Luis Gómez
Decía
el poeta, ensayista y anarquista peruano Manuel González Prada: “Cuando faltan garantías para censurar a las
autoridades, cuando en las graves cuestiones políticas, religiosas y sociales
no se puede emitir libremente las ideas, los hombres enmudecen o consagran toda
su fuerza intelectual a discusiones insípidas, rastreras y ridículas”. Y
por desgracia esto es así en la actualidad. Estamos literalmente atiborrados de
información, no podemos humanamente digerir todos y cada uno de los
acontecimientos que suceden en el mundo, pues ahora, lo importante ya no es lo
local, lo cercano, lo “humano” sino
lo global, lo internacional. Podemos ver como un vecino, un conocido, o alguien
de nuestro entrono padece una injusticia, y comprobamos como sus gritos y su
dolor son silenciados por la prensa plural y democrática. A cambio, para
satisfacer la curiosidad y el morbo de sus adoctrinados, nos bombardean con
imágenes de catástrofes y de hambrunas ocurridas a miles de kilómetros de distancia. Terribles todas ellas, pero en las que poco o casi nada puede hacer
el lector por evitarlas o paliarlas, salvo rezar, y eso, sólo si lo haces en
privado, pues en público serías también serías censurado.
Mientras
tanto, se silencia el problema del vecino paredaño. Gracias a las redes de información de masas,
los medios de comunicación discriminan sus noticias a favor de oscuros
intereses, y las informaciones que presentan a su público, sirven –ahora igual que
siempre- de ayuda a los intereses partidistas u oligárquicos del momento.
Legiones
de individuos anodinos y desinformados, acuden día a día a sus puestos de
trabajo o a las tertulias cafeteras de sus lugares de residencia, con una gran
cantidad de argumentos por los que discutir. Nunca hubo sociedad en la Historia
de la humanidad más desinformada que la actual. Pero al mismo tiempo diremos
que, nunca tantos lectores y ávidos consumidores de noticias, se esmeraron tanto
en leer, visionar y consumir tantísima información, para saber tan poco e ignorar
tanto.
Todos
sabemos que don Pio Moa es un sujeto molesto para los oficialistas, pues sus
libros, desmitifican y abundan en datos sobre acontecimientos muy recordados,
pero poco y bien investigados. Esos autores de historia ficción, esos sujetos
escribidores del libros al dictado de los intereses políticos, sirven muy bien
para vender libros y asentar la mentira y el error en la sociedad, y por
supuesto, si alguien contradice o refuta esas teorías, es maldito por el
Sistema y condenado al ostracismo mediático.
Así,
tenemos en España un elenco de grandes historiadores, de investigadores de
primer nivel, que sistemáticamente son silenciados y vilipendiados por las
fuerzas represoras del Sistema Democrático actual. La denuncia parte de los
partidos políticos, y los medios de comunicación, serviles al poder, repito,
-ahora y antes- ejecutan los mandatos de sus amos con obstinada perfección,
dando orden a sus trabajadores de no hablar de esos escritores, pues están “malditos por el poder oficial”; y si algún periodista
hablara de ellos, si lo hiciera libremente en un alarde de actitud
democrática y de libertad de opinión, se verían castigados con un severo
recorte de publicidad institucional en su medio por parte de los poderes "fácticos", cuando no
despedidos sin tardanza de sus puestos de trabajo y enviados a trabajos de "reeducación social".
Así
tenemos que autores como Pio Moa, Ricardo de la Cierva incluso D. Luis Suárez,
son vilipendiados, o anatemizados por la prensa y los medios oficiales, pues
sus posturas y libros no son “afectas al
régimen” actual, y por lo cual, a falta de poder ser “depurados” se deben silenciar sus nombres para que la sociedad no
los lea, no los escuche y no les preste atención.
Mientras
esto ocurre, en las televisiones aparecen personajes simpatiquísimos.
Escritores sin gusto ni carácter, pero dóciles y obedientes, cuyas obras son introducidas en los hogares de los
desinformados a golpe de subvención y vía fascículo periodístico. El silencio
de estos escribidores al dictado sobre este asunto los hace más despreciables,
pues ser tildado por sus medios de “gran
historiador” sin tener enfrente a nadie que te lleve la contraía, es como
recibir el alago del esclavo, que en su situación, no puede decir otra cosa,
pues peligra su modo de vida.
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