ALAIN DE BENOIST O EL CRISTIANISMO SESGADO
Primera navegación
Primera navegación
Por Manuel Fernández Espinosa
Es un hecho que la “Nouvelle
Droite” (la “Nueva Derecha” francesa) supuso en su día un acicate para
estimular el debate intelectual que se había estancado en un acoplamiento de la
derecha burguesa a los planteamientos mercantiles de la democracia liberal, entendida ésta como
presunto baluarte de los supuestos valores de la civilización
europeo-atlántica. Pero no es menos cierto que la “Nouvelle Droite” realizó una
crítica contra el cristianismo. Sin embargo, ¿puede aceptarse la crítica de la "Nueva Derecha" al cristianismo?.
Alain de Benoist es el principal representante de la “Nueva Derecha”. Benoist asume
los prejuicios de una larga tradición que comienza en los detractores del primitivo
cristianismo (paganos que realizaban una apología del politeísmo no exenta del interés por salvaguardar un orden político determinado que veían amenazado por el cristianismo). Esa primera crítica de los paganos al cristianismo se
prolongó en el tiempo bajo la vitola del panteísmo y desembocará en la cristianofobia
nietzscheísta; todo esto lo asume Benoist y a ello incorpora algunos replanteamientos filosóficos de Heidegger. La filosofía de Benoist, como toda la “Nueva Derecha”, cuestiona la modernidad con todas sus
filosofías: estas filosofías son entendidas por la “Nueva Derecha” como el
soporte óntico-epistémico de las ideologías políticas que han prevalecido a lo largo de la modernidad y que,
en términos prácticos de filosofía política, son el objetivo a derribar. Pero no todos los pensadores pertenecientes a la nebulosa de la "Nueva Derecha" son tan hostiles al cristianismo como Benoist. Podemos decir, a modo de prefacio, que nosotros compartimos la misma repulsa por la modernidad y sus filosofías, pero en modo alguno estamos dispuestos a admitir lo que entendemos que son errores propios de Benoist. Por eso abordamos este tema.
Alsina Calvés ha podido decir que: “Para Alain de Benoist (y otros
autores de la Nueva Derecha) será el cristianismo el que introducirá la
metafísica de la subjetividad, la visión lineal de la historia y la separación
radical entre Dios y el mundo, que convertirá a este en un objeto
desacralizado, presto a ser utilizado por una técnica al servicio de lo
inmanente.” (José Alsina Calvés, "La Cuarta Teoría Política"). Para D. José Alsina Calvés, por ejemplo, la posición de Alexander Duguin no es tan radical como la de Benoist en su confrontación con el cristianismo. En conformidad con Alsina Calvés, queremos poner a un lado a Duguin y otros filósofos que, a nuestro juicio, andan más acertados cuando identifican el origen de la modernidad en la filosofía de Descartes y su posterior despliegue.
Las tres objeciones de Benoist al cristianismo son, muy sucintamente enunciadas,
estas:
1.-El cristianismo introduce la “metafísica de la
subjetividad”;
2.-La “visión lineal de la historia”; y
3.-La “separación radical entre Dios y el mundo, con la
consecuente desacralización de éste".
En esta primera navegación vamos a tratar de dilucidar si es cierta la acusación que Benoist hace contra el cristianismo cuando lo señala como el culpable de la “metafísica de la
subjetividad”. Por lo tanto, nos vamos a preguntar si el cristianismo es, en efecto, el culpable de introducir la “metafísica
de la subjetividad”. "La visión lineal de la historia" y la "desacralización del mundo" (que son los otros dos cargos que añade Benoist a la cuenta del cristianismo) los trataremos otro día.
¿INAUGURA EL CRISTIANISMO LA “METAFÍSICA DE LA
SUBJETIVIDAD”?
Para empezar, recordemos que, en primer lugar, el
cristianismo no es bajo ningún concepto una filosofía y que (también es muy
importante recordar) el cristianismo no puede identificarse exclusivamente
con una filosofía determinada (como por ejemplo, el tomismo). A menudo, el
cristianismo ha sucumbido a la tentación de identificarse con una filosofía:
pensemos que el catolicismo ha estado durante siglos y siglos identificándose
con el tomismo. Es indudable que en su día el tomismo prestaba al catolicismo unos
instrumentos filosóficos que se mostraban bastante eficaces y prácticos, pero
la seguridad que el católico encontraba por costumbre en el tomismo se ha visto
muchas veces comprometida debida a la inadaptación del tomismo a las nuevas
imágenes del mundo que aportaban los nuevos paradigmas científicos. De este
modo, el catolicismo quedó filosóficamente obsoleto, dando la sensación de
constituir un anacronismo harto difícil de conciliar con los descubrimientos
científicos. La comodidad filosófica siempre sale cara.
Admitir que el cristianismo no sea “stricto sensu” una
filosofía no equivale a decir que el cristianismo haya sido algo neutral que no
haya afectado en modo alguno a la filosofía: claro que la afectó y puede
decirse que nada fue lo mismo desde que el cristianismo irrumpió en la cultura derramándose
por todo el mundo conocido. Ese mundo al que en un principio afectó el cristianismo era la cultura grecorromana y,
desde su irrupción, el cristianismo introdujo en ésta cultura unas
aportaciones que, efectivamente, serán determinantes para lo que vino después.
Estas aportaciones cristianas pueden sintetizarse en unos
puntos fundamentales que pueden servirnos para comprender mejor la
trascendencia que el cristianismo ha tenido para la humanidad, son muchas las contribuciones del cristianismo, pero quisiéramos destacar para empezar algunas de ellas, como son la revelación veterotestamentaria y neotestamentaria; el monoteísmo de un Dios personal; un nuevo horizonte creacional, desconocido hasta la llegada del cristianismo; la encarnación y la redención, etcétera.
EL MONOTEÍSMO
El monoteísmo cristiano, a diferencia del
monoteísmo estrictamente filosófico de Aristóteles y otros filósofos clásicos,
supone el descubrimiento por revelación (primero anunciada proféticamente en el
Antiguo Testamento y luego irrumpiendo en la historia y salvándola) de una
divinidad que es “Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. El
cristianismo es un monoteísmo que aporta, a diferencia de otros monoteísmos,
una noción de un Dios personal, tan personal que siendo Un solo Dios verdadero
es a la vez tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La “metafísica de la subjetividad” que Alain de Benoist cree
inaugurada con el cristianismo tiene, en efecto, su origen en esta noción
personal de Dios, pero la “metafísica de la subjetividad” no es, propiamente
dicho, el desarrollo ortodoxo de esta aportación cristiana, sino que -en todo
caso- supone una derivación errónea del Misterio de la Santísima Trinidad. Una
errónea interpretación de la Trinidad -digo-, cuando no una incomprensión
absoluta -añado. Las erróneas interpretaciones o la incomprensión total de la
Trinidad han derivado siempre en desviaciones. Pero culpar al Misterio de los
extravíos de quienes no lo han podido penetrar o lo han equivocado no puede
ponerse en la cuenta del cristianismo.
En edad muy temprana, siglos antes de llegar el cristianismo,
la filosofía griega se había anticipado a una crítica de la “teología”
(entendamos aquí “teología” como “logos” de “dios” o de los “dioses”); en las
antiguas Grecia y Roma, los “teólogos” eran los poetas: Hesíodo, Homero, Ovidio…
son los que nos han legado los mitos que eran en el mundo clásico el “decir
sobre los dioses”.
Jenófones de Colofón (c. 580-570 a. C. – c. 475-466 a. C.) y
Heráclito de Éfeso (c. 535 a. C.- c. 484 a. C.) ya habían expresado su inconformidad
con lo que los poetas (y el vulgo) pensaban y decían de los dioses. Jenófanes
denunciaba que: “A los dioses achacaron Homero y Hesíodo todo aquello que entre
los hombres es motivo de vergüenza y de reproche: robar, adulterar y engañarse
unos a otros”, también Jenófanes dejó escrito: “Los mortales creen que los
dioses han nacido y que tienen la misma voz, porte y vestimenta que ellos”. La
crítica de Jenófanes y Heráclito no es, como algunos quisieran pensar muy a la moderna, la rebelión de la “razón filosófica” contra el “mito
pre-filosófico” o contra la “fe a-filosófica”; lo que Jenófanes y Heráclito denuncian
es más bien la impiedad de sus contemporáneos que, por lo que dicen de la
divinidad, muestran carecer -según estos filósofos- de una auténtica “piedad”, pues andan tan errados al atribuir sacrílegamente a la divinidad los pecados y vicios de los
hombres. Por eso, por ejemplo, Heráclito llega a decir: “En aquello que los
hombres toman por misterios sagrados se inician impíamente”. En estos primeros balbuceos
la filosofía griega dio los primeros pasos para llegar a una concepción
filosófica del monoteísmo que, sin poder contar con los datos de la revelación,
supuso a todas luces un gran avance realizado con el auxilio de la razón. Este concepto
monoteísta fue enunciado en sus términos clásicos por Aristóteles. Pero el “Dios”
de los filósofos (el del Estagirita) no es un “dios” personal, sino una “ousía”
que se basta a sí mismo y cuya relación con el mundo, justamente para impedir
que se contamine con los vicios de acá, es nula. El resultado es que el “Dios”
aristotélico no se ocupa de nada ni de nadie.
El Dios del cristianismo es trinitario: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Y Dios no permanece al margen del mundo, sino que en su amor se
ha humanado en la divina persona del Hijo (Dios y hombre verdadero),
humillándose al encarnarse en hombre (exanición), para sufrir y ser crucificado
y de este modo redimirnos del pecado y luego resucitar y liberarnos por Él, con
Él y en Él de las cadenas de la muerte. La vida trinitaria es el misterio de la
vida cristiana: por eso mismo todos los grandes místicos de la Iglesia (y aquí
incluimos a nuestros hermanos, los místicos de las iglesias ortodoxas orientales) han hecho de la
vida trinitaria el gran secreto de su santificación, que es propiamente una “deificación”.
Cuando Alain de Benoist culpa al cristianismo de haber
inaugurado la “metafísica de la subjetividad” muestra tener un concepto parcial
de la tradición cristiana. En concreto Alain de Benoist comprende esta
tradición desde las claves de un extravío de la “teología latina” que, por eso
mismo, es muy difícil que pueda hallarse en la “teología griega” (de ahí que Duguin, por ser de tradición ortodoxa, no incurra en el error de imputar al cristianismo la responsabilidad de la "metafísica de la subjetividad"). El desvío que
cristaliza en la “metafísica de la subjetividad” arranca de una adulteración de
la teología de San Agustín, pero no es propio de San Agustín ni de los que lo
siguieron sin adulterarlo. En concreto, el error moderno de la “metafísica de
la subjetividad” encuentra su raíz en Descartes que, partiendo de San Agustín,
realiza una mixtificación de la teología agustiniana adecuándola a sus intereses puntuales y, en esta operación, termina por desfigurarla. San Agustín, en efecto, hace
descansar su teología sobre el “hombre interior” (que no es un invento suyo, sino
una legítima profundización agustiniana en uno de los temas nucleares de la
teología paulina). Pero el error de focalizarlo todo en el “sujeto” no es de
San Agustín, sino que empieza en Descartes cuando éste, pretendiendo fundar una
filosofía “ex novo”, incorpora en una promiscuidad monstruosa elementos
agustinianos y platónicos.
Además de no poderse atribuir a San Agustín el error de
convertir la “subjetividad” en el centro de toda la comprensión
óntico-epistémica, habría que tener en cuenta que el cristianismo no sólo
consiste en una tradición teológica latina. Es cierto que la teología latina ha
sido en buena medida la tradición teológica hegemónica en la Iglesia católica,
pero no puede pretenderse que sea la única clave hermenéutica del cristianismo;
ni siquiera en la iglesia católica. El cristianismo no puede prescindir de otra
tradición teológica como es la “griega” (prolongada en las iglesias ortodoxas
orientales).
A diferencia de la “teología latina”, la “teología griega” considera
al hombre como un fragmento de la creación, un trozo del cosmos creado. Es
mérito del filósofo español Xavier Zubiri haber notado esta diferencia entre la
“teología latina” y la “teología griega”, pero -como bien apunta Zubiri: esta
diferencia no supone en modo alguno “que estas dos teologías se hallen
divorciadas. Sería intrínsecamente imposible”.
Los conceptos humanos, considerados a la luz de estas dos
tradiciones teológicas (ambas cristianas en su prístina pureza), adquieren
matices diversos. A título de ejemplos que ilustren esto, nos dice Zubiri: “…el
pecado, para un latino, es ante todo una malicia de la voluntad; para el
griego, es sobre todo una mácula de la creación. Para el latino, el amor es una
aspiración del alma, adscrita preferentemente a la voluntad; para el griego es,
en cambio, el fondo metafísico de toda actividad, porque esencialmente todo ser
tiende a la perfección. Para un latino el problema de la gracia va subordinado
a la visión beatífica en la gloria, a la felicidad; para un griego la felicidad
es consecuencia de la gracia entendida como deificación. La diferencia, como
veremos, alcanza hasta la idea misma que nos formamos de Dios, desde nuestro
punto de vista finito y humano” (*).
Así las cosas, es una interpretación parcial y errónea creer
que el cristianismo haya producido la “metafísica de la subjetividad”, por más
cierto que sea que los artífices de esa “subjetividad” hayan tergiversado la
teología latina; para ser más precisos, los modernos lo que hicieron fue
mixtificar la teología de San Agustín. La “metafísica de la subjetividad”
moderna solo puede aflorar cuando se prescinde de las consecuencias que entraña
la teología trinitaria que no es un simple edificio intelectual a contemplar desde
fuera, sino que invita a la gradual elevación del alma a Dios, desde las etapas
ascéticas hasta la contemplación mística que, lejos de ser una experiencia
subjetivista, es en este mismo mundo la plena comunión con el misterio de la
deificación, como anticipo de la visión beatífica en el más allá.
No menos parcial y erróneo es culpar al cristianismo de la “desacralización
del mundo” merced a la radical diferencia entre el Creador y la creación.
Pero eso será cuestión de una segunda navegación.
(*) Para esta cuestión es muy clarificadora, entre otros textos recomendables, la lectura de "El ser sobrenatural: Dios y la deificación en la teología paulina", ensayo de Xavier Zubiri incluido en su libro "Naturaleza, Historia, Dios", Alianza Editorial-Fundación Xavier Zubiri. Por el lado del cristianismo ortodoxo, para una incursión en la teología trinitaria ortodoxa, no podemos menos que recomendar la lectura de "La columna y el fundamento de la verdad", del teólogo ruso Pável Florenski: hay traducción al español (aquí).
Una respuesta que se hacía necesaria en este interesante debate. Esperaré atento a las nuevas 'navegaciones'.
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