Fedor Dostoievski |
APROCHE A LA CUESTIÓN RUSO-HISPÁNICA
En 1931, en Barcelona, el compositor español Pablo Sorozábal Mariezcurrena (1897-1988) estrenaba una de las obras más destacables de toda su producción: "Katiuska, la mujer rusa". Mucho tiempo antes, Mijaíl Ivánovich Glinka (1804-1857) había venido, como tantos románticos del siglo XIX, a España y había sido cautivado por nuestra música folclórica, fruto de su trabajo de recopilación y arreglos, Glinka -en justicia considerado como padre del nacionalismo musical ruso- contribuyó al patrimonio artístico con una colección de piezas musicales de inspiración española: "La jota aragonesa", "Recuerdos de Castilla", "Recuerdo de una noche de verano en Madrid".
Pese a la enorme distancia espacial que separa a Rusia y a España, la historia confirma una recíproca simpatía multisecular entre el pueblo ruso y el pueblo español, una mutua admiración de determinadas elites cultas rusas por España y, a su vez, una no menor admiración de las elites españolas por Rusia. ¿Qué es lo que hermana a pueblos tan distintos, diríamos que situados casi en las antípodas (y permítasenos la licencia geográfica que nos tomamos)?
El filósofo rumano E. M. Cioran, observador nacionalmente imparcial por rumano, así como gran conocedor de la historia y del alma de Rusia y de España, llegó a escribir en 1949 (desde su peculiar ateísmo nihilista, sobradamente conocido) que: "[Dios] teme a España como teme a Rusia: en ambos sitios multiplica los ateos [...] Dostoievski, El Greco: ¿hay enemigos más febriles? ¿Cómo no preferiría Él Baudelaire a Juan de la Cruz? Teme a los que le ven y a aquellos a través de los cuales Él ve".
Sin necesidad de compartir tan provocadora reflexión de Cioran, lo cierto es que lo que nos aprojima a rusos y a españoles es, en efecto, el modo como enfocamos la religión. Y es que, pese a la diferencia de confesión (ortodoxos rusos y católicos españoles) la desmesura del corazón de tantos de nuestros santos es gemela; la autenticidad de los grandes hombres que no dijéramos santos por no estar canonizados, también; y, hasta en los desvíos heterodoxos, rusos y españoles hemos llegado a fórmulas muy similares.
Pensemos en un San Juan de Dios, recién convertido por los sermones de San Juan de Ávila en Granada: aquel viejo soldado que vivía de vender libros, se conmueve ante la prédica del Doctor de la Iglesia, sale a la calle, descompuesto y febril, y pasa una temporada cometiendo extravagancias tan grandes que es tomado por un loco en toda Granada. Solo volverá a estar en sus cabales cuando el mismo San Juan de Ávila, avisado de los excesos de arrepentimiento del hispano-portugués, vaya a visitarlo al manicomio -donde lo hubieron de encerrar- y allí San Juan de Ávila le recomienda más moderación a San Juan de Dios en las expresiones de conversión. ¿Cómo no pensar en los "jurodivye" rusos, expresión autóctona de la religiosidad extremista rusa de los "locos de Dios"?
Pensemos en un Dostoievski, si no es santo, se trata de un hombre de profunda espiritualidad, que tras haber pasado por la experiencia de la militancia revolucionaria (contraria al orden zarista tradicional de la Santa Rusia y que, por contaminación de las ideas liberales occidentalistas, tanto daño hizo a Rusia como a España), que está a punto de morir frente a un pelotón de fusilamiento, que sufre presidio y que experimenta una conversión que lo lleva a tornarse en un firme cristiano y, con su genialidad, en el más clarividente de los novelistas rusos del XIX; cristiano hasta los tuétanos y acérrimo convencido de la misión mesiánica de Rusia. Y pensemos, a la vez que tenemos a Dostoievski en mente, en nuestro Ramiro de Maeztu que, si bien no es celebridad universal como el novelista ruso susodicho, pudiera por el decurso de sus peripecias biográficas, ser la "vida paralela" de Dostoievski: primero, denostador de la tradición católica española, abogando por la "modernización" y la "europeización" de la España finisecular del XIX y, luego, tras su conversión al catolicismo, el más firme defensor del retorno a las puras fuentes de la Tradición, ahondando en "Defensa de la Hispanidad" en las razones de nuestra grandeza y nuestra decadencia, de nuestra misión mesiánica truncada, que -nos apela- hemos de retomar, tal y como los grandes rusos creen que la tiene la Santa Rusia. Y pensemos en el broche de oro que puso a su vida Ramiro de Maeztu, muriendo mártir por profesar los más altos ideales, ofrendando la vida frente al pelotón de fusilamiento de sus verdugos.
Rasputín
Y pensemos en ese enigmático y extravagante personaje: Rasputín. Pues hemos dicho que, hasta en la heterodoxia encontramos paralelismos entre Rusia y España. Rasputín, híbrido entre santón y demonio, con una espiritualidad pervertida que compaginaba piedad con un harén de mujeres sometidas a sus encantos. Rasputín, practicando con las mujeres de su conciliábulo íntimo la fornicación, llegando a los excesos orgiásticos sexuales (practicados por la secta rusa de los Khlystis)... Rasputín, convirtiendo heréticamente -como los gnósticos- la promiscuidad sexual en una vía pseudo-mística. De un modo similar, en la España del siglo XVI, los alumbrados habían formado conciliábulos donde personajes como Gaspar Lucas (de Jaén) fornicaban con las beatas en el gineceo herético; pues, además de predicarles y espiritualmente dirigirlas con errónea doctrina, Gaspar Lucas "a la sombra y título de sacramentos tenía con ellas tratos torpes y deshonestos..." -relatan los documentos inquisitoriales. Y esto pasaba en la Jaén de 1574, aunque la Santa Inquisición fue eficaz freno de estos desmanes y aberraciones que, bajo cobertura pseudo-mística, se cometían entre los prosélitos de la secta de los alumbrados.
Pero aquí no terminan los paralelismos, las semejanzas, las coincidencias entre Rusia y España, entre rusos y españoles. Hemos ofrecido con estos párrafos un aproche a este asunto, pero por la importancia que tiene para la autocomprensión de rusos y españoles, estamos convencidos de que queda mucho por escribir sobre este tema y, si Dios lo quiere, con el tiempo iremos dando más elementos; elementos con los que podemos realizar una aproximación a un asunto como este -convencidos de ser más interesante de lo que se ha podido considerar hasta la fecha.
El occidentalismo (entendido éste como la absorción del espíritu moderno, protestante y liberal de la ilustración inglesa y francesa) ha sido y es una amenaza continua, una satánica tentación, para las dos naciones -Rusia y España- que pueden considerarse a sí mismas como naciones depositarias de una misión mesiánica (puede que truncada por la irrupción de elementos extraños a sus respectivas almas; pero, eso sí, una misión siempre recuperable en tanto que existan, en Rusia y en España, mujeres y hombres absolutamente convencidos de que la tradición no es algo viejo y, por viejo, inservible; sino que la tradición propia siempre está ahí, dispuesta a ser recuperada y puesta de nuevo en marcha).
Rusia y España tienen mucho que decir en el futuro a medio y largo plazo. Lo que tengan que decir sólo lo podrán decir (y hacer) cuando se deshagan por completo de todos esos lastres, postizos y mentiras que niegan el alma de Rusia y el alma de España. Esos lastres, esos postizos y esas mentiras son las impuestas por el "occidentalismo" dominante en las cuadrillas políticas (de derecha y de izquierda) en España, a partir de nuestro ingreso en la Comunidad Económica Europea; y son los mismos lastres, postizos y mentiras que quieren imponerse por el mundialismo en Rusia, tras la implosión del sistema comunista soviético.
Rusia y España tienen que volver a ser Rusia y España. Y en ese camino de auto-apropiación religiosa y patriótica, nuestra lejanía espacial no será un obstáculo para estrechar cada vez más la mutua simpatía y la hermandad que un pueblo ha sentido siempre por el otro pueblo.
Davai... davai...
Manuel Fernández Espinosa
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