NIETZSCHE Y LA MASONERÍA
Continuación de "El Arcano Nietzsche: Año 170 después de Nietzsche"
Manuel Fernández Espinosa
El ateísmo
de Nietzsche no fue un ateísmo cómodo. No obstante Nietzsche pasa por ser el
filósofo ateo por excelencia. En "La Gaya Ciencia" preconiza la
"muerte de Dios", pero la anuncia un loco, un demediado ante la
indiferencia de unos paseantes. En "Así habló Zaratrustra", tal vez
el libro capital de su prolífica obra, se nos presenta como "Zaratustra el
ateo". En esos escritos publicados bajo el título rimbombante de "El
Anticristo", el cristianismo -entendido como producto elaborado por San
Pablo más que por Jesús- será el objeto de sus hostiles execraciones y mofas.
Para el
Solitario de Sils Maria el cristianismo no era otra cosa que "platonismo
para plebeyos", así sentenció el filósofo alemán. Pero, aunque el
cristianismo sea la religión más denostada por el filósofo de Dionisos, el
antisemitismo, el socialismo o la masonería -movimientos y pseudorreligiones
que se agitaban en vida del filósofo- no escaparon a su juicio más severo e
implacable.
No
obstante, para los intereses anti-cristianos que tanto tienen que ver en el
diseño de la enseñanza occidental, la obra de Nietzsche, convenientemente sesgada cuando
no malentendida, sigue siendo un buen pretexto para inocular la increencia en
las mentes más jóvenes. Por sesgada y malentendida que su obra esté, hay que
admitir que también Nietzsche es una fragua que nos forja para superar el
Nihilismo. Su obra ha sido sesgada, por intereses igualitaristas. Su obra ha
sido malentendida por faltar una lectura audaz que no se conforme con la superficie,
con lo meramente manifestado por el filósofo. Es más fácil para el profesor de
Filosofía repetir lo que los manuales de texto dicen de Nietzsche que hacer la
experiencia de leerlo a fondo, de paladearlo.
Si algún
masón ha leído a Nietzsche y lo ha entendido, no dudamos que prudente y
discretamente ha pasado de largo sobre las pullas que el Maestro del Eterno
Retorno dedicó a la sociedad fraterna y filantrópica. Nosotros no queremos
pasar de largo ese episodio, puesto que, además de tratarse de una de las
dimensiones de su obra que ha pasado desapercibida, es una pieza clave para su
interpretación.
Será en una
de sus obras más importantes y más difíciles de comprender en la que podemos
encontrar todo un capítulo dedicado a fustigar a la francmasonería. Se trata
del capítulo titulado "Las tarántulas", en la II parte de "Así habló
Zaratustra".
El
propósito de este capítulo es desenmascarar a los masones. Nietzsche ha
entendido que su genuina doctrina anticristiana puede ser manipulada y
pervertida por esas "tarántulas" que nos presenta en dicho capítulo,
por eso, con previsión se apresta a corregir el rumbo. Dice el filósofo alemán:
"Amigos míos, no quiero que se me mezcle y confunda con otros"...
"Con estos predicadores de la igualdad no quiero ser yo mezclado ni
confundido".
¿Quiénes
son las "tarántulas"?
Si se tiene
en cuenta que el triángulo es uno de los símbolos de la masonería, entenderemos
atinadamente las oscuras palabras con que Nietzsche nos describe a la
"tarántula": "Negro se asienta sobre tu espalda tu triángulo y
emblema...". Si los sacerdotes cristianos son calificados como
"arañas cruceras", Nietzsche reserva para los masones el apelativo de
"arañas venenosas".
Pero
Nietzsche conoce, así nos lo dice él mismo, lo que se asienta en el alma de la
"tarántula": "venganza", porque las "tarántulas"
son, para el filósofo, no otra cosa que "predicadores de la
igualdad". Y si la "tarántula" es el masón, las "cavernas
de la tarántula" que menciona en dicho capítulo no pueden ser
interpretadas como otra cosa que las logias, los recónditos lugares de reunión
de los masones: "cavernas de mentiras", "escondrijos" de
esta especie de hombres poseídos por "la presunción" y "la
envidia", en palabras de Nietzsche. Pues, lo que late bajo la palabra
"igualdad" es "la demencia tiránica de la impotencia". Bajo
el lema "Justicia" (entendida ésta como "igualdad") las
tarántulas tienen un plan: "...que el mundo se llene de las tempestades de
nuestra venganza -así hablan ellas entre sí".
La táctica
de las tarántulas consiste en picar, punción que causa con su veneno
"vértigos a las almas". "Quieren así hacer daño a quienes ahora
tienen el poder, pues entre estos es donde mejor acogida sigue encontrando la
predicación acerca de la muerte". Las "...más secretas ansias
tiránicas se disfrazan, pues, con palabras de virtud", y aunque se llamen
a sí mismos "los buenos y los justos", solo les falta llegar al poder
para ser la peor especie de "fariseos".
Por si
ofreciera alguna duda, al término del capítulo, aludirá Nietzsche a los
constructores -la masonería operativa en la que los francmasones modernos tanto
como los masonólogos hallan el antecedente histórico de la sociedad secreta y
conspirativa: "Aquí, donde está la caverna de la tarántula, levántanse
hacia arriba las ruinas de un viejo templo -¡contempladlo con ojos
iluminados!". La predicación de la igualdad que reprocha Nietzsche a las
tarántulas contradice, según Zaratustra, la enseñanza que se desprende de la
obra constructora fabricada por los antiguos masones operativos: "¡En
verdad, quien en otro tiempo elevó aquí en piedra sus pensamientos como una
torre, ése sabía del misterio de toda vida tanto como el más sabio!". El
misterio al que alude no es otro que la desigualdad entre los hombres. Los
hombres no somos iguales.
La
igualdad, uno de los términos del trilema revolucionario de inspiración
masónica (Libertad, Igualdad, Fraternidad) es una injusticia para Nietzsche.
"Los hombres no son iguales", le dice la justicia al filósofo, según
confiesa éste. Los hombres no somos iguales, y hacer iguales a los
voluntariosos y pujantes con los que no lo son es una auténtica injusticia:
"Igual que aquí bóvedas y arcos divinamente se derrumban, en lucha a brazo
partido; igual que con luz y sombra ellos, los llenos de divinas aspiraciones
se oponen recíprocamente".
Hay que
entender, pues, que la masonería y sus ideales -su "credo"- por
anticristianos que sean, no son para Nietzsche otra cosa que excrecencias de la
"moral de esclavos", la que ha sido producida por el resentimiento y
el error metafísico del que son culpables originales Sócrates y Platón, incluso
Eurípides con su celo por racionalizar la tragedia griega.
SECTARISMO DE NIETZSCHE
No
obstante, algunos autores han apuntado el sectarismo de Nietzsche. Parece cierto
que en su juventud, al calor de la filosofía de Schopenhauer, Nietzsche aspiró
a estructurar una sociedad similar a la masonería, pero dotada de un contenido
muy distinto.
Así lo
revela en carta a su amigo Gersdorff, el 6 de abril de 1867: "No hace falta
decirte cómo me alegro contigo cuando descubres a alguien que comulga con
nuestras ideas, sobre todo si es además tan inteligente y digno de aprecio como
Krüger. Nuestra masonería aumenta y se extiende, aunque sin insignias,
misterios ni fórmulas de credo".
En otros
testimonios epistolares Nietzsche expresa su voluntad de formar una secta, para
ello evoca la escuela pitagórica: "Pitágoras fundó una orden para
escogidos, una especie de orden de templarios". Esta secta filosófica
tendría unos fines muy definidos: "Quiero fundar una nueva casta: una liga
o comunidad de seres superiores a la que los espíritus y las conciencias
acosadas puedan solicitar consejo; seres que no sólo sepan vivir, como yo
mismo, más allá de los credos políticos y religiosos, sino que hayan superado
también la moral".
Este anhelo
por constituir una comunidad iniciática no puede entenderse sin que nos hagamos
cargo de la tremenda soledad en que se vio inmerso el Solitario de Sils-Maria.
Siempre buscó este hombre atribulado la compañía que le fue negada.
Sus
rupturas con Wagner, con Paul Ree, con Lou Andreas Salomé le granjearon las
peores penalidades espirituales, dejando en su alma sensible indelebles
secuelas. Y en el caso de los amigos con los que no rompió sería la distancia
la que impidiera la comunión tan ansiada, así le ocurrió con el matrimonio
Overbeck y, en cierta medida, también con el músico Köselitz. La soledad le
hizo sufrir indeciblemente, y no parece que pudiera mitigarla hallando refugio
en la compañía esporádica y superficial que le pudieran brindar los inquilinos
de las pensiones en las que vivía o las excepcionales visitas a las que honraba
recibiendo por temporadas. Esa soledad que le acompañó durante toda su vida
encontró un alivio, por imaginario que fuera, en la idea de crear esa comunidad
selecta.
Pero una
cosa es querer fundar una hermandad de hombres superiores y otra muy distinta
adherirse a una sociedad discreta que promueve la "igualdad".
¿Nietzsche
... masón?
Su
concepción de la vida se lo impedía.
Procedo in continenti a releer a Zaratustra con permiso de Dostoyevski, en el que estoy inmerso
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