Algo sobre el acto moral
Alberto Buela (*)
El acto libre es el acto voluntario por el
cual la inteligencia, el aspecto noético que hay en el hombre, regula o domina
los apetitos, que son manifestación en el orden sensible del cuerpo.
La relación entre el aspecto noético y el
sensible no es de contrariedad, de exclusión de uno por el otro, sino de
contradicción, pero como en esta contradicción el hombre no podría vivir, ella
es superada por la unidad psicofísica del ente humano.
Ahora bien, como en el hombre ni el orden
práctico ni el orden inteligible, ni el apetito ni la inteligencia se dan en
forma pura porque sino quedaría éste reducido
a la mera animalidad o a la inteligencia pura de un ángel, el orden noético informa
al orden apetitivo y lo transforma en humano: esto es, en libre. De modo tal que los actos libres son los
informados de inteligibilidad o de conocimiento. Así pues la voluntad no es una
facultad pues el acto voluntario, nace de la relación entre inteligencia y
apetito. Si fuera una facultad como en el caso del voluntarismo (el franciscano
de antaño o el de nuestros días en Paul Ricouer) dañaría la función noética,
reservándose para sí la dirección de los apetitos. Sin la información que
produce el conocimiento el acto del apetito será dañoso pues va en contra de la
unidad del hombre.
Pero esta reducción eidética que estamos
realizando del acto libre donde nos movemos solamente en el terreno puramente
racional del ente humano, nos lleva
forzosamente a un campo distinto: el moral.
La validez moral de un acto libre no se mide
por la libertad del acto sino por la intencionalidad del mismo.
Los griegos al considerar lo racional: la
justicia, la ley, la medida, la equidad en la administración de los bienes,
como lo más elevado, se quedaron en la descripción del acto libre. Por ej.
Aristóteles cuando habla a propósito de la deliberación de la proheiresis o elección.
Tampoco los judíos al otorgar valor moral solo
a “lo debido” entendido por lo equivalente: Por ej. La ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente. O de
resarcimiento económico en la época talmúdica posterior.
Menos aún llegan a explicar el acto moral Nietzsche y gran parte de la filosofía
moderna donde el valor moral se funda en el resentimiento que consiste en el
sofisma de “interpretar la genealogía del
ideal desde su contario: el derecho tiene su origen en el provecho común; la
verdad, en el instinto de falsificación, de engaño; la santidad, en un
transfondo poco santo de instintos y rencores” [1]
En realidad el acto moral solo puede nacer de “la libre renuncia de los bienes positivos reconocidos como necesarios en todo ser humano, y de los cuales se está en posesión efectiva”.
En realidad el acto moral solo puede nacer de “la libre renuncia de los bienes positivos reconocidos como necesarios en todo ser humano, y de los cuales se está en posesión efectiva”.
El agente moral se transforma en tal, cuando
en posesión de la riqueza, con capacidad sexual plena o voluntad propia, por
decisión personal renuncia a estos bienes y se somete a la pobreza, la castidad
y la obediencia.
Es decir que lo valioso del acto moral no está
en la castración o represión de los impulsos de dominio, de los sexuales, de
los vengativos sino en el libre renunciamiento de la satisfacción que producen.
Y así, se deja de mandar, de tener sexo y de vengarse no porque no se pueda,
sino porque, poseyendo estas cualidades, se somete a la obediencia, a la
castidad y al perdonar.
Tenemos que dejar de pensar al agente moral
como un eunuco de la vida para pensarlo como un hombre íntegro en todos sus
aspectos, porque “el libre renunciamiento” no es para cualquiera sino que
necesita, antes que nada, de la seguridad de sí mismo. Saberse acabadamente
quién es y qué es uno. Cuál es el sentido de la vida y para qué está en este
mundo.
El agente moral es un hombre situado que no
conoce el amor a la humanidad sino que su concepto fundamental es el amor al
prójimo, que siempre es un próximo. Alguien a quien conoce y del que está
cerca. Se dirige a la persona, al singular concreto.
Sin darnos cuenta, pintando este agente moral
hemos llegado al spoudaios de
Aristóteles: “el canon y medida del
obrar” (EN. 1113 a
29-32). Pero este ya es otro tema.
Si bien hemos hablado de las grandes renuncias
para ejemplificar, no podemos olvidar que la vida cotidiana está hecha de
pequeñas renuncias. Y así, charlando con un buen filósofo argentino hace unos
meses, me contaba acerca de los renunciamientos que supone la actividad
filosófica, como el estar meditando un tema y dejar de ir a una fiesta o
participar de una comida. Dejar un paseo o una cita amorosa por concluir una
meditación. Existe una ascesis diaria que no es ni la filantrópica (me
sacrifico por la humanidad) ni la del odio al cuerpo, ni la abstención de los
bienes espirituales de la cultura, ni la obediencia ciega, sino que va dirigida
al dominio de los impulsos naturales y a la liberación del aspecto espiritual
de la persona de los condicionamientos y dependencias mundanas. Por ej. las
necesidades falsas de la sociedad de consumo, la carrera infinita del confort
(Hegel dixit).
Y acá, y otra vez sin darnos cuenta, llegamos
a la otra punta de la madeja, al ascetismo cristiano de Max Scheler cuando
afirma que: “es claro y alegre; es
conciencia caballeresca de poder y de fuerza sobre el cuerpo. Sólo el
sacrificio consagrado por una alegría positiva superior es, en él, grato a
Dios.” [2]
Resumiendo, puede haber acto libre pero no
necesariamente es un acto moral, para ello se necesita ejercitar el libre
renunciamiento que se apoya en la integridad del agente moral, quien no puede
existir sin una la ascesis cotidiana.
Dicho a la inversa, los pequeños sacrificios y
renunciamientos cotidianos van conformando un agente moral que estará en
condiciones de realizar un libre renunciamiento y así sus acciones adquirirán
un valor moral. Todo ello orientado
hacia el amor de amistad con Dios y a través de Él, de amistad con el próximo,
que se transforma así en un prójimo. Esto es, en definitiva, la caridad
católica que a diferencia de la protestante o de la filantropía moderna tiene la
exigencia de vinculación inmediata (no mediada ni por la “sola fe” ni por un
cheque) con el otro.[3]
(*) arkegueta, mejor que filósofo
[1] Fink,
Eugen: La filosofía de Nietzsche, Alianza,
Madrid, 1966, p. 64
[2]
Scheler, Max: El resentimiento en la
moral, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1944, p. 174
[3] Es
interesante notar que fe y crédito se dicen en griego casi de la misma manera: pistis y pisteos. Así trapeza tes
pisteos significa banco de crédito. Y en latín creditum es el participio pasado del verbo credere=creer.
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