Por Manuel Fernández Espinosa
Las campañas mediáticas contra la Iglesia Católica (también contra nuestros hermanos ortodoxos) no cesan. En todas las historias que se publican o publiquen siempre hay un tufo de malicia que se aprovecha de la tontería humana que, cada día, parece ganar más adeptos. Nadie puede suponer (y haría mal en suponerlo) que la Iglesia Católica esté compuesta por seres angélicos que no pueden equivocarse o que no pueden pecar; la tentación es grande en todo tiempo y lugar, y los que caen en ella y no se arrepienten, terminan siendo infieles e ingratos a Dios y, no correspondiéndole a la gracia, incluso podemos decir que un cristiano viciado es peor que cualquiera que no sea cristiano, pues no en balde, de siempre se ha dicho, que: Corruptio optimi pessima (La corrupción de los mejores es la peor de todas).
En 2012, la historiadora local Catherin Corless publicó un artículo en que llamaba la atención sobre supuestas irregularidades cometidas en una casa de acogida para madres solteras. La casa de acogida, llamada "El Hogar", se ubicaba en Tuam, un enclave del condado de Galway (oeste de Irlanda). Desde 1926 a 1961 este lugar albergó a madres solteras con sus hijos y el centro era regentado por la Congregación de Hermanas de Bon Secours (congregación fundada por Josephine Potel en la Francia de la primera mitad del siglo XIX). A instancias de Ciarán Cannon, líder del partido irlandés Progressive Democrats (partido que pertenece a la Alianza de Liberales y Demócratas Europeos, de la que también forma parte Convergència Democràtica de Catalunya), así como por presiones exteriores, como la ejercida por Amnistía Internacional, se ha destapado otra caja de los truenos que tiene, como no podía ser menos, a la Iglesia Católica como objetivo a derribar. Es por ello como, sirviéndose de toda esta triste historia, se aprovecha para pintar con los colores más siniestros el centro de asistencia regido por las monjas hasta su clausura en el año 1961.
Los restos humanos se descubrieron en 1975 en un tanque séptico (siempre según la prensa tendenciosa), el vecindario dio por sentado que las víctimas lo eran del Hambre que estragó Irlanda del año 1740 al 1741. Ahora lo que se está tratando de averiguar es si los restos humanos corresponden, como sostenía el artículo de Catherin Corless en 2012, a los niños de aquellas madres acogidas en el Hogar y que (siempre las fuentes "oficiosas") remachan que fueron arrojados a un tanque séptico sin mayor consideración ni entierro digno, después de una supuesta desatención y malnutrición. El "Irish Times" ha publicado la carta de un lector que trata de poner las cosas en su punto; pero, en cambio, este testimonio no ha tenido apenas repercusión comparado con la tremenda campaña que está aprovechándose de esta truculenta historia para culpabilizar nuevamente a instituciones católicas. En esa carta publicada por el "Irish Times" dice su autor que el lugar donde fueron hallados los cadáveres no se trataba exactamente de un "tanque séptico", sino de un tipo de fosa muy empleada dentro de los recintos hospitalarios de toda Europa durante los siglos XIX y XX, lugar excavado para acoger los cadáveres de recién nacidos muertos poco después del parto y otros menores de las inclusas. Sin embargo, la versión dominante es la más negativa para la Iglesia.
Y uno no sale de su estupor: ¿es posible que a gente que le importa un bledo la suerte de millones de fetos humanos abortados, ahora se ponga a lloriquerar por una fosa común de niños que nacieron y que, por desgracia, murieron? Sí, estamos en el mundo de "fabricamos su compasión a medida", en un mundo increíblemente cínico que persigue a las monjitas y ampara la impunidad de cuantos se lucran con el abortismo.
Nunca he estado en Irlanda, ni sé la clase de historiadora que será la tal Corless. Lo que sí he oído, sin moverme de España, es decir a muchos malpensados y mejor maldicientes que cuando se acometían obras en los conventos femeninos, era maravilla que en todos se terminara exhumando cadáveres de recién nacidos y menores. Dicho esto -que bien podría ser verdad- el que contaba la historia (casi siempre la misma historia) pasaba a interpretar la razón por la que en un convento de monjas había esqueletos infantiles. Entonces, entre impúdicas sonrisas y guiños, el propagandista venía a decir que esos cadáveres eran los mismos frutos de las sacrílegas relaciones sexuales de las monjas (con sus amantes: aquí el difusor de basura podía incluso suponer que el amante era el cura). Se trata de una vieja táctica de la propaganda anticlerical, perfectamente pautada en las logias masónicas del siglo XIX. Con estos bulos se arrojaba una calumnia sobre la vírgenes consagradas, así como se jugaba diabólicamente con la sospecha de que nadie puede mantenerse ni virgen ni célibe (algo muy propio de un lascivo es pensar que no hay nadie que no sea tan cerdo como él). Este cuento anticlerical lo llevamos escuchando desde hace cientos de años (el Marqués de Sade, correligionario de todos estos propaladores de basura anticlerical, era muy proclive a imaginar fantasías sacrílegas en su satanismo delirante: ver también nota abajo).
Lo cierto es que, en efecto, en los conventos antiguos (no sólo de las monjas, sino también de los frailes) podría encontrarse sepulturas en las que puede haber restos óseos de niños. La razón de ello no se debe a la leyenda negra de relaciones pecaminosas de los religiosos, sino que los conventos eran lugares en los que se solía dejar abandonadas (en el torno de las monjas) a las criaturas recién nacidas que, por muchas y diversas razones, no podían ser criadas por sus progenitores. Si a esa costumbre le añadimos la alta mortalidad infantil de los siglos XX, XIX, XVIII, XVII... etcétera (de la que hay sobrada constancia en los libros de sepelios de cualquier archivo parroquial); si tenemos en cuenta que los cementerios extra-muros, en España, son cosa de principios del siglo XIX (aunque las pragmáticas fuesen de Carlos III, la costumbre no se generalizó, observándose puntualmente, hasta Fernando VII)... Si tenemos en cuenta factores como estos, la historia cambia mucho. Pero entonces estaríamos hablando de historia y no de perversos rumores que se aventan con el maligno propósito de difamar, condenar y desprestigiar a las instituciones eclesiásticas.
NOTA: Otro de los agitadores profesionales anticlericales del siglo XVIII, me refiero al panfletista Denis Diderot, escribiría en 1760 una novela titulada "La Religieuse". En esta novela panfletaria Diderot no llegaba a los extremos sacrílegos de Sade, sino que se conformaba con darle la vuelta a la realidad. A saber: la trama de la novela es la forzada entrada a un convento de una joven que, por presiones familiares, se ve en el claustro conventual, sufriendo dentro del mismo un sinfín de abusos, maltratos, etcétera. Sin embargo, uno de los mejores conocedores de la Francia del siglo XVIII, me refiero a Jean de Viguerie, ha demostrado que, frente a la versión popularizada por los deístas, jansenistas y ateos dieciochescos, como Diderot, lo que el estudio atento de los archivos arroja al investigador es que: "Cerca de la mitad de las religiosas que entraron en la Visitación durante el siglo XVIII tuvieron que vencer la resistencia de sus padres [...] Las gentes no comprenden que alguien se quiera recluir durante toda la vida en un claustro, apartándose del mundo" ("La religión y la Iglesia en Francia durante los últimos años del Antiguo Régimen (1780-1789)", publicado en "Cristianismo y Revolución", de Jean de Viguerie, Ediciones Rialp S. A., Madrid, 1991).
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