TERCIAMOS EN UNA DISPUTA HISTÓRICA
Manuel Fernández Espinosa
Don Francisco Pérez Abellán es uno de nuestros más reputados periodistas criminólogos. A él debemos una formidable obra de investigación: "Matar a Prim" (2014). Conste nuestra simpatía personal por el Señor Pérez Abellán. El otro día pudimos verlo intervenir brevemente en 13TV exponiendo una serie de desafueros que se habían cometido, con motivo del Primer Centenario del General Prim. Juan Prim (1814-1870) nació en Reus (Tarragona) y fue un heroico militar, es cierto, como no menos cierto es que fue un intrigante político, conspirador laborante. El hecho de ser catalán y ser, a su vez, una de las figuras más notables de la política española del siglo XIX es algo que a los nacionalistas catalanes no parece gustarle; lo cual es lógico. Es así como podemos entender la excasa difusión que le han concedido a la conmemoración de su primer Centenario. Pérez Abellán ha estudiado a fondo la muerte de Prim, como ha demostrado en su libro "Matar a Prim" y no oculta sus simpatías por el personaje histórico. Para Pérez Abellán resulta intolerable que, por ejemplo, algunos historiadores universitarios, como Emilio de Diego o Borja de Riquer Permanyer, hayan, según el criterio de Pérez Abellán, mancillado el nombre del General Prim. No nos extrañaría ver la mano de la manipulación histórica allí donde existen intereses políticos tan manifiestos como en el nacionalismo separatista. Pérez Abellán ha llegado a decir: "Borja Riquer Permanyer, que confunde al de Reus [se entiende que el General Prim] con Baldomero Espartero y afirma sin ciencia que Prim bombardeó Barcelona en 1843, cuando precisamente estaba persiguiendo a Ametller de Girona" (este pasaje entrecomillado puede leerse aquí).
Pues, bien, aunque tenemos un sincero respeto y verdadera simpatía por Pérez Abellán es la hora de terciar en este asunto y aclarar un poco las cosas. Y aunque le llevemos la contraria a Pérez Abellán, vamos a intervenir en este asunto para tratar de arrojar luz; y lo vamos a hacer aunque tengamos que darle la razón a Borja de Riquer (del que no tenemos razones para tenerle hasta la presente simpatía alguna, ni lo contrario). Si Borja de Riquer ha dicho que Prim bombardeó Barcelona, no le falta razón; aunque será bueno que expliquemos con mayor precisión lo que ocurrió. Pérez Abellán también lleva razón: Baldomero Espartero, en efecto, sí que bombardeó Barcelona. Pero, entonces...
Es que se trata de dos sucesos distintos: El bombardeo de Barcelona, propiamente dicho, fue el que ordenó Baldomero Espartero. La razón fue una sublevación barcelonesa motivada por la política librecambista de Espartero, que beneficiaba a los intereses comerciales de Inglaterra mientras perjudicaba severamente los intereses textiles de la Ciudad Condal. La sublevación del vecindario forzó al ejército a refugiarse en el castillo de Montjuïc y desde allí, por orden de Espartero, el Capitán General Van Halen ejecuta la orden, emprendiendo el bombardeo cuando era el día 3 de diciembre de 1842, a las 11:15. Se emplean unos 1014 proyectiles y se estima que el resultado final fueron 462 edificios destruidos o dañados y unas 20 o 30 víctimas mortales. A las 24:30 del 4 de diciembre, después de la negociación realizada entre dos comisiones de ciudadanos, enviadas a tal efecto por la Junta Revolucionaria, y la autoridad militar gubernamental, los sublevados se rinden incondicionalmente y cesa el bombardeo.
Mosén Jaume Balmes, el gran filósofo catalán, dejó constancia de la consternación y la rabia que el bombardeo de Barcelona produjo en todos los españoles. No fue España, señores nacionalistas, la que bombardeó Barcelona: fue Baldomero Espartero, el gran amigo de Gran Bretaña. Así escribió Balmes sobre el regreso de Espartero a la villa y corte de Madrid, tras saberse en toda España que el Regente había bombardeado la Ciudad Condal: "A su vuelta en Madrid encontró [Espartero] una acogida fría y desdeñosa, a pesar de los amigos que por diferentes causas se había granjeado en la Corte: tanta era la fuerza de los acontecimientos, que no fué posible no diremos excitar el entusiasmo, mas ni siquiera la apariencia de la más ligera simpatía. Habiendo entrado por la puerta de Atocha, no obstante la concurrencia atraída por la curiosidad y la hermosura del día, no pudo el bombardeador de Barcelona recabar algunos vivas de la multitud [..] La multitud se mantuvo silenciosa y sombría, y fuerza le fué al Regente cesar en sus saludos y trocar su semblante risueño en aspecto grave y disgustado [...] Tan fría acogida, tan chocante diferencia entre la entrada de 1840 [Balmes se refiere a la entrada de Espartero en Madrid, tras sellar con Maroto la Traición de Vergara: los madrileños vitorearon a Espartero, agradeciéndole el término de la Primera Guerra Carlista, al menos en Vascongadas] y la de 1843 revelaban con bastante claridad que el Regente estaba desconceptuado aun entre los mismos progresistas, los que no querían ya lisonjear a un hombre que tenía contra sí el anatema de la nación" (Jaime Balmes, "Espartero" en "Biografías", tomo XII de las Obras Completas, Biblioteca Balmes, Durán y Bas, 11. Barcelona, año MCMXXV).
Mosén Jaume Balmes, el gran filósofo catalán, dejó constancia de la consternación y la rabia que el bombardeo de Barcelona produjo en todos los españoles. No fue España, señores nacionalistas, la que bombardeó Barcelona: fue Baldomero Espartero, el gran amigo de Gran Bretaña. Así escribió Balmes sobre el regreso de Espartero a la villa y corte de Madrid, tras saberse en toda España que el Regente había bombardeado la Ciudad Condal: "A su vuelta en Madrid encontró [Espartero] una acogida fría y desdeñosa, a pesar de los amigos que por diferentes causas se había granjeado en la Corte: tanta era la fuerza de los acontecimientos, que no fué posible no diremos excitar el entusiasmo, mas ni siquiera la apariencia de la más ligera simpatía. Habiendo entrado por la puerta de Atocha, no obstante la concurrencia atraída por la curiosidad y la hermosura del día, no pudo el bombardeador de Barcelona recabar algunos vivas de la multitud [..] La multitud se mantuvo silenciosa y sombría, y fuerza le fué al Regente cesar en sus saludos y trocar su semblante risueño en aspecto grave y disgustado [...] Tan fría acogida, tan chocante diferencia entre la entrada de 1840 [Balmes se refiere a la entrada de Espartero en Madrid, tras sellar con Maroto la Traición de Vergara: los madrileños vitorearon a Espartero, agradeciéndole el término de la Primera Guerra Carlista, al menos en Vascongadas] y la de 1843 revelaban con bastante claridad que el Regente estaba desconceptuado aun entre los mismos progresistas, los que no querían ya lisonjear a un hombre que tenía contra sí el anatema de la nación" (Jaime Balmes, "Espartero" en "Biografías", tomo XII de las Obras Completas, Biblioteca Balmes, Durán y Bas, 11. Barcelona, año MCMXXV).
En efecto, la cita de Balmes nos pone en el zaguán de lo que será la caída de la dictadura, encubierta de Regencia, de Baldomero Espartero. El bombardeo de Barcelona indignó incluso a los correligionarios progresistas de Espartero y a éste no le quedó más apoyo que los de la facción llamada de los Ayacuchos (sus conmilitones más leales que le profesaban devoción ibérica): en el parlamento, incluso los progresistas le recriminaron su actitud tiránica y Juan Prim, militar progresista y catalán, pero antiesparterista, se unió a la conspiración que se urdía entre los militares. La llamada Orden Militar Española promovió en 1843 algunos alzamientos en Andalucía que culminaron el día 17 de Julio en Sevilla. En Julio de 1843, Prim y Milans del Bosch se pronunciaron en Reus contra Espartero; Narváez, del partido moderado (la derecha del sistema liberal), Concha, Pezuela y Fulgorio se levantaron en Valencia y Serrano lo hizo en Barcelona. Los militares progresistas anti-esparteristas, al frente de una coalición de progresistas anti-esparteristas y el radicalismo barcelonés habían pactado con los moderados que acaudillaba Narváez. Espartero se vio obligado a abandonar España, embarcando en el "Malabar" rumbo a Inglaterra, donde recibiría un excelente recibimiento en pago a sus desvelos por favorecer la economía inglesa en perjuicio de la catalano-española.
Y ahora viene cuando Prim bombardea "en" Barcelona. Espartero ha salido de España, pero la coalición que le jaqueó y lo había empujado a exiliarse de España no duraría: estaba formada por elementos muy heterogéneos. Así nos lo cuenta Gabriel Carmona: "Los progresistas en el gobierno resultaron desgastados por el ala izquierda de su propio partido. Los radicales pretendieron sustituirlos por una Junta General, se alzaron en armas, secundados por la guarnición de Barcelona y resistieron más de dos meses en la capital catalana y en Figueras casi cuatro, atacados por el Ejército gubernamental, al mando de generales de derechas acompañados por el mismo Prim que reprimió ferozmente a los obreros sublevados en Barcelona" (Gabriel Carmona, "El problema militar en España", Historia 16, Madrid, 1990).
En efecto, en Barcelona había rebrotado la revuelta de la Jamancia (vocablo que procede del caló gitano y significa en castellano "comer"), esta revuelta estaba protagonizada por soldados que estaban en el batallón para asegurarse las lentejas y que, como difuso motivo político, esgrimían su malestar por la centralización excesiva que imponía el sistema liberal desde Madrid. El 22 de septiembre de 1843, Juan Prim bombardea en Barcelona a los jamancios (con los que estaban algunos de los antiguos camaradas que formaron en las filas de Prim contra Espartero) y lo hace, según el historiador Joan Pallarès, desde el muro donde estaba la masía de Cal Borni, más o menos en la actual calle del Pare Manyanet. Incluso todavía a día de hoy existe, como reliquia de aquel bombardeo, un proyectil incrustado en la fachada de una casa: la de la Cansaladería Puig (antiguamente Can Arestá).
Valorando estos acontecimientos históricos con la perspectiva actual podemos terminar concluyendo que el liberalismo español decimonónico (en sus variopintas formas) ha sido una de las peores lacras de nuestra historia. Estos señores: Espartero, Narváez, el mismo Prim... Por mucho que pueda decirse de su presunto talento militar y político, incluso de su heroísmo militar, vivieron en una confusión ideológica por la cual todo estaba permitido: también bombardear la ciudad de Barcelona. Comparando los dos bombardeos (el de Espartero y el de Prim) salta a la vista que el de Espartero es a todas luces repugnante, en cuanto que se hace para sofocar una revuelta causada por la política anti-española y pro-británica del Regente Espartero; éste bombardeo se realiza sin escrúpulos sobre el caserío y la vecindad barcelonesas. En el caso del que se le atribuye a Prim, el bombardeo es consecuencia de las tensiones entre facciones liberales, y se bombardea de un modo más selectivo a los rebeldes opuestos al gobierno, pero no a la población civil que nada tenía que ver con las hostilidades litigantes entre gobierno y rebeldes.
Que los historiadores nacionalistas utilicen estos hechos históricos para presentarse como víctimas nos parece una manipulación inadmisible, pero tampoco vale (para defender a figuras catalanas de acendrado patriotismo español) que ocultemos la verdad histórica. Si los españoles aparcáramos a un lado nuestras trifulcas domésticas y serenamente condujéramos nuestra mirada a nuestra historia del siglo XIX, tendríamos que terminar concluyendo que el liberalismo decimonónico es la raíz de todos nuestros males: la raíz de los problemas de articulación territorial, el gran enemigo centralista que falta el respeto debido a las particularidades de los pueblos de España, el cómplice de potencias extranjeras (como Inglaterra) a las que sirve como cipayo, el generador del capitalismo y la pobreza... etcétera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario