UNA LECCIÓN DE INFLUENCIA CULTURAL
Por Manuel Fernández Espinosa
Dicen los genealogistas que por una abuela suya tenía como
antepasado a Gengis Khan y de cierto se sabe que estaba casado con la nieta de
Otto von Bismarck. Hermann Alexander Conde Keyserling (1880-1946) fue un
filósofo bastante popular para lo que suelen serlo los del gremio; hoy, apenas
se le recuerda. Con la revolución bolchevique se vio forzado a emigrar a
Alemania, dejando sus haciendas en la báltica Livonia de la que era nativo. La
curiosidad filosófica le hizo emprender una serie de viajes, convirtiéndolo en
un auténtico hombre de mundo. Su interés por las filosofías y las religiones de
Extremo Oriente y el conocimiento que de estas tradiciones obtuvo por sus
viajes y estudios, le granjearon el papel de interlocutor europeo con Asia,
hasta tal punto que Antonio Machado pudo escribir de él: “ése lleva el Oriente
en su maleta de viaje, dispuesto a que salga el sol por donde menos lo
pensemos” (“Juan de Mairena”, Antonio Machado).
En 1920 el Conde Keyserling fundó en Darmstadt su “Escuela
de Sabiduría” (Schule der Weisheit), patrocinada bajo el mecenazgo del Gran
Duque Ernst Ludwig de Hesse. Con la Escuela de Sabiduría se ponía en pie un centro de
alta cultura que tendría como dos dimensiones: una pública, como centro de
educación independiente de las iglesias y de la Universidad, organizador de
conferencias, y otra dimensión menos conocida, de carácter ocultista. No ha de
escandalizarnos el dato de su “ocultismo”, pues la Alemania de entreguerras
(nos lo cuentan en sus novelas Thomas Mann o Ernst Jünger…) era un favorable
terreno para las sociedades secretas y sus presuntas doctrinas de salvación.
En su actividad pública pasaron por la
Escuela de Sabiduría los intelectuales más sobresalientes de la Alemania de
entreguerras: el filósofo Max Scheler, el padre de la psicología profunda Carl
Gustav Jung, el sinólogo Richard Wilhelm o el filósofo Leopold Ziegler,
etcétera. También eran invitados a pronunciar sus conferencias o a asistir a
ellas científicos y magnates de la industria alemana. La Escuela de Sabiduría
daba a la estampa dos publicaciones periódicas que pasaron por ser sus órganos de prensa:
“Der Weg zur Vollendung. Mitteilungen der Schule der Weisheit” (“El Camino a la
Perfección. Comunicaciones de la Escuela de Sabiduría”) y “Der Leuchter.
Weltanschauung und Lebensgestaltung. Jahrbuch der Schule der Weisheit” (“El
Candelabro. Cosmovisión y Formación de Vida. Anuario de la Escuela de Sabiduría”).
En 1920 también se fundó la “Keyserling-Gesellschaft für freie Philosophie” (la
Sociedad Keyserling para la Libre Filosofía) que resurgió en Weisbaden en 1948.
Los intelectuales más comprometidos con el
proyecto del Conde Keyserling se obligaban a una estricta observancia de la
peculiar filosofía keyserlingiana y quedaban bajo el magisterio del conde o de
sus discípulos de confianza. Entre estos destaquemos a Kuno Conde von
Hardenberg (1871-1938), orientalista y crítico de arte, estudioso de la
francmasonería. Al científico que, como el mismo Conde de Keyserling, era de
origen báltico: Karl Julius Richard Happich (1863-1923), uno de los pioneros
del control higiénico, bacteriólogo y veterinario, también oncólogo. Kuno von
Hardenberg y Karl Happich escribirían, con Hermann von Keyserling, un libro bajo
el elocuente título “Das Okkulte” (Lo oculto); no en vano Federico Sciacca afirma que Keyserling “se ha entregado a la magia y al ocultismo en
una concepción del genio como vehículo de Dios en la tierra”. También
desempeñaría su papel en la Escuela de Sabiduría el psicólogo Georg Groddeck
(1866-1934), considerado como uno de los pioneros de la medicina psicosomática.
Pero, ¿cuál era la filosofía de Keyserling?
La filosofía de Keyserling es una cristalización más del pesimismo que siguió a
la Primera Guerra Mundial, como el relativismo de Simmel, la filosofía de la
historia de Oswald Spengler y otras corrientes contemporáneas: se dirimía nada más y nada menos que los fundamentos de la civilización occidental. Keyserling
reivindica el “Sentido” y realiza una cruda crítica del racionalismo y la
civilización técnica en que ha parado occidente. “El occidente es un fanático
de la exactitud. En cambio, sobre el sentido lo ignora casi todo. Si lo captase
alguna vez, le ayudaría a encontrar su expresión perfecta y establecería una
armonía completa entre la esencia de las cosas y los fenómenos” –nos dice el
Conde Keyserling en “Diario de viaje de un filósofo” (1919). Para Keyserling
resulta que “el sentido” que es -justamente- lo que el occidental ignora, es lo
que no ha perdido el oriental. El Sentido solo puede descubrirse por medio de
una intuición particular y por la interpretación de los símbolos y los mitos. Contando
con ese elemento es como comprendemos que Keyserling dirija sus ojos a Oriente,
donde el conde báltico cree hallar la clave que, convenientemente injertada en
occidente, pueda proporcionar al hombre el descubrimiento de su personalidad
verdadera, falseada por la civilización de la medida y las máquinas. La Escuela
de Sabiduría no era un centro convencional de filosofía académica, sino un camino de conocimiento
para un fin: la plenitud. El encuentro con el Sentido -para Keyserling- no es solo el encuentro con
la realidad que hay, sino más bien la apertura a la realidad que puede haber.
La filosofía de Keyserling era otra expresión del irracionalismo romántico
alemán y su Escuela de Sabiduría un retorno a los antiguos planteamientos de
una filosofía que pretendía ofrecer una doctrina de salvación, como el
pitagorismo y la Academia de Platón.
Keyserling gozó en España de mucho
predicamento. La intelectualidad y las altas clases sociales españolas de la época lo recibían gustosas, le
agasajaban con banquetes y esperaban, entre interesados y escépticos, las prédicas
del conde mistagogo. Sin importar las tendencias, que por aquel entonces no se
habían radicalizado hasta llegar al enfrentamiento civil, José Ortega y Gasset,
Eugenio d’Ors, los Machado, los Baroja, Ernesto Giménez Caballero, Rafael Alberti,
Ramiro Ledesma Ramos, Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro… Compartieron
agradables veladas en España con el sabio báltico. Pero había otras motivaciones en los
viajes a España del conde Keyserling, además de su sintonía con el mundo
hispánico. Keyserling estuvo tanteando la posibilidad de erigir una sucursal de
su Escuela de Sabiduría en las Islas Baleares. Los periódicos de la época se
hacían eco de que esa empresa cultural quería establecer un centro de formación
de elites castellano-catalanas con la intención de propagar el pangermanismo.
Pero el semanario de Ledesma Ramos “La
Conquista del Estado” reaccionaba ante tales pretensiones germánicas,
entendiendo como intromisión extranjera en los asuntos hispanos las idas y
venidas del conde Keyserling. Es más que probable que “La Conquista del Estado”
llevara razón: Keyserling ejercía su influencia sobre España, pero con la idea
de ejercerla a su vez sobre Hispanoamérica: eso es de lo que lo acusa el
semanario de Ledesma Ramos: “Por un lado, busca la amistad española para dar
que pensar a la pobrecita Francia. Y por otro, quiere asegurar el mercado
hispano-americano cultivando bien los agentes más autorizados de la metrópoli
hispana” ("Keyserling en España o el comercio alemán de ideas", LA CONQUISTA DEL ESTADO, 14 de marzo de 1931).
España era en aquel entonces, como ahora lo
es, una tierra donde se decidían en reuniones de sociedad y cultura el peso de
las potencias en litigio.
Podemos concluir que la Escuela de Sabiduría
de Keyserling pudo ser, a la vez que un centro de filosofía, un laboratorio de
ideas de cierto pangermanismo de entreguerras que ensayaba estratagemas para
lograr alianzas con grandes bloques geopolíticos, como el que constituye la
Hispanidad. El triunfo del nacional-socialismo hitleriano supuso la persecución
y extinción de muchas organizaciones semejantes a la de Keyserling (recordemos
el acoso al que fue sometido por los nazis también el hierofante Rudolf Steiner
y su antroposofía). En España, tras la Guerra Civil, la filosofía de Keyserling
declinó y su estrella se apagó... Quedó como un borroso recuerdo de los tiempos
anteriores a la matanza en que nos vimos envueltos.
Tal vez la lección que nos depare el caso de
Keyserling se pueda resumir en el interés que todas las potencias mundiales han
mostrado en ejercer sobre España su influencia cultural, con la intención de
ejercerla a su vez sobre los países hermanos de Hispanoamérica: franceses,
ingleses, alemanes, rusos se han dividido las simpatías de los españoles.
Algunos españoles, como Valle-Inclán, trabajaron para los Aliados durante la
Primera Guerra Mundial, otros españoles hicieron profesión de germanofilia y
hasta en medio de los tiros en la Guerra Civil se oían vivas a Rusia. De muy
diferente modo, los países que han competido por la hegemonía mundial se las
han averiguado para hacernos de su cuerda.
¿No
será ya hora de crear nuestros propios centros culturales con claro propósito
de realizar una gran política hispanista? Sí creo que lo va siendo. Y por simple razón de supervivencia. Espero muy pronto abordar la cuestión.
BIBLIOGRAFÍA:
Varios libros de Hermann Conde de Keyserling.
Varios libros de Eugenio d'Ors.
Federico Sciacca, "La filosofía, hoy".
Emile Bréhier, "Historia de la Filosofía", vol. 2.
Antonio Machado, "Juan de Mairena".
En la fotogafía: sentados Pío Baroja, Menéndez Pidal, Keyserling; Edith Sironi (mujer de Gecé) y Gecé. De pie; Rafael Alberti, Emilio García Gomez, Sainz Rodriguez, Pedro Salinas, Rivera Pastor, Bergamín, Americo Castro, Antonio Marichalar, Cesar Arconada y Ramiro Ledesma. Del blog: HISPANIARUM |
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