Alberto Buela (*)
Desde el Vaticano II (1965/68) venimos leyendo y escuchando
que la Iglesia debe “abrirse”, debe “estar a la altura de los tiempos”, debe
“modernizarse”, debe “aggiornarse”, debe “hacerse simpática al mundo”, debe, en
definitiva “cambiar”.
Esto es, desde hace, por lo menos medio siglo, cincuenta
años, que todos los medios masivos de comunicación se proponen “cambios”.
Y ¿cuáles son los cambios propuestos?: aborto, eutanasia,
sacerdocio femenino, anulación del celibato sacerdotal, divorcio irrestricto,
manipulación genética, matrimonio homosexual, aceptación de valores gay,
anulación del papado, conducción colegiada, la anulación de alguno de los
dogmas y muchos más.
Es cierto, que todos estos cambios no tienen la misma
jerarquía, pues unos son dogmáticos (la primacía del Papa), otros cuentan con
el apoyo científico (aborto) y otros son opinables (celibato sacerdotal), pero
si hacemos efectivos todos, la Iglesia se transformaría en una no-Iglesia.
Pero ¿quiénes son los que solicitan estos cambios?. Son los
beneficiados por estos cambios: los grandes laboratorios, los grandes estudios
de abogados divorcistas y abortistas, los homosexuales enriquecidos, las
iglesias que buscan el debilitamiento de la católica. En general, estos grandes
lobbies son anticatólicos.
Ayer y hoy, dos días después de la majestuosa visita de
Francisco al Brasil, el diario porteño de La Nación, vocero desde hace 100 años
del liberalismo y la masonería argentina, publica en primera página como el
gran logro del Papa en tierra carioca: ¿Quién soy yo para juzgar a los gays? Y
Una iglesia más limpia y menos cerrada.
Cuando en realidad el mensaje de Francisco fue: no traigo
oro, ni plata, traigo a Jesucristo y Río es el centro de la Iglesia.
Subleva la manipulación interesada de un mensaje claro y
distinto. Esto se debe a los intereses de los poderes indirectos, que son
anticristianos.
El Papa dijo ante la pregunta en el avión de regreso a
Roma: ¿Y el lobby gay? Cuando uno se encuentra con una persona que es así, debe
distinguir entre el hecho de ser gay y el hecho de hacer lobby, porque ningún
lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad
¿quién soy yo para juzgarla?. Y el diario La Nación publica en su primera
página con titulares tipo catástrofe: Otro gesto del Papa: ¿Quién soy yo para
juzgar a los gays?.
Y al otro día pide a través de su escriba oficial: una
iglesia más limpia y menos cerrada.
Y para convalidar esto llama a un pavote ilustrado, que no
es filósofo sino becario eterno del Estado italiano, como Giovanni Reale, que
de católico tiene lo que yo de chino, para que afirme: es algo bueno que los
católicos conservadores se alejen de la Iglesia. Lutero tenía razón para que se
quitara a la verdad evangélica todo lo que la Iglesia de Roma le había
agregado.
Primero la Iglesia no tiene conservadores como los partidos
políticos; si algo tiene es progresistas y tradicionalistas, pero toda esta es
una distinción ilustrada. La Iglesia es el pueblo de Dios, donde hay de
todo. Y ese pueblo que participa de la Iglesia ve en ella un mensaje de
salvación que no se limita a un mensaje social o a un recetario de modelos
políticos.
Y segundo, si Lutero tenía razón, porqué no se hace
luterano y listo el pollo.
Estos carajos, porque no son otra cosa, no ven el mensaje
de salvación, primordial tarea de la Iglesia, y si lo ven, lo distorsionan. Si
miramos bien, observaremos que en el fondo es una gran demanda que desde la
Ilustración y la modernidad se le hace a la Iglesia, pero no es una demanda
popular.
El gran Franz Brentado, el eslabón perdido de la filosofía
contemporánea, enseñaba que el saber de la Iglesia es, esencialmente, un saber
de salvación y que los saberes humanos son en ella una añadidura. (1)
Por eso nos enseñaban de niños, y esto lo cuentan también
filósofos como Alberto Rougés y teólogos como Leonardo Castellani, el viejo
verso:
Aquel que se salva sabe
Y el que no, no sabe nada.
Y la Iglesia cuando sabe es cuando habla de la salvación.
Francisco ha sido claro: queremos una Iglesia pueblo; una
Iglesia callejera; una Iglesia que confiese a Jesucristo; una Iglesia que se
respalde en María: una Iglesia que salga de las sacristías. “Y todo lo demás se
dará por añadidura”. Y si pudiéramos hablar de un enfrentamiento teológico en
Francisco sería entre pueblo e ilustración.
En el fondo Francisco intenta recuperar la sacralidad de la
Iglesia, cosa dificilísima y algo que aquellos que desde hace medio siglo
vienen proponiendo cambios, ignoran totalmente. Es que ellos ven en la Iglesia
una simple institución social y política mundana, mutilando su impronta y
aspecto sobrenatural.
(*) Arkegueta, eterno comenzante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com www.disenso.info
NOTAS:
(1) Esta fue la causa por la cual Brentano, en silencio y
recogimiento, dejó la Iglesia a propósito del Vaticano I de 1870, dejando
Berlín por Viena.
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