RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 5 de febrero de 2014

CARTA PÓSTUMA A BLAS PIÑAR



Por Antonio Moreno Ruiz


Mi querido y admirado Don Blas:

¿Pero cómo se le ocurre irse tan pronto, hombre de Dios? Sí, pronto, no lo digo con ironía. Usted estaba más joven que yo, que parezco un viejo achacoso, envidioso de la vital energía que ha conservado usted durante casi un siglo de vida.

Como su merced bien sabe, en esta Expaña que padecemos (que no es la España que amamos), a la que vuesa merced definió muy acertadamente como “manicomio autogestionado” antes de írsenos a la Casa del Padre, bueno, pues aquí nos gusta mucho ultrajar a los muertos. Tal vez porque, al perder nuestro natural carácter y espíritu de leones ibéricos, nos faltan bemoles para hacer frente a ciertas personas cuando están vivas. Santiago Carrillo no era santo de mi devoción. ¿Cómo va a serlo el que fue el responsable de la brutal matanza de Paracuellos del Jarama, la mayor matanza de civiles de la Guerra? Pero lo cortés no quita lo valiente, y lo que es, es. Ninguna muerte puede alegrar ni puede ser motivo de mofa. Pero algunos no lo entienden, y así se retratan. Cuando murió Hugo Chávez, quien tampoco era santo de mi devoción, a un canal televisivo le faltó organizar un carnaval. Y cuando se muere usted, pues toda una cohorte de payasos cobardes, de derecha a izquierda, hacen lo mismo. Santo y seña de un pueblo envilecido y narcotizado que no responde más que a los más bajos impulsos. Pero como ni usted ni su familia conocen el rencor, con seguridad se apoyan en Dios Nuestro Señor para acordarse de lo bueno interior antes que de lo malo exterior.

Supongo que ya habrá visto la carta que su amigo de usted Francisco Torres (1) le espeta a Victoria Prego, esa infeliz apóloga de la zarzuelera tiranía. Esta señora, aduladora de una clase política que nos ha arruinado en todos los sentidos, presume de no haberle entrevistado…. ¡A usted, que fue el altavoz de millares de españoles! A usted, cuya representatividad en nuestra patria fue mucho mayor que la de cualquier oligarquía separatista, pero que con una ley electoral tan inicua como ridícula, defendida por sociólogos progres al servicio del interés plutocrático de turno, tenía menos diputados que ellos. ¡Y hablan de igualdad y derechos! Con todo, ¿cuál es la ética periodística de alguien que presume de no entrevistar, y más a un representante del pueblo? Pero bueno, éste es un ejemplo del “manicomio autogestionado”, D. Blas, y su buena respuesta ha recibido.

Mi amigo Conrad López, quien tuvo la dicha de conocerle en persona, escribía hace poco: “en el momento de despedirnos y estrechar su mano, le espeté un sincero y emocionado "Gracias, D. Blas". El, con toda naturalidad, me respondió "No hombre, gracias a vosotros. Lo he pasado estupendamente en vuestra compañía", y yo le repuse: "No D. Blas ... gracias por todos estos años de sacrificio y de esfuerzo". Se quedó sin palabras, la emoción se asomó a sus ojos y no fué capaz más que de balbucir "bueno... no, yo... bueno...", mientras volvíamos a estrechar las manos y nos despedíamos definitivamente.”

Sacrificio: Qué palabra tan importante y tan incomprensible hoy...

Usted, D. Blas, si hubiera nacido en Hispanoamérica, sería conocido como el doctor Piñar. Pero en esta Expaña de la que hablamos, eso ya no se lleva. Nos suena como anticuado. Total, si todo el mundo se cree un sabio y cree demostrarlo a gritos, como se hace en los innumerables programas de la farándula, auténticas armas de destrucción cerebral masiva... Pero eso, usted, doctor en derecho, insigne notario, bueno, si hubiera querido, pues hubiera tenido una vida “resuelta”. Pero no, usted no quiso. Empezando por ser el padre de una familia numerosa, como tantos padres de familias similares que levantaron el país, ayudando a su elevación demográfica como auténtico motor social. Luego, a pesar de su lealtad inquebrantable al régimen de Franco, fue molesto para muchos que en él medraban, para luego ser "aperturistas", y actos seguidos, demócratas de toda la vida y tabla rasa del pasado, y a día de hoy, propulsores de una ley que no es memoria histórica y sí desmemoria histérica. Y contra todos esos aciagos procesos estuvo usted luchando; usted, que venía del Derecho y la cultura, haciéndose famoso por aquel valiente y certero artículo “Hipócritas”, donde denunciaba la hipocresía angloamericana; usted, que presidía el Instituto de Cultura Hispánica, buscando hermanar a la Hispanidad en el fondo y en la forma, y sin embargo, tirios y troyanos lograron arrebatarle el puesto; usted, que en los últimos años del régimen ya era criticado por los que estaban preparando el harakiri y que tras la confirmación rupturista de todo aquello, con el sello cultural que había fundado bajo el calor de la más combativa Acción Católica, se lanzó a la arena política, representando a los patriotas bajo una alianza nacional que salvaguardara los valores del 18 de julio. Y claro, el Estado postfranquista, salido de las covachuelas burocráticas en consenso con lo peor del antifranquismo, no podía permitir eso. No podía permitir que usted representara a un partido interclasista que era el que más jóvenes albergaba de toda España. Pero en aquellos tiempos, Adolfo Suárez, burócrata arribista del Movimiento y cabeza visible de nuestros desastres actuales, hablaba bien de Franco y decía mantener su herencia, en conjunto con Juan Carlos, mientras recogía votos; Manuel Fraga, quien había sido ministro de Franco, decía primero que nada a su derecha, y segundo, que  prefería a Santiago Carrillo antes que a usted; una grandísima parte del clero oscilaba entre la democracia cristiana, el marxismo y el separatismo, todo junto y revuelto, ocupándose más de banderías politiqueras anticatólicas que de la revelación, la tradición y el magisterio, sin que ello despertara ningún tirón de pelo en los anticlericales de siempre.

Como usted sentenció: ¡Hipócritas! Y otras cosas…

Y tras esa marabunta, tanto a su persona como a Fuerza Nueva se le echaban las culpas del terrorismo. ¡Encima! Encima de que el terrorismo, apoyado en su día por todos aquellos que se decían demócratas antifranquistas, nunca ocultó sus estrellas, sus hoces y sus martillos, ya fuera bajo la bandera republicana, o ya fuera bajo banderas separatistas. Digo yo que, con la tirria que le tenía el sistema, hubiera sido relativamente fácil encarcelarlo, de haber tenido su merced alguna responsabilidad terrorista de por medio. Pero no, usted nunca la tuvo. Nunca pudieron probarle nada. Sin embargo, el sistema se encargaba de propagar la estrategia de la tensión, que tan pingües resultados le había dado en Italia, y a la par que agrandaba artificialmente el terrorismo ultraizquierdista, establecía acciones que luego atribuía a la “extrema derecha”. Dicen que claro, que hubo militantes de Fuerza Nueva implicados en hechos violentos... ¿Pero es que acaso se olvidan que fueron militantes socialistas los que en julio de 1936 asesinaron a José Calvo Sotelo? ¿Acaso se olvidan de las implicaciones del PNV con ETA, o del partido comunista con los GRAPO? ¿Y de todo el historial terrorífico de las tiranías rojas, con más de cien millones de muertos en menos de un siglo? ¿Y acaso se olvidó de cómo el mismo Estado utilizó a elementos exaltados para la guerra sucia contra ETA, llegando Felipe González, el mister X del juez Garzón, a tener dos ministros enchironados? Pero claro, a tipos así sí que entrevista Victoria Prego, así como todos los secuaces de este plutocrático régimen.

¿Por qué esta señora no muestra una sola prueba contundente de la violencia achacada a usted directamente? Si es muy fácil… Pero es que por su parte, como por la de tantos otros, no hay más que injurias y calumnias.

Por otra parte, jamás le han podido acusar de prevaricación, robo, corrupción, o algo que se le parezca, mientras que todos los partidos que forman parte del parlamento tienen a imputados en sus filas, sin que nadie dimita. A ésos también los entrevistan la señora Prego y compañía, con toda clase de loores, faltaría más.

Ando repasando sus intervenciones, que usted ha mantenido hasta hace muy poco, y es que me impresiono. Don Blas, qué nivel cultural, ¡pero qué nivel! Aquellos discursos tan bien enhebrados, donde no faltaba la finura de su ironía y de su humor... ¡Y sin un papel! Anda que igualito que tantos otros que pululan por el congreso... Y sin embargo, usted no fue sólo criticado con saña por sus enemigos, sino por muchos que se decían “nacionalnosequé” e iban de ultrillas por la vida. Yo también formé parte de ese circo. En alguna que otra ocasión le critiqué con saña, soltando vana palabrería, como hace todo aquel que de nada sabe. He sido muy niñato y muy tonto en determinadas épocas de mi vida, condicionado por temas y complejos personales que a nadie le importaban, y me ha llevado años superar todo eso y madurar.  Felizmente, pude disculparme con su nieto Miguel, que al igual que usted, es un caballero patriota que no conoce la maldad ni el rencor, y cuando tuve el honor de conocerlo en Roma, mientras honrábamos a los beatificados mártires de la Cruzada, me dio un abrazo fraternal. Y con su nieto Blas, al que no conozco en persona pero sí que tengo algún contacto a través del facebook, y que ya ha sido medio insultado por el incompetente Iñaki Oyarzábal, de esa derecha, ¡uy, derecha no, centro-reformista!... Bueno, de eso… ¡Y la que está liando con sus libros, en buena hora! Y sus nietos, al igual que usted, no responden ni con insultos ni con rencores, manteniendo una gallarda elegancia que queda como sello de una gran estirpe.

Ah, se me olvidaba: ¿Ha leído la carta de Don José Utrera Molina? ¡Me ha encantado! Otro caballerazo donde los haya. En mi pueblo, por ejemplo, se empeñó junto con mi abuelo materno, (que fue alcalde en la época de Franco durante diecisiete años) en hacer viviendas. Y vaya que si las hicieron. Y mi abuelo, que fue combatiente falangista, jamás me inculcó el rencor hacia las familias del pueblo que habían pertenecido al otro bando. En su entierro, hubo gente de todo signo, y en un pueblo chico, eso creo que quiere decir mucho. Por otra parte, ya de mayor me enteré que a mi abuela paterna le asesinaron a dos parientes en la Guerra. Uno tiene una calle en su pueblo, o tenía, no sé si a esa ley de la desmemoria histérica le habrá dado por ahí. Y un tío de mi abuela, fue alcalde republicano pero duró diez días en su cargo, diciendo, al igual que Ortega y Gasset, “no era esto, no era esto”. Y luego, fijémonos en lo que hicieron los más republicanos que la República, asesinando a Melquíades Álvarez, intelectual republicano, liberal y progresista. Y a los trotskistas… En fin, pero sería meternos en otro tema. El caso es que jamás vi en mi casa rencor alguno. Y también puedo decir que en otras familias del pueblo que les tocó un destino diferente, tampoco lo percibí. El rencor este artificial, esta mala uva rediviva, no es obra sino de politicuchos, en muchos casos, con traumas freudianos, hijos mimados del régimen que luego se dieron cuenta que la rosa y el puño, la gaviota o la estrellita daban más ganancias. Empero, hombres como usted, Utrera Molina o mi amigo y maestro Domingo Fal, aun con sus diferencias ideológicas, son ejemplos de lealtad, honor, perseverancia y templanza. Y gentes como ustedes es que ya no hay, para desgracia de los jóvenes cristianos y patriotas, que nos vemos cada vez más huérfanos.

A toro pasado, todos somos politólogos y tertulianos, ¡je!, pero usted cogió el toro por los cuernos en una época muy dura, en una época donde sus militantes no sólo se tenían que enfrentar a una furiosa violencia roja, sino también a las cargas policiales, y a los infiltrados de los servicios secretos que destrozaban todo lo habido y por haber. Y en todo caso, qué culpa tenía usted… Por lo menos tenía derecho a equivocarse, dado el caso. Los que no tienen disculpa ninguna fueron los que claudicaron, los que se cambiaron la chaqueta, los traidores, los miserables, y un largo etcétera. Ésos, en alianza con la tiranía interior y los extranjeros que nos odian, son los grandes culpables, y no usted, que encabezó la resistencia.

Yo, personalmente, podría indicarle algunas discrepancias, ¿pero para qué? Además, seguramente sería rebatido a base de bien. Y con todo y con eso, que ya no tiene importancia, ahora sí que entiendo muchas cosas, D. Blas. Con el tiempo, he entendido por qué usted se sentía tan identificado con el misticismo de los legionarios rumanos, con aquella Guardia de Hierro de Codreanu que recibió, al igual que vueseñoría, golpes de todos lados. Usted tenía un sentido místico de la vida, algo muy marcado desde su infancia, alimentado en su casa, y por supuesto, no quiso separarlo de la política, porque usted no creía en Maquiavelo de ninguna de las maneras. Fíjese que lo que le digo a lo mejor es una burrada de las mías, pero no se me enfade, por favor, y permítame la exagerada licencia: Se me antoja que si usted hubiera nacido en un país “ortodoxo”, hubiera sido pope. Con todo, usted quiso ser un caballero católico consecuente, encarnando ese ideal del gran filósofo García Morente. Usted quiso ser un español con todas las de la ley. Y eso cuesta. Porque ser español en Expaña está mal visto. Algo escribo al respecto en mi nuevo poemario, Clamores de un español, aunque hay de todo, pues también canto a nuestras gestas. Me hubiera gustado enseñárselo, pero a lo mejor me daba vergüenza, porque al lado de sus versos, hubiera resultado una gran porquería, permítame la expresión. ¡Y es que usted también era poeta! Si es que usted ha sido muy grande, Don Blas, si es que como usted hay muy pocos… Con razón se le podría aplicar aquella canción de Massimo Morsello: “Noi non siamo uomini d´oggi”.

Y además, usted tenía un problema, sí, un problema grande: No tenía maldad. Y eso por desgracia es un problema en este rastrero mundo. Usted era “inocente”, y no lo digo en un sentido peyorativo, pues pocas cabezas más privilegiadas que la suya había en España. Usted era limpio de corazón, era una buena persona, y eso, por desgracia, es muy difícil de entender y asimilar, tal y como estuve conversando con mi amiga Doris, de cuyo apellido no me río, al igual que espero que ella no haga ironías con el mío.

¿Sabe, Don Blas? A veces me puede el bombardeo materialista, hedonista e irreligioso que sufrimos y pienso que a ver si es que mis padres se equivocaron con su empeño en educarme, en transmitirme valores… Porque en la práctica, si uno no es un maleducado, un chillón o un trápala en líneas generales, no es respetado. A veces la educación y las buenas costumbres se ven como signo de debilidad, como propensión al cachondeo. Entonces, viene la pregunta utilitarista: ¿Para qué sirve? Y sí, sí que sirve. Y si a lo mejor en la tierra parece que no sirve en lo inmediato, sirve en el corazón, sirve para ir sembrando ejemplo y sirve en el cielo. Y porque así pienso, no me avergüenzo en decir que he llorado cuando me he enterado de su fallecimiento, que el sábado me levanté sobresaltado soñando que le daba el pésame a su nieto Miguel, y el domingo me eché a llorar como un niño, pensando, al igual que la amiga Doris, en cuántos españoles no tuvimos un despertar de nuestra inquietud patriótica gracias a su figura, sea de una manera o de otra; y pensando que al morir gente de su edad y valía, de esos que levantaron un país que a posteriori estropearon otros, siento como si el cordón umbilical que me une a la patria, aquí, en la otra punta del mundo, se me fuera yendo, sintiéndome extraño en todas partes, sin un hogar al que acudir, por más que acá, en esa Lima, Ciudad de los Reyes de la flor y nata de las Indias, (crisol de la identidad y de la fidelidad virreinal, que usted conoció con el amigo Gianfranco Sangalli, entre otros) sea más valorado que allá.

Al igual que usted, creo escudriñar ciertos vientos bonancibles que vienen del Este, aunque yo me escoro más hacia lo ruso. ¡Quién nos iría a decir, señor mío, que Rusia ostentaría la bandera de la esperanza! Y eso a veces me da más fuerza de lo que pueda esperar de nuestro país. ¿Seré acaso muy catastrofista, demasiado pesimista? Puede ser, y vive Dios que eso no es bueno. Pero también pienso que si no somos conscientes ante la dureza de la realidad, no podremos vencer, y tendremos que lamentarnos de que al final, perdimos, tal y como escribe su homónimo nieto.

En fin, mi querido y admirado señor, creo que ya está bien la cosa por mi parte. Pongo fin a las palabras y doy comienzo a las oraciones. Como dice nuestro buen Conrad, gracias, muchísimas gracias de corazón. Gracias por su hermoso legado, por su ejemplo vivificante, por su nobleza de acero toledano, por su constancia, que fue como la de los mozárabes que se aferraban al hispánico crismón como Alfa y Omega frente a invasores y traidores. Gracias por ser como fue y como seguirá siendo en nuestros corazones. Y como usted nos enseñó, sin miedo a nada ni a nadie, por la fe y por la patria, las banderas en alto.

¡Viva Cristo Rey!

¡Viva España!

Y valgan estos versos de un servidor como homenaje:

HASTA SIEMPRE, DON BLAS

Una espada de noble acero toledano,
rubricada por un crismón mozárabe,
habló de enérgica resistencia,
a través de un caballero infatigable.

Alfa y Omega sobre España,
abanderando una patria de universo,
en este aciago, destructor y confuso siglo,
de gloria y decepción, realidad y sueño.

Desconociendo la claudicación,
sopló la llama de un verbo erizado,
extendido una cultura de calor místico,
con calidez de legionario rumano.

Sin miedo, sin silencio, sin rencor,
con gallardía, educación y elegancia,
un estandarte de honradez cubre
una faz hace poco amortajada.

Damas y caballeros: ¿Ya saben
de quién estoy hablando?
Aciertan si es Don Blas Piñar López
la persona que están pensando.

Nos acaba de dejar uno de los buenos,
un testigo de lucha imprescindible,
cuyo quijotesco escudo fue parando,
mandobles de mediocridad irascible.

Agredido por un sistema criminal,
vilipendiado por la prensa lacayuna,
el mejor orador de la transición,
unió a una masa de justicia ayuna.

Fueron pasando los años,
mas no pasó la firmeza,
ni la autoridad propia de un
cabeza de familia con entereza.

Y se nos va en la intimidad humilde,
propia de quien no conoció la maldad,
propia de un amante de la tradición,
de un amante de la justicia social.

Y yo, lleno de lágrimas,
me despido de su inmortal capitanía:
¡Hasta siempre, estimadísimo Don Blas!
¡Sea usted nuestro celestial vigía!







(1) Véase: Carta abierta a Victoria Prego sobre Blas Piñar | Diario YA





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