RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 13 de julio de 2013

A LAS PUERTAS DEL PRIMER CENTENARIO DE LA I GUERRA MUNDIAL. “TEMPESTADES DE ACERO” DE ERNST JÜNGER.

"Portada del libro Tempestades de Acero de la Editorial Busquets"
 

Ficha Técnica:

Título: Tempestades de Acero

Autor: Ernst Jünger

Editorial: Tusquets Editores

Páginas: 448

 

El año que viene, 2014, se cumplirá el primer centenario del comienzo de la I Guerra Mundial. A día de hoy, dicho conflicto bélico tiene el triste honor de ostentar varios records mundiales, tales como el de ser la guerra que más millones de muertos ha causado, o la de ser la primera en utilizar de forma masiva el tanque, la guerra química y la aviación como armas ofensivas capaces de arrasar con miles de vidas en un solo día.

Si uno desea leer una novela sobre la I Guerra Mundial, escrita por un autor que la vivió de primera mano, debe recurrir, según mi opinión a “Tempestades de Acero”, de Ernst Jünger.

Redactada a modo de diario, Jünger recoge en su obra las impresiones que como suboficial del ejército alemán le produjeron durante aquellos años de duro conflicto y sus vivencias personales en los diferentes frentes de combate en los que participó.

Desde ese punto de vista, el autor revisa día a día, combate a combate, las sensaciones que sentían los soldados alemanes durante la guerra. Jünger, desde el mismo día en el que se alistó como voluntario, llevó consigo libretas, en las que a modo de diario, escribía sus impresiones y realizaba anotaciones. Unas veces, desde la tranquilidad en la retaguardia. Otras eran croquis y dibujos sobre los lugares por los que transitaba su sección, o simples exclamaciones y breves frases escritas en la oscuridad de la trinchera de primera línea mientras las granadas y los obuses explotaban a su alrededor. En ellas reflejó lo que al soldado le suponía el vivir bajo tierra, en largas y húmedas trincheras, rodeados de piojos y ratas. Describe la vida cotidiana del soldado con la Muerte, que se aparecía todos los días en distintas formas, ora de francotirador, ora de bala perdida o tal vez en forma de casco de metralla el cual terminaba impactando en el cuerpo propio o en el del compañero provocando desgarros y amputaciones terribles.

Las páginas de “Tempestades de acero” están llenas de vívidas imágenes en las que las granadas de mano, las terribles minas y las bombas de los obuses explotan a pocos metros de uno, donde el atronador ruido de la explosión hacía que el suelo temblase como si quisiese alcanzar el cielo y huir de su natural posición horizontal. Y mientras, los trozos de metal incandescentes destrozan al compañero que uno tiene al lado o pasan silbantes junto al casco de acero.

Lo peor de todo y sobre todo, según el autor, era la sensación de saberse nada más que un número anónimo. Uno más de los millones de soldados que participaron en aquella guerra, en ese conflicto bélico, del cual ya nadie de los allí presentes, sabía a ciencia cierta el motivo por el que se alistaron y el por qué se lucha.

Jünger recrea en su libro algunas escenas donde se vislumbra, con toda crudeza la visión de la guerra. Aquí y allá, en las páginas de la obra, el lector se encuentra  con trozos de cuerpos humanos destrozados. Muchos miembros descarnados o reventados, tanto de los compañeros de trinchera como de los rivales, los cuales van pereciendo despedazados por las bombas, las metrallas o las balas de las ametralladoras. No se trata de un ejercicio de morbosidad. No hay apasionamiento en la descripción. No se trata de un alegato pacifista que tiende a llenar al lector de sensaciones sensibleras. Ernst Jünger sólo relata de modo literal, lo que ocurre a su alrededor. Es más. En algunos momentos, el propio autor llega a explicar, que ese contacto diario con las escenas más mórbidas y terribles de la guerra, llegan a deshumanizar a los hombres que por allí transitan, haciendo que la vida no sea más que la rutina de trinchera. El esperar a que llegue tu hora, pues es sabido que tarde o temprano, esa tempestad de acero terminará por alcanzarte.


"Impactante instantánea de la I Guerra Mundial en las trincheras francesas. Las atrocidades de la guerra deshumanizaban a los hombres, que se acostumbraban a convivir con el horror" 
 

La lucha de las trincheras consistía precisamente en eso. Hombres y más hombres, sumergidos bajo tierra, asomaban la cabeza por encima de pequeños parapetos para poder efectuar disparos y arrasar a un enemigo que se encontraba apenas a unos metros de distancia en igual situación. En medio, en la tierra de nadie, los cadáveres de  ambos bandos pudriéndose bajo el sol o la lluvia. Hacía tiempo que los mandos de ambos ejércitos impidieron que se retirasen los cuerpos de los caídos en combate en esas zonas. Se trataba de evitar la confraternización de ambos bandos en liza y evitar que se hiciesen “amigos”. Se buscaba que los soldados odiasen a su adversario, para así mejor matar. Sin remordimientos. No se quería que se viese en el enemigo a un ser humano, digno de lástima o de compasión.

A lo largo de las páginas, el lector revive junto a su autor, cada uno de los momentos que ese gran conflicto deparó a millones de soldados de toda raza y condición. Se hacen especialmente interesantes los periodos de descanso, las juergas vividas como si fuesen la última despedida de un mundo al que pronto se le dirá adiós. La visión del compañerismo en los momentos más difíciles de la vida. Las sensaciones o impresiones que el enemigo provoca en el imaginario bélico y mucho más. Y todo redactado con un estilo legible y ameno que hace que “Tempestades de Acero” sea considerado desde hace tiempo como la mejor autobiografía sobre este acontecimiento bélico. Al menos, es la única obra de éste género desde el punto de vista germano.

Si ello es así, ¿Por qué no es tan conocida la obra?


 
"Retrato de Ernst Jünger con apenas 19 años, hacía unos meses que estaba alistado como voluntario para luchar en la I Guerra Mundial"
 

Ernest Jünger. La desdicha de ser un gran escritor  del bando perdedor.
Pese a ser uno de los grandes autores de lengua germana, Jünger no lo tuvo fácil al dedicarse a la labor de escritor. Con apenas 25 años, compiló sus diarios de combate –más de 20 libretas- y les dio forma, publicándolos a su expensa, y logrando cierto reconocimiento. Nace así su primera obra “Tempestades de acero”.
Después le seguirán otros títulos, como “La guerra como experiencia interior” o “El trabajador”.
En el periodo de entre guerras Jünger se siente profundamente patriótico, pero no experimenta simpatías por el auge del régimen nazi que está emergiendo en la Alemania de los años 30. Es más, en determinadas ocasiones su sentido del honor le lleva a alejarse u oponerse al mismo régimen, protestando por la manipulación que el régimen hace, sesgando o manipulando sus trabajos y escritos. Jünger optará por un exilio interior, hospedándose durante un tiempo en una alejada aldea, rodeada de campo y de montañas, que tanto le recordaba a su querido paso por los wandervögel
Durante la II Guerra Mundial, Jünger permanece en París. Allí confraternizará con la bohemia parisina del momento, hasta que llegado el momento es reclutado para acudir al frente ruso.
Tras la II GM, Ernst se dedicará a seguir con sus trabajos, sus investigaciones y sus publicaciones. Así nacerán otros títulos literarios, en los que el autor describe sus experiencias con los psicotrópicos y las alteraciones que estos producen en el ser humano.
Pero en definitiva, lo que importa es que Jünger durante el nazismo, no fue muy querido en su país, por no ser un colaboracionista radical del régimen nazi. Por otra parte, tras perder Alemania la IIGM, Jünger, es ninguneado por sus contemporáneos, pues el hecho de haber vestido el uniforme de la Wermacht lo hacía un personaje incómodo como para los encumbrados escritores de la época, y por ello se le priva de ser citado o de tenerlo al lado en una foto.
No obstante, y gracias a su longevidad (falleció el 17 de febrero de 1998), Jünger pudo ver como su nombre y su obra era reconocida en su querida Alemania. Después, tímidamente, su reconocimiento como escritor se extendió a otros países, llegando incluso a España.
Luis Gómez

 

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