RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 11 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( III )


FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA
DE LOS SIGLOS DE ORO (III)


Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, 
profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura



EL HUMANISMO ESPAÑOL


Lección de Teología, puertas del armario del depósito de manuscritos de la Biblioteca Universitaria. Martín de Cervera, 1614.



              Será menester que el humanismo medieval se transforme en humanismo renacentista para que se adquiera una mayor conciencia de la utilidad que para la elite dirigente pueden tener los estudios universitarios –y, sobre todo, la familiaridad con los clásicos grecorromanos. No nos concierne aquí dilucidar las razones por las cuales se produce este viraje en la estimación de la capacitación humanística para el desempeño de funciones directivas en los altos puestos del Estado, pensemos que la burocracia, aunque presente en la Edad Media, había llegado a hacerse más compleja. Lo cierto es que constatamos que en los siglos XVI y XVII las Universidades españolas –también otras europeas (en las inglesas se reclutará a los espías; es el caso del dramaturgo Christopher Marlowe, captado en Cambridge).  Se convierten en centros de formación de elites políticas y agentes del Estado. Será en los Colegios Mayores de Salamanca y Alcalá de Henares donde se hace patente en aquella época esta carrera por alcanzar puestos administrativos, tras el periplo universitario. Simultáneamente, el humanismo que ya es renacentista está adquiriendo en España unas notas que lo singularizan hasta darle el carácter autóctono: el “humanismo español” (con alguna que otra excepcional figura heterodoxa) asume el modelo clásico grecorromano sin renunciar al catolicismo.



            Ese “humanismo español” lo definió con meridiana claridad Ramiro de Maeztu con estas palabras:



            “Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. Pero ha penetrado tan profundamente en las conciencias españolas que la aceptan, con ligeras variantes, hasta las menos religiosas. No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre otros o de unas clases sociales sobre otras. Todo español cree que lo que hace otro hombre lo puede hacer él[7].



            Este párrafo de Maeztu, escrito en los años 30 del siglo XX, es otro lugar literario más en que se levanta acta de una actitud nacional que puede rastrearse a lo largo de toda la historia de España. La encontramos en múltiples ocasiones en la literatura de los Siglos de Oro y está perfectamente expresada por Tomás Rodaja, el protagonista de “El licenciado Vidriera”, la magnífica novela ejemplar de Miguel de Cervantes.



DE LOS HOMBRES SE HACEN LOS OBISPOS


El inquisidor general Fernando de Valdés (1483-1568), retrato de Velázquez



            Cuando unos caballeros estudiantes se topan en las riberas de Tormes (propincuo a Salamanca) con un niño de once años, vestido como labrador y que duerme al descuido bajo un árbol, los caballeros lo despiertan y, entablan una conversación con el zagal. El niño se muestra muy resoluto en sus respuestas y declara que su propósito es honrar a sus padres. Le inquieren los caballeros por el modo como ha pensado el niño honrar a sus padres y a su patria nativa, a lo que, como buen ejemplar modelado en el “humanismo español”, respóndeles a los curiosos:



            “Con mis estudios, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos”.
 

La paupérrima condición social y económica de ese niño, de quien sabremos en el curso de la novela cervantina que responde al nombre de Tomás Rodaja, no le disuade de renunciar a ganarse la fama por sus estudios. Tomás Rodaja quiere “valer más”, como decían sus contemporáneos. La Universidad era uno de los dos cauces, la ruta más apacible (aunque exigiera esfuerzo intelectual), por el que podía transcurrir un joven ambicioso de cualquier procedencia social para encaramarse a una posición honorable; el otro camino, más arriesgado, era la milicia.

            Parece indudable que, en los años de Cervantes, la Universidad todavía era vista por los españoles como un medio para mejorar en la escala social, que cumplía con creces la función para la que había sido creada: la de crear "hombres liberales" (liberales, por favor, entendido en el sentido clásico, a saber: hombres que hubieran superado las "artes mecánicas" mediante las "artes liberales" que los humanizaban plenamente). La Iglesia y la Universidad –tan íntimamente unidas por ese entonces- eran “corporaciones” en las que se efectuaba, mediante selección intelectual y moral, una auténtica captación de los mejores, sin que importaran los orígenes sociales; algo que no sucedía con la misma flexibilidad en el ámbito estrictamente secular, donde una férrea organización estamental estorbaba grandemente el acceso de los mejores, con independencia de su extracción plebeya, a los puestos dirigentes (acaparados por una aristocracia que tantas veces degeneraba).

            Sin embargo, para la Iglesia (también para la Universidad, órgano cuasi eclesiástico, no olvidemos que emanado de la Iglesia) no eran determinantes los orígenes humildes de quienes aspiraban a hacer carrera. El origen social pobre no era motivo para despreciar ni rechazar a nadie (digamos, eso sí, que estaba terminantemente prohibido, merced a los expedientes de limpieza de sangre, el paso de conversos -descendientes de judíos o moros- no por motivos racistas, sino por la gran desconfianza que estos suscitaban entre los verdaderos españoles). Pero el origen racial (biológicamente racial) no obstruía el paso a la universidad de quienes quisieran “valer más”, siempre y cuando no se tratara -volvemos a repetir- de tornadizos. Cualquier hombre (de cualquier color) que tuviera capacidades intelectuales, aunque no era fácil, podía abrirse camino a través de los estudios si encontraba el apoyo conveniente. Esto demuestra a las claras que en España, cuando la mitificada y legendaria Inquisición española campaba por sus fueros, podían darse, sin contradicción alguna, casos como los que vamos a referir a seguido. El humanismo cristiano no ponía traba a los talentos, es así como el “humanismo español” se adelanta en varios siglos a la redacción de los derechos humanos sobre el papel, aventajando a esa formulación deísta y laicista. 

TANTO PUEDEN LAS LETRAS...

Página del libro del negro Juan Latino, "Ad Catholicum pariter et invictissimum Philippum Dei gratia Hispaniarum Regem...", con el Águila de San Juan de los Reyes Católicos y el lema:


            La Universidad española se atisbaba como una fascinante meta para quien, habiendo nacido en la más miserable choza, se propusiera trepar hacia arriba por la áspera pared vertical de una sociedad organizada en castas privilegiadas y no-privilegiadas, siempre y cuando tuviera ciertas aptitudes, la suficiente ambición y algún patrocinio. Era una sociedad que pareciera tener tan solo una puerta para pasar de un mundo inferior a otro superior: la puerta era la Iglesia y, su postigo, la Universidad. Es el caso de Juan Latino (Baena, 1518 - Granada, c. 1596), un español de raza negra que había nacido esclavo y mucho prosperó en la vida por su aprovechamiento en los estudios. Se cuenta que el negro le dijo un buen día al arzobispo de Granada, hijo de padres campesinos y pobres:

            “Tanto pueden las letras, que al faltarnos éstas, ni vos salieredes del campo tras de un arado, ni yo de una caballeriza almohazando caballos".

            El caso de Juan Latino es algo más que una anécdota, como se ha querido ver a veces por los pocos que lo conocen y han divulgado. En todo caso, se trataría de esa anécdota que nos conduce a la categoría, como quería Eugenio d’Ors. Juan era de raza negra, dijimos arriba, hijo de esclavos negros de la Casa del Conde de Cabra. Había nacido esclavo en Baena (Córdoba) allá por 1518 y, habiendo reparado sus señores en sus cualidades, marchó a Granada. Allí estudió las Artes Liberales, destacando en lenguas clásicas y música. Ganó el grado de Bachiller, fue manumitido y el Arzobispo de Granada le confirió a Juan Latino la Cátedra de Gramática y la de Lengua Latina de la Catedral de Granada. En 1547 se casó con una de sus alumnas, la noble y bella Ana Carleval, con quien tuvo algunos hijos. Era la boda de un negro con una blanca, pero tampoco se le opusieron obstáculos insalvables por el color de su piel. Piénsese que, todavía en el siglo XIX, a Honoré de Balzac se le rechazó la representación de un melodrama de su autoría (intitulado "El negro") por la sencilla razón de ser escandaloso para los burgueses franceses por tratar sobre el amor de un negro por una blanca y hasta 1930 no llegó a publicarse esta obra dramática de Balzac. En España del siglo XVI el negro Juan Latino llegó a ser una autoridad respetada por todos, casado felizmente con una blanca [9].

            Volvemos a congratularnos al comprobar que se demuestra uno de los principios que in-forman el “humanismo español”, enunciado por Maeztu en “Defensa de la Hispanidad”:

            “A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su saber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre”.

ADEMÁS DEL NEGRO LATINO, LA LATINA 

Beatriz Galindo, La Latina


            Todo hombre… es siempre un hombre. Y también podríamos decir que toda mujer es siempre una mujer y, por esa misma razón, la mujer tiene, al igual que el hombre, el derecho absoluto a estudiar. Hoy esto parece claro para cualquiera que no sea un reaccionario machista, pero en la Europa del siglo XIX algunas mujeres –como la rusa Lou Salomé (musa de Nietzsche, Rilke y Freud)- tuvieron que abandonar su país natal para poder estudiar en Suiza; la Universidad de Zúrich era, allá por 1880, uno de los pocos centros de estudios superiores que admitían a mujeres. En la segunda mitad del siglo XIX, mujeres como Malwida von Meysenburg (también amiga de Nietzsche) todavía luchaban por el acceso de la mujer a la enseñanza superior. Eso pasaba en la Europa tan liberal, tan moderna y tan progresista del siglo XIX [8]

Sin embargo, en tiempos de los Reyes Católicos floreció Beatriz Galindo en España, a quien la apodaron “La Latina”. Como el caso del negro Juan Latino, Beatriz La Latina también se mostró desde temprano muy apta para el estudio de las Letras. Había nacido Beatriz en Salamanca, el año 1465, por lo que es fácil que entendamos su inclinación por los estudios, dado que nació y se crió envuelta en ese ambiente universitario de su patria helmanticense. Sus aptitudes la hicieron tan famosa que Isabel la Católica, cuando tuvo noticia de las excelentes capacidades humanísticas de Beatriz, la llamó para hacerla preceptora y, con el tiempo, probada su confianza, la aceptó en el gineceo de amigas y consejeras de la reina [10].

            En los casos de Juan Latino y de Beatriz Galindo queda bien asentado que la Universidad española fue un instrumento apto para permitir que los mejores llegaran a ocupar una posición social, muy por encima de lo que podía esperarse debido a su condición económica, social, racial o sexual. Pero todavía se nos puede objetar que estos fueron casos aislados, mientras que lamentablemente la mayoría de los pobres, de los esclavos negros y de las mujeres estaban sojuzgados. Objeción que cabe reducir a una falacia marxista que se funda sobre el dogma de la lucha de clases: una golondrina no hace verano… ¿y dos golondrinas? ¿y tres golondrinas? En fin: ¿cuántas golondrinas necesitaríamos para que se haga verano? ¿Cuántos casos como los de Juan Latino o Beatriz La Latina tendríamos que aportar para demostrar las virtudes del “humanismo español”? Por ende, para establecer y, al cabo, dejar asentado que la Universidad española fue, durante ese tiempo, una de las pocas instituciones que garantizaban un cierto flujo social por el que los mejores podrían ascender para hacer que arriba se manifestaran los talentos que abajo estaban latentes, ¿cuántos casos habría que aducir? 



[7]Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu, Ediciones Rialp, Madrid, 1998, pág. 115.

[8] “Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía”, H. F. Peters, Círculo de Lectores, S. A., Barcelona, 2005.

[9] Sobre Juan Latino, recomendamos ver este enlace: "El negro Juan Latino: gloria de España y de su raza".

[10] Sobre Beatriz Galindo, recomendamos el libro de Almudena de Arteaga: "Beatriz Galindo La Latina. Maestra de Reinas", Almudena de Arteaga, Algaba Ediciones, V Premio Algaba, 2007.

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