PRESENTACIÓN DE LA
REVISTA ESLAVIA
Manuel Fernández
Espinosa,
Director.
Entre Rusia y España está todo eso que, durante siglos, se
jacta de llamarse Europa. La europeidad de Rusia y España siempre fueron
cuestionadas por lo que se entendía a sí misma como Europa: Rusia estaba por
civilizar y España no estaba más civilizada. África empezaba en los Pirineos y
Europa confinaba en Rusia con Asia. Las concomitancias espirituales entre Rusia
y España son más grandes de lo que pudiera hacernos pensar el hecho de la
distancia que las separa en el espacio; y el hecho de ser culturas fronterizas,
como ha puesto de manifiesto el hispanista Vsévolod Bagno, marca la diferencia
con el resto de países que se titulan sin disputa como europeos.
Cuando una revista como la nuestra emprende su andadura es
conveniente recordar esta verdad histórica que es algo más que una percepción,
puesto que es la razón por la cual ni rusos ni españoles hemos sido aceptados
plenamente en el concierto de las naciones europeas: nuestra guitarra y nuestra
balalaika parecían desentonar entre violines y clarinetes. Y más que recordar
esto a los rusos (que a día de hoy lo tienen claro), conviene recordarlo a los
españoles que, desde hace décadas, vienen sufriendo una sistemática destrucción
de la identidad como pocos países han experimentado, hasta instalarnos en la
ficción europeísta que se fomenta desde los grupos de poder político y cultural.
La REVISTA ESLAVIA es hechura de un proyecto de mayor envergadura:
el encarnado por la revista internacional “LA RAZÓN HISTÓRICA”. En un momento
determinado un grupo de colaboradores asiduos de LA RAZÓN HISTÓRICA hemos
coincidido (cada uno siguiendo su propio itinerario intelectual) en una común
admiración por el modelo ruso y hemos decidido conocer a fondo la realidad
actual de Rusia, su historia, su cultura y las más diversas facetas de una
nación que resurge, tras truncar el plan que le trazaban poderes ajenos a ella
misma. La multiplicidad de sus dimensiones, la vastedad de su territorio, la
exuberancia de sus expresiones culturales, la pluralidad étnica y religiosa de
Rusia, nos exonera de ser exhaustivos: creo, sinceramente, que ni una
Enciclopedia, reuniendo a los mejores expertos, podría agotar nunca una
realidad como la rusa, tan poliédrica e inabarcable en sus colosales magnitudes.
Pero si no podemos ser exhaustivos, lo que sí nos proponemos es ser una voz al
margen y contra la corriente, todo lo disonante e incómoda que se quiera, pero
a redropelo de los simplistas y sectarios enfoques que desde occidente
prevalecen cuando se trata el fenómeno de la Rusia de hoy. Y el lector sabe a
lo que me refiero.
¿Qué sabemos de la Rusia de ayer? Poco. ¿Qué sabemos de la
Rusia de hoy? Menos todavía. La actualidad nos viene tamizada por unos poderes
mediáticos que, lejos de corresponder a la objetividad que proclaman, maniobran
interesadamente para distorsionar todo lo que viene de Rusia.
Desde las anteojeras de lo que el filósofo Gustavo Bueno ha
llamado el “fundamentalismo democrático”, en occidente (en USA y Europa, se
entiende) se viene cuestionando que Rusia sea una democracia, se deplora el
caudillismo que ejerce Vladimir Putin, se entonan las consabidas letanías de condena
contra las leyes que imponen límites a los grupos homosexuales en Rusia, se da
cobertura a la supuesta “oposición rusa”, se eleva a las delincuentes de “Pussy
Riot” a la condición de heroínas y se le otorga el título de “mártir” a un
sujeto (de dudoso equilibrio psiquiátrico) como es Piotr Pavlensky que
escenifica la auto-mutilación a modo de “acción protesta” contra el gobierno
ruso. Tampoco faltan apoyos exteriores a esta artificial “oposición rusa”: Madonna
y muchos otros personajes públicos (cantantes, deportistas, actores)
occidentales se han hecho notar como agentes que contribuyen a enturbiar la
percepción que se tiene en occidente de Rusia. Tampoco es de poca monta que se
agiten los fantasmas de la “guerra fría”, del peligro del comunismo y otras
pamplinas cuyo objeto es crear una “leyenda negra” de la Rusia actual, muy
similar -por cierto- a la que se orquestó y todavía se agita contra España.
Para comprender un poco lo que es hoy Rusia, valga la
síntesis que hace nuestro amigo el profesor Sergio Fernández Riquelme en su
libro “El nuevo imperio ruso. Historia y Civilización”. En palabras de
Fernández Riquelme, Rusia:
“Es un Estado fuerte con un líder claro y decidido, una
democracia controlada y un gran movimiento político-social de apoyo comunitario
y mediático, y cierto culto a la personalidad. Unidad y autoridad interna
garantizada, a inicios del siglo XXI, por una oposición limitada o cooptada,
por una doctrina conservadora-nacional ampliamente compartida por la
ciudadanía, y por una estabilidad económica derivada del uso intensivo de
recursos energéticos”.
Tras la implosión del régimen soviético, las potencias
rapaces de occidente creyeron que Rusia estaba madura para ser podrida y casi
lo consiguen. Pero sus halagüeñas expectativas de saqueo y corrupción moral se
estrellaron contra el recio patriotismo ruso, la capacidad de regeneración del
pueblo ruso y el factor humano que es la verdadera riqueza de una nación. Ante
la resistencia que ha mostrado Rusia a ser pasto de las aves carroñeras, las
potencias occidentales (controladas por las oligarquías capitalistas)
acometieron la campaña doble en la que a día de hoy están embarcadas: crear
discordias internas (Ucrania es uno de los capítulos más sangrientos y
luctuosos) financiando quintacolumnistas que, después de ser neutralizados por
las autoridades rusas, se convierten en iconos y motivos para suscitar la
represalia política y económica de los países títeres (entre los que figura
España), todos manipulados por esas mafias transnacionales que, a la vez que
realizan esta perversa obra, intoxican a la opinión pública mundial redibujando
los fantasmas de la guerra fría.
Estamos abreviando hechos muy complejos, bien lo sabemos,
pero se muestra necesario plantear todo esto para comprender la razón por la
cual nos lanzamos, con entusiasmo, a publicar la REVISTA ESLAVIA. En España (y
en todo el mundo hispanohablante) es menester una revista que presente a sus
lectores muchas de las cosas que se les puede escapar de lo que le cuentan de
Rusia. Atender a los múltiples aspectos que presenta el fenómeno emergente de
esta potencia es necesario para formarse una idea de lo que es Rusia, una idea
más exacta, libre de la manipulación y la intoxicación que perpetran los grupos
interesados en despertar la desconfianza y la aversión mundiales contra los
rusos. Una potencia que resurge y se afianza suscita grandes aversiones, pero
también grandes amores. Sin embargo, no es ésta la única razón que nos impele a
enfocar el fenómeno ruso.
Resulta admirable que la nación rusa, después de sufrir el
infierno del comunismo durante casi cien años, haya resistido. El secreto de su
perennidad podría considerarse un misterio, un milagro, un designio. Y no falta
aquí una literatura oracular que compone una suerte de “libros sibilinos”.
Nietzsche, viendo decaer Europa por la licuefacción de sus
instituciones (el matrimonio, el Estado, la Iglesia) tenía grandes esperanzas
depositadas en Rusia y el presente las está refrendando: “Rusia, la única
potencia que tiene hoy esperanzas de alguna duración, que puede esperar, que
puede prometer algo” (escribió en el “Crepúsculo de los ídolos”); cuando en
todo el mundo las instituciones más sagradas (como el matrimonio) están
pulverizándose, ahí está Rusia defendiendo a la familia sin titubeos.
Nuestro Juan Valera, a mitad del siglo XIX, pudo escribir
desde Rusia: “Yo creo que si hay alguna filosofía de la historia, y no es la
historia una cosa irracional y de mero acaso, esta gente [los rusos] está
llamada a remover el Asia hasta en sus cimientos. Ellos fueron durante siglos
el antemural de la Europa por esta parte, y a ellos toca llevar ahora la
bandera triunfante de la civilización europea a esas regiones. Según estas
filosofías (y acaso esta nueva consecuencia probará que estas filosofías son
falsas), a nosotros los españoles y los portugueses nos toca (y ¡cuán lejos
estamos de ello!) hacer en África la misma operación” (“Cartas desde Rusia”);
se nota en Valera cierto escepticismo para lo que concierne a las dos naciones
ibéricas, en aquel entonces ya en declive, pero no deja de ser significativo
que se hiciera sus cábalas.
El ruso Konstantin Leontiev predijo en el siglo XIX el
triunfo del Anticristo en Rusia bajo la forma de un poder totalitario con sello
socialista y así fue. Nikolai Berdiáyev era consciente de que el secreto de la
perennidad rusa era el “mesianismo” que si antaño cristalizó en “Tercera Roma”
pudo invertirse de la mano de los soviéticos con la “Tercera Internacional”
leninista. Walter Schubart (“Europa y el alma de oriente”) también subrayó el
mesianismo ruso como motor de la fuerza nacional. Y el francés Raymond Abellio
pudo escribir: “Sólo Rusia es profunda porque sólo en Rusia puede nacer y vivir
sordamente, en su infierno comunista, la última, la suprema exigencia metafísica”
(“Los ojos de Ezequiel están abiertos”). A esta literatura oracular, más o
menos profana, podríamos añadir el papel que Rusia desempeña en las
revelaciones de la Virgen María en Fátima, pero eso sería empezar y no acabar.
En la REVISTA ESLAVIA nos congregamos españoles e
hispanoamericanos, con la puerta abierta a cualquier hombre de buena fe, y lo
hacemos por algo más que por un aséptico interés científico que nos permita
comprender la realidad rusa. Lo hacemos también con el legítimo propósito de
aprender del fenómeno ruso para superar una de las más grandes crisis
espirituales que ha atravesado y atraviesa España.
Han bastado unas décadas para que España, la antigua
“reserva de occidente”, se haya desfigurado tanto como para no ser conocida “ni
por la madre que la parió” –parafraseando a un famoso socialista sevillano. La
labor destructiva de nuestros más sólidos fundamentos no ha tenido parangón en
nuestra historia: se hostiga a la familia, se vilipendia y acosa a la fe
religiosa tradicional, organismos supranacionales suspenden “de facto” la
soberanía nacional, se cuestiona la unidad nacional por exasperados
nacionalismos centrífugos, se aprovecha la articulación de nuestra propia e
insoslayable pluralidad regional para saquear el dinero público, se degrada la
educación convirtiendo en peleles manipulables a los futuros ciudadanos, se
deteriora la convivencia y, por ende, nuestra propia “vivienda” (esto es:
nuestro propio modo de vida), ha sido transformada tan gravemente que lo que
está en juego es nuestra propia supervivencia. No podemos extrañarnos si
encabezamos las listas en todo lo peor: drogas, abortos… Y somos los últimos de
la lista en lo principal: empleo, nivel de instrucción, nivel de
industrialización, etcétera. Nos enfrentamos a un problema de identidad de tales
dimensiones que hasta resulta comprensible que algunas partes de España pugnen
por su secesión, a falta de una razón de pertenencia y un proyecto en común.
Todo ello ha sido el resultado de una pautada introducción de vicios que han
maleado profundamente al pueblo español, el mismo que todavía parece quedarle
arrestos para contemplar la corrupción de sus clases dirigentes (políticas y
económicas).
¿Por qué estamos viviendo todo esto? La crisis del principio
de autoridad, el desprestigio de las instituciones, nuestra misma crisis de
identidad encuentran su razón de ser en la ignorancia de lo que somos (no en
vano, uno de los problemas más acuciantes es el rigor en la educación; rigor
científico y rigor en la exigencia que son ineficaces si no existe la autoridad
que las haga valer), pero si la ignorancia podría disculpar a las víctimas del
sistema educativo español, la infidelidad de nuestras clases dirigentes no
tiene excusa ninguna. Por las razones que fueren, nuestros gobernantes
presentes (y no nos hagamos muchas ilusiones en lo que concierne a los
venideros) han renunciado a tener y mantener una idea de España. Han preferido
cualquier cosa antes que entroncar con la tradición hispánica. Se han arrojado
(arrojándonos a nosotros) a las telarañas del Nuevo Orden Mundial (occidental):
ONU, OTAN, Unión Europea. No han contemplado otro sistema de alianzas que el
impuesto por los poderes que hostigan a Rusia. Quejarnos de lo que nos ocurre
solo puede entenderse por esta imperdonable ignorancia y esa no menor traición
a lo que somos: como Rusia, España también tiene que cumplir sus designios
mundiales y mientras esté servida en bandeja a poderes extraños, esos designios
permanecen suspendidos.
El fenómeno ruso ofrece como pocos el modelo de una
reanudación de la tradición propia frente a trampantojos que debilitan y
avasallan a las naciones que caen bajo su nefasta fascinación. La tradición,
lejos de ser una antigualla, es la fuerza de los pueblos cuando se reanuda bajo
formas actualizadas, su auténtica libertad y el camino de su prosperidad y
grandeza. Por eso miramos a Rusia, no para copiarla servilmente, sino para
encontrar en ella el modelo de una futura sociedad para España que, siendo muy
de hoy, no sea traición a lo mejor que fuimos ayer. Rusia lo ha hecho, después
de décadas de totalitarismo marxista. ¿Por qué no intentarlo nosotros, después
de décadas de extravío?
Enlace a la REVISTA ESLAVIA
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