RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 18 de noviembre de 2014

"LOS LOBEZNOS", NOVELA DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO

 
 
UNA NOVELA SOBRE LAS CLOACAS DE LA TRANSICIÓN

Manuel Fernández Espinosa
 
A mi juicio, el escritor abulense José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 13 de mayo de 1930) es, con Aquilino Duque, el mejor prosista español contemporáneo. Ambos son dos escritores que, a diferencia de otros escritores de relumbrón, merecen ser leídos.
 

Mi relación con Jiménez Lozano se remonta a unas décadas, cuando una amiga mía (que en paz descanse) me dejó uno de sus libros de relatos. Mi amiga era de Fontiveros (muy cerca de Langa, el pueblo natal del escritor castellano) y lo conocía personalmente. Mi querida amiga me lo encareció mucho en su bonhomía y su sencillez y a punto estuve de poder conocerlo personalmente, pero no pudo ser. La lectura de aquellas páginas me dejó tan buen sabor de boca que, a partir de aquel, siempre que vi un libro del maestro langaruto lo compré y lo leí.
 
 
Su prosa es de una sabrosa sencillez; en algunos de sus libros no puedo estar en modo alguno de acuerdo ideológicamente: dígase por caso, "Historia de un otoño" (donde ensaya una apología de los jansenistas) y creo que, por su circunstancia histórica y cultural, Jiménez Lozano es uno de esos españoles embaucados por las pamplinas de Américo Castro, con toda su mitología filojudaica y filomahometana. Sin embargo, estilísticamente es impecable: sobrio, exacto... Castellano. Pero, hasta la presente, le había leído novelas con ambiente bíblico ("Sara de Ur") o histórico ("Historia de un otoño" o "El mudejarillo"...). La novela que recientemente he leído está ambientada en una época mucho más cercana: la transición española. Su título: "Los lobeznos" y es del año 2000. Estilísticamente, me ha molestado un poco la proliferación de "laísmos" (y aquí hay que decir que, tratándose de Jiménez Lozano, esto no puede ser cargado a ignorancia, sino que habría que pensar que con ello se plasma la idiosincrasia mesetaria).
 

Se trata de una novela bien construida (algunos la llamarían "thriller político") que, a la vez que mantiene al lector en vilo, constituye toda una profunda reflexión sobre la política y sus miserias. En esta novela vemos el modo como muchos franquistas se reciclaron, dejando a un lado su pasado en los cuadros de mando del llamado Movimiento Nacional, para devenir demócratas por el sindicato de las prisas. Jiménez Lozano pinta las postrimerías del régimen franquista. Se adivina un régimen que ha arrinconado los valores heroicos y viriles sobre los que se fundó: todo ha quedado en retórica de interiores (Patria, Imperio, Águilas, Cruces de Borgoña, Flechas y Yugos), los falangistas y los requetés, verdaderos vencedores de la Guerra Civil, han sido ninguneados por el régimen y su presencia en el poder se limita a lo testimonial y simbólico. No obstante, se han aupado grupos que se autodenominan "católicos", pero que tienen la manga muy ancha en lo moral (que han rebajado la moral a una cuestión de guardar las apariencias) y es en esos antros farisaicos en donde se está reclutando a los hombres que figurarán en la España democrática que se delinea, tras la muerte del Caudillo.
 

Es ahí donde es captado para ser figurón del sector democratacristiano un cargo franquista, Leopoldo Cháñez. Leo ha ido ascendiendo desde la covachuela a los despachos ministeriales, haciendo carrera como gestor público en deportes. Leo no padece la transición, puesto que se amolda a los cambios y prosigue su carrera política, hasta que llega a un punto muerto y se retira. No obstante, a su alrededor tiene a todo un grupo de jóvenes que lo alientan a retornar a la arena política, siempre dispuestos a medrar a costa de lo que sea: los lobeznos. Cuando se retira a su finca, Leo constituye una especie de cabildo (lobby, grupo de presión) que trata a todo trance de auparse al poder. Sin embargo, cuando menos lo piensa, resulta que se inicia una campaña de acoso y derribo de su figura pública, deslizándose una serie de sospechas que cuestionan su moralidad sexual. Leo está casado con Cuca, pero como si no lo estuvieran. Poldo es el chófer de Leo (un pariente del pueblo que le salvó la vida de pequeño: ambos se llaman Leopoldo) y es uno de los personajes más interesantes de toda la novela, por su nobleza y lealtad. Agustín Haro es la eminencia gris del grupo de Leo Cháñez... Son algunos de los personajes que cobran mayor relieve y protagonismo. No quiero olvidar tampoco al ideólogo sudamericano que contrata Cháñez: un intelectual ecléctico que combina marxismo y liberalismo en dosis convenientes.
 

Si algún día hubiera que escoger algunas novelas del siglo XX, para formar una colección que fuese algo así como aquellos galdosianos Episodios Nacionales (pero de la España del siglo XX) "Los Lobeznos" sería idónea para ilustrar esa inmunda cloaca de la política sin ideales, de la política en su más innoble y bastardo de los sentidos, la política que se fue configurando en el meso y tardofranquismo, con personajes de dudosa honorabilidad que, traicionándolo todo, se montaron en el tren que nos ha traído a esta España descoyuntada y decrépita. Sería muy aventurado dictaminar que los personajes de esta novela correspondan a personalidades históricas, fallecidas o todavía vivas, de la democracia española (se trata, no lo olvidemos, de una ficción), pero están tan bien perfilados que podría decirse que nuestra transición la hizo gente como Leo Cháñez, Haro o Sotero.
 

La moraleja que puede sacarse de "Los Lobeznos" es que la política es como el diablo: promete mucho (también a los ambiciosos) y cumple poco.
 
 
Portada de "Los Lobeznos", de José Jiménez Lozano, Editorial Seix Barral, 224 páginas
 
 
 

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