El sueco
Rudolf Kjellen (1864-1922) acuñó el término "geopolítica", pero
esta ciencia había sido llamada con anterioridad "geografía
política" y sus desarrollos más rigurosos se debieron principalmente a
las especulaciones del inglés sir Halford McKinder (1861-1947). El término se
importó posteriormente a la Europa continental merced a los oficios del
profesor alemán Karl Haushofer (1869-1946) y el nazismo, por último,
desacreditaría la geopolítica al adoptar Adolf Hitler los conceptos
imperialistas de Haushofer. Hitler que trató de hacer realidad las líneas que
teóricamente había trazado Haushofer. El nacionalsocialismo integraría los
sueños que el viejo general y profesor alemán había abrigado sobre la
fundación de un Reich de mil años que ampliaría sus fronteras sobre un
territorio vastísimo a costa de los territorios del Este de Europa. El tan
implacable como hadario expansionismo que la Alemania hitleriana ejecutó
hacia el Este haría saltar Europa por los aires en una segunda conflagración
mundial que supuso, como Hitler predijo, la fragmentación del talasocrático
Imperio británico.
No sólo el
Imperio de Su Graciosa Majestad sucumbiría. Después del tan cacareado triunfo
de las democracias, vino el reflujo de las antiguas colonias sobre las otrora
metrópolis. Después de retirarse de la política, el General Charles De Gaulle
se instaló en un pequeño pueblecito francés que en español pudiéramos llamar
Colombey-Las-Dos-Iglesias. Francia estaba experimentando ya por aquellos años
un alarmante crecimiento de la inmigración musulmana que llevó a decir al
gran estadista galo: "No es inimaginable que Colombey-las-Dos-Iglesias
se transforme en Colombey-las-Dos-Mezquitas". El filósofo rumano
afincado en París, E. M. Cioran, parafrasearía esta cita de De Gaulle,
expresando en una entrevista a Fernando Savater uno de sus negros augurios:
"Mire, -le dijo Cioran a Savater- la realidad es que Francia, por
ejemplo, se siente invadida. Hace tiempo me atreví a hacer una profecía: dije
que dentro de cincuenta años la catedral de Notre-Dame sería una
mezquita." Siempre que leo esta cita de Cioran, resuena en mí el eco de
un poema de Gerard de Nerval: "Notre-Dame est bien vieille; on la verra
peut-être/Enterre cependant Paris qu'elle a vu naître;" [Notre-Dame es
muy vetusta: tal vez se la verá/Sepultar el París que ella ha visto nacer".
Pero no es sólo la capital gala, la romana Lutecia, la que está amenazada.
El
desenlace de la II Guerra Mundial granjeó a la geopolítica una pésima fama
debido al más arriba referido intento hitleriano de realizar las teorías de
Haushofer, pero la Geopolítica puede aspirar a convertirse en una ciencia
tanto más urgente en cuanto que estamos asistiendo a unos movimientos
migratorios que están poniendo en tela de juicio las identidades de las
naciones históricas, desdibujando la fisionomía de nuestra Patria y sus
pueblos, así como el resto de naciones europeas.
Aunque
Haushofer popularizó el término "geopolítica" no cabe duda que fue
McKinder el "padre de la geopolítica", convirtiéndose su modelo
básico en punto de partida para todas las demás especulaciones que a partir
de él se hicieron en este campo. Su acierto fue saber delimitar y comprender
determinadas leyes objetivas de la historia política, geográfica y económica
de la humanidad.
Según
nuestro contemporáneo, el geopolítico ruso Alexander Dugin: "La esencia
de la doctrina geopolítica podría reducirse a los siguientes principios.
Dentro de la historia planetaria existen dos visiones enfrentadas y
competidoras sobre la colonización de la superficie de la Tierra: el enfoque
"terrestre" y el enfoque "marítimo". La elección de uno
de ellos depende de la orientación ("terrestre" o
"marítima") que siguen unos u otros estados, pueblos o naciones. Su
conciencia histórica, su política interior o exterior, su psicología, su visión
del mundo se forman siguiendo unas reglas determinadas. Teniendo en cuenta
dicha particularidad, se puede hablar perfectamente de una visión del mundo
"terrestre", "continental" o incluso
"esteparia" (la "estepa" es "tierra" en su
estado puro ideal) y de una visión del mundo "marítima",
"insular", "oceánica" o "acuática". Señalemos
de paso que los primeros indicios de semejante enfoque los encontramos en las
obras de los eslavófilos rusos Jomiakov y Kireévski."
Antecedentes
geopolíticos en España.
Haciendo
por ahora caso omiso a los avatares históricos de la "geopolítica"
en el sentido más riguroso y estricto, podríamos empezar diciendo que la
geopolítica es, y debe ser, ante todo un conocimiento propio. (No en balde el
"Conócete a tí mismo" es el principio de todo conocimiento.)
España
tuvo sus propios conatos geopolíticos avant la lettré, algunos de los cuales,
los más destacados, vamos a considerar: el primer bosquejo geopolítico
podemos decir que fue trazado por Isabel la Católica en su testamento,
custodiado por el Cardenal Cisneros de feliz memoria. Concluida para bien
nuestra reconquista había que saltar el estrecho de Gibraltar y anular la
amenaza afroislámica, pero en el ínterim se descubrió un mundo y los
españoles nos lanzamos sobre él. Poco después el veterano soldado y poeta
Francisco de Aldana (muerto en 1578) advirtió nuevamente la amenaza africana,
trazando en octavas reales sus negros presagios. El poeta y soldado de Felipe
II, el bravo español de Extremadura que cayó en la batalla de Alcazarquivir
desapareciendo con el Rey Don Sebastián de Portugal, escribió antes de su
partida estas octavas reales a Felipe II:
"Mas
quiero proponer que no suceda
(así lo
quiera Dios) esto que digo;
harto
trabajo de pasar nos queda
en que a
nosotros baje el enemigo.
Para poder
llegar ¿quién se lo veda?,
pues
África le da seguro abrigo,
adonde
trabarán, por mar y tierra,
con tus
puertas de allá temprana guerra.
Entonces
la morisma que está dentro
de nuestra
España temo que a la clara
ha de
salir con belicoso encuentro,
haciendo
junta y pública algazara,
y al mismo
punto el aquitáneo centro
volver, de
Francia, la enemiga cara,
bajando el
Pirineo, aunque no sea
a más que
a divertir nuestra pelea."
En
"El Criticón", Baltasar Gracián nos ofrece algunos pasajes muy significativos
sobre el carácter de los pueblos y la influencia que los paisajes ejercen
sobre el natural de los hombres que los pueblan. "-¿No te parece
[España] muy seca, y que de ahí les viene a los españoles aquella su sequedad
de condición y melancólica gravedad?". "-¿No te parace que [España]
es muy montuosa y aun por eso poco fértil?". "-Está muy
despoblada". "-Está aislada entre ambos mares". Y si está
"muy apartada del comercio de las demás...", a Gracián le parece
que "Aun había de estarlo más, pues todos la buscan y la chupan lo mejor
que tiene". Según Gracián, los españoles "tienen tales virtudes
como si no tuviesen vicios, y tienen tales vicios como si no tuviesen tan
relevantes virtudes".
El perfil
del español nos lo traza así: Los españoles somos bizarros, "pero de ahí
les nace el ser altivos. Son muy juiciosos, no tan ingeniosos; son valientes,
pero tardos; son leones, mas con cuartanas; muy generosos, y aun perdidos;
parcos en el comer y sobrios en el beber, pero superfluos en el vestir; abrazan
todos los estranjeros, pero no estiman los propios; no son muy crecidos de
cuerpo, pero de grande ánimo; son poco apasionados por su patria, y
trasplantados son mejores; son muy allegados a la razón, pero arrimados a su
dictamen; no son muy devotos, pero tenaces de su religión. Y absolutamente es
la primer nación de Europa: odiada, porque envidiada".
En fin,
para Gracián, "hay genio común en las naciones". Y cuando sus
personajes, Andrenio y Critilo, cruzan el Pirineo para adentrarse en Francia:
"Admiraron con observación aquellas gigantes murallas con que la atenta
naturaleza afectó dividir estas dos primeras provincias de la Europa, a
España de la Francia, fortificando la una contra la otra con murallas de
rigores, dejándolas tan distantes en lo político cuando tan confinantes en lo
material".
Estos
primeros ensayos se verán transformados a finales del siglo XIX en teorías
geopolíticas sobre España, en lo interior tanto como en lo exterior, un poco
más sólidas.
Ángel
Ganivet y la apología de los crustáceos.
Nacido en
Granada el 13 de noviembre de 1865, hijo de Francisco Ganivet Morcillo y
Ángeles García de Lara y Siles, a la muerte de su padre en 1875 Ángel Ganivet
tuvo que abandonar los estudios, para trabajar como escribiente en una
notaría, pero 1880 su jefe le animó a reanudar su educación en el Instituto.
En 1885 sacó su Bachillerato con matrícula de honor en todas las
asignaturas. En el Instituto de Granada se interesa por las obras de Lope de
Vega y empieza a leer a Séneca. Se licencia en Filosofía y Letras en la
Universidad de Granada en 1888 y, dos años más tarde, termina la carrera de
Derecho.
Pasa a
Madrid para cursar el doctorado en Letras y se presenta a las oposiciones al
Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios que ganó, siendo destinado a la
Biblioteca del Ministerio de Fomento. Su tesis "Importancia de la lengua
sánscrita y servicios que su estudio ha prestado a la ciencia del lenguaje en
general y a la gramática comparada en particular" obtuvo el premio
extraordinario del doctorado, después de haber sido rechazada por Nicolás
Salmerón su primera tesis "España filosófica contemporánea".
Frecuentó
el Ateneo y, aburrido de su profesión como archivero, intentó hacerse con la
cátedra de Griego en la Universidad de Granada. Y conoció a Miguel de
Unamuno. En junio de 1892 fue nombrado vicecónsul en Amberes. Residió en
Amberes hasta finales de 1895 hasta que se le destinó a Helsingfors (actual
Helsinki). Desde Finlandia escribe sus "Cartas finlandesas" (1897)
que remite a la "Cofradía del Avellano", grupo intelectual que
había sido fundado en Granada. Las cartas de Ganivet se publicaron en
"El Defensor de Granada".
En Bélgica
había conocido la civilización industrial que le pareció repugnante, como el
capitalismo moderno que con ella emergía, por lo que adoptó actitudes
antidemocráticas que le llevaron al rechazo del socialismo, el liberalismo,
la industrialización, el mercantilismo y la técnica. En Bélgica también se
preocupa del colonialismo europeo en África, que le lleva a escribir entre 1893
y 1895 la novela "La conquista del reino de Maya, por el último
conquistador español Pío Cid".
Ganivet se
traslada en agosto de 1898 a Riga gravemente enfermo, y el 29 de noviembre de
1898 se suicida, arrojándose al río Dwina.
En su
"Idearium español" Ganivet se aparta del expansionismo,
marginándose del contexto de la época cuando las naciones europeas se habían
lanzado frenéticas a la conquista imperialista y colonización del mundo que
terminaría confrontándolas trágicamente en la Gran Guerra.
La tesis
de Ganivet se cifra en "Noli foras ire, in interiore Hispaniae habita
veritas" (No vayas fuera, en el interior de España habita la verdad).
Podríamos
aventurar que esta idea fuerza ganivetiana puede ser no otra cosa que la
versión laica de la misma idea del integrismo nocedaliano que se expresó en
aquella frase que se hizo famosa: "Ya que no podemos encerrar dentro de
sí misma a España para que se salve del universal cataclismo, encerrémonos
nosotros dentro de nosotros mismos, no para rechazar a nadie, pero para no
transigir con ideas, soluciones, con nada que sea contrario, ni siquiera
sospechoso, a nuestros principios, cada vez más intransigentes, es decir,
cada vez más firmes en nuestros principios" (Ramón Nocedal y Romea,
"Discurso en el Palacio de Ciencias de Barcelona", 20 de noviembre
de 1892). No se ha indicado la significativa coincidencia que en algunos
puntos muestra el pensamiento ganivetiano con el integrismo nocedaliano.
Ganivet es
tanto o más elocuente que Nocedal, y cuando lanza su tesis no cree que sea
valedera tan sólo para un grupo de personas partidarias de una concepción
determianda del mundo, sino que la ofrece con el convencimiento de que esa
idea de "interiorizarse" y "enclaustrarse" es válida para
toda una nación, la española: "Hay que cerrar con cerrojos, llaves y
candados todas las puertas por donde el espíritu español se escapó de España
para derramarse por los cuatro puntos del horizonte...". Para él la
solución consiste en "la concentración de todas nuestras energías dentro
de nuestro territorio".
Para
Ganivet, España es "por esencia, porque así lo exige el espíritu de su
territorio, un pueblo guerrero, no un pueblo militar". No son
expresiones sinónimas; el "espíritu militar" (que no es el español)
está en la sociedad y es un esfuerzo de organización, mientras que el
"espíritu guerrero" (el genuinamente español) está en el individuo
y "es un esfuerzo contra la organización".
El
"espíritu territorial" es concebido por Ganivet como algo constante
que por las condiciones geográficas determina el carácter del pueblo que
tiene su solar y asiento en ese territorio, "lo exige el espíritu de su
territorio". Hay pueblos continentales (Francia), pueblos insulares
(Inglaterra o Japón) y pueblos peninsulares (España). En los pueblos continentales
lo característico es la resistencia, en los peninsulares la independencia, y
en los insulares la agresión.
"España
-dice Ganivet- es una península, o con más rigor, "la península",
porque no hay península que se acerque más a ser isla que la nuestra. Los
Pirineos son un istmo y una muralla; no impiden las invasiones, pero nos
aíslan y nos permiten conservar nuestro carácter independiente... somos una
"casa con dos puertas", y, por lo tanto, "mala de
guardar", y como nuestro partido constante fue dejarlas abiertas, por
temor de que las fuerzas dedicadas a vigilarlas se volviesen contra nosotros
mismos, nuestro país se convirtió en una especie de parque internacional,
donde todos los pueblos y razas han venido a distraerse cuando les ha
parecido oportuno; nuestra historia es una serie inacabable de invasiones y
de expulsiones, una guerra permanente de independencia".
La
posición geográfica de España la hace fácilmente expugnable. Según Ganivet,
"la tendencia natural de Castilla era la prosecución en el suelo
africano de la lucha contra el poder musulmán, del que entonces podían
temerse aún reacciones ofensivas". La fatalidad quiso que nos
encontráramos un continente, el que descubrió sin saberlo Cristóbal Colón,
esos territorios del Nuevo Mundo atrajeron "las fuerzas que debieron ir
contra África". En ese sentido, Oswald Spengler pensaba que la conquista
de América por españoles y portugueses dejó exhausta a la pensínsula, pues
"un torrente de hombres, con sangre nórdica, se vierte hacia
América". No hay que olvidar que en la consideración de Spengler obran
prejuicios racistas que no podemos consentir. Estamos lejos de pensar que lo
que quedó en la península, tras la población de América, fue una masa humana
que había perdurado a través de celtas, romanos y sarracenos de peor estofa
que la que marchó.
Para
seguir con Ganivet, diremos que el granadino sostenía que el "espíritu
territorial" de España es el que ha modelado al español como un
"pueblo guerrero" y no como un "pueblo militar", lo hemos
dicho más arriba. Los españoles siempre hemos estado prestos a unirnos para
dar combate al invasor pero de un modo más espontáneo que organizado. Tanto
en la lucha por nuestra independencia desde Numancia hasta el 2 de mayo de
1808, como en las conquistas americanas el pueblo español ha mostrado ser un
pueblo de guerreros y guerrilleros que secundan con devota fidelidad ibérica
a Viriato y al Cid Campeador. "Para nuestras empresas en América no fue
necesario cambiar nada, y los conquistadores, en cuanto hombres de armas,
fueron legítimos guerrilleros, lo mismo los más bajos que los más altos, sin
exceptuar a Hernán Cortés". El pueblo español no se organiza, es
"un pueblo que lucha sin organización". Remedando a Ernst Jünger,
podríamos decir que el anarquismo echó raíces en España por la íntima
constitución del hombre ibérico que, antes que anarquista podríamos decir que
es un anarca a la manera jungueriana.
Esa falta
de capacidad organizativa constituye un punto débil, y a su vez un punto
fuerte. Pero el punto más fuerte es nuestro autoconocimiento: "El
peninsular conoce asismismo cuál es el punto débil de su territorio, porque
por él ha visto entrar siempre a los invasores; pero como su espíritu de
resistencia y previsión no ha podido tomar cuerpo por falta de relaciones
constantes con otras razas, se deja invadir fácilmente, lucha en su propia
casa por su independencia, y si es vencido se amalgama con sus vencedores con
mayor facilidad que los continentales".
Don José
De Yanguas Messía.
Nacido en
Linares, descendiente de Rui Díaz de Yanguas, caballero calatravo
portaestandarte en la Batalla de las Navas de Tolosa, D. José de Yanguas
Messía era hijo del jurisconsulto D. José de Yanguas Jiménez y de Doña Luisa
Gómez Vizcaíno.
El 6 de
abril de 1918 la "Gaceta de Madrid" publicaba el nombramiento de D.
José de Yanguas Messía como catedrático de Derecho Internacional en la
Universidad de Valladolid. Cursó el Bachillerato en el Instituto de Baeza y
estudió en la Real Universidad libre del Escorial. Una vez licenciado y doctorado,
fue pensionado por la Junta para ampliar estudios en Francia y Bélgica,
investigando la política colonial europea, pasando por las aulas de la
Sorbona y bajo el magisterio de Pillet y Weiss. La Gran Guerra interrumpió
sus estudios y regresó a España, aquí redactó su "Expansión en
África" y "El Estatuto Internacional en Marruecos",
interesantes trabajos a los que no hemos podido acceder sino por noticias
indirectas de uno de sus más eminentes discípulos, el tosiriano D. Miguel Arjona
Colomo (1913-1975) que nos dejó escrito un libro cuyo título es
"Personalidad humana y científica de José de Yanguas Messía".
Cualquiera que quisiera adentrarse en el mundo de la geopolítica española de
principios del siglo XX tendría que acudir a la obra de Yanguas Messía.
Geopolítica
de Valle-Inclán.
Más
accesibles son los libros de Ramón María del Valle-Inclán. Comúnmente se le
considera no más que carlista estético, pero allá por 1909 sostenía, en la más
ortodoxa línea foralista, que los nacionalismos periféricos no constituían un
serio problema para la unidad de España, si ésta los asumía secundando la
riquísima y secular tradición foralista. ¡Felices tiempos en los que podía
decirse que los nacionalismos periféricos no eran un problema para España y
decirlo sin hacer el ridículo más calamitoso! El dramaturgo gallego creía que
el único nacionalismo salvador sería el que estuviera informado por la
tradición, entendida como los carlistas la entendían. Sosteniendo semejantes
tesis tendríamos que revisar la versión político-correcta que de Valle-Inclán
se nos hace, sospechando que, después de dedicar al carlismo su trilogía
"Las guerras carlistas" y pensar en comunión con él, no sólo sea un
carlista estético, por más estrafalario que nos parezca.
Pero,
claro es, de Valle-Inclán uno no puede fiarse. Conocidas son sus
inclinaciones por el esoterismo y su pertenencia militante en la perniciosa
secta de la Sociedad Teosófica. Sus bandazos políticos son similares a los de
otros compañeros de esa generación que al menos Azorín llamó del 98.
Valle-Inclán muestra una flexibilidad en sus opiniones políticas capaz de
desquiciar a cualquier ortodoxo. El genial escritor tiene una relación tan
desenfadada con las palabras que nos puede parecer un irresponsable cuando no
un perverso.
Valle-Inclán
siente una falta atracción por el socialismo diciendo, en diciembre de 1927,
que "Todo liberalismo, si tiene una visión de porvenir político del
mundo, debe hacerse socialista". (Cosa que no nos parece tan
descabellada). Y Valle-Inclán es el mismo cuando venera a Lenin que cuando
ensalza a Mussolini.
El
dictador que España necesita, en opinión de Valle-Inclán, "ha de tener
todas las virtudes inherentes a un político universal, sobre todo austeridad,
energía, sentido histórico y la virtud del silencio. ¡Tiene que ser un
taciturno!". ¿Se convierte Valle-Inclán -con estas palabras pronunciadas
en 1931- en profeta de ese "cirujano de hierro", paisano suyo, que
fue Francisco Franco Bahamonde?
De
Valle-Inclán no hay que fiarse mucho, pero tampoco hay que dejarlo de lado,
desdeñando algunas de sus ideas.
Valle-Inclán
nos ha dejado algunos pensamientos que podemos llamar
"geopolíticos", aunque nunca madurados, sino derramados en su obra,
principalmente en las entrevistas que concedió a periodistas que se acercaban
a él con una mezcla de expectación y escepticismo.
En cuanto
a su "geopolítica española exterior" podríamos apuntar que toda
ella atiende a fijar la mirada en la América hispánica. Valle-Inclán
insistirá en esa idea: España tiene que aspirar a una cada vez mayor
ascendencia sobre Iberoamérica. La perdida influencia española sobre sus
hijos emancipados ha de ser restituida, para ello Valle-Inclán cuenta con la
fraterna reintegración de Portugal en la unidad ibérica.
En cuanto
a la "geopolítica española interior" nuestro esperpéntico personaje
nos ha legado una idea: la que llamaremos como él la llamó, la Teoría de las
Cuatro Regiones. Se trata de una teoría que esbozó, pero que no desarrolló
con la amplitud debida. Pese a ello, la Teoría de las Cuatro Regiones será
repetida por el dramaturgo de luenga barba. En una entrevista concedida al
diario El Sol, en 1931, llegará a afirmar que el problema de los
regionalismos quedaría resuelto "Con mi teoría de siempre".
En agosto
de 1924 llegará a confiarle a Rivas Cherif, en una entrevista concedida al
periodista para el Heraldo de Madrid, su Teoría de las Cuatro Regiones.
Valle-Inclán nunca las llamó "cantones", sino Departamentos o Regiones.
"Para
salvar a España no hay más que volver al concepto romano. La visión de los
civilizadores romanos es la única que se ajusta todavía a la realidad de la
Península. Cuatro grandes regiones: la Tarraconense, la Bética, la Lusitania
y Cantabria; no hay más. Cambie usted la sede capital de Tarragona a
Barcelona, conserve usted a Sevilla y Lisboa su supremacía secular y natural,
confiérase a Bilbao de derecho la capitalidad que de hecho ostenta en el
Norte, atribúyase a esas regiones, históricamente racionales, la autonomía
necesaria, y entonces Madrid tendría el valor y la fuerza de un verdadero
centro federal. Cataluña vería así cumplidas sus aspiraciones máximas, dentro
de la gran Iberia; Portugal, acrecido en sus límites naturales con Galicia,
aportaría a la federación la fuerza económica de su imperio colonial. Lo que
habría es que encargar a geógrafos e historiadores la delimitación racional
de esas grandes comarcas ibéricas. Entonces, y sólo entonces, podría España
aspirar a restaurar su influencia moral en América. ¿No habría modo de
constituir un gran partido federalista, sustentado por esa gran idea común,
sin perjuicio, claro, de que cupiese dentro de él una división de derecha e
izquierda, para la actuación política?".
A primeros
de junio de 1931 la Teoría de las Cuatro Regiones vuelve a aparecer, ahora en
el diario El Sol. Valle-Inclán se la comenta a cierto periodista con quien
departe. Será el mismo periodista que lo ha atendido quien comentará sobre el
particular:
"Fue
un deleite seguir oyendo hablar a don Ramón del Vallé-Inclán. ¡Lección
emocionada de Geografía y de Historia de España eran sus palabras! ¡Le vimos
trazar la teoría de los cuatro grandes cantones, de los cuatro grandes
cantones romanos: el tarraconense, con Barcelona; el cántabro, con Bilbao; el
lusitano, con Lisboa, y el bético, con Sevilla! ¡Cuatro grandes cantones por
los cuales iba toda la Península, toda Hispania, a verterse en el mar! Sobre
éste y otros temas dijo palabras de agudísimo ingenio."
En
noviembre de 1931 será el mismo Valle-Inclán el que exponga nuevamente esta
curiosa teoría a Francisco Lucientes, esta vez para los lectores de El Sol.
Preguntado por su opinión sobre los regionalismos, el Marqués de Bradomín
responde:
"-Con
mi teoría de siempre: hay que integrar el espíritu peninsular como fue
concebido por los romanos. Es lo acertado. Dividir la Península en cuatro
departamentos: Cantabria, Bética, Tarraconense y Lusitania. Esto, queramos o
no, es así. En la Península sólo hay cuatro grandes ciudades: Bilbao, que es
Cantabria; Barcelona, que es la Tarraconense; Sevilla, que es la Bética, y
Lisboa, que es la Lusitania. Cada gran ciudad a un mar: el Cantábrico, el
Atlántico, el Mediterráneo."
Francisco
Lucientes nos revela que, tras decir esto: "Don Ramón, se queda un
minuto silencioso, sin duda porque no halla el mar de Sevilla, y porque el
Guadalquivir no le parece todo lo importante que pide el gran lienzo. Se
recobra pronto, y con esa gran facilidad que tiene para urdir fantasías,
repite la anterior enunciación:
-...el
Cantábrico, el Atlántico, el Mediterráneo y... el mar Africano.
¡"Ezo", el mar Africano! Dividida la Penísnual en cuatro
departamentos, podría hacerse una altísima confederación de mares, y por el
Pacífico y Acapulco reanudar el gran comercio con el Extremo Oriente, a base
de Filipinas. ¡Pero "zi" es lo eterno! Lo eterno es el pensamiento,
la ética y la estética peninsulares. No entro en el debate de dialectos y
lenguas aunque sí sé que lo único que mantiene entre los hombres la unidad es
el verbo de comunicación".
En cuantro
al "Mar Africano" diremos que, pese a estar en otro contexto,
Azorín ya había apuntado que "se puede decir con plena exactitud que
España llega hasta el Atlas".
Es de
suponer que en Valle-Inclán el número 4, por su intrínseco simbolismo,
tendría que relacionarse con las cuatro direcciones del espacio así como con
el Tetramorfos. Puestos a fantasear con Valle-Inclán, pudiera ser de su
agrado que asignáramos a cada una de estas cuatro regiones uno de los cuatro
evangelistas, y así el Tetramorfos estaría completado.
Falló la
vertebración de esa España que soñaba Valle-Inclán, faltó la capacidad y la
voluntad políticas. Pero por excéntrico que nos parezca, en Valle-Inclán
latía no sólo imaginación propensa al delirio, sino que eran las suyas
inspiraciones que infundía un patriotismo sincero no exento de pretensiones
imperialistas impensables en estos tiempos crepusculares en que nos
encontramos.
La
Península de dos puertas de guardar está siendo invadida incluso por sus
ventanas y balcones. Establecido el puente aéreo entre Canarias y la
Península, nuestros impuestos facilitan la entrada de avalanchas de
inmigrantes que se derraman por España. Si Ganivet no se equivocaba al
señalar nuestro carácter peninsular como despreocupado ante toda invasión,
los españoles seremos tardos en reaccionar. Si Ganivet se equivocaba,
nuestros pésimos políticos -los mejores aliados de nuestros invasores- y la
anestesia a la que estamos sometidos harán lo propio para terminar dándole la
razón a Ganivet, lo cual será fatal para España y para los españoles.
La morisma
está dentro, mi capitán Aldana, y harto trabajo de pasar nos queda. A este
paso podemos aventurar que los españoles tal vez tengamos que saltar el
estrecho y colonizar África para poner nuestra casa en el Atlas. Sólo un
hombre universal, con sentido histórico, austero, enérgico y taciturno podrá
salvarnos.
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