “jaray”- y determinadas condiciones que marcaban la ortodoxia pública islámica, en lo práctico tan fluctuante). Es así como se ha pintado de rosa todo aquel mundo, omitiendo y silenciando a los españoles actuales la opresión, la violencia, la persecución, el exterminio y la deportación de los españoles sometidos en tierras andalusíes. Aquello no eran Tres Culturas jugando al corro de la patata: aquello eran tres poblaciones con diferencias religiosas insalvables. Pudo haber coexistencia en determinados momentos, pero la situación general era de sumisión bajo una tiranía ejercida por quien tenía el poder militar y político que, en Al Andalus, eran los musulmanes.
En un primer momento, los musulmanes eran una minoría en España. La población mayoritaria era la autóctona que, tras la conquista islámica, quedaba en condiciones de sumisión. Como confirman documentos del siglo IX, existían “lugares cristícolas” donde los cristianos podían vivir al margen de los núcleos saturados de africanos islámicos; “lugares cristícolas” a los que iban los recaudadores de impuestos enviados por el gobierno de ocupación islámica. Vastas zonas de nuestra actual provincia de Jaén (también las Alpujarras granadinas, p. ej.) eran, en esos tiempos de la temprana ocupación africana, un islote apenas turbado por los mahometanos: así se desprende de los textos de San Eulogio de Córdoba que dice de Santa Flora Mártir: “matre hinc inconsulta domum relinquens, clam cun sorore sua fugan iniit. Seseque tutioribus locis inter christicolas collocantibus” (“…sin avisar a su madre, abandonando la casa, se fugó en compañía de su hermana, recogiéndose ambas en los lugares secretos y seguros de los cristícolas”). Ese lugar era Ossaria, la actual Torredonjimeno.
Muy distinto era el ambiente urbano: en la capital de Córdoba la situación estaba mucho peor para los cristianos, puesto que los musulmanes ejercían un poder omnímodo: los condes godos servían a sus amos mahometanos y las altas jerarquías eclesiásticas cristianas estaban mediatizadas por los califas. Así se entiende que un Califa pudiera convocar un Concilio (que venga Dios y lo vea… ¿qué es lo que puede hacer un califa musulmán convocando un Concilio?): la instrumentalización de las autoridades naturales de los españoles sometidos era la tónica general y ese colaboracionismo permitía articular a los dominadores extranjeros el ejercicio de su poder sin provocar más tensiones que las necesarias. Aquella ficción de “paz” y “tolerancia” la supieron romper heroicamente los hombres de la escuela de Speraindeo: San Eulogio y Álvaro de Córdoba que formaron una escuela que destacó por dar testimonio de su cristianismo con el martirio. Son los poco conocidos, los que la historia oficial oculta con tanto esmero para que nadie sepa que existieron: los “Mártires de Córdoba”.
La idílica convivencia que sostiene la mentira de las Tres Culturas, esa idea de que musulmanes, judíos y cristianos convivían próspera y pacíficamente bajo el califato es una MENTIRA histórica, construida con el perverso propósito de desarmarnos moralmente a los españoles actuales y neutralizar cualquier precaución frente a las transformaciones sociales que se están ejecutando a día de hoy. La Teoría de las Tres Culturas no es otra cosa que un instrumento de destrucción nacional empleado por nuestros actuales enemigos interiores que, a todas luces, en su odio anti-español y en su inconsciencia están entregando España nuevamente al islam: puede llamárseles traidores, pues “traidor” significa el que “entrega”.
Los testimonios son abundantes en este sentido: San Eulogio refiere que su abuelo, en la Córdoba dominada por los musulmanes, se tapaba los oídos cuando el muecín llamaba en algarabía a la “oración” desde los minaretes; el Abad Samsón se refugia de la persecución de los cristianos tibios y colaboracionistas en la actual Martos (entonces Tucci). Para hacernos idea de la “maravillosa convivencia” que existía en la Córdoba del Califato, leamos este pasaje del “Indiculus Luminosus” de Álvaro de Córdoba, colaborador y biógrafo de San Eulogio de Córdoba. El texto está escrito en la Córdoba de las “Tres Culturas”, corría el año 854:
“Cada día cubiertos de oprobios y mil cúmulos de afrentas, ¿podemos decir que no tenemos persecución? Pues, para callar otras cosas, cuando ven que los cuerpos de los difuntos son llevados por los sacerdotes del Señor para darles sepultura ¿no es cierto que gritan: “¡Dios, no se compadezca de ellos!”, y que apedreando a los sacerdotes del Señor, insultando con palabras ignominiosas al pueblo de Dios, arrojan estiércol inmundo a los cristianos que pasan y los insultan con amenazas mayores?”.
Los cristianos en la Córdoba califal no podían ni enterrar en paz a sus difuntos. No entendemos el concepto que algunos se han formado de la convivencia en aquella Córdoba ocupada por el invasor islámico. Hoy en día es la mentira la que ocupa las cátedras universitarias y a la vista está que los reportajes culturales que tratan por todos los medios televisivos de trasladar una falsa imagen de Al Andalus gozan de espacio en las televisiones (basta con poner CANAL SUR a ciertas horas). Pero lo que dejaron escrito los españoles de aquellos tiempos contrasta con la ficción que se nos trata de inculcar.
 
ALFONSO EL BATALLADOR Y LA HUESTE ESPAÑOLA
 
A partir del año 1090 los almorávides fueron apoderándose de los reinos de Taifas en que se había ido fragmentando la antigua hegemonía mahometana en España. Los almorávides se asentaron en España, pero estaban con un pie en Al Andalus y el otro pie en el norte de África. Sin embargo, allá por el año 1125 los almorávides empezaron a tener problemas por la aparición de los almohades, sus rivales.
Y justo en ese año 1125 será cuando se emprenda una de las expediciones cristianas más exitosas y menos rememoradas de nuestra Historia. Esta expedición militar explica a su vez muchas cosas que, hasta este momento, han sido ignoradas por los historiadores profesionales (que, por lo que se ve, están interesados en otras cosas). Allá por septiembre u octubre de 1125, Alfonso I Rey de Aragón y Rey de Pamplona, conocido por su nombre de guerra como “Alfonso el Batallador” acomete una expedición militar que no tiene precedentes y que algunos historiadores denominan la “Hueste de España”.
La expedición se internará en territorio del Al Andalus, todavía bajo control almorávide, y se desarrollará hasta el mes de junio de 1126 que es cuando el gran monarca aragonés retorna con sus mesnadas a sus reinos del norte.
La expedición de Alfonso el Batallador apenas es mencionada en los manuales de historia, pero sería una empresa reconquistadora que pone sobre el tapete varias cuestiones:
1.    La Reconquista de Andalucía no fue exclusivamente CASTELLANA. La participación aragonesa y vasco-navarra es un elemento que se ha marginado y que en modo alguno puede soslayarse, sin violentar la realidad histórica y sus consecuencias etnológicas.
2.    Todas las fuentes históricas coinciden (tanto las cristianas como las musulmanas) en que la expedición de Alfonso el Batallador a tierras andalusíes fue una decisión del monarca, tras recibir peticiones de socorro por parte de la población mozárabe que sufría el yugo islámico en tierras de la actual Andalucía: en particular destacaron las comunidades mozárabes de Granada capital y las Alpujarras en esa petición explícita de ayuda al Rey de Aragón y Pamplona. Alfonso el Batallador vino a Andalucía, reclamado por los cristícolas andaluces: estos le apoyarían logísticamente, incluso sumándose a la Hueste Española para combatir bajo los estandartes aragoneses.
3.    Las consecuencias de esta expedición están todavía siendo revisadas por los historiadores, pero de lo que no cabe la menor duda es del impacto que supuso y de la trascendencia que para episodios posteriores tendrá la misma en orden a particularidades de la Reconquista que estaba por desplegarse en los siglos sucesivos.
Aunque todavía está en litigio la ruta exacta que realizara la Hueste Española, lo que parece fuera de toda duda es que Alfonso descendió con sus tropas por el levante rumbo a Granada (pues granadinos habían sido los mozárabes que le habían reclamado que viniera para su delibranza; al frente de estos mozárabes estaba un tal Al-Qalas). Llegó a Valencia y destruyendo todas las infraestructuras mahometanas que hallaba en su camino, prosiguió su avance por Murcia hasta internarse en la actual Andalucía. Según piensa José Ángel Lema Pueyo, uno de los mejores especialistas en Alfonso I el Batallador, lo que explica que Alfonso el Batallador no pudiera tomar Granada fue que se entretuvo demasiado tiempo asediando Guadix; este tiempo perdido en Guadix dio lugar a que los mahometanos, apercibidos por la proximidad de “Ibn Radmir” (que era como le llamaban, o sea: el descendiente de Ramiro), lograran movilizar tropas que reforzaron Granada convirtiéndola prácticamente en inexpugnable. Tampoco parece que los mozárabes granadinos fuesen tantos en número como para suponer una fuerza decisiva al sumarse a las mesnadas aragonesas para reconquistar la ciudad de Granada, toda vez que se habían desplazado de otros puntos de Al Andalus contingentes musulmanes de mayor número y efectividad combativa.
En su prudencia, Alfonso entendió que no era la hora de tomar Granada y desistió de fracasar, pero en lugar de retornar a Aragón comenzó una incursión devastadora por el valle del Guadalquivir y así fue como las tierras de la actual Jaén y Córdoba fueron arrasadas por las tropas de Alfonso que obtuvieron su más importante victoria en Anzul (Puente Genil-Lucena) el 10 de marzo de 1126 y avanzando en gran cabalgada, siempre con la inestimable colaboración de guías autóctonos (mozárabes) que conocían el terreno, llegaron los de Aragón a Motril y a Vélez-Málaga y allí, frente al mar, el Batallador mandó que se pescara un pez: lo que era todo un símbolo. Después el Rey mandó poner rumbo al norte, yendo él al frente de su columna. El retorno de la Hueste de España fue dramático: perseguidos por los almorávides que mordían aquí y allá la retaguardia, acosados por el hambre, el frío y las enfermedades, la expedición llegó a Aragón con el resultado de un colosal botín realizado en el curso de sus saqueos y, es más: con unos 10.000 mozárabes que con sus mujeres e hijos se habían agregado a las tropas aragonesas abandonando su Andalucía natal y hallar la libertad en Aragón y Navarra. Y, en efecto, esa libertad la encontraron allí, puesto que nada más llegar a sus reinos, Alfonso promulgó el FUERO DE ALFARO por el cual convertía en Infanzones a los mozárabes que le habían ayudado y acompañado a sus feudos; “infanzones”, exentos de muchos impuestos, con grandes ventajas fiscales, comerciales y vasalláticas. Y quédesenos en la memoria ese término: “infanzones” que equivale, en Castilla, a “hidalgos”.
La primera consecuencia de esta gloriosa expedición de Alfonso el Batallador fue que marcó un antecedente que emularían los reyes de otros reinos cristianos del norte en la Reconquista, pero además de eso podemos enumerar los efectos más destacados:
1.    Por un lado, Alfonso I logró devastar considerablemente las infraestructuras almorávides en Al Andalus; con ello ponía en práctica la estrategia explicitada en el siglo XI por el conde Sisnando a Abd Allah: “debilitar” a los musulmanes, para recuperar España. En el caso concreto que nos ocupa, con mucha probabilidad Alfonso también trató de ocasionar el mayor estrago en los andalusíes con el propósito de que impedirles invadir Aragón o cualquier otro reino cristiano del norte: las pérdidas de los moros fueron tremendas por culpa de aquella incursión y tardarían años en recomponerse de tanta destrucción como la que realizaron los aragoneses. Es la teoría de la “invasión preventiva” que sostiene el historiador Reilly.
 
2.    Los mozárabes que Alfonso llevó consigo a Aragón obtuvieron su propio fuero (algo que no tenía antecedente medieval; los fueros se concedían a particulares, a familias o a concejos… Pero no se había otorgado nunca un fuero para toda una comunidad étnica como la que componían los mozárabes): los mozárabes andaluces se asentaron en Aragón y Navarra y 120 años después vendrían a Andalucía con Fernando III el Santo, para recobrar con la fuerza de sus brazos sus tierras. Esta es mi Teoría del reflujo del poblamiento y reconquista de Andalucía por los mismos andaluces. Es así como puedo adelantar que de los 300 Infanzones de San Fernando son muchos los oriundos de Navarra y Aragón: Don Aznar Pardo (que daría nombre a Villardompardo), Don Eximen de Arraya (que daría nombre a Torredonjimeno: Eximén es Jimeno), Pero Gil de Olit (que es Olite, en Navarra) daría nombre a Torreperogil… Y así tantos y tantos de los que Blas Infante llamaba “invasores mesetarios” se demuestra que eran descendientes de mozárabes que encontraron asilo en Navarra y Aragón. Son muchos más y está por acometerse un trabajo histórico y genealógico de esta cuestión que estudie con mayor detalle la presencia de navarros y aragoneses (los “mozárabes” de Alfonso el Batallador) en las mesnadas de Fernando III de Castilla
 
3.    Los mozárabes que quedaron en territorio de Al Andalus (los que no marcharon al norte para ser libres con Alfonso) fueron reprimidos severamente: puede hablarse de genocidio sistemático. El abuelo del filósofo Averroes fue a pedir al emir almorávide del Magreb que se castigara duramente a los cristícolas:
 
-Exterminio de población.
 
-Maltratos y esclavitud reservada para muchos de los mozárabes supervivientes y, por último:
 
-Deportación al Magreb. Entre los que sufrieron la deportación hemos de decir que algunos (como los Farfán de los Godos) retornaron del Magreb, generaciones después de su destierro, para añadirse a la lucha peninsular contra el moro.
LA RECONQUISTA PERMANENTE
 
Apenas se recuerda la grandiosa gesta de Alfonso I el Batallador, ésta su expedición de Andalucía. Pero 711 años después de la incursión que protagonizó Alfonso I el Batallador, un carlista de Torredonjimeno, mi General D. Miguel Sancho Gomez Damas, reeditó la misma heroica empresa: internarse en territorio ocupado por la Anti-España, para devolver la libertad a los españoles sometidos al gobierno impostor de María Cristina y sus cipayos masónicos que arrendaban España a las potencias europeas: las minas a la banca Rothschild, por ejemplo. La Reconquista no duró 800 años, la Reconquista llegó a 1836, a 1936 y durará siempre, mientras existamos españoles que ansiemos nuestra libertad.
El 26 de junio de 1836, mi paisano el General Gómez salió de Amurrio en Álava emprendiendo lo que sería la denominada Expedición Gómez. Después de haber llegado a Santiago de Compostela, improvisó y saltándose las instrucciones del mando carlista, Gómez se interna en territorio ocupado por el gobierno liberal, realizando su prodigiosa cabalgada: vascos, navarros, asturianos, castellanos, portugueses, gallegos, aragoneses, catalanes y valencianos, todos juntos en una Hueste Española que quiso alzar a la España secuestrada por la gavilla liberal. Como Alfonso el Batallador hiciera en su día, Gómez se internó en la España controlada por el gobierno liberal para “delibrar” a los españoles de un poder extraño: el liberalismo. La expedición de Gómez regresó al campo carlista en Euscalerría en diciembre de 1836.
¿Sabía Miguel Gómez las andanzas de Alfonso el Batallador? Sí, puedo aseverarlo, pues una tradición que se ha conservado en Torredonjimeno hasta hoy, la misma que a mí me ha dado los elementos para esta disertación, transmitió, a través de los frailes franciscanos y mínimos la gesta del Batallador: son los libros del padre franciscano fray Juan Lendínez y del padre victorio fray Alejandro del Barco, que vivieron en el siglo XVIII y disponían de las crónicas aragonesas. Gómez no ignoraba la expedición del Batallador y su intención fue arriesgarlo todo para levantar a la España oprimida por el liberalismo a favor del carlismo, emulando al gran rey aragonés.
Es curioso, pero se da la “coincidencia” de que una familia que partió con Alfonso el Batallador entre los mozárabes, que se asentó en Álava (los Fernández de Arciniega) regresó a Andalucía con Fernando III el Santo y se estableció en Torredonjimeno, siendo el tronco familiar de cuantos se apellidan hoy “Martos”. Y solo a los modernos puede sorprenderles, pero resulta que el año 1836, un Fernández de Arciniega (de la familia que se había quedado en el norte) participó en la Expedición del General Gómez.
La Reconquista no duró ocho siglos. La Reconquista llegó al siglo XIX. La Reconquista es urgente acometerla hoy también, en el siglo XXI… Pues siempre en peligro de perder la libertad y el territorio, la identidad y la patria, nuestra RECONQUISTA ES Y SERÁ PERMANENTE.


* Conferencia pronunciada el 12 de julio de 2014 en el Albergue Juvenil de Jaén, con motivo de los actos de homenaje a los Héroes de la Batalla de Navas de Tolosa y Bailén, organizados por la Asociación Iberia Cruor de Jaén.
BIBLIOGRAFÍA:
 
"Alfonso I el Batallador. rey de Aragón y Pamplona (1104-1134)", José Ángel Lema Pueyo, Ediciones Trea, Gijón, 2008.
 
"El siglo XI en 1ª persona. Las "memorias" de 'Abd Allah, último rey ziri de Granada, destronado por los almorávides (1090) traducidas por E. Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, Alianza Tres, Madrid, 1993.
 
"El Alto Guadalquivir en época islámica", Vicente Salvatierra Cuenca, Universidad de Jaén, Jaén, 2006.
 
"Los reinos de taifas (Al Andalus del XI al XIII", María J. Viguera Molins, Biblioteca Historia de España,
 
"El santoral Hispano-Mozárabe en la Diócesis de Córdoba", Manuel Nieto Cumplido, Memoria ecclesiae, nº. 33. 2009, págs. 467-536.
 
"Apologético", Abad Sansón, Edición de José Palacios Royán, Akal: Clásicos Latinos Medievales, Madrid, 1998.
 
"Introducción al Jaén islámico. (Estudio geográfico-histórico)", E. Javier Aguirre Sádaba y Mª del Carmen Jiménez Mata, Instituto de Estudios Giennenses, Excma. Diputación Provincial, Jaén, 1979.
 
"Nobleza de Andalucía", Gonzalo Argote de Molina, Riquelme y Vargas Ediciones, Jaén 1991.
 
"España en su historia. Cristianos, moros y judíos", Américo Castro, Círculo de Lectores, Visiones de España, Barcelona, 1988.
 
"Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años", Claudio Sánchez-Albornoz, Espasa-Calpe, Madrid, 1978.

"Obras completas de San Eulogio de Córdoba", edición de Pedro Herrera Roldán, Akal Clásicos Latinos Medievales y Renacentistas, año 2005.
 
"Augusta Gemela Ilustrada con los pueblos de su partido hoy villa de Martos", manuscrito de fray Juan Lendínez, año 1778.
 
 
 
 
 

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