Lorenzo Hervás y Panduro, S. J. |
LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y SU OBRA "CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DE FRANCIA"
Por Luis Gómez López
El
conquense Lorenzo Hervás y Panduro, (nacido en la localidad de Horcajo de
Santiago el 10 de mayo de 1735 y fallecido en Roma el 24 de agosto de 1809),
fue el menor de tres hermanos. D. Lorenzo había nacido de en el seno de una
familia humilde, y optó por ingresar en la Compañía de Jesús en el año 1749.
Los avatares que soportó la Compañía de Jesús en esos convulsos años del siglo
XVIII (merced a la persecución y posterior disolución en España, Francia,
Italia y Portugal), marcarían el devenir de los estudios y trabajos que
posteriormente realizara Panduro en diferentes reinos europeos. Hervás y
Panduro fue muy prolífico escritor ya que su obra escrita consta de más de 90
volúmenes donde alterna escritos en italiano y en español. Quizás su obra más
destacada sea una enciclopedia en la que resume el saber de la época, obra
dividida en varios volúmenes, de los que escribió, primero en italiano y luego,
corregido y aumentado, en español.
Para
los estudiosos, nuestro personaje es más conocido por sus tratados sobre lengua
de signos que por este pequeño trabajo del que hablamos en este estudio, en
donde el autor –ya anciano- diserta sobre las causas de la Revolución Francesa.
Pero
sobre todo, lo que más nos interesa de su figura para este estudio, es la
visión de los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Francia durante la
Revolución que allí se gestó, pues como contemporáneo, estaba al tanto de los
entresijos y causas primordiales que favorecieron dicha “revolución” aportando numerosos nombres propios y datos sobre este
tema.
Hervás
expone a lo largo de la obra cuales fueron los causantes directos de la fuerza
revolucionaria y demoníaca que sometió a Francia en esos años. Dice así nuestro
autor: “Concluiré mi carta o tratado
haciendo breve historia de las causas mediatas e inmediatas de la Revolución
francesa. A esta observaré cuando aún era pagana, y después daré a usted breve
noticia de las herejías que afligieron y maltrataron su cristianísimo” a
continuación esboza lo que será el hilo de su obra en las páginas siguientes,
apuntando primero a los calvinistas “llamada
comúnmente la reforma y en Francia entendida vulgarmente con el nombre de
religión de los hugonotes.” Sigue su disertación haciendo ver al receptor
del escrito, que demostrará la mutación que el calvinismo ha hecho a lo largo
de los años, para mostrar su verdadero rostro en 1789 “en qué se mostró perversa como era y había sido siempre”. Para el
abate Lorenzo, el calvinismo no era más que una herejía “reinicida” (sic) que arraigó en Francia con más ahínco y que se
ocultó bajo la apariencia de cristianismo, pero que estuvo alimentando
revueltas y esparciendo semillas de paganismo propio de una secta, floreciendo
gracias al manantial del filosofismo y del jansenismo con los que según el
autor: “Francia ha destruido la
soberanidad y el catolicismo”
El jansenismo y los
jesuitas del s. XVIII
Los
jansenistas se desarrollaron merced a la publicación del libro Agustinus, obra del obispo católico
Cornelius Jansen (1585–1638). La ortodoxia de Cornelius no fue nunca puesta en
duda mientras vivió, pero dos años después de su muerte, tras la publicación de
su obra antes mencionada estalla la controversia. Los partidarios de Jansen
–jansenistas- serían declarados herejes. Básicamente, se puede decir que la
obra de Cornelius interpretó la obra de San Agustín de Hipona en el sentido de
que los seres humanos sólo son capaces de hacer buenas obras gracias a la
intervención de la Gracia divina; cuando Dios la concede, dicha Gracia es
irresistible; pero el humano por sí mismo, no puede elegir el ser bueno. Esta
doctrina atribuye muy poco margen al libre albedrío y se entiende generalmente
como una postura polémica de San Agustín contra el pelagianismo. (Para saber
más sobre Pelagio y sus consecuencias en la historia de la Iglesia, es
recomendable la obra de M. Menéndez Pelayo “Historia
de los Heterodoxos Españoles” editado por la BAC, dos volúmenes, Madrid
1956) Lo cierto es que el desarrollo de
la herejía jansenista es más intenso en siglo XVIII que en el anterior, cuando
surgió. Básicamente, los jansenistas opinaban que la naturaleza humana era tan
corrupta que los humanos nunca podrían ser buenos sin la ayuda de Dios. Esta
visión pesimista justificaba unas prácticas religiosas de extraordinaria
rigurosidad, así como acusaciones de laxitud contra la Iglesia católica; en
particular los jansenistas fueron enemigos de los jesuitas, que por aquel
entonces eran muy influyentes en Francia.
La
doctrina herética del jansenismo, al llegar los albores de la Revolución
francesa, estaba más bien acabada, pero gracias a la propaganda de los
filósofos, los calvinistas, y sectas masónicas, hizo que cobrara fuerza y
resurgiera. Su meta máxima era acabar con los jesuitas, propalando
conjuntamente con otras fuerzas, panfletos, libelos y demás propaganda en
contra de ellos, como así lo deja claro Hervás, al decirnos que: “Los jefes del jansenismo, valiéndose de esta
errónea y perniciosa preocupación, que con el triunfo inicuo de la ignorancia
popular han logrado hacer no poco común en el centro del catolicismo,
consiguientemente han desacreditado aun los testimonios más ciertos y evidentes
que sobre el carácter del jansenismo y sobre la conducta de sus secuaces se
hallan en los libros, no solamente de los jesuitas y ex jesuitas, mas también
de todos sus católicos, a quienes con los jesuitas confunden llamándoles
molinistas”
Tradicionalmente
se llamaba molinistas a los individuos que se guiaban por el sistema desarrollado por Luis de Molina (jesuita
conquense, 1535-1600) y que fue adoptado en los puntos esenciales por la
Compañía de Jesús. Este sistema se proponía reconciliar la Gracia y la libre
voluntad, chocando así de forma directa con los postulados de los jansenistas y
de los deterministas.
A
lo largo de las primeras páginas de la obra de Hervás se nota la palpable
tensión que existe entre las herejías calvinistas y jansenistas y los
seguidores de San Ignacio, y como los primeros han ido tejiendo a lo largo de
todos esos años (hasta la expulsión de la Compañía) fabulaciones, insidias,
difamaciones, etc., que han ido minando la credibilidad de los jesuitas en el
mundo entero.
Denis Diderot |
Los enciclopedistas
Uno
de los mayores enemigos de la Compañía de Jesús, es d´Alembert (Jeane le Rond
d´Alembert, 1717-1783) filósofo ilustrado y uno de los grandes promotores del enciclopedismo,
del que el abate conquense llega a decir de él, poniéndole en su boca las
siguientes palabras: “d´Alembert confiesa
ingenuamente que por boca de la nación y de los magistrados, los filósofos
destruyeron a los jesuitas, y que el jansenismo fue solamente solicitador”, agregando
a continuación: “podía haber añadido que
también fue pagador, como el muy bien lo sabía” Y es cierto, pues diversos
autores hablan de la generosidad de dinero que se dio para editar ese proyecto
enciclopédico por todos los reinos, junto con los panfletos o libelos en contra
de los jesuitas. Algunos nombres propios que se dedicaron a este asunto son
Rolland, que era consejero del rey y del que Hervás dice que era “filósofo y antirrealista”, la marquesa
de Pompadur (Jeanne-Antoine Poisson, 1721-1764) gran mecenas e impulsora de la
Enciclopedia de Diderot, el luterano Murr, el portugués Carvalho, marqués de
Pombal (Sebastião José de Carvalho e
Melo, 1699-1782, Primer Ministro del rey José
I, su actitud ilustrada es controvertida, pues si bien es cierto que contribuyó
a la realización de grandes obras en Portugal, también se afanó en la
destrucción de los jesuitas). En 1768 llegó a promulgar una ley por la que los
“cristianos viejos de Portugal”
debían casar a sus hijos con “familias
judías”, suprimiendo bajo severas penas el término “puritano o cristiano viejo” con el que se identificaban los
portugueses que no tenían en su linaje ascendencia hebrea en su árbol
genealógico. También habría que citar a Diderot (1713-1784, escritor e
ilustrado y junto a d´Alembert, promotor de la Encyclopédie), su anticlericalismo queda reflejado en la novela “La Religiosa”), a Voltaire, a Montesquieu, a Jean-Jaques Rousseau, etc.
“La filosofía, pues, triunfó últimamente,
destruyendo a los jesuitas; ella, en Francia, tenía muchos prosélitos, y entre
ellos a la marquesa de Pompadour y al duque de Choiseul, primer ministro de
Estado y amigo íntimo de Voltaire, muelles de máquina tan grande, que ponía en
movimiento casi todos los Gabinetes de Europa”.
En
este estado de cosas, el jesuita español entiende que era muy difícil impedir
la labor de zapa que habían hecho los enemigos de la religión. Pese al
prestigio del que gozara “la Compañía”
antaño, un nuevo frente de “ilustrados”
y “enciclopedistas” surgía en el
siglo XVIII con intención de extenderse por todo el orbe como la nueva forma de
entender el mundo conocido, deseoso de imponer su nueva forma de interpretar al
hombre y a Dios.
El
fenómeno del enciclopedismo comenzó en el siglo XVII con la Cyclopedia de Ephraim Chambers, que era,
básicamente, un diccionario universal de las ciencias y de las artes. En 1745,
el editor francés Le Breton, interesado en obras inglesas, consiguió licencia
para traducir aquella obra al francés. En un principio encargó la empresa a los
traductores John Mills y el abate Jean Paul de Gus de Malves, pero ante las
dificultades existentes, Le Breton terminaría por encargar su trabajo a Diderot
y a d´Alambert, quienes prefirieron, en vez de traducir el trabajo ya
existente, organizar la materia para realizar una enciclopedia propia. Corría
el año 1750. d´Alembert fue el encargado de realizar el discurso preliminar de L´Encyclopédie. Un interesante trabajo sobre este tema de las
enciclopedias, lo podemos estudiar en la magnífica obra “Las enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie” donde se
repasa la labor de compilación del saber en España, mucho antes de que en
Francia se iniciase esa labor.
Sobre
los filósofos y enciclopedistas nos dice D. Lorenzo: “Estas proposiciones, que la ignorancia de los buenos y la malicia de
los filósofos y de sus protectores alababan, querían decir que el ateísmo
filosófico no quería religiosos, y que la filosofía había enseñado cómo debía
hacerse para destruir a los jesuitas.”
Los
jesuitas se vieron acosados por los libelos y las asechanzas de los nuevos “ilustrados”, pero aún así y todo
trataron de defenderse. En un alarde de ingenio, y tras los primeros siete
volúmenes de la famosa Encyclopédie,
los doctos jesuitas se rieron de ella, pues la consideraron plena de
incongruencias: “…llena de errores en
geografía, historia, etcétera, haciendo comparecer caballeros a las
cronologías, ciudades a las estatuas, islas a los escollos, pueblos a las
montañas, personas a los títulos de los libros, etc.” – Nos dice el autor
en su obra. Y es que, la obra que los revolucionarios trataban de hacer pasar
como “suma de los conocimientos”,
como si fuese el gran logro y avance intelectual de la época, no era ni más ni
menos que en su primera edición, un compendio de garrafales errores de bulto.
Ante la mofa y risas de los jesuitas, los masones, filósofos y demás enemigos
de San Ignacio, no reaccionaron nada bien. Digamos que, hablando en castizo, se
la tenían jurada a los jesuitas.
La
segunda edición de la enciclopedia corrigió algo los errores existentes, pero
aún así y todo, según Hervás: “… y en
ellos se notaron más de quinientos yerros de geografía, historia, etcétera, sin
contar los innumerables que había en materia de religión. Estos yerros se
publicaron en una obra francesa intitulada: Cartas sobre la Enciclopedia para
servir de suplemento a sus siete tomos primeros”.
La
reacción por parte de los enciclopedistas y filósofos franceses fue clara. La
consigna era desmentir y acallar las críticas con exceso de loas y alabanzas
sobre la nueva obra creada por ellos. Los reinos europeos estaban maduros para
esa tarea, y en casi todos ellos se editaron sin cesar las enciclopedias con
todos sus errores. En las universidades y en los conciliábulos masónicos, se
dio la consigna de alabar la obra como si fuese el mayor compendio de sabiduría
hecho por los hombres.
La Revolución francesa y la
independencia de las colonias americanas
En
1789 culminó el proceso revolucionario que inundaría Europa de sangre y de
muerte. Este periodo de la Historia se ha visto a lo largo de los años como la
culminación de un proceso. Los escritores del siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados philosophes, y desde
1751 enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los reyes. La decadencia y corrupción
de las monarquías tradicionales, el despotismo de la nobleza, el alejamiento de
parte del clero de los postulados del Cristianismo, chocaba radicalmente con la
inmensa mayoría de la gente, que casi en su totalidad estaba compuesta por
pequeños artesanos, comerciantes y campesinos que vivían bajo unas durísimas
normas y unas leyes que los asfixiaban a impuestos y que les obligaban a ser
poco menos que “bestias de carga”.
Una condición ésta que desde su nacimiento les condicionaba para toda la vida.
Pero
la revolución no fue algo espontáneo, algo que surgiera por casualidad. Ese
proceso tenía que estar propiciándolo mucho tiempo antes “algo”, preparando a
la gente, minando la credibilidad de las instituciones, propiciando pequeñas
revueltas y generando malestar, y el abate Lorenzo lo entendió enseguida. Dice
así Hervás: “En este documento doy
brevísima idea de una obra que se empezó a escribir el año 1768 y se publicó en
1775 con el título: El año 2440. Sueño
de Mercier. Este fingido autor supone que empieza a dormir en 1768 y
despierta en el 2440, y refiere lo que en este año veía en Francia y había
sucedido en España, Inglaterra, Alemania, Polonia, Italia, en América, etc.
Tiene usted a su vista el documento, y sabe lo que sucede en Francia; lea usted
el documento, y a la menor observación advertirá que presuntamente en Francia
se piensa, obra y aun se habla como Mercier pensó y escribió desde el 1768 lo
que publicó en 1775” -y continúa- “En
la obra de Mercier hallará usted las expresiones que hoy el ateísmo francés
usa, esto es, las expresiones de libertad, igualdad, error, superstición,
despotismo, tiranos, vivir y morir libremente, para significar la destrucción
del cristianismo, de la religión natural, de las Monarquías y de todo Gobierno
civil que coarte la libertad para impedir el vicio (…) Mercier, en 1768, sabía
ya que el ateísmo oculto de la nueva filosofía se había apoderado de Francia y
había inficionado a Inglaterra, Alemania, Italia y otros países, y por esto
empezó a escribir el plan de gobierno que los ateístas pondrían y observarían,
y en el 1775 juzgó que ya era tiempo de publicarlo”.
Está
claro que el proyecto revolucionario consistente en derrocar las monarquías
europeas junto con la destrucción de la Iglesia se llevaba gestando en las
cabezas conspiradoras e ilustradas desde mucho antes del estallido de la brutal
masacre ocurrida en Francia en 1789. La obra de Louis-Sebastián Mercier (1740-1814)
es reveladora en este sentido, más no es la única. Cuando escribió su novela “El año 2440…” tuvo gran repercusión en
su época, pero no fue entendida por la mayoría de los lectores, los cuales
albergaban muchas reservas sobre las utopías expuestas en el relato; quizás al
no estar todavía madura la sociedad para que reaccionase y se cumpliesen así
las exaltadas visiones que en ella ofrecía sobre el nuevo orden mundial
revolucionario que se pretendía construir.
En
las colonias americanas es donde se ve con mejor claridad este proyecto
masónico y sus efectos, y como si de un reflejo de esos movimientos
socio-políticos se tratase, los filósofos e ilustrados europeos, planeaban el
mismo resultado para las monarquías del viejo continente, extrapolando los
sucesos coloniales a los viejos reinos europeos.
A
lo largo del texto de “Causas de la
Revolución de Francia”, podemos leer un poco sobre la tan interesante obra
del supuesto Mercier, ya que el abate Hervás y Panduro copia un párrafo, el
cual, reproducimos por ser harto revelador de lo que el jesuita sospecha y nos
comenta en su libro. Dice así:
“Pueblos
–dice la obra de Mercier- endurecidos
y conducidos por no sé que fanatismo se burlarán de todas las combinaciones
injuriosas; las fortalezas serán sitiadas, los cañones tomados por manos
intrépidas, y el hambre abrirá las puertas de las plazas fortificadas… ¡Qué
suceso! El Norte del nuevo hemisferio (americano) ha despedazado las cadenas,
(se refiere a la independencia de Canadá), la libertad renace en las regiones
que la tiranía oprimió, la población va a crecer en los países que la sed del
oro despobló… Se dice que el tiempo de las Repúblicas ha pasado ya; no es así;
este tiempo va a renacer; el Código americano, obra de la sabiduría y de la
razón europea, volverá al lugar en que nació y recompensará a los descendientes
de los que han calculado las leyes humanas. Se tiembla a la vista del número
prodigioso de soldados que tienen Prusia, Austria, Rusia y Francia; el arte y
la disciplina se pasman al ver sacrificada toda esta soldadesca a los
soberanos; parece que Europa huye de la libertad; mas no temáis nada de esto,
porque la filosofía está vigilante, velan las artes; la filosofía forma por
todas partes cabezas republicanas; ella muestra con el dedo los Estados unidos;
ella ha destruido ya el despotismo sacerdotal, que hoy deja Europa respirar. No
temáis, os repito, amigos de la libertad. La filosofía encadena por todas
partes los asaltos orgullosos de los soberanos, la filosofía arroja rayos de luz
sobre los hemisferios”.
Como
se puede ver, todo un alarde de intenciones. En la obra de Mercier, España no
sale muy bien parada, y en el último capítulo dedica una visión pesimista y
catastrófica sobre lo que acontecerá en España y sus colonias americanas. Hoy
en día se sabe que la masonería jugó un papel primordial en la sublevación de
los ánimos y en el independentismo de las provincias americanas.
La
infiltración de filósofos o “revolucionarios”,
“masones” en los diferentes reinos
europeos fue una constante durante los siglos XVIII y XIX. Su misión era tomar
contacto con la realidad de cada país, establecer relaciones con personajes
afines e influyentes y “levantar columnas”, para de esa manera
ver la mejor forma de establecer puentes de unión y propalar el mensaje filosófico.
En
España, el rey Carlos III había prohibido la masonería en los reinos españoles,
(ya lo había hecho cuando era rey de Nápoles) y la actuación de la Inquisición
hacía que el establecimiento de logias permanentes en suelo hispano fuera harto
dificultoso. Hubo, no obstante, algunos primeros inicios, por ejemplo el duque
de Wharton (1698-1731), coronel inglés al servicio de la Corona de España que fundó
en Madrid en 1728 la logia de Las Tres
Flores de Lys o Matritense. Según
algunas fuentes, fue además la primera logia fundada fuera de las Islas
Británicas y al año siguiente fue reconocida por la Gran Logia de Inglaterra
pero en 1768 desapareció de su registro porque llevaba demasiado tiempo
inactiva. En las zonas ocupadas por los ingleses, como Gibraltar,
fundamentalmente y sus zonas adyacentes, sí es cierto que florecieron más
logias, y también es cierto que en Madrid y Barcelona, algunos militares
extranjeros al servicio de la corona española, se establecieron en algunas
casas donde realizaban en secreto sus tenidas,
mas no llegaron a durar y terminaron por desaparecer al poco tiempo.
Si
bien es cierto que durante la primera mitad del s. XVIII no fue fácil
establecer en España ese tipo de “logias”,
también lo es que sí que se podía sondear a la sociedad del momento y ver la
posibilidad de realizar establecimientos futuros, utilizando para ello la
infiltración de comerciantes masones, viajeros espías, militares dobles,
embajadores ilustrados, etc., que merced a sus puestos de trabajo, cargos o
profesiones, se les permitía viajar por toda España en libertad, pudiendo así
contactar con personas afines a sus ideales y con las que ponerse en contacto
en un futuro no muy lejano para facilitar posteriores acercamientos. D. Lorenzo
lo dice así en su opúsculo. “(Las logias) tienen
viajadores, que suelen ser literatos con exterior de personas nada sospechosas,
y estos viajadores son los espías de las cortes, de los tribunales, etc.; los
cuales deben dar noticia del carácter y, principalmente, de las flaquezas de
los soberanos, de los ministros, etc., y todas estas noticias se comunican a
todos los miembros de los círculos”.
Con
la entrada de las tropas napoleónicas en España, la cosa cambió. Desde 1809 en
adelante, y merced a la supresión de la Inquisición, los masones y sus logias
se propalarían por todo el territorio con gran celeridad. Principalmente logias
dependientes del Grande Oriente Francés.
Continuará
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