RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 14 de noviembre de 2014

THOMAS BERNHARD: EL PANTEISMO DESINTEGRADOR

Thomas Bernhard, sentado al aire libre.
 
 
TRASTORNO Y EXTINCIÓN EN THOMAS BERNHARD
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Thomas Bernhard (1931-1989) es escritor peculiar. Su vida no fue fácil y en su obra se atestigua el asco que le producía la sociedad burguesa y la tradición, profesando la iconoclasia y asestando golpes furibundos contra el Estado y la religión (y, como austriaco, contra la Iglesia católica). Su obra ha sido traducida al español por Miguel Sáenz. Hubo un tiempo en que Thomas Bernhard desataba en los círculos intelectuales que lo leían acerbas aversiones lo mismo que esa cándida admiración que la progresía rinde a todo iconoclasta por el solo hecho de hacer ejercicio de iconoclasia.
De toda su producción literaria (escribió mucho) merece la pena destacar “Trastorno” (1966) y “Extinción” (1986). En ambas se encuentra lo mejor (y lo peor) de Bernhard. Sus lectores más fieles encuentran en “Extinción” la afinidad del autor con el anarquismo y muchos no salen satisfechos tras leer “Trastorno”. La prosa de Bernhard es reiterativa y eso supone una dificultad añadida al lector que se inicia en su lectura.
Sin embargo, los protagonistas de "Trastorno" y "Extinción" tienen muchos puntos en común. En “Trastorno” el protagonista irrumpe ya avanzada la novela, después de habernos paseado por distintos escenarios en los que se nos presenta la sordidez y la decrepitud de los enfermos; los que visita un médico de cabecera rural al que acompaña su hijo, que es el narrador. Sin embargo, el protagonista no es ni el médico, ni los enfermos ni el narrador, sino un noble que habita en el castillo de Hochgobernitz, el Príncipe Saurau. En “Extinción”, el protagonista y narrador es Franz Josef Murau, un aristócrata cosmopolita que ha abandonado el Wolfsegg de sus orígenes.
Ambos personajes principales tienen en común su procedencia aristocrática, pero también su obsesivo soliloquio que puede o no tener oyentes, pero que cuenta -por supuesto- con el lector que se atreva a terminar el libro. El Príncipe Saurau y Murau son dos personajes desarraigados que no pueden ocultar su desprecio y hasta su odio por sus familiares. Murau se ha instalado en Italia, abandonando su Austria natal. Saurau vive enredado en su laberinto psicótico en el castillo de sus antepasados, rodeado por una parentela con la que apenas se relaciona, a la que detesta y provoca, bordeando el suicido. Wolfsegg y Hochgobernitz son dos ámbitos de origen a los cuales sus respectivos protagonistas aman y odian. Superficialmente el cosmopolitismo parece tener en Bernhard un apologeta que, en su desarraigo, produce con su verborrea un discurso que, en la voz de su protagonista o personaje narrador que ejerce de amanuense, execra el lugar de origen y la condición de pertenencia a ese lugar, a cualquier lugar: Wolfsegg o Hochgobernitz. Las razones profundas de esa apuesta a favor de la ciudad contra el ambiente rural (por más principesco que éste pueda ser) nace de un profundo malestar cultural: es la Naturaleza la que abruma al hombre y el odio contra el lugar de origen de los personajes bernhardianos parece que es un reproche a no poder encontrar ni amparo ni acomodo en ninguna parte, ni siquiera en la casa de los antepasados.
La Naturaleza es el tema omnipresente de “Trastorno”. La Naturaleza será invocada por el Príncipe Saurau, pero también por el médico que recorre el valle con su hijo:
“Precisamente en los días despejados, dijo, en que el mundo se mostraba en todas direcciones transparente como el aire y, simplemente por su serenidad, la Naturaleza era bella, el dolor de los que sobrevivían a alguien muerto hacía tiempo era doble” –solía decir el médico, según el narrador.
Saurau insiste con la Naturaleza: “La persona educada cree siempre que tiene que ser paternalista con la Naturaleza, aunque es totalmente dominada por ella”.
Y al término de “Trastorno”, Saurau trata de comprender a su hijo que vive en Londres y se dedica a estudiar las corrientes socialistas que Saurau desprecia olímpicamente: “Lo que mi hijo cree que es la Naturaleza no es la Naturaleza (…) Mi hijo se enfrenta siempre con la Naturaleza como con una literatura”.
Murau también reflexiona sobre la Naturaleza:
“Sólo cuando tenemos una noción exacta del arte tenemos también una noción exacta de la Naturaleza”.
Pero, ¿qué es la “Naturaleza” en Thomas Bernhard? Podría ser un tema para una tesis doctoral, pero este artículo no tiene más pretensiones que aproximarnos a uno de los escritores en lengua alemana más importantes de la segunda mitad del siglo XX y permitirnos desentrañar su filosofía latente.
Un estudio superficial del suelo filosófico de estas novelas de Bernhard mostraría que hay una patente presencia de ideas ácratas, siendo mencionados Bakunin y Kropotkin, pero -todo hay que decirlo- el pensamiento social es algo que Bernhard no toma en serio; ver en Bernhard a un anarquista es ver demasiado poco. De su obra se deduce que no hay esperanza y la esperanza clausura toda utopía: la misantropía del autor es contraria a soluciones sociales para el problema antropológico que no tiene solución: el hombre es un ser desamparado, víctima de la locura, la enfermedad, la degeneración y la decrepitud que inexorablemente conducen al aniquilamiento.
 
Un estudio edafológico más a fondo exhumaría muestras suficientes para que pudiéramos decir que lo que constituye el macizo sobre el que se asienta el pensamiento de Bernhard es la "Aufklärung" alemana (la Ilustración alemana), el idealismo y Schopenhauer. Pero la filosofía teutónica dieciochesca y decimonónica es imposible de comprender sin hacerse cargo de la repercusión (algo más que una influencia superflua) de la filosofía de Baruch Spinoza en Alemania; así lo veía Friedrich Heinrich Jacobi en aquella famosa polémica intelectual que se agitó en Alemania a finales del siglo XVIII.
Con esta clave hermenéutica se nos franquea la posibilidad de comprender lo que representa la “Naturaleza” en estas novelas de Bernhard: la Naturaleza es Dios, Dios es la Naturaleza. Estamos ante un completo panteísmo que renuncia a exaltar la inmanencia y se resigna a conformarse bajo la abrumadora pesantez de la Naturaleza. Bernhard ha hecho suyo el “Deus sive Natura” de Spinoza y podemos decir que la literatura de Bernhard es, por lo tanto, una tardía manifestación epigonal del panteísmo spinozista. Las novelas de Bernhard tienen un cañamazo más panteísta que existencialista, aunque el pathos de sus personajes atormentados y desarraigados así como la atmósfera en que a duras penas respiran, pudiera hacernos creer que estemos ante novelas existencialistas.
 
El mérito que no podemos regatear a Thomas Bernhard es que en sus novelas asistimos a la lógica conclusión del hombre moderno y occidental, el mismo que ha rechazado al Dios cristiano para arrojarse en el magma incandescente y aniquilador del panteísmo. "Trastorno" y "Extinción" son el testimonio de la desintegración del hombre sin raíces, del sindiós de las sociedades contemporáneas que, aunque no sea tan culto como Bernhard ni como sus personajes, es producto del racionalismo, el panteísmo, la Ilustración y el idealismo.

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