LO JURO POR SNOOPY
14/07/2014.
Por Manuel Fernández Espinosa
Ignoro si todavía se estila, pero hace décadas cundía una expresión que cuando la escuchaba me resultaba hilarante. Los más “pijos” (digo esa gente solvente económicamente y que brilla por su frivolidad) solían acompañar a sus aseveraciones con una coletilla: “Te lo juro por Snoopy” -remataban. El popular y simpático personaje del dibujante Charles Schulz se convertía en testigo involuntario de los juramentos de los pisaverdes que, invocando a Snoopy, pretendían hacer valer su relato.
Un juramento no suele tener sus consecuencias en el mundo visible. Es por eso que para aquellos que niegan la trascendencia, todo juramento es ocioso. Alguien que jura poniendo por testigo a alguien en cuya existencia no cree (digámoslo con toda franqueza) está haciendo un paripé. Si alguien no cree en el infierno, ¿qué va a temer más allá de esta vida? Jurará y perjurará en el convencimiento de que sus juramentos no tendrán ninguna consecuencia que pueda lamentar. Jurará como quien juega; y jugando con ventaja sobre los ingenuos que confíen en su más o menos solemne juramento.
En el pasado, la muchedumbre de casos en que unos juraban en vano o no temían perjurar por descreer de la eficacia de la justicia divina llevó a algunas sociedades a la práctica de la “ordalía” o “juicio de Dios”. En las ordalías se invocaba a Dios para que, a través de operaciones rituales y visibles, se produjera un resultado visible del que se infería si el testimonio del interesado era fehaciente o no. La ordalía suscita hoy la risa en aquellos que se jactan de haber superado épocas oscuras y se creen muy “avanzados”, pero hemos de admitir que la ordalía es una modalidad lógica que, más allá o acá de su eficacia, convencía a los creyentes de lo fidedigno que pudiera ser el juramento o promesa de aquellos que no eran del todo de fiar.
Decía Ernst Jünger que: “Cuando en un Estado ateo un incrédulo exige juramento a los creyentes, su proceder se asemeja al del banquero tramposo de una mesa de juego que aguardase que los otros jugadores pusiesen sobre el tapete oro auténtico". También podríamos afirmar que a una sociedad relativista le están sobrando todos los “juramentos solemnes” y lo mismo da que se hagan ante un tribunal que ante el parlamento de una nación.
“Lo juro por Snoopy” está más vigente de lo que podemos pensar. Está poniéndose en boga de la mano de todos aquellos que juran sus cargos con las mayores ventajas que les ofrecen los novísimos protocolos. Se han tomado los juramentos a chacota: aquí ya puede jurar cualquiera por Snoopy, por Zipi Zape o por Carpanta, lo mismo es y una masa irreflexiva no concede la menor importancia a estas cosas, las pasa de largo y permite con su pasividad que cínicos peores que Maquiavelo juren en vano sus cargos… En la creencia de que ni en el más allá (ni en el más acá) se les requerirá que hagan bueno lo que juraron.
Juramentos que no obligan son del todo inútiles. Pero quienes los prestan cuentan con ello y, claro que sí, con la sumisión de un pueblo convertido en masa y que hace tiempo que ha perdido la justeza de las palabras y la noción de honor. Y no lo juro por Snoopy, sino que doy mi palabra de honor.
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