UNA INVITACIÓN A LEER "EL FIN DEL TRABAJO" DE JEREMY RIFKIN
Manuel Fernández Espinosa
Tocando a su fin el siglo XX, el estadounidense Jeremy Rifkin publicaba un libro titulado "El fin del trabajo". Este ensayo fue un superventas mundial, pero cualquiera diría que la gente compra libros para decorar los muebles de su casa. Dudamos que se haya leído a Rifkin.
En líneas generales lo que Rifkin sostiene es que, ante la aparición de las nuevas tecnologías más sofisticadas, nos encontramos en una Tercera Revolución Industrial que impulsa una reconfiguración que, al incorporar esas tecnologías al proceso productivo, conduce a un incremento de beneficios como pocas veces se ha visto. Se obtenien beneficios por la alta productividad de estas aplicaciones tecnológicas a la vez que estas "máquinas" hacen innecesario el mantenimiento de puestos de trabajo ocupados por seres humanos (con lo que, mandándolos al paro, se recorta en gastos). Éste sería el verdadero impacto de las nuevas tecnologías y sería la razón del aumento de desempleados en todo el planeta. Este proceso en que estamos inmersos desde finales del siglo XX nos encamina en derechura a un mundo en que las empresas prescinden de la fuerza de trabajo humano, suplantándola por la introducción de las nuevas tecnologías: es el "fin del trabajo".
A la luz de Rifkin, el paro no viene, por lo tanto, de la crisis económica (que también, lógicamente, irrumpió en el comedio), tampoco de la competencia extranjera en el mercado laboral: la tragedia del desempleo se explicaría no por la ruina de las grandes empresas multinacionales (que, al revés, multiplican su riqueza), sino por esta suplantación inhumana de la tecnología que están implantando las grandes compañías. Las empresas siguen lucrándose, incluso multiplicando sus beneficios, gracias a la reestructuración ("reingeniería" le llama Rifkin) de sus organigramas (lo que manda al paro a millones de obreros, recortando plantillas en el capítulo de recortes de gastos).
A la luz de Rifkin, el paro no viene, por lo tanto, de la crisis económica (que también, lógicamente, irrumpió en el comedio), tampoco de la competencia extranjera en el mercado laboral: la tragedia del desempleo se explicaría no por la ruina de las grandes empresas multinacionales (que, al revés, multiplican su riqueza), sino por esta suplantación inhumana de la tecnología que están implantando las grandes compañías. Las empresas siguen lucrándose, incluso multiplicando sus beneficios, gracias a la reestructuración ("reingeniería" le llama Rifkin) de sus organigramas (lo que manda al paro a millones de obreros, recortando plantillas en el capítulo de recortes de gastos).
Para Rifkin hay tres tipos de capital: el capital mercantil, el capital público y el capital social. El capital social es para Rifkin el más antiguo e importante, pero el menos reconocido y, por ahora, no se ha materializado como una tercera fuerza política que sí está plenamente constituida y organizada, respectivamente, en el sector mercantil y en el público. La fuerza del capital social "está formada por los millones de personas [...], gente que ya ha comprendido la importancia de la creación de un capital social en sus propios barrios y comunidades". Rifkin piensa que esta mayoría que existe, no ha ganado todavía conciencia de su poder; pues una vez adquirida esa conciencia esta masa sería "capaz de rediseñar el futuro una vez politizado". Para el autor norteamericano es fundamental que esta mayoría se movilice para "plantear exigencias serias tanto al sector mercantil como al público".
Aunque pudiéramos hacerlo, preferimos no presentar el perfil ideológico de Rifkin, puesto que nos parece que ahora mismo es lo menos importante y hasta podría crearnos prejuicios para tomarnos la molestia de leerlo, comprenderlo y criticarlo con justeza desde un punto de vista español. Su ensayo "El fin del trabajo" creo que merece una lectura, así como su otro libro (éste no lo he leído todavía) titulado "La Tercera Revolución Industrial".
Lo que está claro es que, aunque no tengamos que compartir todas las líneas de Rifkin, las razones del desempleo que acucia a tantas y tantas familias en todo el mundo y, especialmente, en nuestra España, hay que irlas a buscar en este juego sucio que se traen las grandes empresa multinacionales que engrosan sus cuentas introduciendo las nuevas tecnologías y poniendo en la calle a sus empleados. En una economía globalizada esto apenas se percibe, puesto que lo que vemos es cómo cierra el bar o la tienda de la esquina. Vemos caer una ficha de dominó ante nuestros ojos sin ver la ristra de piezas que, puestas en fila, una tras la otra, han ido cayendo.
A esto hay que sumarle que el capital público (en manos de los políticos) se encuentra involucrado con el capital mercantil, indiferente a la suerte de las masas que van pasando a condiciones de precariedad y hasta de indigencia clamorosas. Rifkin propone que el sector que constituye el capital social (que todavía se ignora a sí mismo) cobre conciencia de su poder, se organice, se politice e imponga un mejor reparto de los beneficios que acapara el capital mercantil y del que participa el capital público.
Esto podría ocurrir, incluso sería una de las posibles soluciones (aunque no deja de ser -así nos parece- una interpretación burguesa la de Rifkin). Pero lograr "politizar" a las masas dispersas y anónimas del capital social requeriría un tejido comunitario más fuerte que el que tenemos a día de hoy. En ese sentido, las políticas dimanadas del sector público más que ayudar, parecen conspirar a favor del sector mercantil para impedir que exista una sociedad digna de llamarse tal, capaz de afrontar el desafío planteado y el ninguneamiento de los sectores mercantil y público. Se trabaja con afán -en los ámbitos de la comunicación, la propaganda y la enseñanza- en la destrucción de la familia, no sólo desintegrándola mediante el egoísmo individualista, sino relativizando su importantísima función social al oponerle simulacros de modelos de "familias alternativas" y así, con sociedades desintegradas, es harto improbable que pueda formarse un adversario para los grandes poderes.
Hay que leer a Rifkin, pero sin tener que compartir sus conclusiones que, en muchos casos, serían imposibles de aplicar al caso de España. Hay que leer a Rifkin, pero desde una posición antiburguesa, desde la atalaya de "El Trabajador" de Ernst Jünger. Al igual que las propuestas marxistas, las propuestas de Rifkin no escapan a la perspectiva burguesa que es la que hay que suprimir para alcanzar otros horizontes.
Jeremy Rifkin |
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