CONTRA LA HEGEMONÍA CULTURAL ANGLOSAJONA
Manuel Fernández Espinosa
Pero... ¿existe un catolicismo "a la española"? Uno pensaría, prima facie, que podría tratarse de una expresión exagerada, inapropiada por restrictiva. El mismo vocablo "católico" (de origen griego: "katholikós") pareciera que repele la reducción a una forma de vivirlo, a un estilo "español" de ser lo que, por definición, es católico, esto es: universal. Pero sí, hay un "catolicismo a la española": un estilo español de ser católico que trasciende la propia nacionalidad.
Es así como, por ejemplo, Ernst Jünger puede decir de Léon Bloy: "Bloy contempla todo esto [Londres] desde una perspectiva diversa: la del católico de cuño hispánico, opuesto al protestantismo, con el que mantiene una relación análoga a la del perro y el gato" ("Drogas y ebriedad. Acercamientos", E. Jünger). Bloy es francés, pero cuando un alemán como Jünger quiere entender el catolicismo de Bloy, la naturaleza de su postura frente a Londres, encuentra un recurso: "católico de cuño hispánico". No es un caso aislado. Eugenio d'Ors al bosquejar un perfil psicológico del artista suizo Alexandre Cingria, viene a caracterizar la religiosidad de Cingria así: "En cualquier caso, su piedad religiosa era enteramente a la española, y su concepción de lo divino tenía un aire pronunciado de Semana Santa en Sevilla" ("Arte vivo", E. d'Ors). Aquí, como en el caso de Bloy, hay que aclarar que Cingria no era español, sino que había nacido en Genève (Suiza) y su familia era originaria de la actual Dubrovnik. Y no acaba aquí, del gran dramaturgo flamenco Michel de Ghelderode, católico nacido en Ixelles (hoy Bélgica) también se ha dicho que su teatro (grotesco, a veces macabro, poblado de demonios y seres envilecidos) es de un catolicismo pesimista, o sea: "a la española". Ghelderode, al igual que Cingria, conocía la historia y la cultura de España y hasta dedicó no pocas de sus piezas dramáticas a temas españoles, como "Escorial" o "El sol se pone".
Durante un tiempo, en Austria y Centroeuropa, el "estilo español" fue un modelo cultural que se estudiaba y se imitaba (v. gr. Hugo von Hofmannsthal). Un amigo de Hofmannstahl, el hispanista alemán Karl Vossler, ponía sus esperanzas en que algún día España y las naciones hispanoamericanas se convirtieran en un bloque geo-político-cultural capaz de hacer frente al imperialismo británico:
"¿Podrá este espíritu, salido de la Edad Media y de los tiempos heroicos de España, hacer frente al imperialismo arreligioso de los anglosajones de la época victoriana, o conseguirá influir en él, completándolo? ¡Quién sabe!... ¿Quién de los dos se llevará el triunfo: la doctrina del Padre Bartolomé de las Casas, primer protector de los salvajes contra la explotación europea, o los principios del imperialismo [anglosajón] más brutal?" ("Algunos caracteres de la Cultura Española", Karl Vossler).
Franceses, suizos, belgas, irlandeses... De cualquier católico, sin atender a su nacionalidad ni raza, puede decirse que puede ser un "católico a la española". ¿Pero en qué se distingue el "catolicismo a la española"? Con los retazos que hemos traído aquí a colación se podría decir poco, pero algo podríamos aventurar.
El "catolicismo a la española" (que no es el catolicismo español de hoy en modo alguno) es, históricamente hablando, todo un estilo fraguado en ocho centurias de Reconquista, de guerra contra el mahometano. Algunos han querido ver en ello la razón por la cual nuestra forma española de entender el catolicismo es por excelencia una religiosidad de resuelta militancia y varonil belicosidad (piénsese en Santiago montado a caballo, combatiendo contra los infieles). Es un estilo, el catolicismo "a la española", forjado en la guerra contra el infiel que, por si fuese poco, había ocupado nuestro suelo. Más tarde, con la aparición del protestantismo, el "catolicismo a la española" se templó en la lucha contra la heterodoxia, con la Santa Inquisición y con las guerras por toda Europa. Es un catolicismo severo (no fanático, como se ha dicho muchas veces por motivos propagandísticos contra España), un catolicismo austero, militante, beligerante y despectivo hacia todo lo mundano, celoso custodio del Concilio de Trento. El catolicismo a la española se sintió cómodo hasta después del Concilio Vaticano I, pues las circunstancias en que la Iglesia fue acosada durante el siglo XIX se convirtieron en una magnífica ocasión para "el católico a la española": la congrua oportunidad de combatir en el campo de la apologética (combate y militancia teorética) o en el campo de batalla (como hicieron los carlistas desde 1833 o como lo hicieron los zuavos, "católicos a la española" como pocos, defendiendo al Romano Pontífice Pío IX en la Urbe asediada por los nacionalistas italianos). Y así, a modo de aproche, no estaría mal como esbozo aunque incompleto.
Pero llegó el Concilio Vaticano II (no vamos a entrar en valoraciones eclesiológicas que no hacen aquí al caso) y el clero proclama el "aggiornamento". Para lo que nos importa ahora podemos decir que el "catolicismo a la española" recibió el peor golpe que se le pudiera asestar. La militancia y belicosidad viril son desplazadas por las maneras melifluas, por un afeminamiento de las actitudes y una lamentabilísima pérdida de las aptitudes tradicionales. El católico "a la española" se convierte en un extraño en ese artificial "mundo feliz" que adopta una buena parte de la Iglesia católica: el religioso silencio del templo que solo rompían los majestuosos y solemnes acordes del órgano es profanado por el chicharreo de las guitarras y las panderetas. Considerado estrictamente en sus aspectos estéticos, el Concilio Vaticano II resultó un completo desastre para el "católico a la española".
Y llegamos a nuestra época.
Sería engañarnos a nosotros mismos si no reconociéramos que, desde los años 60 del siglo XX a nuestros días, España ha sufrido un proceso de secularización como no experimentó en épocas anteriores. Por muchos otros factores que convergen en ello, hoy tenemos una España en la que la Constitución de 1978 proclama "aconfesional" al Estado y la sociedad abrió un proceso de apostasía generalizada, cuando no de simple indiferentismo.
Los irreductibles católicos, aquellos más serios, llevan sus ojos a Inglaterra, en donde desde el siglo XIX se vienen produciendo una serie de conversiones capitales para el catolicismo mundial: John Henry Newman, Henry Edward Manning, Hilaire Belloc, Gilbert Keith Chesterton, Evelyn Waugh y tantos otros hombres de la cultura británica (conversos o católicos, como J. R. R. Tolkien). Los hoy católicos españoles, hablo de los más serios, no han sido nunca "católicos a la española" (aunque lo barruntan) y cuando han mirado a su alrededor, creyendo no hallar nada válido en la tradición hispánica (que muchas veces ignoran), se han convertido en "católicos a la inglesa". Han leído a Chesterton, a Tolkien, a Belloc, incluso al anglicano C. S. Lewis... ¿Pero han leído alguna novela de José María de Pereda? ¿De Pedro Antonio de Alarcón? ¿El "Jeromín" del Padre Coloma? Hasta "La Regenta" de Clarín (que, todos lo sabemos, no era precisamente un beaturrón) les enseñaría a estos católicos españoles "a la inglesa" a ser "católicos a la española", mucho más que todos sus Chestertones y Tolkienes. Y no quiero hablar de lo que es nuestro Siglo de Oro, que sería empezar y no acabar. Si el pobre Karl Vossler levantara la cabeza, vería que la España que él amaba y admiraba ha sido presa de la cultura anglosajona: el idioma, el vestir, los gustos, las películas... Pronto, si nos descuidamos, hablaremos inglés: tan mal como Ana Botella, pero hablaremos algarabía inglesa.
El "católico a la española" es más probable encontrarlo hoy en México o en Japón.
El "católico a la española" es más probable encontrarlo hoy en México o en Japón.
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