UNA HUESTE DE QUIJOTES DESHACIENDO AGRAVIOS Y ENDEREZANDO ENTUERTOS
Manuel Fernández Espinosa
Manuel Fernández Espinosa
Tal y como está la enseñanza, dudo mucho que los jóvenes puedan acceder a la auténtica y gloriosa Historia de España. Es muy importante que las generaciones de jóvenes españoles se familiaricen con su Historia, la de sus antepasados; y para eso, han de ir a buscar por sí mismos libros que no sean fétidas basuras interesadas que redundan en la Leyenda Negra de nuestra Patria. Y hay que decir que no poca parte de los manuales de Historia de España que tienen nuestros jóvenes en Bachillerato son de los que solapan las hazañas de nuestros ancestros, adulterando sus proezas con embustes, haciendo valoraciones falsas o, simplemente, haciendo de altavoces de la propaganda anti-española que todo lo inunda y a veces incluso está hecha por sedicentes "españoles".
Para conocer a la verdadera y genuina España en su Historia, para amarla como buen hijo suyo, hay que prescindir, por desgracia, de las instituciones educativas, así como de gran parte de sus medios (libros y otros cachivaches didácticos), pues en gran medida son muchas las instituciones "educativas" (depende siempre del profesor, claro está) que contribuyen a propalar por doquier una imagen distorsionada de España. Profesores que rinden pleitesía al "espíritu de la época" son los mejores servidores de la Leyenda Negra de España.
Uno de los episodios más grandiosos de nuestra Historia fue la Conquista y Evangelización de América. Por ser uno de los timbres de gloria más grandes de España, nuestros enemigos lo han convertido en objetivo de sus calumnias, mintiendo sobre el verdadero sentido de la acción española en América y mixtificando sin escrúpulos.
No es algo reciente. La Leyenda Negra de España en América fue muy temprana. A ella colaboró ese infame e indigno fraile dominico llamado fray Bartolomé de las Casas. Siguiendo la estela que el dominico marcó, las potencias rivales de España aprovecharon la fecunda fantasía de sus publicistas para emplearse a fondo con toda la artillería de sus imprentas contra España y su obra civilizadora en América. José Cadalso lo decía en sus "Cartas Marruecas" (Carta IX):
"Acabo de leer algo de lo escrito por los europeos no españoles acerca de la conquista de la América. Si del lado de los españoles no se oye sino religión, heroísmo, vasallaje y otras voces dignas de respeto, del lado de los extranjeros no suenan sino codicia, tiranía, perfidia y otras no menos espantosas. [...] los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América son precisamente los mismos que van a las costas de África a comprar animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos, guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los compradores blancos y los comprados negros."
Feijoo, en su "Teatro crítico universal" (Glorias de España, 23), también nos lo vuelve a decir:
"No ignoro que algunos extranjeros han querido minorar el precio de las hazañas de Cortés, poniéndoles por contrapeso la ineptitud de la gente a quien venció y a quien han procurado pintar tan cobarde y tan estúpida, como si sus ejércitos fuesen inocentes rebaños de tímidas ovejas."
Lejos de esa tergiversación de la Historia que la envidia anti-española perpetró, Feijoo nos recuerda que, entre otras muchas cosas: "Bien lejos de huir los mejicanos como ovejas, se arrojaban como leones." Y piénsese en el número de indígenas que combatieron a Cortés. Un indio le dijo a Cortés: "Por cada hombre que pierdas tú, podremos perder veinte mil nosotros; y aún así, nuestro ejército sobrevivirá al tuyo".
Otros extranjeros, incluso aquellos que son capaces de admitir la grandeza de aquellas hazañas, advierten que fue la codicia la que animó a los españoles, exagerando sobre la fuerza que ese detestable vicio pudo ejercer sobre los españoles de Cortés para llevar a cabo aquella magna aventura. Ernst Jünger gustaba decir que los españoles que murieron en aquella "Noche Triste" cayeron -hundiéndose en las aguas de los canales de Tenochtitlán- por su codicia, por no arrojar los sacos de oro que se llevaban de Méjico.
En cambio, si queremos hacernos una idea de las razones que empujaban a los españoles a aquella epopeya... Mejor haremos acudiendo al testimonio de un testigo ocular, Bernal Díaz del Castillo.
En su "Historia verdadera de la conquista de Nueva España", Bernal Díaz del Castillo, hombre bragado, curtido en batallas y oriundo de Medina del Campo, nos narra en el más castizo de los estilos aquella colosal empresa conquistadora y civilizadora que lideraba Hernán Cortés.
Conforme los españoles se internan tierra adentro, los pueblos que van encontrando a su paso están postrados en el más calamitoso de los sometimientos a Moctezuma, en las oscuridades del paganismo de sus horrorosos ídolos y sus sanguinario sacerdotes caníbales.
Cuando los españoles llegan a Tascala nos cuenta Bernal que había: "casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y ansí escaparon las vidas, y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían."
Enojado, Cortés recrimina a los caciques de Tascala las costumbres bárbaras e inhumanas que practicaban; les pone frente a sus ojos el horror de retener y cebar a sus prójimos para comérselos después en sus ritos demoníacos. El rescate de tantos desgraciados que eran despensa humana para banquetes macabros se convierte así en una empresa digna de la Caballería Andante: ayudar a los débiles contra los fuertes.
En la descripción de Bernal Díaz del Castillo se dan escenas dignas de Don Quijote de la Mancha. Así es como todo el mundo recordará de qué guisa el ingenioso hidalgo de Cervantes libera a aquel zagal al que castigaba sañudamente su rico dueño, tras perdérsele al mozo unas reses; una vez que D. Quijote regaña al amo, todo parece indicar que el caballero errante, por una vez en su carrera, ha logrado su propósito, pero pronto ocurre que, una vez que el caballero de la Triste Figura da las espaldas y marcha de allí, el amo vuelve a atar a su criado y arrecia con más virulencia sus azotes.
Y algo parecido les ocurre a esa hueste de Quijotes que acaudilla Cortés. Bernal nos dice que, después de liberar tantos pueblos y reñir a sus caciques, de poco servía el celo de los españoles y las promesas de enmienda que hacían aquellos salvajes: "Digo yo qué aprovechaba todos aquellos prometimientos, que en volviendo la cabeza hacían las mismas crueldades".
Los españoles que marchaban con Cortés -Bernal Díaz del Castillo es un ejemplo- se habían formado en las novelas de caballería (desdeñadas como subliteratura, pero transmisoras de altos valores caballerescos). Aquellos españoles tenían conciencia del servicio que prestaban a la dignidad humana de aquellos indios, liberándolos de sus opresores. Aquellos españoles se veían a sí mismos como caballeros andantes que deshacen agravios y castigan a los malvados. En una arenga que pronuncia Cortés, éste dice:
"...somos vasallos de un tan gran señor, que es el emperador don Carlos, que manda muchos reinos y tierras y que nos envía para deshacer agravios y castigar a los malos y mandar que no sacrifiquen más ánimas".
Por la crónica de Bernal Díaz del Castillo podemos aseverar que Hernán Cortés revestía su avance hacia Tenochtitlán (Tenustitán le llama Bernal) como una guerra de delibranza de las tribus sometidas a Moctezuma. Los indígenas liberados por los españoles se convertían pronto en tropas auxiliares de Hernán Cortés, en agradecimiento por serles propicio; se le coaligaban por gratitud, pero también por adoración: "E viendo cosas tan maravillosas -dice Bernal- e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaron hacer aquello hombres humanos, sino teules, que ansí llamaban a sus ídolos en que adoran".
Los conquistadores españoles -que no tenían ni un pelo de tontos- no hicieron ascos a ser considerados por los indígenas como "teules" (esto es "dioses"), por eso se tomaban el cuidado de mantener en esa creencia a los indios. Por ejemplo, cuando muere uno de los españoles en una escaramuza, nos cuenta Bernal que "enterramos al muerto en una de aquellas casas que tenían hechas en los soterráneos, por que no lo viesen los indios que éramos mortales, sino que creyesen que éramos teules, como ellos decían".
El hecho es que el mismo Bernal Díaz del Castillo averiguó, por boca de algunos caciques que se le confiaron, que los indios consideraban a los españoles como teules anunciados por sus augures y vates. Los indios "...sabían de sus antecesores que les había dicho un su ídolo, en quien ellos tenían mucha devoción, que vernían hombres de las partes de donde sale el sol y de lejos tierras a los sojuzgar y señorear".
Otra de las calumnias vertidas contra la labor civilizadora de España atañe a la Iglesia Católica. Afirman los enemigos de España -que suelen serlo también de Cristo- que los españoles convertíamos en cristianos a los indios a fuerza de "cristazos". Mentira, como casi todo lo que se les ocurre a esos indocumentados.
El padre mercedario que acompañaba la expedición de los aguerridos teules disuade a Cortés de convertir a los indios a la fuerza así, según el relato de Bernal Díaz del Castillo:
"dijo el padre de la Merced, que era hombre entendido y teólogo: "señor, no cure vuestra merced de más les importunar sobre esto, que no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aun lo que hicimos en Cempoal de derrocalles sus ídolos no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra santa fe. ¿Y qué aprovecha quitalles agora sus ídolos de un cúe y adoratorio si los pasan luego a otros? Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos". (El renglón en negrita lo he marcado yo, para mayor énfasis. Por si hay alguien que todavía no lo vea.)
¿Dónde está el presunto y cacareado fanatismo religioso de los españoles de Cortés? Por más que lo busco, no lo hallo.
Sensatez, sindéresis; auténtico respeto por la libertad de las conciencias... Eso es lo que podemos encontrar en nuestra acción conquistadora, civilizatoria y evangelizadora en América, al menos en el caso de la fundación de Nueva España. En el remotísimo caso de que los relativistas hubieran llegado a México, pensemos por un momento como hubieran resuelto todos los problemas: Hubieran dicho que no hay que impedir a los indios que se coman a los más débiles, pues es su cultura que vale tanto como la nuestra... Y hubieran vendido todas las coca-colas que hubieran podido para que regaran sus banquetes antropofágicos con líquido efervescente.
Los indios nos llamaban "teules" a los españoles. Si cabe atribuir el título de "dioses" a aquellos mortales capaces de hacer realidad una imposibilidad ordinaria, entonces los españoles de Cortés se merecen el título. Pues como decía Balmes, esos españoles fueron capaces de realizar lo imposible. Así lo comentaba el egregio pensador catalán:
"Un capitán que acaudilla un puñado de soldados viene de lejanas tierras, aborda a playas desconocidas y se encuentra con un inmenso continente poblado de millones de habitantes. Pega fuego a sus naves y dice: marchemos. ¿Adónde va? A conquistar vastos reinos con algunos centenares de hombres. Esto es imposible; el aventurero ¿está demente? Dejadle, que su demencia es la demencia del heroísmo y del genio; la imposibilidad se convertirá en suceso histórico. Apellídase Hernán Cortés; es español que acaudilla españoles." ("El Criterio", Cap. IV, IX).
Los que no vibren con el relato de las hazañas de nuestros antepasados en América será por no tener en sus venas ni una gota de sangre española. Y si no se sienten orgullosos de ser españoles, que no se llamen españoles. Y el español que todavía dude del heroísmo y de la nobleza que inspiraba aquella gesta, mejor hiciera en leer el libro "Historia verdadera de la conquista de Nueva España" de Bernal Díaz del Castillo.
Si con esa lectura una persona no recobra su españolía es que tendremos que entender que es un caso desahuciado e irrecuperable para el patriotismo.
Hay que alentar a los estudiantes a leer fuentes. Por un lado, nos dan a conocer una rica historia que no es el blanco y negro de los manuales, por otro, sirven para conservar la riqueza de la lengua, que por ahora es nuestro bien más preciado.
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