A LA BÚSQUEDA DE UNA LEGITIMIDAD INCUESTIONABLE
Manuel Fernández Espinosa
Uno de los más dramáticos temas de nuestro tiempo es la dificultad de perpetuar las comunidades políticas. Instalados en la finitud y de espaldas a toda trascendencia (negada ésta de antemano por el ateísmo, el laicismo y el indiferentismo religioso), la sociedad contemporánea ha perdido el suelo firme en que permanecer sólidamente como cuerpo social: con razón hablan algunos de sociedad líquida. El tema que vamos a abordar a continuación puede parecer lejano, pero los más perspicaces comprenderán que es más actual de lo que a primera vista parece. Si este problema fuese resuelto satisfactoriamente no tendríamos en un futuro contenciosos y querellas como las que hoy se plantean en la misma España actual; tal sea el de la reforma de la Constitución de 1978 o mismamente el de la impermanencia de las Leyes de Enseñanza que en España se han sucedido a cada relevo de gobierno.
La insoportable levedad de nuestras leyes efímeras (humanas, demasiado humanas), dependientes de mayorías electorales que hoy dicen blanco y mañana, negro; que incluso cuestionan la unión de los territorios nacionales; que se dictan a merced de los antojos de los grupos políticos en el poder y de la presión de los lobbys infiltrados en esos grupos parlamentarios... Todas esas polémicas se aplacarían si adquirieran una nueva perspectiva, al calor de enfoques como el que más abajo presentamos: si se lograra implantar una legitimidad incuestionable. Por supuesto que, en nuestro título, cuando escribimos "cuerpos políticos" a perpetuar no estamos en modo alguno refiriéndonos a los partidos políticos de hoy, ni siquiera a las instituciones políticas hoy vigentes que no son dignas de perpetuarse.
No se trata de que reproduzcamos el pasado por inercia, pero sí que nos esforzemos en comprenderlo mejor y atrevernos a reactualizar lo que de él convenga, para iluminar nuestro presente y nuestro futuro. Ganaríamos todos si lográramos encontrar la fuente de legitimidad, una legitimidad invulnerable a las pasajeras ideologías y modas ideológicas.
La insoportable levedad de nuestras leyes efímeras (humanas, demasiado humanas), dependientes de mayorías electorales que hoy dicen blanco y mañana, negro; que incluso cuestionan la unión de los territorios nacionales; que se dictan a merced de los antojos de los grupos políticos en el poder y de la presión de los lobbys infiltrados en esos grupos parlamentarios... Todas esas polémicas se aplacarían si adquirieran una nueva perspectiva, al calor de enfoques como el que más abajo presentamos: si se lograra implantar una legitimidad incuestionable. Por supuesto que, en nuestro título, cuando escribimos "cuerpos políticos" a perpetuar no estamos en modo alguno refiriéndonos a los partidos políticos de hoy, ni siquiera a las instituciones políticas hoy vigentes que no son dignas de perpetuarse.
No se trata de que reproduzcamos el pasado por inercia, pero sí que nos esforzemos en comprenderlo mejor y atrevernos a reactualizar lo que de él convenga, para iluminar nuestro presente y nuestro futuro. Ganaríamos todos si lográramos encontrar la fuente de legitimidad, una legitimidad invulnerable a las pasajeras ideologías y modas ideológicas.
Es mérito de Carl Schmitt hacer patente que los conceptos nucleares de la política moderna son versiones secularizadas de los antiguos conceptos teológicos, lo estudió en su "Teología Política". Para Álvaro d'Ors la Teología Política ha estado no obstante bastante limitada, "pues sólo ha pretendido explicar ciertas formas de estructura política por el pensamiento teológico subyacente", mientras que -a juicio de Álvaro d'Ors- "debe calar en un fundamento verdaderamente dogmático y de una manera universal y permanente". La Teología Política se hace necesaria para cualquier análisis del concepto de legitimidad.
"La Teología Política, aunque sea sin este nombre, es una disciplina tan antigua como el hombre, pues es imposible prescindir de Dios, aunque sea para negarlo -que es también una forma de Teología, aunque deteriorada-, cuando se plantea la cuestión de por qué hay que obedecer a otro hombre. Allí donde se trata de obedecer a quien pretende mandar, allí se asoma Dios como causa de tal subordinación".
Con estas palabras nos lo recuerda Álvaro d'Ors en "La violencia y el orden" (la negrita es nuestra). Pero el tema es más complejo de lo que se pudiera pensar. La Teología Política, como pudiera parecer a simple vista, no significa intromisión del clero en política, ni tampoco una política dijéramos que de beatos: es una disciplina que se avala cuando preguntamos por la fuente de legitimidad del poder político. No fue Carl Schmitt el único que contribuyó a configurar la "Teología Política". Desde el terreno de la historia de las ideas políticas tenemos también que contar con la aportación de Ernst Hartwig Kantorowicz (1895-1963) que, con su "The King's Two Bodies" (1957), obra clásica de pensamiento político, llevó a cabo una investigación de Teología Política medieval que reveló los trasvases y refluencias del pensamiento jurídico político y el pensamiento teológico en la Edad Media. Pero, ¿quién era Kantorowicz?
KANTOROWICZ Y LA ALEMANIA SECRETA
Nació el 3 de mayo de 1895 en Posen, en el seno de una familia de empresarios judíos asentados en Prusia. En 1914 se incorpora a un regimiento de artillería, sirviendo a Alemania en los frentes de Francia, Ucrania y Turquía, obteniendo la Cruz de Hierro y ascendiendo y siendo herido. Al final del conflicto se integra en uno de los cuerpos francos de voluntarios para reprimir la revolución marxista. Se matricula en la Universidad Friedrich Wilhelm de Berlín y sigue cursos de Filosofía, en Múnich prosigue estudios de Historia, Filosofía y Economía y en 1919, en la Universidad de Heidelberg, conoce al poeta simbolista alemán Stefan George que anima a su alrededor un grupo de seguidores: el "Georgekreis".
Con antelación a tener su propio círculo Stefan George había pertenecido al llamado "Kosmischer Kreis", grupo neopagano, gnóstico y homoerótico fundado por Alfred Schuler (1865-1923) en Múnich, uno de cuyos cultos mistéricos era el llamado "Blutleuchte" (Luminaria de Sangre): los "cósmicos" creían que el cristianismo y la ciencia moderna habían desencantado el mundo y ellos pretendían re-encantarlo dándose en sus antros a cultos mistéricos que terminaban en una carnavalada homosexual. No se sabe que Kantorowicz participara en estos extravagantes ceremoniales, pero sí que algo de ello había pasado al círculo georgiano (el Georgekreis), al que sí perteneció Kantorowicz al igual que algunas otras personalidades de la cultura, las artes, la política y el ejército alemanes (patriotas, pero antihitlerianos) como fue el famoso Conde von Stauffenberg que intentó el magnicidio contra Adolf Hitler sin lograrlo.
De este grupo surgió la "Geheimes Deutschland" (la Alemania Secreta), concepto acuñado en la visión poético-mística de George. Con el ascenso del partido nazi, Kantorowicz tuvo que abandonar Alemania: no le valió ni la Cruz de Hierro ganada en la I Guerra Mudial. Pero, incluso en el exilio, la huella del "Georgekreis" es insoslayable para poder comprender todo su quehacer intelectual posterior. A pesar de la distancia temporal y espacial, la investigación sobre "Los dos cuerpos del rey" de Kantorowicz, obra maestra de su actividad intelectual, encuentra su sentido en ese mundo de ideas político-místicas cultivado en el secretismo del selecto grupo de George.
LOS DOS CUERPOS DEL REY
Para Kantorowicz la figura del Rey aparecerá en la Edad Media como una realidad doble que, en el curso del tiempo, reviste un carácter cristocéntrico, otro iuscéntrico y, por último, otro politicéntrico.
El rey tendría así -en la realeza cristocéntrica- dos naturalezas: una divina y otra humana. Por naturaleza es un hombre individual y mortal, pero por la gracia de la unción y consagración, se transforma en un Cristo y ésta es la personalidad fundamental. Esta noción del Rey como un Cristo la encuentra Kantorowicz expresada en un anónimo normando titulado "De consecratione pontificum et regum", pero Kantorowicz piensa que la metáfora de la "geminación real" habría que buscarla en los concilios toledanos del siglo VII.
En la Baja Edad Media, la dúplice naturaleza del Rey de carácter teológico-cristocéntrico se convierte ahora en una noción extraída del campo jurídico: el Rey no aparecerá ahora como un Cristo, sino como la "Lex" viviente, un vicario de la Justicia de Dios en la tierra. Esta nueva comprehensión la halló en el "Liber augustalis" de Federico II, aunque el "Regimiento de Príncipes" de Egidio Romano consolidó la teoría del gobernante como Justicia viviente.
En la tercera de las elaboraciones conceptuales sobre la duplicidad de la persona del Rey asistimos a la conversión del Rey en "corpus mysticum" (cuerpo político), el tercer tipo de realeza que Kantorowicz denomina "politicéntrica". Ésta se expresa en la frase: "la Dignidad nunca muere, mientras que los individuos mueren todos los días", de ahí la célebre frase: "El rey ha muerto... ¡Viva el Rey!"; pues se entiende que, en tanto que la dignidad se mantiene pese a la muerte de los individuos que la ocupan, se traspasa íntegra al sucesor de quien la ha ocupado hasta finar. Que el Rey deviniera a "corpus mysticum" fue posible merced a que con anterioridad los teólogos habían distinguido entre "corpus verum" (cuerpo individual) y "corpus mysticum" (cuerpo colectivo, de la Iglesia o del reino). Los canonistas terminaron por identificar "corpus mysticum" con cualquier tipo de corporación ordenada que fuese algo más que la suma de los individuos, capaz de sobrevivir a la muerte de estos. Así, el "pueblo" se convierte en "corpus mysticum", eterno y sagrado en analogía con la Iglesia.
Estas nociones compartidas en aquellos tiempos explicarían el fondo conceptual de algunas plasmaciones concretas de los llamados sepulcros "transi" que son aquellos sepulcros en los que el cadáver de personalidades de aquel entonces fueron depositados, siendo esculpidas doblemente: como esculturas yacentes revestidas de todas sus dignidades (reales, eclesiásticas o nobiliarias) y, por debajo, labrados en su putrefacción cadavérica, con toda la truculencia de la descomposición orgánica del cadáver: "La yuxtaposición de lo lúgubre con lo trifunfal, del luto por el rey muerto con la exaltación de la efigie debía responder a un sentimiento muy generalizado y muy profundo de la Baja Edad Media y del Renacimiento temprano" -dice Kantorowicz.
Todo esto no dejaría de ser una valiosa indagación de una época histórica si no fuese por las similitudes que presentan estos conceptos, vaciados de teología en nuestra edad secularizada, con los de perpetuidad, inalienabilidad o sempiternidad jurídica en nuevas estructuras del mundo contemporáneo, como son las Sociedades Anónimas. Lo que valió en una edad informada por la fe cristiana para reforzar y consolidar los lazos de los individuos perecederos (que formaban la comunidad del cuerpo político en un momento histórico) con sus predecesores finados y con sus sucesores futuros, conservando simbólicamente el cuerpo en la Corona, el Reino o la Patria, a imagen y semejanza de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, dio lugar a la Inglaterra anglicana del Common Law o a la Francia de la realeza sacralizada.
Es indudable que éste es uno de los núcleos fuertes (y las asignaturas pendientes) que el pensamiento español tiene que recuperar, para comprender en qué cimientos pusieron nuestros antiguos monarcas y antepasados la continuidad del cuerpo místico de la comunidad política, revitalizándola conforme a su auténtica tradición nacional y no yendo a buscar inspiración en tradiciones extranjeras, como las derivadas del Common Law anglosajón o la realeza divina francesa.
Creemos que, a pesar de la desolación científica que reina en nuestras universidades, no faltarán jóvenes españoles que en el campo de la Historia, la Historia del Derecho, la Historia de las Ideas Políticas e incluso en la Historia del Arte encontrarían aquí tierras casi vírgenes por explorar, para devolvernos un pasado que nos ha sido sepultado bajo elementos ajenos (el constitucionalismo liberal, p. ej.) y retornar a nuestra propia tradición.
BIBLIOGRAFÍA:
D'Ors, Álvaro, "La violencia y el orden", Ediciones Dyrsa, Madrid, 1987.
Safranski, Rüdiger, "Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán", Tusquets Editores, Barcelona, 2009.
Kantorowicz, Ernst H., "Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval", Ediciones Akal, Madrid, 2012.
Con antelación a tener su propio círculo Stefan George había pertenecido al llamado "Kosmischer Kreis", grupo neopagano, gnóstico y homoerótico fundado por Alfred Schuler (1865-1923) en Múnich, uno de cuyos cultos mistéricos era el llamado "Blutleuchte" (Luminaria de Sangre): los "cósmicos" creían que el cristianismo y la ciencia moderna habían desencantado el mundo y ellos pretendían re-encantarlo dándose en sus antros a cultos mistéricos que terminaban en una carnavalada homosexual. No se sabe que Kantorowicz participara en estos extravagantes ceremoniales, pero sí que algo de ello había pasado al círculo georgiano (el Georgekreis), al que sí perteneció Kantorowicz al igual que algunas otras personalidades de la cultura, las artes, la política y el ejército alemanes (patriotas, pero antihitlerianos) como fue el famoso Conde von Stauffenberg que intentó el magnicidio contra Adolf Hitler sin lograrlo.
De este grupo surgió la "Geheimes Deutschland" (la Alemania Secreta), concepto acuñado en la visión poético-mística de George. Con el ascenso del partido nazi, Kantorowicz tuvo que abandonar Alemania: no le valió ni la Cruz de Hierro ganada en la I Guerra Mudial. Pero, incluso en el exilio, la huella del "Georgekreis" es insoslayable para poder comprender todo su quehacer intelectual posterior. A pesar de la distancia temporal y espacial, la investigación sobre "Los dos cuerpos del rey" de Kantorowicz, obra maestra de su actividad intelectual, encuentra su sentido en ese mundo de ideas político-místicas cultivado en el secretismo del selecto grupo de George.
LOS DOS CUERPOS DEL REY
Para Kantorowicz la figura del Rey aparecerá en la Edad Media como una realidad doble que, en el curso del tiempo, reviste un carácter cristocéntrico, otro iuscéntrico y, por último, otro politicéntrico.
El rey tendría así -en la realeza cristocéntrica- dos naturalezas: una divina y otra humana. Por naturaleza es un hombre individual y mortal, pero por la gracia de la unción y consagración, se transforma en un Cristo y ésta es la personalidad fundamental. Esta noción del Rey como un Cristo la encuentra Kantorowicz expresada en un anónimo normando titulado "De consecratione pontificum et regum", pero Kantorowicz piensa que la metáfora de la "geminación real" habría que buscarla en los concilios toledanos del siglo VII.
En la Baja Edad Media, la dúplice naturaleza del Rey de carácter teológico-cristocéntrico se convierte ahora en una noción extraída del campo jurídico: el Rey no aparecerá ahora como un Cristo, sino como la "Lex" viviente, un vicario de la Justicia de Dios en la tierra. Esta nueva comprehensión la halló en el "Liber augustalis" de Federico II, aunque el "Regimiento de Príncipes" de Egidio Romano consolidó la teoría del gobernante como Justicia viviente.
En la tercera de las elaboraciones conceptuales sobre la duplicidad de la persona del Rey asistimos a la conversión del Rey en "corpus mysticum" (cuerpo político), el tercer tipo de realeza que Kantorowicz denomina "politicéntrica". Ésta se expresa en la frase: "la Dignidad nunca muere, mientras que los individuos mueren todos los días", de ahí la célebre frase: "El rey ha muerto... ¡Viva el Rey!"; pues se entiende que, en tanto que la dignidad se mantiene pese a la muerte de los individuos que la ocupan, se traspasa íntegra al sucesor de quien la ha ocupado hasta finar. Que el Rey deviniera a "corpus mysticum" fue posible merced a que con anterioridad los teólogos habían distinguido entre "corpus verum" (cuerpo individual) y "corpus mysticum" (cuerpo colectivo, de la Iglesia o del reino). Los canonistas terminaron por identificar "corpus mysticum" con cualquier tipo de corporación ordenada que fuese algo más que la suma de los individuos, capaz de sobrevivir a la muerte de estos. Así, el "pueblo" se convierte en "corpus mysticum", eterno y sagrado en analogía con la Iglesia.
Estas nociones compartidas en aquellos tiempos explicarían el fondo conceptual de algunas plasmaciones concretas de los llamados sepulcros "transi" que son aquellos sepulcros en los que el cadáver de personalidades de aquel entonces fueron depositados, siendo esculpidas doblemente: como esculturas yacentes revestidas de todas sus dignidades (reales, eclesiásticas o nobiliarias) y, por debajo, labrados en su putrefacción cadavérica, con toda la truculencia de la descomposición orgánica del cadáver: "La yuxtaposición de lo lúgubre con lo trifunfal, del luto por el rey muerto con la exaltación de la efigie debía responder a un sentimiento muy generalizado y muy profundo de la Baja Edad Media y del Renacimiento temprano" -dice Kantorowicz.
Todo esto no dejaría de ser una valiosa indagación de una época histórica si no fuese por las similitudes que presentan estos conceptos, vaciados de teología en nuestra edad secularizada, con los de perpetuidad, inalienabilidad o sempiternidad jurídica en nuevas estructuras del mundo contemporáneo, como son las Sociedades Anónimas. Lo que valió en una edad informada por la fe cristiana para reforzar y consolidar los lazos de los individuos perecederos (que formaban la comunidad del cuerpo político en un momento histórico) con sus predecesores finados y con sus sucesores futuros, conservando simbólicamente el cuerpo en la Corona, el Reino o la Patria, a imagen y semejanza de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, dio lugar a la Inglaterra anglicana del Common Law o a la Francia de la realeza sacralizada.
Es indudable que éste es uno de los núcleos fuertes (y las asignaturas pendientes) que el pensamiento español tiene que recuperar, para comprender en qué cimientos pusieron nuestros antiguos monarcas y antepasados la continuidad del cuerpo místico de la comunidad política, revitalizándola conforme a su auténtica tradición nacional y no yendo a buscar inspiración en tradiciones extranjeras, como las derivadas del Common Law anglosajón o la realeza divina francesa.
Creemos que, a pesar de la desolación científica que reina en nuestras universidades, no faltarán jóvenes españoles que en el campo de la Historia, la Historia del Derecho, la Historia de las Ideas Políticas e incluso en la Historia del Arte encontrarían aquí tierras casi vírgenes por explorar, para devolvernos un pasado que nos ha sido sepultado bajo elementos ajenos (el constitucionalismo liberal, p. ej.) y retornar a nuestra propia tradición.
BIBLIOGRAFÍA:
D'Ors, Álvaro, "La violencia y el orden", Ediciones Dyrsa, Madrid, 1987.
Safranski, Rüdiger, "Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán", Tusquets Editores, Barcelona, 2009.
Kantorowicz, Ernst H., "Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval", Ediciones Akal, Madrid, 2012.
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