RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 12 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )


FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )

Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.

AUTOPERCEPCIÓN DE LOS ESTUDIANTES 

Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares


Ha llegado la hora de considerar el modo como el estudiante español de la época era percibido y se percibía a sí mismo. Para ello no hay mejor fuente en que recabar datos que la copiosa munición que se nos brinda en la literatura de los Siglos de Oro. Los prosistas de la época ofrecen en sus páginas testimonios que podemos tomar por fehacientes, aunque pueda acusarse alguna exageración (por eso prescindiremos, adrede, del más hiperbólico y genial de todos: Francisco de Quevedo). 

Los testimonios de la novelística de la época pueden pasar por dignos de crédito en tanto que los autores fueron testigos de vista: todos los grandes genios de la Literatura española de esa época pasaron por la Universidad o estuvieron en sus aledaños. Cuando cursaron estudios superiores, demuestran que se honran de haber vivido aquella experiencia universitaria e incluso se percibe que han mitificado aquella vida, alegre y desenfadada, de su juventud estudiantil, dando indicios de haber tenido, de por vida, conciencia de formar parte de una corporación incardinada en la Universidad de Salamanca, en la de Alcalá de Henares o en cualquiera otra; esos hombres no olvidarán que pertenecieron a un determinado Colegio mayor o menor y que allí hicieron amistades –y todo lo contrario, que también puede ser. Veamos, en primer lugar, la relación que parece que han guardado los más eximios escritores de la época con la Universidad española.


            Por la razón que sea, Cervantes no llegó a la Universidad. Sobre este punto llegó a decir Menéndez y Pelayo que: “Pudo Cervantes no cursar escuelas universitarias, y todo induce a creer que así fue; no recibió grados en ellas, (pero) fue humanista más que si hubiese sabido de coro toda la antigüedad griega y latina[11]; por  eso mismo podría ser que en su obra literaria el tema universitario, bajo muchedumbre de formas, sea recurrente: estudiantes universitarios aventajados en los estudios, tanto como sus antípodas, los perennes paseantes ociosos, las estudiantinas cigarras (que cantaban más que empollaban), las pendencias callejeras, los naipes y las mancebías, las ermitas de Baco y los garitos… La vida estudiantil aflora en sus novelas y se nos pinta esa Salamanca bullanguera y a la vez estudiosa, que forma como una Salamanca paralela a la ciudad que reposa a la vera de Tormes: en algunas novelas de Cervantes ha cristalizado la Universidad de Salamanca, como deteniéndose el tiempo.

Miguel de Cervantes


            Siguiendo con los más destacados de entre la pléyade de prosistas, poetas y dramaturgos del siglo áureo, diremos que Lope de Vega estudió en la de Alcalá de Henares; Calderón de la Barca en Alcalá y en Salamanca; Francisco de Quevedo en la Universidad de Alcalá; Castillo Solórzano en Salamanca muy probablemente; Agustín Moreto se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares, licenciándose en 1639;… La elite literaria cursó, con mejor o peor provecho académico, sus estudios universitarios, pero, aunque no granjearan grandes éxitos académicos, su experiencia universitaria se plasmó de alguna manera en su obra literaria.

            El paso por la Universidad marcará con su indeleble sello las vidas de los literatos españoles de esa época que estamos considerando; por eso no puede asombrarnos que en sus más variadas obras literarias asomen allá y acullá fragmentos de esa vida: estampas costumbristas, usanzas más o menos edificantes, anécdotas picarescas, tipos humanos que nos ofrecen un retablo de lo que era aquella vida estudiantil en los años de hegemonía hispánica.

EL ESTUDIANTADO UNIVERSITARIO

El Conde-Duque de Olivares, estudiante de la Universidad de Salamanca


            El estudiantado de la Universidad española, como reflejo de la sociedad, no era monolítico. Existían clases de estudiantes en razón de su estatus social y económico. Pero a nadie –lo hemos visto con Tomás Rodaja (ente de ficción, pero prototipo de pobre estudiante aplicado), Juan Latino o Beatriz Galindo- se le cerraban las puertas del saber.

            Consideremos el caso de Salamanca, que andaba en boca de las gentes en dichos tan donairosos como ese que sentencia: “Si quieres saber, ve a Salamanca”, o aquel otro, tan famoso, que parece contradecir al anterior: “Lo que naturaleza no da, Salamanca no presta”. Imaginemos que estamos en el siglo XVI. Algunos aventureros que han hecho fortuna en Méjico o Perú retornan a la ciudad del Tormes y, para admiración y envidia de sus convecinos, construyen sus palacios (el de Monterrey, p. ej.), pero “…Salamanca, más que una ciudad de palacios, es una ciudad de colegios, alma mater de los espíritus y las inteligencias” –pudo decir Eduardo Aunós[12]. No olvidemos que por aquel entonces –siglo XVI- son más de 7.000 almas las que en Salamanca cursan sus estudios universitarios y esos jóvenes proceden de toda la Cristiandad.

            Los Colegios que había en Salamanca eran Mayores y Menores. Entre los Colegios Mayores pongamos a la cabecera por su principalidad el que lleva título de San Bartolomé. Hay otros como el de Cuenca, el de Oviedo y el del Arzobispo que no son malos, pero todos van a la zaga del de San Bartolomé. Este fue fundado por Diego de Anaya y exigía a sus colegiales la probanza de “limpieza de sangre”. Su fama se dilataba y de él salía la elite del Imperio: cancilleres, virreyes, gobernadores, inquisidores y hasta validos pasaron por San Bartolomé. A cuenta de ello corría el dicho que sentenciaba: “Todo el mundo está lleno de bartolémicos”. El hecho de que se acuñara una palabra como esa: "bartolémicos”
(también “bartolemico”) es síntoma del espíritu corporativo que tenían los colegiales de San Bartolomé, para los que era motivo de orgullo el pertenecer al más prestigioso de los Colegios Mayores salmantinos.

            En cambio, los estudiantes pobres tenían que buscarse hospedaje en los Colegios Menores. Había muchos, pero baste mencionar el Colegio de Pan y Carbón, el de San Pedro y San Pablo o el de San Patricio. Cuando ni siquiera se podía vivir acogido a un Colegio Menor, por no haber dineros, el estudiante podía intentar alojarse en alguno de los claustros de los veinticinco conventos masculinos que había en Salamanca. Según a qué convento acudiera a cobijarse, el inquilino recibía un apodo: los hospedados en el convento dominico eran “golondrinas”; “grullas” se les llamaba a los que hacían lo propio en San Bernardo; “tordos” eran los que vivían con los jerónimos; y “verderones” los que lo hacían en San Pelayo… Curiosa, exuberante de grácil imaginación, parece esta nomenclatura aviaria cuando se trataba de una volátil fauna de estudiantes, tan “pájaros”, tan “tunos” y a la fuerza tan “cucos”.


Contrastaba la vida principesca de los estudiantes salmantinos potentados –como D. Gaspar de Guzmán quien, más tarde, sería Conde Duque de Olivares- con la de los más pobres, como podría ser Tomás Rodaja. Tomás Rodaja, para estudiar, tenía que servir a sus patronos y ocho años cuenta Cervantes que estuvo cursando sus estudios de leyes con mucha aplicación, compaginándolos con la servidumbre que era su medio de subsistencia y que le permitía estudiar: la noche… Y el día: Don Gaspar de Guzmán tenía a su servicio un ayo, un pasante, ocho pajes, tres mozos de cámara, cuatro lacayos, un repostero, un mozo, otro de caballeriza, un ama y la moza para ayudar a ésta[13].



Continuará...



[11]San Isidoro, Cervantes y otros estudios”, Marcelino Menéndez y Pelayo, selección y nota preliminar de José María de Cossío, Colección Austral-Espasa Calpe, Madrid, 1959, pág. 91, correspondiente a “Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del ‘Quijote’” (Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta académica de 8 de mayo de 1905).



[12]Estampas de ciudades”, Eduardo Aunós, Colección Austral-Espasa Calpe, Madrid, 1973, pág. 94.

[13]El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar”, Gregorio Marañón, Grandes Biografías de la Historia de España, Editorial Planeta DeAgostini, Madrid, 2007.

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