Ramiro de Maeztu |
Conferencia pronunciada por Manuel Fernández Espinosa en el Hotel Xauen de Jaén, el 17 de diciembre de 2011, con motivo del III Aniversario de la Asociación Iberia Cruor.
Toda la vida de Ramiro de Maeztu, tan indisolublemente unida a pensar, amar y luchar por España, se cifra en un párrafo del mismo autor, en que nos confiesa:
“Yo quería entonces que España fuera, y que fuese más fuerte, pero pretendía que fuese otra. No caí hasta más tarde en que el ser y la fuerza del ser son una misma cosa, y de que querer ser otro es lo mismo que querer dejar de ser”.
En este párrafo se concentran de un modo sublime el recorrido vital de Maeztu y la solución, hallada al final del camino. Pero esto que está ahí contenido, hay que explicarlo.
Analicemos el párrafo. Atendamos a la primera parte del mismo, que dice:
“Yo quería entonces que España fuera, y que fuese más fuerte, pero pretendía que fuese otra”.
Ramiro de Maeztu escribe esto en 1933, pero ha vuelto la mirada atrás y contempla el camino recorrido, columbrando sus lejanos orígenes intelectuales. ¿Cuáles son esos orígenes?
A todos ustedes les han hablado, supongo que la Enseñanza Secundaria no está en tan pésimo estado como para que no lo hayan hecho sus profesores, de la Generación del 98. Sí, estoy seguro de que así ha sido. Pero, ¿alguien les habló de Ramiro de Maeztu? Menciones, en el mejor de los casos. Pero será difícil que alguno de sus profesores haya ahondado en Maeztu como se suele hacer con Machado (con Antonio, claro; a Manuel ni lo mencionan) o con Unamuno.
Aunque Maeztu no creía que la Generación del 98 hubiera existido, pues fue invención de Azorín, lo cierto es que podríamos decir que Maeztu pertenece, primero al llamado Grupo de los Tres (Maeztu, Pío Baroja y Azorín). Este Grupo de los Tres (escritores, periodistas, intelectuales del crepúsculo de nuestro siglo XIX) puede ser considerado como el embrión de eso que luego se llamó Generación del 98. La Generación del 98 –por discutible que sea, nosotros vamos a hablar de ella aquí- es un grupo de intelectuales que nunca fue institución ni estuvo regulada, pero un grupo que venía a agrupar a una serie de pensadores y escritores (más y menos famosos) que se caracterizaron por haber despertado, reflexionado y escrito tras aquella vergüenza nacional que supuso nuestra derrota frente a los Estados Unidos de Norteamérica, perdiendo nuestras últimas colonias. Eso se nos dice, y así lo vamos a dejar, pero no podemos por honestidad intelectual dejar de recordar que la Pérdida de Cuba, con otras colonias que eran los últimos vestigios del glorioso Imperio de Felipe II, no puede ser considerado como la única y exclusiva preocupación de aquellos hombres.
Sería un disparatado error pensar que Unamuno, Azorín, los Baroja, Valle-Inclán, los Machado, Benavente, Ciro Bayo… nuestro Maeztu, no se dedicaran –durante sus largas vidas literarias- a otro asunto que mascar la derrota del 98. No. Eso no es así. ¿Qué fue nuestra derrota del 98 para esos hombres? Fue el detonador para que cada uno, siguiendo su propio camino, pensara qué le había pasado a España para llegar a tal postración: ¿cómo España que fue el mayor y más grandioso Imperio de la Historia ha llegado a ser esta ruina que es hoy, a finales del siglo XIX? –pensaron aquellos hombres por un momento, y no todos supieron permanecer fieles a la pregunta para lograr la solución. El único que halló la solución fue Maeztu. Por eso estamos aquí, recordándolo en una jornada tan significativa para nosotros como es el III Aniversario de una joven asociación patriota.
Muchos de aquellos insignes españoles, una vez encajado el golpe al orgullo nacional, prefirieron refugiarse en el esteticismo (el arte por el arte): Valle-Inclán, por ejemplo. O bien optaron por estar encantados de conocerse a sí mismos, es el egotismo de Unamuno, siempre dando palos de ciego: criticando a Alfonso XIII y luego yendo a entrevistarse a Palacio con él, clamando por la República y después vitoreando a los sublevados, y durante la guerra, peleándose con Millán Astray… Unamuno, exhibicionista de sí mismo, en lo político no atinaba ni una. O se dedicaron a novelar y remover en los archivos, por simple curiosidad histórica para documentar algunas de sus novelas, como Pío Baroja. El único de todos ellos que verdaderamente se dedicó en cuerpo y alma a España, hasta el infausto día 29 de octubre de 1936 en que lo asesinaron vilmente los rojos fue nuestro Ramiro de Maeztu. Por eso, por no tener otra cosa en sus miras que el engrandecimiento de España, incluso cuando estuvo equivocado, Ramiro de Maeztu es hoy casi un desconocido para casi todos ustedes y para la inmensa mayoría de nuestros compatriotas.
Pero Ramiro de Maeztu vivió con la pregunta toda su vida, hasta hallarle respuesta. Al principio, en su juventud, Maeztu militó, como Unamuno también, en el PSOE: difícilmente se puede uno equivocar de peor forma. Para comprender su error hay que pensar en aquella España, no sólo derrotada por USA, sino sumida en la miseria material, en la explotación capitalista más cruel, con un sistema –el turnismo- donde se había consagrado el principio del “quítate tú, que ahora me pongo yo”, muy semejante a nuestro ping-pong actual: la alternancia entre dos super-partidos políticos (el PSOE y el PP de hoy), ninguno de los cuales ofrece solución auténtica a nuestros males. A finales del siglo XIX, los que querían luchar contra el convencionalismo o eran socialistas, o eran anarquistas o eran carlistas: todos los demás estaban sometidos bajo la férula de Cánovas o bajo la de Sagasta.
Desde 1894 a 1904, Maeztu se aplica a una labor propagandista de la regeneración nacional desde parámetros erróneos: es la etapa en la que colabora en la prensa socialista. Vicente Marrero, uno de los especialistas en Maeztu, llamó a esta etapa “los diez años en el infierno”. Pero aquella posición socialista, por mucho que durara, no tenía futuro. Maeztu no fue universitario (he aquí una diferencia con respecto a D. Manuel García Morente, que fue incluso decano de la facultad de Filosofía), pero su falta de formación universitaria la remedió siendo un lector infatigable. Su intelectualismo, nada sectario, le llevó a leer todo lo que caía en sus manos. La lectura de Nietzsche le inspiró una firme creencia en la desigualdad humana que frontalmente se oponía al igualitarismo socialista. Lo que para Nietzsche eran “señores” y “esclavos”, para Maeztu fueron “intelectuales” y “pueblo”. Nunca defendió Maeztu la crueldad gratuita sobre el débil, pero sí extrajo muy pronto de Nietzsche que unos nacen para dirigir, regir y mandar (los intelectuales, según Maeztu)… Y otros (el pueblo) para obedecer si quiere salvarse. Es así como, en vez de seguir las consignas marcadas por la Internacional socialista, Maeztu se aparta cada vez más del marxismo, hasta su rechazo total. Además, un proyecto apátrida, internacionalista, no podía satisfacer a un patriota como era aquel socialista por equivocación. Recordemos sus palabras:
“Yo quería entonces que España fuera, y que fuese más fuerte, pero pretendía que fuese otra”.
Maeztu había pensado que solo el progreso material, económico, industrial y técnico de España podía ser la fuerza de España, incluso negando a España en nombre de unas ideas ajenas y antagónicas a España: esa ponzoña mortífera que es el marxismo no podía ser la solución. Los mismos socialistas, compañeros entonces de Maeztu, lo advirtieron: Maeztu era un elemento poco dócil a las consignas del partido, un disidente.
La segunda etapa la ha llamado Marrero “el purgatorio de Maeztu” y comprende desde el año 1905 a 1919. En 1905 Maeztu (cuya madre era inglesa) se instala en Londres, como corresponsal periodístico. Es la etapa que va de 1905 a 1919. En Inglaterra entra en contacto con la Sociedad Fabiana, un socialismo menos agresivo que el marxista, pero que no deja de ser socialismo. Pero resulta curioso que, en esta etapa de su vida en Inglaterra, las influencias que Maeztu recibe son menores que las que él mismo ejerce sobre la Sociedad Fabiana, hasta tal punto que el líder del “Guild Socialism”, el inglés Alfred Richard Orage se declarará discípulo de Maeztu. Será en Inglaterra también cuando Maeztu se convierte al catolicismo. Aunque bautizado en la Iglesia Católica, en su juventud Maeztu se había alejado de la fe y tuvo que ir a parar a un ambiente protestante para redescubrirla, para hacerse cargo de su catolicismo.
En la etapa inglesa se reconoce católico, produciéndose una conversión, pues aunque nunca lo había dejado de ser, sus lecturas lo habían llevado por otros caminos muy distintos. No obstante, todavía está confuso en lo concerniente al ser de España. No ha dado con la clave, pero su catolicismo recuperado lo llevará sin pérdida a la solución de la gran cuestión: España.
Y sin la clave para resolver la incógnita de España:
“Yo quería entonces que España fuera, y que fuese más fuerte, pero pretendía que fuese otra”.
Maeztu sigue pensando que para que España siga siendo y sea más fuerte, tiene que ser otra. Una España que ahora se asimila más al modelo económico e industrializado de los países anglosajones. Y eso, lo mismo que el marxismo, no es España.
Cuando regresa a España en 1919, convertido en católico, la afirmación de su catolicidad le acarreará las primeras disensiones con la intelectualidad española. Maeztu se ha convertido a católico, pero los que permanecen en España no han tenido esa suerte: Unamuno sigue en su existencialismo agónico y en su personalísima interpretación del Evangelio según Miguel de Unamuno; a Baroja no hay quien lo saque de su inveterado ateísmo anticlerical. La intelectualidad española, salvo egregias excepciones, no fue católica, ni los del 98, ni los de la Generación del 14, ni los del 27. El krausismo, el marxismo y una indigestión de Nietzsche habían causado efecto. Entre gentes de letras, intelectuales y bohemios, ser católico estaba tan mal visto como hoy en día. A Maeztu su catolicismo lo reduce al ostracismo. Se trataba de uno de los intelectuales autodidactas de más fuste de toda la España de su tiempo, pero declararse públicamente católico suponía –como también hoy, y como siempre será- cargar con la cruz.
Con su retorno a la Patria, Maeztu inicia –según sus estudiosos- la tercera y última etapa que va de 1920 a 1936, contando con su estancia como embajador de España en Argentina. Es entonces cuando Maeztu rechaza, por fin, que en lo extranjero pueda hallarse solución a nuestros problemas: ni en la Europa capitalista ni en la Rusia marxista hay ninguna salvación. Es en la misma Tradición española adonde hay que ir a buscar la salvación de España, pues España fue la única en realizar la compenetración fecunda del poder, el saber y el amor con su humanismo católico. Esa era la misión de España, su destino universal, conquistar el mundo, darle su Lengua y extender los límites de la Cristiandad hasta hacer triunfar el Reinado de Cristo sobre el mundo entero.
Lo que no pudieron lograr nuestros enemigos multiseculares, lo logró el siglo XVIII que contagió a España de extranjerismo. Ingleses y holandeses protestantes, franceses envidiosos, judíos resentidos por haber sido expulsados, mahometanos de Turquía nos habían hecho la guerra, pero con nuestras victorias y derrotas, nunca nos habían vencido. En cambio, el siglo XVIII, con la Ilustración excremental y las heces ideológicas de la Revolución Francesa, supuso para España –y para Hispanoamérica- el principio de nuestro ocaso. España no quiso ser ella misma, quiso ser otra cosa. Desde el siglo XVIII hasta el XX, España ha vivido en una decadencia peor que la material, la decadencia espiritual que niega su propio ser, lanzándose a la aventura de ser otra cosa que no se es.
Ramiro de Maeztu ha caído en la cuenta, ha reparado en que:
“el ser y la fuerza del ser son una misma cosa, y de que querer ser otro es lo mismo que querer dejar de ser”.
España fue grande cuando fue fiel a sí misma. Y ser fiel a sí misma era, es y será ser verdadera y profundamente católica. Pues, desde nuestros ocho siglos de larga Reconquista para expulsar del sagrado suelo de la Hispania Gothorum a los mahometanos, España se ha forjado como una nación cristiana, primero frente al Islam, después frente a la revolución protestante que quiso destruir la Cristiandad, más tarde contra la revolución masónica y liberal, después contra la revolución marxista. España es el bastión de la contra-revolución, entendida la revolución como un movimiento anticristiano que, de una u otra forma, trata por todos los medios subvertir el orden natural de las cosas, el orden sagrado de la sociedad.
Todos los enemigos de España han sido enemigos del humanismo cristiano. Y si España ha sido algo en la Historia, lo que justamente ha sido es la gran defensora del humanismo cristiano. Todos los enemigos de España (mahometanos, protestantes, masones liberales, marxistas…) propugnan un mundo horrible donde: Alá exige sangre de infieles y sometimiento de las mujeres; un mundo horrible donde un Dios –que no puede ser el nuestro- nos ha condenado al infierno por haberle dado la gana (como sostienen los deterministas teológicos del protestantismo); un mundo horrible donde en nombre de la fraternidad se guillotina y ametralla a la humanidad; un mundo horrible donde el espíritu asiático –mongol o chino- sacrifica a la persona singular en las aras del Estado Totalitario.
Esos son los modelos –teóricos y realizados históricamente- de las “sociedades” (si así pueden calificarse) que las aberraciones religiosas o ideológicas han edificado sobre la tierra. Sociedades sin libertad verdadera, sociedades vigiladas por una policía política encargada de imponer el pensamiento único, sociedades que atentan contra la dignidad del ser humano. Y contra esos sistemas religiosos e ideológicos que tienen su plasmación política, la verdadera España siempre ha estado en guardia, presta a coger las armas para defender el único concepto valedero de ser humano: el hombre salvado por el Dios que se hizo hombre.
Cuando España se descubra a sí misma, prescindirá de todos los postizos que la falsifican. No hay España sin tradición y la tradición de España, guste o no guste, es ser espada de la Cristiandad y Centinela de Occidente.
Eso fue lo que nos enseñó el magisterio de Ramiro de Maeztu. Después de un largo camino de equivocaciones, buscó con tanto ardor la verdad que la descubrió. Y en su libro “Defensa de la hispanidad” nos la muestra. Os invito a leerlo. Esta conferencia mía no ha tenido otro propósito que el de suscitaros el interés por descubrir este ensayo que es el testamento de un español tan olvidado como grande.
Por enseñarnos lo que él aprendió, Maeztu derramó su sangre. Y no hay mejor recomendación para leer un libro que saber que se escribió con la sangre de su autor.
BIBLIOGRAFÍA:
“Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu
“La crisis del humanismo”, Ramiro de Maeztu
“Don Quijote, Don Juan y la Celestina”, Ramiro de Maeztu
“Ideología y política en las letras de fin de siglo (1898)”, E. Inman Fox
“La Generación del 98”, Pedro Laín Entralgo
“Gente del 98. Arte, cine y ametralladora”, Ricardo Baroja
“Nietzsche en España. 1890-1970”, Gonzalo Sobejano
“Filosofía española actual: Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri”, Julián Marias
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