Pío Baroja |
LA INSOBORNABLE INDEPENDENCIA DE PÍO BAROJA
Manuel Fernández Espinosa
En la biblioteca de su casona de Itzea (Vera de Bidasoa), Pío Baroja llegó a tener 150 libros sobre ocultismo, brujería, alquimia o asuntos relacionados, según el cómputo de José Alberich. Podemos decir que D. Pío no fue ajeno a este mundo.
El interés que Baroja mantuvo por la historia de España del siglo XIX lo llevó a estudiar concienzudamente archivos y libros raros en los que no faltaban la sociedades secretas de signo político: baste pensar en la monumental obra que Baroja compuso sobre la vida y hazañas del conspirador liberal, pariente lejano del mismo Baroja, Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen (1792-1872). En el curso de esos estudios no podía faltar la acción de la masonería, pero también afloraron sociedades secretas como la Sociedad Isabelina. Baroja prestó atención a estos fenómenos, con el rigor de un historiador, más que para hacer libros de historia, para recopilar datos con el propósito de confeccionar sus novelas.
Sus viajes a Europa también lo pusieron en contacto con los círculos esoteristas que en aquel tiempo abundaban en Centroeuropa. Los contactos de Baroja con algunas de estas sectas no dejaron de ser superficiales y la mirada escéptica de nuestro autor se posó sobre ellos con una fría objetividad, entre la burla y el asco. Quien haya leído la obra de Baroja podrá tener reminiscencias de pasajes que dedica nuestro autor a algunos de estos grupos. Nosotros vamos a referir dos lugares literarios donde lo hace y comentaremos la actitud que se reserva Baroja sobre estas manifestaciones.
La primera sobre la que llamamos la atención es la novela "Las veleidades de la fortuna" (1927), segunda novela que conforma la trilogía "Agonías de nuestro tiempo". La otra novela donde cabe encontrarnos otro capítulo de referencia para poder analizar la actitud de Baroja sobre esta cuestión es "Laura, o la soledad sin remedio" (1940). Hay una distancia considerable entre una y otra novela, amén de haber sucedido en el comedio de ellas tremendos trastornos tanto para España como para Europa. Sin embargo, la actitud, lo vamos a ver, es la misma.
CONTRA LA SOCIEDAD ANTROPOSÓFICA
En "Las veleidades de la fortuna", Baroja realiza una severa crítica a las ideas de la época, no perdona al psicoanálisis que, no sin que asistan pocas razones, podríamos considerarlo cual secta ocultista, pero será mucho más elocuente con la Antroposofía: así en el capítulo VIII de la segunda parte de esta novela que decimos. Allí, el protagonista de esta trilogía, José Larrañaga, en compañía de otros personajes, viajará hasta el Goetheanum de Rudolf Steiner, padre de la antroposofía.
El ocultista Rudolf Steiner (1861-1925) trabó relación con la Sociedad Teosófica más o menos en el año 1899, convirtiéndose en 1902 en Secretario General de la sección alemana de la secta ocultista, uno de los brazos de la masonería de plano interior (esotérica) más importante de la época. En 1904, Annie Besant lo ascendió a dirigente de la Sociedad Teosófica en Alemania y Austria. Pero la independencia de Steiner pronto le llevaría a romper con el teosofismo, sobre todo cuando Leadbeater y Besant proclamaron a Jiddu Krishnamurti como "reencarnación de Cristo". Steiner encabezó un cisma allá por 1912-1913 en el seno de la sociedad ocultista internacional, creando la Sociedad Antroposófica. De esta asociación fue líder el mismo Steiner, al que le secundaba la mayor parte de los miembros germanófonos de la Sociedad Teosófica.
En el capítulo que Baroja dedica a la antroposofía steineriana, el personaje que se muestra más implacable con esta versión ocultista del teosofismo es Stolz que se nos presenta como "enemigo de la antroposofía de Steiner", dado que suponía en ella "una gran cantidad de superchería y de falta de honradez. Pensaba que el fundador del Goetheanum era hombre de cultura, pero medio perturbado, medio simulador" y todo cuanto ofrecía la doctrina antroposófica no era más que "fantasías mistagógicas, estilo Flammarión, al alcance de las mínimas fortunas intelectuales".
La sede principal de la Sociedad Antroposófica sería el Goetheanum, un edificio concebido como teatro a la vez que como centro de la organización, para pronunciar sus conferencias. Erigido en Dornach (próximo a Basilea, Suiza), el edificio se empezó a edificar en 1914 con mano de obra voluntaria de los adeptos de la secta, en plena efervescencia del movimiento esotérico en Alemania: recordemos que por 1919 se fundaría en Stuttgar la primera de las Escuelas Waldorf, hoy extendidas por todo el planeta. En Nochevieja de 1922-1923 un incendio provocado arruinó el edificio. Baroja alude a este suceso, indicando los rumores que cundían por aquel entonces: "Los amigos de Steiner achacaban el incendio a los católicos. Los enemigos sospechaban que lo habría quemado, antroposóficamente, el mismo Rudolf Steiner, el fundador de la secta, para cobrar el seguro de incendios, que era muy crecido".
El juicio que le merece a Baroja la antroposofía está puesto en boca del personaje Stolz que dice lapidariamente:
"Es extraño que estas estupideces puedan creerse todavía".
A continuación, en el mismo capítulo, Baroja deriva a una crítica implacable contra el Estado que se configura en el horizonte, no ajeno a estas organizaciones internacionales del ocultismo. "El socialismo se va realizando diariamente, sobre todo en países como Suiza, sin grandes gritos ni revoluciones; todo se va aclarando a fuerza de estadística y policía" -dirá uno de los personajes que dialogan con Stolz y Larrañaga.
Éste, Larrañaga, piensa que: "El Estado va a crear los hombres que necesita por la educación, que hoy es un molde fortísimo. Antes, el hombre completo era más un producto de la naturaleza que de la pedagogía, y a medida que aumenta el socialismo, la estadística y la escuela, el hombre completo se dará menos y el especialista más. Porque el hombre fabricado por estas escuelas es un especialista y, al mismo tiempo, es un pedante."
La perspectiva que ofrece Baroja aquí diríamos que es profética: "El estado socialista, con su pedagogía, hará de los hombres lo que hacen los cultivadores con las vacas sin cuernos. Grifones, lebreles o galgos, los fabricará en sus laboratorios, que para los hombres serán las escuelas. Quizá puedan emplear, al mismo tiempo que las explicaciones, el cinematógrafo y los libros, las inyecciones de suero y los injertos de glándulas".
Si estos vaticinios se montan sobre el socialismo, no podemos dejar de pensar que Baroja conocía las escuelas Waldorf de la antroposofía.
CONTRA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
La segunda novela en que Baroja arremete contra las sociedades ocultistas es, como más arriba avanzábamos, "Laura o la soledad sin remedio", obra de madurez muy poco conocida por el público general. El capítulo 14 de su segunda parte está dedicado a mostrarnos la ridícula insustancialidad de la Sociedad Teosófica. Esta vez, al igual que Stolz en "Las veleidades de la fortuna", será otro personaje extranjero, el ruso Nicolás Alejandrovich Golowin, el encargado de hacer de contrapunto al universo de supersticiones y bagatelas del esoterismo teosofista. El ruso, en compañía de la protagonista Laura y de otros personajes más o menos grotescos, participará en una sesión de la Sociedad Teosófica de París. En dicha sesión, bastante concurrida por un público heterogéneo de diversas partes de Europa y América, se ofrecerá la lectura del Apocalipsis de San Juan, descifrado por el poeta lituano Oscar Vladimir Milosz (1877-1939). Es más que probable que Baroja supiera que este poeta lituano, tan propenso al ocultismo, había sido uno de los más avezados discípulos de Alexis de Sarachaga, pero no refiere nada concerniente a ello.
Más bien nos presenta con una fría distancia el ambiente y protocolo de aquella sesión. Tras la lectura que se hace del texto de Milosz, intervienen dos personajes: un caballero Rosa-Cruz y un Bibelforscher (estudiante de la Biblia) alemán: el rosacruz ofrecerá una versión simbólico-alegórica del Apocalipsis, mientras que el Bibelforscher la refutará con una interpretación literal. La maestra de ceremonias de toda la conferencia es una uruguaya teosofista, preside el acto una india de la secta teosofista. La magistral narración de Baroja pone de relieve que, pese a las irreconciliables interpretaciones del rosacruz y el Bibelforscher, a la india lo único que le interesa es destacar "que defendía la luz y la espiritualidad, que la ciencia no era trascendental en la vida, ni la industria, ni el comercio (...), Lo que el mundo necesitaba era luz; mucha luz".
A todo esto, "Golowin escuchaba con una cara de asombro y de ironía que a Laura le daba gran gana de reír". En conversaciones de los participantes, tras el acto, Laura alude a que en España, "Los militares se distinguían por ser espiritistas y masones". Golowin persiste en su aire irónico. Cuando uno de los personajes femeninos, la que los ha llevado a todos allí, dice: "que no había que tomar las cosas serias en broma", Golowin responde: "-Es verdad. Las cosas serias no hay que tomarlas en broma ni las bromas en serio. Es evidente".
Resumidamente hemos visto la opinión que a Baroja le merecía este mundo del ocultismo centroeuropeo. A diferencia de otros consortes de generación noventayochistas, Baroja mantuvo siempre una escéptica percepción de estos fenómenos. Su formación como médico y hombre práctico había pasado por moldes positivistas y utilitaristas que difícilmente se podían cohonestar con estos delirios de hierofantes. No subestimemos tampoco su carácter vasco y español que le llevaba a rechazar todas las fantasmagorías en un insobornable amor de realismo.
La propensión de la Generación del 98 por las sociedades secretas está presente en casi todos los que la componen, no es de extrañar puesto que la época estaba plagada de sociedades secretas. Azorín, según nos revela Alfonso Reyes, "A veces, a solas, imagina, discurre. Y crea, para su uso personal, sociedades literarias, academias, pequeños grupos selectos. (...) Así le ha sucedido fundar dos círculos: "Los amigos de Lope de Vega" y el "Góngora Club". Valle-Inclán se consagró con afán digno de mejor causa a la Sociedad Teosófica, que hemos visto denostada por Baroja. Entre estas actitudes, la de Baroja destaca por su independencia. Baroja presta atención a las sociedades secretas políticas (masonería y otras decimonónicas) por los resultados innegables de su actividad clandestina y conspirativa, pero está inmunizado frente a las supersticiones que promueve el ocultismo que es el núcleo interior de estas sociedades exteriores.
No puedo afirmar con rotundidad que Baroja hubiera leído a Guénon, aunque bien pudo por la divulgación que de ciertas obras suyas hizo en España el jesuita Padre Tusquets. Si lo hubiera leído no hubiera dejado pasar por alto esta apreciación de Guénon sobre la Sociedad Teosófica:
"...si la Sociedad [Teosófica] tomada en su conjunto es en efecto internacional, su dirección, en cambio, ha devenido puramente inglesa; además, cualesquiera que hayan podido ser a veces las apariencias externas, tenemos la convicción, podríamos decir incluso la certeza, de que el teosofismo, considerado bajo este aspecto, es sobre todo un instrumento al servicio del imperialismo británico". (René Guénon, "El teosofismo".)
Baroja permaneció impermeable a estas tentaciones que fueron fatales para Valle-Inclán, para ese Valle-Inclán que, como escritor es colosal, pero que se enlodazó de esoterías, les guste más o menos a algunos que -con una infinita superficialidad y candidez- lo reclaman todavía para el carlismo, mostrando una absoluta ignorancia sobre estos temas nucleares.
BIBLIOGRAFÍA
Alberich, José, "La biblioteca de Pío Baroja".
Baroja, Pío, "Las veleidades de la fortuna", colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1980.
Baroja, Pío, "Laura o la soledad sin remedio", Editorial Bruguera, Barcelona, 1983.
Reyes, Alfonso, "Tertulia de Madrid", colección Austral, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1949.
Guénon, René, "El teosofismo: historia de una pseudorreligión", 1921.