PALABRAS PRELIMINARES
Hace unos meses pedí un favor a un buen amigo mío: que escribiera para RAIGAMBRE un artículo sobre el estado de nuestro Ejército. Mi amigo y yo compartimos muchas cosas, pero una de las cosas compartidas que más fuertemente nos unen es el amor a España y a nuestro Ejército. La Península Ibérica, por determinación geográfica, es una zona de extremada peligrosidad; así lo podemos ver estudiando nuestra historia sembrada de guerras. No puede dejarse de advertir que la paz, la integridad y seguridad de nuestra nación solo pueden ser garantizadas por un Ejército fuerte, bien armado y cualificado, dirigido por los mejores. Pero cuando el aparato político no hace nada para que esto sea así... Entonces el riesgo crece: la paz, la integridad, la seguridad y la soberanía de esta zona candente se ponen en compromiso.
Se lo pedí a mi amigo, le solicité que escribiera un artículo sobre esta cuestión tan delicada. ¿Por qué no lo hice yo? Tenía mis reservas sobre mis aptitudes para abordar asunto tan serio: mi conocimiento sobre el Ejército es muy superficial y más teórico que práctico. El artículo tenía que ser escrito por alguien con experiencia, un militar, pues un civil (como yo) podría incurrir en imprecisiones, idealizar demasiado y, a la postre, terminar haciendo un panegírico sobre nuestro Ejército o desparramar sobre la vidriosa superficie del intelectualismo. Cortés y caballerosamente mi amigo aceptó la invitación y no tardó mucho en redactar el presente artículo que hoy doy a la edición de RAIGAMBRE. Me pidió que el artículo lo firmara yo, pero no sería honesto por mi parte atribuirme el mérito de este breve ensayo. Lo publico y digamos que lo firma Honorio González (pues por razones obvias, comprenderán ustedes que no pueda revelar la identidad de mi amigo). Le doy las gracias desde aquí y creo que cuantos lo lean, también se las podrán dar, pues es una de las contribuciones más excelentes y claras que se han podido hacer a esta cuestión: ¿Qué ha sido del Ejército Español?
Manuel Fernández Espinosa
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“Hay quien se consuela de las derrotas que
hoy nos infligen los moros, recordando que el Cid existió, en vez de preferir
almacenar en el pasado los desastres y procurar victorias para el presente.
En tal sesgo, muy distinto del que suele emplearse, debe
un pueblo sentir su honor vinculado a su Ejército, no por ser el instrumento
con que puede castigar las ofensas que otra nación le infiera: éste es un honor
externo, vano, hacia afuera. Lo importante es que el pueblo advierta que el
grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de
la moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante sí misma
deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero, es
que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta.”
José Ortega y Gasset
“La España invertebrada”
BREVE EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
Este
artículo está escrito desde la admiración, el respeto, el agradecimiento y el
cariño hacia los Ejércitos de España, “herederos
y depositarios de una gloriosa tradición militar” como rezan sus
ordenanzas.
Está
escrito también, y precisamente por todo lo anterior, desde la pena, la
preocupación y en definitiva el temor ante su posible desaparición, víctima
como toda España de malos gobernantes.
Las
críticas y el aire de desesperanza se dirigen únicamente contra esos malos
gobernantes que han provocado conscientemente la situación actual.
Sin
embargo, desde este momento debe añadirse que cabe la posibilidad, no muy remota,
de que incluso con todo en contra, los militares españoles sean capaces de
salvaguardar su espíritu, y conservarlo en beneficio de la Patria hasta el
momento oportuno.
INTRODUCCIÓN
El
proceso de destrucción de la sociedad española tradicional, o lo que de ella
permanece, perfectamente programado y que lleva en fase de ejecución desde el
último cambio de régimen político en 1978, puede analizarse desde múltiples
aspectos, ofreciendo el estudio de cualquiera de los factores una visión fácil
de extrapolar al resto.
Podemos
empezar este breve análisis, en el que únicamente trataremos los factores más
relevantes, mencionando las causas que convierten al Ejército en víctima
especialísima de las ansias destructivas de la clase dirigente del régimen
fundado con la vigente constitución.
Es
perfectamente conocido el relevante papel que la institución armada jugó en la
historia de España durante todo el siglo XIX, fundamentalmente debido a las
dificultades del estado liberal para gobernar con eficacia la nación mientras
procedía a la destrucción de sus estructuras tradicionales, que eran
precisamente las que le proporcionaban estabilidad.
El
caso del régimen surgido del Alzamiento Nacional de 1936 es muy diferente, pero
también en él, aunque de otro modo, los Ejércitos tuvieron un alto peso
específico en la gobernabilidad nacional, funcionando de hecho como institución
vertebradora, gracias entre otras cosas a su despliegue territorial, en casi
todas las provincias, y al servicio militar obligatorio. Gran parte de la labor
de alfabetización del pueblo español fue desarrollada por el Ejército.
Ni
que decir tiene que en la actualidad las unidades militares se concentran en
grandes bases, la mayoría de la población no tiene cerca ningún cuartel del
Ejército, y el servicio militar obligatorio ha sido abolido.
Iniciado
el proceso conocido como “reforma política” o más ampliamente “transición”, la
institución militar permaneció en un primer momento vigilante ante los
múltiples riesgos que amenazaban la paz social y la unidad misma de la Patria,
así como los grandes logros obtenidos tras décadas de trabajos y sacrificios
del pueblo español, mientras sufría el azote brutal del terrorismo sin sentir
el apoyo de los nuevos gobernantes e incluso sospechando sus connivencias con
los asesinos.
Tras
los acontecimientos del 23 de febrero de 1981 creció exponencialmente el recelo
político hacia la institución, que se percibía como posible amenaza para los
“experimentos” político-sociales planeados, y se inició con fuerza el proceso
de destrucción que alcanza en nuestros días su máxima virulencia.
MILICIA Y POLÍTICA
¿Por
qué el militar español tradicional es considerado una amenaza por el poder
político? Es muy fácil de entender. Las élites militares se componen de
personas con un nivel de preparación intelectual altísimo, tanto científico
como humanístico, una entrega a la profesión y una capacidad de sacrificio
incomparables, y que tienen como característica diferenciadora frente otros
grupos similares su falta de interés por el dinero, ya que de otro modo
emplearían sus capacidades en profesiones mejor pagadas, es decir en cualquier
otra profesión.
La
ambición del militar tradicional no consiste ni tan siquiera en el
reconocimiento de su labor, si no que aspira como máxima recompensa a la íntima
satisfacción del deber cumplido. Por eso los destinos más duros son siempre los
más solicitados.
Los
militares tradicionales acostumbran a entender su deber de defensa de la Patria
en el sentido más amplio posible, desde el literal de mantenimiento de sus
límites territoriales hasta el más profundo de protección y salvaguarda de la
unidad de todos los españoles, de sus costumbres y tradiciones, valores o
estilo de vida.
Basta
echar un vistazo a la prensa actual, con su descripción de la corrupción
generalizada de todos los grupos de poder, para comprender que un grupo humano
como el descrito, intrínsecamente inmune a la corrupción y el soborno, una
élite moral e intelectual, con los medios militares bajo su control, no puede
ser mirado desde la política más que con el máximo temor y recelo.
FORMACIÓN MILITAR
Pero
¿de dónde salen o salían estos individuos tan especiales? Nos centraremos en el
caso más representativo, la escala superior de oficiales del Ejército de
Tierra.
Decía
en 1814 el Comandante General del Cuerpo de Artillería D. Martín
García-Loygorri, que “cuando una
educación noble e ilustrada despeja el entendimiento y fortalece el corazón,
aunque no alcance a transformar en héroes a todos los jóvenes que la reciben,
tiene una gran probabilidad de predisponer a muchos y de conseguir algunos”.
Y
efectivamente la primera clave estaba en el sistema de educación militar que,
como no puede ser de otro modo, comenzaba por el proceso de selección.
Hasta
las últimas reformas, para ingresar en la Academia General Militar como cadete,
era preciso haber obtenido el título de bachiller, haber superado las pruebas
generales de acceso a la universidad y además superar la oposición de ingreso,
consistente en una primera serie de pruebas escritas sobre conocimientos
teóricos de matemáticas, física y química, geografía e historia, idioma
extranjero, etc. A ello se añadían los test psicotécnicos, las pruebas físicas,
el exhaustivo reconocimiento médico, la prueba práctica de resolución de
problemas de matemáticas y física y, hasta 1986, una fase eliminatoria de
instrucción militar básica en un campamento, que posteriormente dejó de ser
eliminatoria y se integró en el programa del primer curso.
Los
aspirantes, por término medio, invertían uno o dos años en preparase para
superar esta oposición. Se trataba de un sistema similar al que la República
Francesa emplea para la selección y preparación de sus élites dirigentes
mediante las conocidas como Grandes Écoles.
Seleccionando
sus cadetes de este modo se aseguraba por un lado que las capacidades de los
alumnos permitiesen imponer con facilidad una exigencia educativa del más alto
nivel durante los estudios y, no menos importante, una vocación militar
demostrada por las dificultades asumidas voluntariamente al escoger el medio
más difícil de acceso a una educación superior.
Precisamente
la consideración de la educación impartida a los oficiales en la Academia General
Militar como “educación superior” había sido un punto contra el que ya se
empleasen con todos los medios a su alcance los gobiernos liberales de los
siglos pasados, en especial con el advenimiento de la II República y en el caso
más absoluto en las “reformas militares” de Azaña[2].
Todos
sus enemigos, fuera por el motivo que fuera, negaban al Ejército la capacidad
de impartir una educación considerada y oficialmente catalogada como superior,
y por supuesto la potestad de expedir títulos de nivel universitario.
Independientemente
de su catalogación oficial, la educación de los oficiales del Ejército de
Tierra, por centrarnos en un caso extrapolable con sus especiales
características a los de la Armada o el Ejército del Aire, conjuntaba formación
humanística y científica, formación militar en todas sus facetas, preparación
física, formación moral y sobre todo de carácter, mediante cinco años de
disciplina, austeridad e intenso
trabajo, que creaba lazos de unión casi indestructibles entre los miembros de
cada promoción.
Además,
la combinación de periodos en la Academia General Militar, comunes a todos los
cuerpos, con otros en las academias tradicionales de cada especialidad, que
garantizaban, además de la formación especializada, el mantenimiento de las
tradiciones, configuraba un modelo formativo de probada eficacia.
Pero
los políticos de la “democracia” no podían permitir la existencia de una élite
moral e intelectual como aquella, que precisamente fuera militar y con
características estamentales.
Por
ello todos y cada uno de los puntos que hemos descrito como básicos para la
selección y formación militar han sido atacados y destruidos.
Actualmente
no existe una oposición de ingreso propiamente dicha. La selección se produce
de modo casi idéntico al de las universidades, mediante la nota media del
bachillerato y la prueba conocida como “selectividad”. Además las limitaciones
de edad impuestas para el ingreso hacen que, de hecho, aquel que no obtiene
plaza nada más finalizar el bachillerato ya no puede casi ni plantearse volver
a intentarlo.
Y
finalmente se ha impuesto aquel viejo sueño de los políticos españoles de negar
al Ejército su capacidad de impartir estudios superiores. En la actualidad se
han fundado en el interior de la Academia General Militar, de la Escuela Naval
y de la del Ejército del Aire, facultades dependientes directamente de las
universidades más cercanas, dónde los cadetes se ven obligados a cursar unos
estudios puramente civiles que les ocupan casi el total de su tiempo disponible.
Los profesores, por supuesto, son civiles. No cabe situación más humillante.
Así
las cosas, el sistema ha adquirido las características de una universidad,
dónde cada cual se matricula de las asignaturas que considera oportunas cada
año, empleando en finalizar los estudios los años que cada cual precise, con lo
que el concepto mismo de “promoción”, tan importante para la cohesión, ha
desaparecido.
Del
mismo modo, al tener que permanecer toda la carrera en la academia dónde se
sitúan estas facultades civiles, las academias tradicionales de las armas y
cuerpos, allí donde las tradiciones seculares eran salvaguardadas y
transmitidas, desaparecen sin remedio.
Ya
tenemos el nuevo modelo de oficial del Ejército. Un ingeniero al que
simplemente el Estado le ha pagado los estudios a cambio de un determinado
número de años de servicio en filas.
CARRERA MILITAR
Sólo
con la reforma de la educación militar ya está herido de muerte el Ejército
Español tradicional, pero era preciso evitar que la institución tuviese opciones de defenderse.
Para
ello se han ido estableciendo desde hace años diferentes medidas en materia de
política de personal con la finalidad fundamental de destruir la cohesión
interna de los militares.
Resulta
muy interesante recordar que, por ejemplo, desde finales del siglo XIX, los
cadetes del Arma de Artillería firmaban el siguiente manifiesto al finalizar
sus estudios: “Los Artilleros que firman
en este álbum quieren conservar en el Cuerpo, y transmitir con su ejemplo a los
que vengan a formarlo, el tradicional espíritu de honor, unión y compañerismo
que recibieron de sus antecesores, con el que alcanzó las glorias y prestigios
que goza para bien de la Patria y Honor de sus individuos. Y considerando que
la escala cerrada es condición indispensable para el logro de tan altos fines,
resuelven mantenerla entre sí, ofreciendo por su honor renunciar (por los
medios que la Ley permita) a todo ascenso que obtengan en el Cuerpo o en
vacante de General a éste asignada y no les corresponda por razón de antigüedad.”
Aunque
es fácil de entender, la explicación detallada sobre por qué es una amenaza
para el “tradicional espíritu de honor,
unión y compañerismo” admitir cualquier mérito concedido con criterios
subjetivos como razón para promociones o ascensos debería ser objeto de un
estudio específico detallado. Baste apuntar que el Arma de Artillería ha sido
literalmente disuelta, aunque resulte difícil de creer, en cuatro ocasiones
desde el siglo XIX.
Al
que lo merezca, pensaban los militares españoles tradicionales, que le den una
medalla y la luzca con orgullo, recordando siempre que el mérito de las honras
no está en tenerlas, sino en aspirar a merecerlas[3].
De nuevo la íntima satisfacción del deber cumplido. Pero si la concesión de
honras o méritos, siempre sometida a posible arbitrariedad, se convierte en el
fundamento de los progresos en la carrera militar, entonces estamos perdidos.
Y
esa es precisamente la situación actual. El militar de carrera ve como en el
ascenso a cada nuevo empleo militar, vuelve a ser evaluado y escalafonado, cada
vez con criterios distintos y normas cambiantes, teniendo todas ellas en común
un desmesurado desequilibrio a favor de los criterios subjetivos y en
detrimento de los méritos objetivos.
Únase
a ello la legalización de las “asociaciones profesionales”, léase sindicatos, y
el plan de destrucción militar estará casi finalizado.
MISCELÁNEA
Partiendo
de la premisa de que el elemento fundamental de la capacidad de combate del
Ejército es el personal, con lo dicho resta poco que añadir.
Por
supuesto hay muchos otros factores en el proceso destructivo emprendido desde
hace décadas por los nuevos dirigentes españoles contra su Ejército. Proceso
que adquiere su sentido más trágico al enmarcarlo en el general de destrucción
de la sociedad española.
Comparados
por ejemplo con los de cualquier nación del mundo, los presupuestos militares
de España sólo merecen la calificación de ridículos, y episodios tan trágicos y
vergonzosos como la muerte de 62 militares que regresaban de Afganistán al
estrellarse el avión ex-soviético, obsoleto y en pésimas condiciones de
mantenimiento, alquilado a precio de saldo y que pilotaba un ucraniano
borracho, lo ponen de manifiesto. Que después de tantos años de penurias aún
siga existiendo el Ejército Español es un mérito exclusivo de los militares que
jamás los españoles serán capaces de valorar y agradecer con justicia.
Debemos
apuntar también que la industria española, de armamento, naval o aeronáutica,
ha sido víctima “colateral” de las campañas políticas contra el Ejército.
Pero
hay un punto de carácter especialmente maquiavélico que merece la pena
destacar. Se trata de la publicidad institucional destinada a aumentar el
“prestigio” del Ejército precisamente presentándolo ante la sociedad como lo
contrario de lo que es, ya sea un organismo internacional de ayuda humanitaria,
una organización de caridad, con todo el respeto y admiración hacia las
organizaciones de caridad, o últimamente como un cuerpo de bomberos forestales.
Una
humillación tras otra.
CONCLUSIONES
Tal
como dijimos en un principio, sólo nos hemos detenido en los factores más
relevantes, sin pararnos a reflexionar en otros de cierta importancia como la
incorporación sin restricciones de la mujer al Ejército, imponiendo sin embargo
pruebas físicas diferenciadas por sexos como si el enemigo fuera a emplearse
con menor dureza frente a las féminas en combate, o las múltiples humillaciones
perpetradas como consecuencia de las campañas de tergiversación histórica.
Estudio
psicológico aparte merecería la obsesión por no emplear la palabra guerra,
llegando a negar vergonzosamente la evidencia cuando ha sido preciso.
Tampoco
hemos hecho mención, y es importante destacarlo, al signo político de los
gobiernos que adoptaron cada una de las medidas destructivas descritas. Es
sencillamente irrelevante, de no ser porque caso de hacerlo nos daríamos cuenta
del reparto descarado de papeles. Las derechas imponen las medidas más duras
contra el Ejército mientras las izquierdas, en expresión popular, “le pasan la
mano por el lomo”, normalmente con modestas mejoras salariales.
La
conclusión es tan descorazonadora como el planteamiento inicial. El plan de
destrucción del Ejército tal y como tradicionalmente lo conocíamos, programado
desde hace décadas y ejecutado con precisión por gobiernos de uno u otro
partido político, está llegando ya a sus últimas fases, y resulta trágicamente
irreversible en las actuales circunstancias.
Que
nuestra civilización está en peligro cada vez lo dudan menos españoles. Que el
pelotón de soldados del que hablaba Spengler no llegue a estar disponible
cuando sea preciso es cada vez un riesgo más cercano.
[1] Todos los datos incluidos en este artículo son de dominio
público, o han sido divulgados previamente en medios de comunicación social y/o
publicados en el Boletín Oficial del Estado o el Boletín Oficial de Defensa. No
se ha incluido ninguna información de carácter reservado.
[2] “Don Manuel Azaña y los militares”, del General de Brigadas
Miguel Alonso Baquer, editorial Actas.
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