Luis Gómez
Si. Tenemos un nuevo pontífice en España. Pablo Iglesias,
ese gran orate de la izquierda venidera, ha sido elegido recientemente como
sumo pontífice de la religión laica y del sacerdocio progresista en nuestro
país.
Y es que en estos tiempos en los que estamos, el laicismo, tal
y como lo practican estos “ateos”, es una religión más dentro de las
practicables, y como tal, necesita de una jerarquía, una doctrina y una
organización interna y externa.
Digamos que todo empezó con el famoso decálogo. Sí, sí, dije
decálogo. Si Moisés recibió Los Diez Mandamientos por boca de Dios Padre en lo
alto del Monte Sinaí, estos no se quedaron atrás, y compusieron su decálogo
progre a fuerza de repetir, -como si de unos mantras mágicos se tratasen-,
consignas como “redestribución de la riqueza”, “abolición del capitalismo”,
“separación de la Iglesia y el Estado” (esta última me hace mucha gracia, pues
se trata sobre todo de la iglesia católica. Las demás confesiones religiosas, a
esta secta laica les da igual, es más, las fomentan o las promueven según sus
intereses. Mírese si no la observancia y delicadeza que tienen para con el
islam, el judaísmo o el protestantismo), “igualdad de género” “aborto libre” y
otros mandamientos similares hasta construir sus “diez mandamientos laicos”,
que han sido repetidos y utilizados en todas las épocas por los profetas de esa religión de la
que hablamos.
Hace poco, y estando los tradicionales líderes laicos de
nuestro país muy de capa caída, abarraganados y corrompidos por el poder y el
lujo y asaltados por casos de corrupción en su seno, surgió del desierto páramo
intelectual de España un nuevo líder dispuesto a llevar a la grey a la Tierra
Prometida. A él, como si de un profeta bíblico se tratase, se le fueron uniendo
otros discípulos. Sus predicaciones eran “hermosas utopías” irrealizables de
facto, pero muy lisonjeras a los oídos de los fieles. Promesas construidas con
el mejor humo de la mejor hierba del mercado, humo que como tal, tras ser
inhalado, produce en el sujeto una ausencia de raciocinio y de control, que
hace que este se deje guiar como si de una ensoñación se tratase y como si lo
que se dice, fuese a ser posible en un futuro próximo.
Tal es así, que Pablo Iglesias, cual Pedro el “Ermitaño” fue
predicando su cruzada por doquier. No había TV que no cayese rendida a sus
encantos y tras de él, siempre estaba su fiel Monedero, su profeta,
apostillando y apuntalando lo que el nuevo Mesías le decía a las crédulas masas.
Y a unos y a otros les prometía y les predicaba sobre el “voto asambleario” la “supresión
de los viejos partidos y nuevas formas de hacer gobierno” “casas gratis para
todos” y cosas tan lindas y tan deseables, que el corazón de los hombres
sucumbió de tal manera que muy pocos fueron los que no se lo creyeron. Los
unos, por estar ahora en el poder y ver en esta nueva secta un enemigo que
viene a por ellos a removerlos de sus poltronas. En el caso de los otros
incrédulos, lo es por haber oído esos cánticos de sirena en otras ocasiones, y
saber que después de la bella música, viene el duro baile, y en ese baile,
estos laicos no suelen respetar la palabra dada y se comportan como lo que
suelen ser, como tiranos y dictadores.
Pero para que todo se cumpla, se ha de hacer de manera que
parezca legal. Pablo Iglesias y su nueva secta religiosas celebran su primer
Concilio Asambleario. Ese concilio tendría como propósito el ratificar y
nombrar al nuevo Sumo Sacerdote de la secta y los pasos a seguir en el futuro. Y
como no, Pablo es el elegido y su doctrina es la que impera en la asamblea… y
eso pese a las voces internas que discrepaban de muchas cosas. Voces que fueron
silenciadas, a la vieja usanza, que en eso no han evolucionado mucho.
Pero una vez culminada esa labor de acomodo “legal”, algunos adeptos de la secta laica ven como se empieza
a caer los velos del encantamiento y contemplan la cruda realidad que se
ocultaba tras el humo consumido con tanto deleite. Muchos ven el verdadero
rostro de ese “salvador” o “salva-patrias” y comprueban que hay muchas
diferencias entre lo que se decía y lo que se practica. Ven con asombro un
cambio orweliano de primera magnitud. Allí donde la religión laica decía “todos
somos iguales”, ahora, los obispos del nuevo pontífice Pablo habían escrito a
continuación “todos los hombres somos iguales, pero unos más que otros”, allí
donde se decía que todo sería “participativo”, ahora se dice que todo será “jerárquico”
y que habrá secretarios y presidentes y demás cargos (igual que en otros
partidos).
Unos pocos desencantados de la secta laica PODEMOS han
atravesado su propio desierto. Para el resto, para los que no somos y no
creemos su credo, sólo nos queda soportar el pontificado de esta nueva secta
religiosa. Prepararnos para las persecuciones y soportar el martirio que se nos
avecina. Pero al menos sabremos que no son ateos. Creen en un dios, en el mismo
dios que han creído desde siempre estos gurúes. El dinero, el poder y la
mentira, que es la laicísima-trinidad de toda secta que se preste.
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