Voluntario del Cantón de Cartagena |
EL FEDERALISMO PROGRESISTA
Manuel Fernández Espinosa
Continuación de ¿Federalismo en España?
No pocos son los que, haciéndole eco a Ortega y Gasset (a
veces sin haber pasado del título), han pensado que España es una nación “invertebrada”.
Un catalanista, como Pere Bosch-Gimperá, sostenía que: “En España, la fusión es
sólo aparente y lo que parece poder llegar a ser un aglutinante, desaparece
luego, revelándose intactos y más vigorosos los elementos diversos del
conglomerado español”. Poco hace ahora ahondar en las razones que cada cual
arguye para terminar pensando que España es, invertebrada o mal articulada, una
nación malformada o deficientemente formada. De este modo se explica que hayan
surgido a lo largo de la historia de España conatos y movimientos secesionistas,
como los que tuvieron lugar en el siglo XVII, en Portugal, Cataluña o
Andalucía. Diríase que España está formada por una pluralidad de pueblos que,
por atávico particularismo, se emplean a fondo en diferenciarse del vecino. Y
esto no ocurre solo con las partes delimitadas, llámense regiones o comunidades
autónomas: esto también sucede entre localidades, si ponemos la lupa y vamos a
la pequeña historia local encontraremos multitud de casos en los que los
lugareños se ha levantado contra los vecinos de la villa próxima o el
vecindario de la villa se ha amotinado contra la ciudad bajo cuya jurisdicción
estaba: conflicto de jurisdicciones, ultrajes ancestrales, hostilidad entre
pueblos vecinos que a lo largo de la historia se han ido poniendo los unos a
los otros los más ofensivos apodos como sustitutivos del gentilicio oficial, a
la gresca por las lindes, por los pastos, por la leña que es del concejo y que
la están llevando los forasteros… Rivalidades que todavía se perciben en las
competiciones futbolísticas entre equipos de municipios próximos.
La marcada identidad de nuestros pueblos así como la
belicosidad natural de nuestros antepasados ya era recordada por Diodoro Sículo
cuando decía aquello de que los hispanos, cuando no pelean con enemigos de
fuera, se pelean entre sí.
En 1808, Mariano Luis de Urquijo le decía a Gregorio García
de la Cuesta, capitán general de Castilla:
“Nuestra España es un edificio gótico compuesto de trozos
heterogéneos con tantos gobiernos, privilegios, leyes y costumbres como
provincias. No tiene nada de lo que en Europa se llama espíritu público. Estas
razones impedirán siempre que se establezca un poder central lo suficientemente
sólido para unir todas las fuerzas nacionales”.
No reconocer esta pluralidad ha sido uno de los errores
históricos más inveterados entre nuestros políticos (cuando han sido políticos)
y enrocarse en un “españolismo” zarzuelero y homogeneizador ha conducido a las
más desastrosas desavenencias, así fue con Carlos I de España y V de Alemania y
los comuneros, con la política del Conde-Duque de Olivares que emulaba a
Richelieu, con el centralismo borbónico, con la abolición de los Fueros. Y los
periodos que, desde los Reyes Católicos, a esta parte han mantenido la “unidad”
de España han tenido que recurrir a la fuerza impositiva de algunos militares
del siglo XIX como Narváez o, en el siglo XX, Francisco Franco. Pero esa unidad
fundada en la imposición no es vertebración duradera, sino que se muestra
provisional, mientras dure la “mano dura” del militar: “Venceréis, pero no
convenceréis” –dijo Unamuno.
Y de aquí viene el problema actual. Luego, algunos podrán satanizar
cuanto quieran a los nacionalistas centrífugos, pintárnoslos con pezuñas, rabos
y cuernos, pero el hecho es que existen y existen fundándose en algo que ha
sido muchas veces repetido, a saber: España no parece estar hecha del todo (no
goza de la “incuestionabilidad” que tienen otras naciones), sino que España se
cuestiona a sí misma en su organización política y territorial y eso significa
que está por hacer, si es que queremos seguir existiendo y no disolvernos.
Es aquí cuando el sector progresista que, bajo muchas
etiquetas, ha actuado en España políticamente desde 1812 llegó en un momento a
postular el federalismo y hoy, sus herederos (las izquierdas) siguen ofertando
este “federalismo” como panacea que remediará este problema que supone la “cuestionabilidad
nacional”.
Son tres los federalismos que pudiéramos encontrar en
nuestra tradición política que arranca del siglo XIX:
-El federalismo demoliberal.
-El federalismo tradicionalista.
-El federalismo socialista-anarquista.
Por su actualidad, vamos a presentar hoy el federalismo
socialista-anarquista que es el que invoca nuestra izquierda contemporánea,
proponiéndonos en sucesivas entregas ofrecer una idea del “federalismo
tradicionalista”.
El origen del federalismo español hay que irlo a buscar al
partido republicano del siglo XIX. Este partido es el resultado de una escisión
en el seno del campo progresista que podemos fechar en 1837. Los progresistas
eran los herederos de los radicales de las Cortes de Cádiz. Cuando estos
progresistas redactan la Constitución de 1837, lo hacen con un espíritu de
transacción y realismo, apartándose de la exaltación revolucionaria de 1812 y
es entonces cuando un sector del mismo “progresismo” entiende que se ha
traicionado el programa de 1812 y del Trienio 1820-1823; así será como el progresismo se vendrá a dividir entre “progresistas legales” y “progresistas
exaltados”; y es entre los “progresistas exaltados” donde hallaremos precisamente el
embrión de lo que, corriendo los años, vendría a ser el “partido democrático”
que, durante la regencia de Espartero, llegará a apostar por la proclamación de
la república. Este republicanismo en ciernes se presenta ya como “federal”
abiertamente desde 1840 a 1843, pero con la llegada al poder de los moderados
pasarán a la clandestinidad, sin dejar de “laborar”. Tras el fracaso de los
motines de 1848 se presentarán como “partido progresista-democrático” en cuyo
seno hay dos vertientes: una de demócratas liberal-individualistas y otra de
demócratas socialistas (inspirados en el socialismo utópico francés). En
general estos demócratas eran federalistas.
El federalismo español en sus orígenes busca la inspiración
en los Estados Unidos de Norteamérica y también en el cantonalismo suizo en lo
que se refiere a modelos institucionales. En lo ideológico predomina en un
primero momento el pensamiento de Tocqueville, el socialismo utópico, Proudhon
y el krausista Ahrens. El talento filosófico de Francisco Pi y Margall
constituirá siempre un referente del federalismo español, pues aunque se suele
decir que fue introductor (traductor también) de Proudhon en España, Pi y
Margall no se limita a ser un apóstol proudhoniano, sino que ofrece todo un
sistema filosófico propio. Pi y Margall ofrecía el federalismo como solución, pero
lo prioritario en Pi y Margall no era ensayar el federalismo para una
vertebración de España, sino que el federalismo se postulaba como agente
disolvente de todo poder, pues la prioridad de Pi y Margall era acabar con todo
poder para reafirmar el individuo. Pi y Margall fue uno de los liberales
revolucionarios más coherentes de nuestro siglo XIX, su inflexible lógica lo
conducía del liberalismo a la conclusión lógica de éste: el anarcoindividualismo. El
anarquismo bakuniano llega a España de la mano de Giuseppe Fanelli en 1868 y va
a ser calurosamente recibido justamente en los círculos republicanos que se
habían formado su opinión política en los libros de Proudhon y de Pi y Margall.
En nuestros días el federalismo socialista-anarquista cuya
génesis hemos mostrado aquí está siendo puesto en activo por la extrema
izquierda representada por el PCE, Izquierda Unida y Podemos.
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