Por Francisco Escobar
La Habana Vieja es una isla urbana, acorralada y sucia. La memoria apuntalada de una antigua y reconocida metrópolis de casi medio milenio que ha sido abandonada por la desidia.
La maqueta podrida de una ciudad gloriosa de los Siglos XVII y XVIII: la urbe que hizo palidecer a las grandes ciudades americanas del Seiscientos, el puerto escala obligatorio de las Flotas del Nuevo Mundo, la LLave del Golfo de Méjico, el astillero y apostadero de la Flota de Barlovento, el principal destino turístico del Setecientos, la capital del cuero, el tabaco y el azúcar, la sede de la Real Compañía de Comercio y el sexto ferrocarril del mundo.
Hoy las misteriosas mansiones del azúcar y del tabaco son solares abandonados o se han convertido en instituciones culturales ficticias que el castrismo usa como trampas para atrapar dólares publicos -de la UNESCO o la Junta de Andalucia, por ejemplo- y privados de sus tontos útiles.
No obstante y a pesar de la rapiña las tuberías se reventaron, las paredes se enfermaron y las rejas se vencieron. La pintura de sus fachadas desaparecio y solo han podido sustituirla con una triste mascarilla de cal barata.
El negocio de la restauracion de la Habana Vieja siempre ha remitido a cosa turbia, a fraude pestilente. La inocua gestión del conocido bufón cultural de los Castro ha dejado al desnudo que Habanaguex es una vulgar patente de corso.
El prolongado proceso de erosión ha convertido a los edificios pintorescos de las postales en genuinos monumentos cariados.
La prolongada permanencia de los Castro en el poder y su inexorable vocación de Erostratos han condenado la Habana Vieja a la muerte por deterioro y falsificación.
Hasta la arquitectura y la urbanización, las más firmes y persistentes manifestaciones de la cultura material pueden ser abatidas y hasta destruidas no por el fuego sino por la abulia, el mal gusto y el canibalismo revolucionario.
La maqueta podrida de una ciudad gloriosa de los Siglos XVII y XVIII: la urbe que hizo palidecer a las grandes ciudades americanas del Seiscientos, el puerto escala obligatorio de las Flotas del Nuevo Mundo, la LLave del Golfo de Méjico, el astillero y apostadero de la Flota de Barlovento, el principal destino turístico del Setecientos, la capital del cuero, el tabaco y el azúcar, la sede de la Real Compañía de Comercio y el sexto ferrocarril del mundo.
El negocio de la restauracion de la Habana Vieja siempre ha remitido a cosa turbia, a fraude pestilente. La inocua gestión del conocido bufón cultural de los Castro ha dejado al desnudo que Habanaguex es una vulgar patente de corso.
El prolongado proceso de erosión ha convertido a los edificios pintorescos de las postales en genuinos monumentos cariados.
Hasta la arquitectura y la urbanización, las más firmes y persistentes manifestaciones de la cultura material pueden ser abatidas y hasta destruidas no por el fuego sino por la abulia, el mal gusto y el canibalismo revolucionario.
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