RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 9 de septiembre de 2014

JOSÉ MARÍA SERT, EL TITÁN QUE PINTABA A LOS COLOSOS


Pintura de Sert en la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra:
los cinco titanes que se dan la mano corresponden a cada uno de los cinco continentes.
 
 
JOSÉ MARÍA SERT BADÍA, UN MURALISTA MONUMENTAL MARGINADO
Manuel Fernández Espinosa
La valoración de los artistas está sujeta a las coyunturas políticas y las vicisitudes ideológicas. Esos que se invisten con el título de “árbitros del gusto” marcan en los manuales escolares los artistas que hay que conocer y los que no hay ni que saber que existieron. Tal vez eso explique el olvido en que yace la obra de uno de nuestros artistas más valiosos del siglo XX: José María Sert y Badía (Barcelona, 21 de diciembre de 1874-Barcelona, 27 de noviembre de 1945). En la transición democrática, cuando iba tomando posiciones culturales el discurso antifranquista y sus artífices ocupando las butacas, se considerará que Sert: “va a ser recuperado por el franquismo como uno de los grandes maestros del pasado por el colosalismo y el titanismo de sus composiciones, la virtualidad de su técnica y el ímpetu retórico y grandilocuente de sus conjuntos podía engrandecer propagandísticamente el Nuevo Estado y encauzar la tarea de nuestros jóvenes y entusiastas muralistas” (cita textual de Gabriel Ureña Portero). Pasadas las décadas, los nacionalistas catalanes (y algunos de sus compañeros de viaje izquierdistas) vienen a decir lo contrario, esto es: que -pese a las aproximaciones del pintor catalán al régimen franquista- el franquismo no lo aceptó nunca del todo, siendo ahora el franquismo el culpable de su olvido.
Pero, ¿quién fue realmente José María Sert y Badía?


 
Aunque pintor, su éxito lo cosechó como muralista. Grandioso en sus escenografías pictóricas, colosalista, barroquizante, digno discípulo de Miguel Ángel, de Tiépolo y de Goya, con un discurso iconográfico sustentado en alegorías, formalmente ecléctico (combinando volúmenes renacentistas, estilo imperial, romanticismo, manierismo) e innovador en la preparación de pinturas con la técnica de pan de oro, Sert es uno de los más grandes pintores españoles del siglo XX. Y, no obstante, prácticamente un desconocido.
Se formó en su natal Barcelona, en la industria familiar, en la Escuela de Artes y Oficios y con un ebanista catalán que lo inició en los secretos de la artesanía, también estuvo bajo la influencia de Alexandre de Riquer (VII Conde de Casa Dávalos), lo más parecido a un hombre del Renacimiento: el Conde de Casa Dávalos destacó como pintor simbolista, aunque desarrolló su creatividad en muchos otros campos. Sert ingresará, de la mano de Riquer, en el Cercle Artístic de Sant Lluc que fue fundado el año 1893 por artistas católicos catalanes a manera de asociación y gremio artístico, ideológicamente inspirada por el tradicionalismo regionalista de Mosén Josep Torras i Bages que era confesor de la familia de José María Sert. En 1899 nuestro artista se traslada a París que por aquel entonces era la capital del arte. Su primer éxito lo cosecha en la decoración de un pabellón de la Exposición Universal de París de 1900. Mosén Josep Torras i Bagés había sido consagrado Obispo de Vich el 10 de diciembre de 1899 y le encomienda a su conocido José María Sert la decoración de la Catedral de Vich. Sert irá a Italia, para estudiar exhaustivamente a Miguel Ángel y a Tiépolo y vuelve a Vich para cumplir con la obra encargada. Los bocetos que presentó para la Catedral de Vich fueron muy encomiados, pero Sert no parecía convencido con su proyecto originario y los destruyó, para reelaborarlos, quedar satisfecho y ejecutarlo bajo el mandato de Torras i Bages, el vicario general vicense Jaime Serra y Francesc Cambó, pero no sin dividir la opinión catalana y hasta al mismo capítulo catedralicio que se escindió entre los partidarios del artista y sus detractores.
Eugenio d’Ors alude a las malas caras que pusieron algunos en el cabildo catedralicio ante los escandalosos desnudos y tampoco faltaron poemas condenatorios de la obra, como los del canónigo Collell que incluso llegaba a decir que eran una profanación de la Catedral. La concepción colosalista de Sert, el abarrocamiento, los colores característicos de su arte pictórico y el “trompe d’oeil” (en castizo: el “trampantojo”, la trampa para el ojo) que Sert desplegó eran percibidos por algunos como un “sacrilegio” artístico para ser decoración de una Catedral. La Guerra Civil destruyó esta obra maestra de Sert, pero cuando la Catedral fue restaurada, a partir de 1941, el pintor catalán volvió a la titánica labor de decorarla: era la tercera vez que lo hacía el mismo artista y la definitiva. Manuel Brunet consideraba que la tercera decoración superaba a la primera desaparecida con la devastación de la guerra y que la solución artística que había ofrecido Sert era la que más se adecuaba al espíritu barroco de la catedral vigitana. Pasa por ser una de las mayores obras de Sert en España, aunque realizó otras obras no menos meritorias, como el “Salón de Pasos Perdidos” del Palacio de Justicia de Barcelona, el "Salón de las Crónicas" del Ayuntamiento de Barcelona, los muros del antiguo convento de San Telmo de San Sebastián, el tocador de Victoria Eugenia en el Palacio de la Magdalena en Santander y muchos palacios y villas de la oligarquía nacional y extranjera en España y fuera de ella.
Aunque no le faltó trabajo y reconocimientos en España, Sert llevó una vida cosmopolita. Se desplazaba con facilidad por toda Europa y América, pero había establecido su residencia en el número 1 de la Rue de Rivoli de París. La aristocracia y la plutocracia mundial se jactaban de exornar sus palacios por José María Sert. Nuestro pintor sería uno de los más cotizados: la Kent House de Londres, el pabellón de caza de los Rothschild en Chantilly, el Palacio Errázuriz en Buenos Aires, la decoración del Rockefeller Center, después de que los Rockefeller desestimaran la obra del mexicano Diego Rivera y le encargaran a Sert la obra, el Hotel Waldorf Astoria de Manhattan, también decoró la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra.
Una de las ramas productivas de Sert fueron los decorados teatrales: trabajó para los ballets rusos de Diaghilev, hizo los decorados de la ópera “Goyescas” de Granados y hubo un proyecto común de Sert con Manuel de Falla para decorar la cantata escénica “L’Atlàntida”, inspirada en el gran poema épico de Mosén Jacint Verdaguer que era una obsesión para Falla. Pero la muerte de Sert impidió el proyecto conjunto del catalán y el gaditano: en este poema se contenían, tanto para Falla como para Sert, profundas claves de la cosmovisión panhispánica.
Las impresiones que suscitaba José María Sert entre sus contemporáneos son muy diversas. Parece que cosechó más éxitos entre las mujeres que entre los hombres. Josep Pla nos dice de Sert que “era un tipo fastuoso, generoso, de una vitalidad sin límites. Cuando tenía dinero, no se controlaba en absoluto, y lo curioso es que casi siempre tenía – o al menos siempre se hallaba en vías de tener. Llevaba una gran vida social, una vida que solo un gran caballo habría podido resistir. Dudo que tuviera muchos amigos –y entre los intelectuales a los que trataba no debía de tener ninguno”. Eugenio d’Ors comenta: “Además de serlo por otras razones, José María Sert es admirable por razón de voluntad. Sólo por espíritu de paradoja se puede concebir que las armas de su casa catalana ostenten una divisa sacada del “Hamlet” (Sert o no Sert)”. Sert fue amigo y maestro de Salvador Dalí, maestro (y no parece que solo en cuestiones de oficio pictórico).
En 1908 José María Sert se encontraría con la pianista rusa Misia Godebska, asidua a los cenáculos artísticos de París, pintada por Toulouse-Lautrec entre otros y musa del poeta Stéphane Mallarmé. Misia introduciría a Sert en los círculos artísticos y sociales de París y, aunque estaba casada en segundas nupcias con el magnate Alfred Edwards, Misia se uniría a la vida de Sert, casándose con él en 1920, tras la muerte de Edwards en 1914. Misia terminaría separándose de Sert, pero la impresión causada en la rusa por la poderosa personalidad del artista español sería indeleble y la rusa conservaría el apellido Sert de por vida. Fue Misia la que escribió: “Es imposible imaginar mejor compañero que él. Fuere donde fuere sabía descubrir de inmediato lo que había de maravilloso en el lugar, y en los sitios donde no hubiese nada por descubrir, él sabía crearlo: Era como seguir la estela dejada de un mago”. Sert rehízo su vida sentimental con la princesa georgiana Isabelle Roussadana Mdivani. Misia lo había dicho: Sert era un “mago”. Por eso y por muchos más datos que a buen seguro que tiene, Ernesto Milá piensa que Sert sería uno de los maestros de Dalí en esoterismo.
Es difícil aventurar si Sert estaba adherido a alguna ideología política, pero lo que es manifiesto es que tuvo una formación tradicionalista. No obstante, en Francia llegó a montar un revuelo considerable en las filas de la extrema derecha francesa cuando comparó a Maurice Bàrres a un gitano. Más tarde, Sert (profundo conocedor de las tradiciones esotéricas) fue incorporando a su cosmovisión elementos de la filosofía hermética (pintó al alquimista Arnau de Vilanova) y otras corrientes esotéricas. Trabajó bajo el patronazgo de la plutocracia mundial (Rothschild y Rockefeller), pero eso no fue obstáculo para que la alta jerarquía nacional-socialista del III Reich estimara el colosalismo pictórico de Sert. Cuando en 1942 Gertrud Richert organizaba para la Academia de Bellas Artes de Berlín una gran exposición de arte español, se invitó a José María Sert a participar en ella. Expusieron Zuloaga y Joaquim Mir, también Sebastián García Vázquez, pero al final la obra de Sert no pudo ser expuesta por razones de espacio y por órdenes de Heinrich Himmler que había admirado los frescos de Sert en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando su viaje a España. La eminencia gris del III Reich había encontrado idónea la concepción de Sert para representar la cosmovisión del nacional-socialismo, según el personal diplomático que intercambiaba las impresiones epistolarmente:
“Precisamente por estas cualidades, el arte de Sert podría ser de particular interés para Alemania, en cuya arquitectura impera una nueva concepción del espacio que impone a la pintura la tarea de dominar grandes superficies”.
No puede decirse que Sert fuese nacional-socialista, pero sí que su obra llamó la atención de los nazis y estos hicieron planes para él, aunque se truncaron por la deriva de la II Guerra Mundial. Lo que está fuera de toda duda es que Sert reencontró su origen tradicionalista con la Guerra Civil española que, además de destruir su colosal obra en la Catedral de Vich, segó la vida de muchos de sus amigos catalanes.
El 13 de agosto de 1936 tuvo lugar un acontecimiento que afectó profundamente a Sert. La carmelita Sor María del Patrocinio de San José Badía Flaquer era una bella monja de 33 años que profesaba en el convento de Carmelitas Calzadas de Vich. Fue arrestada cuando unos milicianos revisaban la identidad de los inquilinos de una casa, adonde ella había ido a refugiarse. La montaron en un coche y se la llevaron a San Martín de Ruideperas. En otro coche llevaban detenidos al vicario general de la diócesis el Doctor Jaime Serra Jordi (de ochenta y nueve años) y el párroco de Artés, doctor José Bisbal. Jaime Serra Jordi era el amigo incondicional de Sert, uno de los tres responsables de que, pese a todos los obstáculos, Sert hubiera decorado la Catedral de Vich. A los sacerdotes los fusilaron ante los ojos de la monja, en la parroquia de San Martín de Ruideperas, a María del Patrocinio intentaron violarla, pero se puso en fuga y los milicianos la acribillaron a tiros. La monja es “La azucena de Vich” y el Doctor Jaime Serra era amigo personal de José María Sert.
Desde el momento en que supo de aquel martirio, Sert se adhirió a las fuerzas anticomunistas. Hallándose en Francia colaboró con el régimen de Vichy y en la Exposición Internacional de París del año 1937 presentó “La intercesión de Santa Teresa en la Guerra Civil española” en el pabellón del Vaticano. Cuando pudo retornar a España, volvió y en un alarde de genial y colosal laboriosidad volvió a pintar (él solo) sus frescos de la Catedral de Vich que la Guerra había arrasado, concibió una original reconstrucción del Alcázar de Toledo que no se realizó al final, entre otras cosas por su muerte. Pero al final de su vida puede decirse que los sólidos principios del nacional-catolicismo español fueron su definitiva posición religiosa y política sin fisuras y hasta hubiera podido parafrasear el lema de su amigo y protector Torras y Bages que decía "Cataluña será cristiana o no será", transmutándolo en éste otro:
“España será cristiana o no será”.
Josep María Sert Badía falleció el 27 de noviembre de 1945, en la Barcelona que lo vio nacer.
FUENTES:
 
-“Arte del franquismo”, Antonio Bonet Correa, coordinador, Gabriel Ureña Portero, Sofía Diéguez, Carmen Grimau, J. A. Ramírez, J. M. Bonet, Domènec Font, Ediciones Cátedra, Madrid, 1981. La cita pertenece al capítulo “La pintura mural y la ilustración como panacea de la nueva sociedad y sus mitos”, de Gabriel Ureña Portero.
-“Notas y dietarios”, Josep Pla.
-“La vida breve”, Eugenio d’Ors.
-“Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939”, Antonio Montero Moreno, La BAC, Madrid, 1961.

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