Onésimo Redondo, en prisión |
Por Luis Castillo
Hoy 24 de julio de 2015 se cumple septuagésimo noveno
aniversario del asesinato de Onésimo Redondo a manos del Frente Popular.
La figura de Onésimo es sabrosa y sobre todo completa.
Ferviente católico, patriota hasta las entrañas, amante de la inagotable
tradición hispánica, sindicalista de los de verdad, de los que se recorrieron
Castilla la Vieja entera para darle al hombre del campo Justicia.
Analizando su evolución partimos de un hombre de formación
jesuítica, circunscrito a la Acción Católica y a Ángel Herrera Oria, que en un
momento determinado dióse cuenta de la terrible realidad española y consideró
que sus antiguos compañeros habían quedado, quizás, rezagados u obsoletos. No
por católicos, ni mucho menos, sino por no haber entendido el signo de los
tiempos. Onésimo y su ardoroso patriotismo comprendieron que la batalla social
era clave. De ahí que desde las páginas tanto de Libertad como en sus mítines
como jefe del jonsismo vallisoletano y más tarde de la Falange de Castilla,
lleno de trabas y dificultades, abriera la difícil tarea de aunar el amor
incondicional a la Patria con los deseos de una revolución social sin romper
con la Tradición.
Él conocía a la perfección el sudor y sufrimiento del
campesino castellano. Creyó sin concesiones que merecían la dignidad para que
no cayeran en las esclavistas garras del marxismo, en el mezquino liberalismo y
en la brutalidad de la usura, a los que combatió a pecho descubierto como un
verdadero guerrero. Él mismo fue quien trazó la reforma agraria que José
Antonio Primo de Rivera defendió con tanto ahínco en aquellas hostiles Cortes
republicanas, donde el propio José Antonio Balbontín, diputado comunista,
reconocería era mucho más avanzada que la de cualquier otra fuerza o minoría
parlamentaria.
Esta lucha de Onésimo tuvo amargas consecuencias:
persecuciones gubernativas, exilios, presidios y finalmente la muerte. Liberado
de la prisión de Ávila al producirse el Alzamiento Nacional, donde estaba encarcelado
por orden expresa del Frente Popular, se dirigió inmediatamente a Valladolid
para reorganizar la Falange. Días después se producirá aquel fatídico
encontronazo fortuito con milicianos en la segoviana Labajos, cuando se dirigía
a animar y arengar a los falangistas que combatían en el Alto del León, que lo
llevará al panteón de los héroes inmortales.
Horas antes de que la muerte le encontrara escribió su
última proclama a sus camisas azules de Castilla, destacando un párrafo:
"La Patria resucita; como siempre, se crearon los
imperios entre el ruido victorioso de las armas. Castilla asiste con júbilo
frenético a esta explosión inesperada de grandeza y de justicia. Sentimos que
el ser de España envejecida se renueva con su mejor estilo. España se hizo combatiendo
y pisando a la barbarie, con Castilla como capitana."
Las balas de verdad le arrebataron la
vida y hoy las del odio de los laboratorios de la memoria selectiva pretenden
sepultarlo para siempre. ¿Por qué? No perdonan lo que fue: un cristiano viejo,
un alma imperial, un patriota de acero, un español de raza. Las estatuas podrán
destruirse pero eso, aunque se afanen los sectarios hasta la extenuación, no
hay dinamita que lo derrumbe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario