Nikolái Berdiáyev (1874-1948) |
UN FRAGMENTO "DE MOSCOVIA LAS MURALLAS.
MEDITACIÓN ESPAÑOLA ACERCA DE RUSIA";
PRÓLOGO DE
MANUEL FERNÁNDEZ ESPINOSA,
AL LIBRO
"EL NUEVO IMPERIO RUSO. HISTORIA Y CIVILIZACIÓN"
DE
SERGIO FERNÁNDEZ RIQUELME
"Reinando Alejo I de Rusia
(1629-1676) el patriarca Nikon plantea el año 1654 una reforma litúrgica con la
pretensión de aproximar la iglesia ortodoxa rusa a la iglesia ortodoxa griega.
El amparo estatal a la reforma de Nikon impone ésta, pero no sin una
resistencia que emerge de los fondos del pueblo ruso: el cisma de los
“raskólniki” (los “cismáticos”, por otro nombre llamados “viejos creyentes”)
que acaudilla Avvakum. Con anterioridad, en el año 1511 el monje ruso Filoteo
había escrito al Zar Basilio III que, tras la caída de Bizancio (segunda Roma)
y la anterior caída de la primera Roma (propiamente dicha), Rusia era la
Tercera Roma. Esa creencia está profundamente arraigada en los ortodoxos rusos
y se ha mostrado operante en muchas ocasiones cruciales de la historia de
Rusia. Los “raskólniki” creían en la Tercera Roma y no querían trato con los
ortodoxos griegos, por este motivo se mostraron insumisos a la reforma de Nikon
y, por más que ésta viniera impuesta por la misma autoridad del monarca, se
enfrentaron a la línea oficial por extranjerizante. El resultado fue el que era
de esperar: persecución, masacres, destierros y marginación de los
“raskólniki”. Como bien escribiera Nicolás Berdiaev, al hilo de este episodio
histórico de Rusia: “A semejanza de la ciudad de Kitezh, el reino ortodoxo se
vuelve invisible. Los disidentes huyen de las persecuciones y se esconden en la
selva; los más fanáticos y exaltados se echan a las llamas”.
La evocación que hace Berdiaev de
la “ciudad de Kitezh” merece una aclaración, puesto que se trata de una de las
constantes más dignas de notar en el imaginario colectivo ruso. Según una
antigua leyenda, la ciudad de Kitezh se sumergió bajo las aguas lacustres para
no caer en las crueles manos de los invasores tártaros. Los “raskólniki” vieron
en esta leyenda un símbolo del estado de latencia al que los condenaron las persecuciones
del poder oficial. Evocar la “ciudad de Kitezh” era como decir que la Santa
Rusia se ocultaba para no ser corrompida por el poder hostil que con sus
reformas pretendía desfigurarla. El tema de la ciudad de Kitezh se convertiría
en un perenne motivo para abrigar las esperanzas de una renacencia de Rusia
incluso en las peores circunstancias. Siempre que Rusia se veía amenazada en su
ser más profundo se ocultaba, como la ciudad de Kitezh, para preservarse de
quienes pugnaban por corromperla: los eslavófilos (otra de las constantes rusas),
los poetas simbolistas rusos, la resistencia silenciosa de millones de almas
rusas oprimidas por el terrible marxismo… todos hallarían en la legendaria
ciudad de Kitezh la imagen de su resistencia frente a las circunstancias más
adversas y desfavorables. El gran compositor Nicolás Rimski-Korsakov
inmortalizaría este mito ruso en su ópera “La
leyenda de la ciudad invisible de Kitezh y la doncella Fevróniya”,
estrenada el año 1907.
Rusia se ha caracterizado siempre
por conservar celosamente su carácter. Si en el siglo XVII los “raskólniki” se
alzaron frente a una reforma litúrgica que entendieron como una intromisión
griega, con el siglo XVIII y la entrada en escena de los ilustrados, la
resistencia rusa a occidente volvería a reeditarse; en el siglo XIX serían los
eslavófilos frente a los liberales de cuño occidental y europeísta. Pero,
prescindiendo de las particulares circunstancias de cada episodio de esta larga
y constante resistencia a ser occidentalizados, ¿qué es lo que opera para que
Rusia se resista una y otra vez a “occidentalizarse”?".
Manuel Fernández Espinosa
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