Pintura de Sert en la Sala
del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra:
los cinco titanes que se dan la mano corresponden a cada uno de los cinco continentes.
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JOSÉ MARÍA SERT BADÍA, UN MURALISTA MONUMENTAL MARGINADO
Manuel Fernández Espinosa
La valoración de los artistas está sujeta a las coyunturas
políticas y las vicisitudes ideológicas. Esos que se invisten con el título de
“árbitros del gusto” marcan en los manuales escolares los artistas que hay que conocer y los que no hay ni que saber que existieron. Tal vez eso explique el olvido en que yace la obra de uno
de nuestros artistas más valiosos del siglo XX: José María Sert y Badía
(Barcelona, 21 de diciembre de 1874-Barcelona, 27 de noviembre de 1945). En la
transición democrática, cuando iba tomando posiciones culturales el discurso antifranquista y sus artífices ocupando las butacas,
se considerará que Sert: “va a ser recuperado por el franquismo como uno de los
grandes maestros del pasado por el colosalismo y el titanismo de sus
composiciones, la virtualidad de su técnica y el ímpetu retórico y
grandilocuente de sus conjuntos podía engrandecer propagandísticamente el Nuevo
Estado y encauzar la tarea de nuestros jóvenes y entusiastas muralistas” (cita
textual de Gabriel Ureña Portero). Pasadas las décadas, los nacionalistas
catalanes (y algunos de sus compañeros de viaje izquierdistas) vienen a decir
lo contrario, esto es: que -pese a las aproximaciones del pintor catalán al régimen
franquista- el franquismo no lo aceptó nunca del todo, siendo ahora el franquismo el culpable de su olvido.
Pero, ¿quién fue realmente José María Sert y Badía?
Aunque pintor, su éxito lo cosechó como muralista. Grandioso
en sus escenografías pictóricas, colosalista, barroquizante, digno discípulo de
Miguel Ángel, de Tiépolo y de Goya, con un discurso iconográfico sustentado en alegorías,
formalmente ecléctico (combinando volúmenes renacentistas, estilo imperial,
romanticismo, manierismo) e innovador en la preparación de pinturas con la
técnica de pan de oro, Sert es uno de los más grandes pintores españoles del
siglo XX. Y, no obstante, prácticamente un desconocido.
Se formó en su natal Barcelona, en la industria familiar, en la
Escuela de Artes y Oficios y con un ebanista catalán que lo inició
en los secretos de la artesanía, también estuvo bajo la influencia de Alexandre
de Riquer (VII Conde de Casa Dávalos), lo más parecido a un hombre del Renacimiento:
el Conde de Casa Dávalos destacó como pintor simbolista, aunque desarrolló su
creatividad en muchos otros campos. Sert ingresará, de la mano de Riquer, en el
Cercle Artístic de Sant Lluc que fue fundado el año 1893 por artistas católicos
catalanes a manera de asociación y gremio artístico, ideológicamente inspirada
por el tradicionalismo regionalista de Mosén Josep Torras i Bages que era
confesor de la familia de José María Sert. En 1899 nuestro artista se traslada
a París que por aquel entonces era la capital del arte. Su primer éxito lo
cosecha en la decoración de un pabellón de la Exposición Universal de París de
1900. Mosén Josep Torras i Bagés había sido consagrado Obispo de Vich el 10 de
diciembre de 1899 y le encomienda a su conocido José María Sert la decoración de
la Catedral de Vich. Sert irá a Italia, para estudiar exhaustivamente a Miguel
Ángel y a Tiépolo y vuelve a Vich para cumplir con la obra encargada. Los
bocetos que presentó para la Catedral de Vich fueron muy encomiados, pero Sert no
parecía convencido con su proyecto originario y los destruyó, para
reelaborarlos, quedar satisfecho y ejecutarlo bajo el mandato de Torras i Bages,
el vicario general vicense Jaime Serra y Francesc Cambó, pero no sin dividir la
opinión catalana y hasta al mismo capítulo catedralicio que se escindió entre
los partidarios del artista y sus detractores.
Eugenio d’Ors alude a las malas caras que pusieron algunos en el cabildo
catedralicio ante los escandalosos desnudos y tampoco faltaron poemas
condenatorios de la obra, como los del canónigo Collell que incluso llegaba
a decir que eran una profanación de la Catedral. La concepción colosalista de
Sert, el abarrocamiento, los colores característicos de su arte pictórico y el “trompe
d’oeil” (en castizo: el “trampantojo”, la trampa para el ojo) que Sert desplegó
eran percibidos por algunos como un “sacrilegio” artístico para ser decoración de una Catedral. La
Guerra Civil destruyó esta obra maestra de Sert, pero cuando la Catedral fue
restaurada, a partir de 1941, el pintor catalán volvió a la titánica labor de decorarla:
era la tercera vez que lo hacía el mismo artista y la definitiva. Manuel Brunet
consideraba que la tercera decoración superaba a la primera desaparecida con la
devastación de la guerra y que la solución artística que había ofrecido Sert
era la que más se adecuaba al espíritu barroco de la catedral vigitana. Pasa por
ser una de las mayores obras de Sert en España, aunque realizó otras obras no
menos meritorias, como el “Salón de Pasos Perdidos” del Palacio de Justicia de
Barcelona, el "Salón de las Crónicas" del Ayuntamiento de Barcelona, los muros
del antiguo convento de San Telmo de San Sebastián, el tocador de Victoria
Eugenia en el Palacio de la Magdalena en Santander y muchos palacios y villas
de la oligarquía nacional y extranjera en España y fuera de ella.
Aunque no le faltó trabajo y reconocimientos en España, Sert
llevó una vida cosmopolita. Se desplazaba con facilidad por toda Europa
y América, pero había establecido su residencia en el número 1 de la Rue de Rivoli de París. La aristocracia y la plutocracia mundial se
jactaban de exornar sus palacios por José María Sert. Nuestro pintor sería uno
de los más cotizados: la Kent House de Londres, el pabellón de caza de los
Rothschild en Chantilly, el Palacio Errázuriz en Buenos Aires, la decoración
del Rockefeller Center, después de que los Rockefeller desestimaran la obra del
mexicano Diego Rivera y le encargaran a Sert la obra, el Hotel Waldorf Astoria
de Manhattan, también decoró la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de
Naciones en Ginebra.
Una de las ramas productivas de Sert fueron los decorados
teatrales: trabajó para los ballets rusos de Diaghilev, hizo los decorados de
la ópera “Goyescas” de Granados y hubo un proyecto común de Sert con Manuel de
Falla para decorar la cantata escénica “L’Atlàntida”, inspirada en el gran
poema épico de Mosén Jacint Verdaguer que era una obsesión para Falla. Pero la muerte de Sert
impidió el proyecto conjunto del catalán y el gaditano: en este poema se
contenían, tanto para Falla como para Sert, profundas claves de la cosmovisión panhispánica.
Las impresiones que suscitaba José María Sert entre sus
contemporáneos son muy diversas. Parece que cosechó más éxitos entre las
mujeres que entre los hombres. Josep Pla nos dice de Sert que “era un tipo
fastuoso, generoso, de una vitalidad sin límites. Cuando tenía dinero, no se
controlaba en absoluto, y lo curioso es que casi siempre tenía – o al menos
siempre se hallaba en vías de tener. Llevaba una gran vida social, una vida que
solo un gran caballo habría podido resistir. Dudo que tuviera muchos
amigos –y entre los intelectuales a los que trataba no debía de tener ninguno”.
Eugenio d’Ors comenta: “Además de serlo por otras razones, José María Sert es
admirable por razón de voluntad. Sólo por espíritu de paradoja se puede concebir
que las armas de su casa catalana ostenten una divisa sacada del “Hamlet” (Sert
o no Sert)”. Sert fue amigo y maestro de Salvador Dalí, maestro (y no parece
que solo en cuestiones de oficio pictórico).
En 1908 José María Sert se encontraría con la pianista rusa
Misia Godebska, asidua a los cenáculos artísticos de París, pintada por Toulouse-Lautrec entre otros y musa del poeta Stéphane Mallarmé. Misia introduciría a
Sert en los círculos artísticos y sociales de París y, aunque estaba casada en
segundas nupcias con el magnate Alfred Edwards, Misia se uniría a la vida de
Sert, casándose con él en 1920, tras la muerte de Edwards en 1914. Misia terminaría
separándose de Sert, pero la impresión causada en la rusa por la poderosa
personalidad del artista español sería indeleble y la rusa conservaría el
apellido Sert de por vida. Fue Misia la que escribió: “Es imposible imaginar
mejor compañero que él. Fuere donde fuere sabía descubrir de inmediato lo que
había de maravilloso en el lugar, y en los sitios donde no hubiese nada por
descubrir, él sabía crearlo: Era como seguir la estela dejada de un mago”. Sert
rehízo su vida sentimental con la princesa georgiana Isabelle Roussadana Mdivani.
Misia lo había dicho: Sert era un “mago”. Por eso y por muchos más datos que a buen seguro que tiene, Ernesto Milá piensa
que Sert sería uno de los maestros de Dalí en esoterismo.
Es difícil aventurar si Sert estaba adherido a alguna
ideología política, pero lo que es manifiesto es que tuvo una formación
tradicionalista. No obstante, en Francia llegó a montar un revuelo considerable en las filas de la extrema
derecha francesa cuando comparó a Maurice Bàrres a un gitano. Más tarde, Sert
(profundo conocedor de las tradiciones esotéricas) fue incorporando a su
cosmovisión elementos de la filosofía hermética (pintó al alquimista Arnau de Vilanova) y
otras corrientes esotéricas. Trabajó bajo el patronazgo de la plutocracia
mundial (Rothschild y Rockefeller), pero eso no fue obstáculo para que la alta
jerarquía nacional-socialista del III Reich estimara el colosalismo pictórico
de Sert. Cuando en 1942 Gertrud Richert organizaba para la Academia de Bellas
Artes de Berlín una gran exposición de arte español, se invitó a José María
Sert a participar en ella. Expusieron Zuloaga y Joaquim Mir, también Sebastián
García Vázquez, pero al final la obra de Sert no pudo ser expuesta por razones
de espacio y por órdenes de Heinrich Himmler que había admirado los frescos de
Sert en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando su viaje a España. La eminencia
gris del III Reich había encontrado idónea la concepción de Sert para
representar la cosmovisión del nacional-socialismo, según el personal
diplomático que intercambiaba las impresiones epistolarmente:
“Precisamente por estas cualidades, el arte de Sert podría
ser de particular interés para Alemania, en cuya arquitectura impera una nueva
concepción del espacio que impone a la pintura la tarea de dominar grandes
superficies”.
No puede decirse que Sert fuese nacional-socialista, pero sí
que su obra llamó la atención de los nazis y estos hicieron planes para él,
aunque se truncaron por la deriva de la II Guerra Mundial. Lo que está fuera de
toda duda es que Sert reencontró su origen tradicionalista con la Guerra Civil
española que, además de destruir su colosal obra en la Catedral de Vich, segó
la vida de muchos de sus amigos catalanes.
El 13 de agosto de 1936 tuvo lugar un acontecimiento que
afectó profundamente a Sert. La carmelita Sor María del Patrocinio de San José
Badía Flaquer era una bella monja de 33 años que profesaba en el convento de
Carmelitas Calzadas de Vich. Fue arrestada cuando unos milicianos revisaban la
identidad de los inquilinos de una casa, adonde ella había ido a refugiarse. La
montaron en un coche y se la llevaron a San Martín de Ruideperas. En otro coche
llevaban detenidos al vicario general de la diócesis el Doctor Jaime Serra
Jordi (de ochenta y nueve años) y el párroco de Artés, doctor José Bisbal.
Jaime Serra Jordi era el amigo incondicional de Sert, uno de los tres
responsables de que, pese a todos los obstáculos, Sert hubiera decorado la
Catedral de Vich. A los sacerdotes los fusilaron ante los ojos de la monja, en
la parroquia de San Martín de Ruideperas, a María del Patrocinio intentaron
violarla, pero se puso en fuga y los milicianos la acribillaron a tiros. La
monja es “La azucena de Vich” y el Doctor Jaime Serra era amigo personal de José
María Sert.
Desde el momento en que supo de aquel martirio, Sert se
adhirió a las fuerzas anticomunistas. Hallándose en Francia colaboró con el
régimen de Vichy y en la Exposición Internacional de París del año 1937
presentó “La intercesión de Santa Teresa en la Guerra Civil española” en el
pabellón del Vaticano. Cuando pudo retornar a España, volvió y en un alarde de genial
y colosal laboriosidad volvió a pintar (él solo) sus frescos de la Catedral de
Vich que la Guerra había arrasado, concibió una original reconstrucción del
Alcázar de Toledo que no se realizó al final, entre otras cosas por su muerte.
Pero al final de su vida puede decirse que los sólidos principios del
nacional-catolicismo español fueron su definitiva posición religiosa y política sin fisuras y hasta hubiera podido parafrasear el lema de su amigo y protector Torras y Bages que decía "Cataluña será cristiana o no será", transmutándolo en éste otro:
“España será
cristiana o no será”.
Josep María Sert Badía falleció el 27 de noviembre de 1945,
en la Barcelona que lo vio nacer.
FUENTES:
-“Arte del franquismo”, Antonio Bonet Correa, coordinador,
Gabriel Ureña Portero, Sofía Diéguez, Carmen Grimau, J. A. Ramírez, J. M.
Bonet, Domènec Font, Ediciones Cátedra, Madrid, 1981. La cita pertenece al
capítulo “La pintura mural y la ilustración como panacea de la nueva sociedad y
sus mitos”, de Gabriel Ureña Portero.
-“Notas y dietarios”, Josep Pla.
-“La vida breve”, Eugenio d’Ors.
-“Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939”,
Antonio Montero Moreno, La BAC, Madrid, 1961.
-"¿Josep Maria Sert, pintor del nazismo?", Rosa Sala Rose.
-"La "sacerdotisa de Lucifer": María de Naglowska", Ernesto Milá.
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