RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 19 de diciembre de 2013

INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (III PARTE)

Eugène Vintras 



LA CONEXIÓN ENTRE IMPOSTORES Y HEREJES
 
Por Manuel Fernández Espinosa

Todo indica que el malhadado Luis XVII de Francia falleció en la Prisión del Temple, donde lo recluyeron los revolucionarios, dejándolo a merced de los denigrantes abusos de un bellaco zapatero, miembro del Club de los Cordeliers, llamado Antoine Simon; éste sometió al heredero de la corona de Francia a maltratos físicos y morales. Parece que a primeros de junio de 1795 el Delfín de Francia murió en su confinamiento. Sin embargo, los monárquicos franceses lo habían proclamado Rey de Francia a la muerte de su padre Luis XVI, cuando el Delfín estaba encarcelado y, una vez que falleció, habida cuenta de la oscuridad en que se produjo el deceso y su inhumación, pronto se propaló entre el pueblo monárquico el rumor de que el joven Luis había escapado de la prisión y había sobrevivido y que permanecía escondido, esperando la ocasión propicia a su reaparición pública: se iniciaba así una nueva versión del mito del “Rey Perdido”, lo más parecido a un “sebastianismo”* francés. En los ámbitos monárquicos franceses se alimentó la esperanza del retorno de Luis XVII y no fueron pocos los oportunistas (desequilibrados mentales o simples pícaros) que se atribuyeron la identidad del Delfín (otro tanto pasó en el caso del Rey Sebastián: baste recordar a Gabriel de Espinosa, el pastelero de Madrigal, cuya historia daría tema a “Traidor, inconfeso y mártir” de José Zorrilla).

En esos ambientes monárquicos franceses no podían faltar los visionarios. Con anterioridad a este artículo nos hemos referido a los ocultistas (secuaces de Martínez de Pascually y Louis Claude de Saint Martin) que, con antelación a la revolución francesa, advertían sobre las calamidades que se cernían sobre Francia: para realizar esos vaticinios que el tiempo demostraría tan certeros, los iniciados en el martinecismo y en el martinismo (como era el caso de Jacques Cazotte, al que nos referíamos en otro capítulo) se servían de clandestinas sesiones en las que se evocaban los espíritus. Es una constante de las revoluciones que, ante la inminencia de las mismas, prolifere todo género de visionarios, agoreros, aspirantes al ministerio profético, etcétera. En la Revolución Francesa, no solo fueron los ocultistas los que anticiparon los truculentos sucesos revolucionarios que se desencadenarían. Cien años antes de la Revolución francesa, Santa Margarita de Alacoque había tenido las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesucristo, Jesucristo reveló a la privilegiada religiosa que se bordara su Sagrado Corazón en las banderas del Rey de Francia, para así impedir el triunfo de las fuerzas del maligno (estas recomendaciones fueron desoídas; aunque los monárquicos que surgirían para combatir el jacobinismo sí tendrían en cuenta la ostentación del Sagrado Corazón de Jesús en sus pechos, a modo de escapularios, y en sus banderas: es el origen de nuestro "detente bala"). En el curso del siglo XVIII, no habían faltado los grandes santos (como fue San Luis María Grignion de Montfort) que predicaron y proclamaron la verdad evangélica, sin concesiones para con el alto clero y la aristocracia que, corrompidos por las modas e ideas mundanas, habían adoptado posturas acomodaticias en franca desviación del catolicismo. El gran apóstol mariano, Grignion de Montfort, amonestaba severamente ante esta corrupción de las costumbres, prediciendo los luctuosos acontecimientos que, como consecuencia de tamañas ofensas a Dios, ocurrirían en Francia. Pero, si los santos profetizaban, tampoco faltó la extraña fauna de personajes, mejor o peor intencionados, que desarrollaron una actividad similar en un territorio intermedio entre la ortodoxia católica y la abierta heterodoxia.

En el año 1772 un vecino del pueblecito de Saint Mandé que respondía al nombre de Loiseaut tuvo una visión mientras rezaba en su iglesia: un misterioso hombre se le apareció con un libro en que podían leerse, en letras áureas: “Ecce Agnis Dei”. Tenía largas barbas y ostentaba en su cuello sendas cicatrices. El misterioso aparecido también visitó a ese hombre en su propia casa. Loiseaut le hablaba, pero el visitante permanecía mudo. En sueños Loiseaut  también pudo ver la cabeza del extraño personaje sobre una bandeja. Un buen día un mendigo abordó a Loiseaut en la plaza, pidiéndole una limosna y éste le dio una moneda. El pordiosero le respondió que pronto verían la cabeza de un rey en la plaza. Loiseaut reconoció en su interlocutor al personaje de sus visiones, fue cuando éste le reveló que era San Juan Bautista. Las visiones se hicieron recurrentes y, alrededor de Loiseaut, se congregó un conciliábulo de visionarios “juanistas” que, cayendo en trance magnético tenían una serie de revelaciones; como fruto de esas experiencias, se fueron registrando un elenco de profecías concernientes a la Revolución que se aproximaba. A la muerte de Loiseaut (año 1788), le sucedió en el liderazgo de la sociedad visionaria un religioso llamado Dom Gerle que no duró mucho en la jefatura del grupo pues, una vez que estalló la Revolución, Dom Gerle se reveló como un partidario de la república y esta adhesión le valió ser expulsado del grupo “juanista” que hacía profesión de fervientemente monarquismo. El grupo de Loiseaut, tras prescindir del díscolo republicano Dom Gerle, empezó a valerse de las visiones de la religiosa Françoise André. En el curso de la Revolución, este grupo (con su vidente a la cabeza) fue una de las principales sociedades ocultas que alimentaron la idea de que Luis XVII se había fugado de su prisión y todavía sobrevivía oculto hasta que se revelara. Este grupo es llamado en ocasiones con el nombre de “Los Salvadores de Luis XVII” por los pocos que lo han estudiado y es el principal promotor de la serie de impostores que se arrogaron la identidad del Delfín de Francia. Prosperaban los impostores, pero el relojero alemán Karl Wilhelm Naündorff pareció el más convincente y, por eso, fue el que más partidarios arrastró. La ciencia ha demostrado recientemente que, aunque Naündorff pudiera creerse en su megalomanía el mismísimo Delfín de Francia, su ADN lo desmiente.

Con Naündorff a la cabeza de estos legitimistas visionarios apareció otro polémico personaje: Eugène Vintras (1807-1875) que, además de predicador, quedaría envuelto en el halo de la milagrería y la herejía, sin que se escapara de ser acusado de practicar rituales satanistas. En 1840, Vintras fundó la “Oeuvre de la Misericorde” (la Obra de la Misericordia) y aspiró a ser reconocido por la Iglesia Católica. Vintras y Naündorff mantuvieron una estrecha relación por la convergencia de sus intereses ocultistas y políticos. El grupo de Vintras también recibió el nombre de “Iglesia del Carmelo” y Vintras llegó a proclamarse a sí mismo como reencarnación del profeta San Elías. En 1843 la secta fue condenada por el Papa Gregorio XVI y sus miembros fueron fulminados con la excomunión.

Un coronel carlista de Artillería, de los que emigró a Francia tras la primera guerra carlista, trajo a España la “Obra de la Misericordia”. Menéndez y Pelayo, en su piadosa circunspección, oculta la identidad del introductor de la “Obra de la Misericordia” vintrasiana en España bajo las siglas “D. R. T.”. Como fuente de sus noticias Don Marcelino nos confiesa que tuvo al presbítero D. José Salamero, que le reveló algunos datos sobre el carácter de la secta. Menéndez y Pelayo no parece que supiera que el fundador de la secta francesa fuese Vintras, pues en todo momento se refiere a él como “un tal Elías”, pero en cuanto al carácter extravagante de la secta sí que da cuenta de estar bien informado, pues hace mención de cómo este grupo sectario pasó de ser “político” a ser “religioso”: de ser de carácter “exclusivamente político, reduciéndose sus esfuerzos a apoyar a uno de los varios impostores que tomaron el nombre del martirizado delfín Luis XVII” a establecer “un consistorio en Lyón, foco de una especie de iglesia laica, en que Elías, a modo de sumo pontífice, comenzó a oficiar revestido de capa pluvial, con anillo de oro en el dedo índice de la mano derecha y leyendo sus oraciones en el libro de oro de la secta”.

Menéndez y Pelayo nos da más información, en lo que atañe al desarrollo de la “Obra de la Misericordia” en España: “Esta aberración tuvo algunos prosélitos obscuros en Madrid, y los papeles que tengo a la vista fijan hasta el lugar de sus reuniones, que era una casa de la calle del Soldado. Poseo una carta del fundador Elías a una afiliada española, llamada en la secta María de Pura Llama; documento extraordinario, especie de apocalipsis, dictado por un frenético; pesadilla en que el autor conversa mano a mano con los espíritus angélicos y con el mismo Dios; aberración singularísima de un cerebro enfermo, perdido por la soberbia y por cierto erotismo místico”.

Menéndez y Pelayo se muestra asaz perspicaz, puesto que la secta vintrasiana siempre estuvo bajo sospecha de desarrollar en el secretismo de sus sesiones rituales de magia sexual y sacrilegio. Pero Menéndez y Pelayo no sería el único estudioso español que se ocupó de la “Obra de la Misericordia” de Vintras en España. El eminente Joaquín Costa no permanecería tan impasible ante los delirantes anuncios apocalípticos de Vintras, pues se sabe que leyó y comentó “Opúsculo acerca de ciertas revelaciones que anuncian la Obra de Misericordia”. El gran polígrafo aragonés comentaría sobre este “opúsculo” que: “Es el anuncio de una nueva era en medio del mundo”. Hasta cierto punto, las visiones vintrasianas ejercieron una influencia en el pensamiento regeneracionista de Joaquín Costa, lo cual no es de extrañar en tanto que Vintras venía a anunciar una regeneración de la Iglesia y del mundo.

En una de las novelas más inquietantes de J. K. Huysmans podemos reconocer a Vintras en el personaje de Johannès que se nos presenta como en el retrato más célebre de Vintras: “Su traje se componía de una túnica larga de cachemira bermellón, ceñida al talle por un cordón blanco rojo. Encima de esta túnica llevaba un manto blanco de la misma tela, con un calado sobre el pecho en forma de cruz invertida”.

Huysmans nos explica más abajo, a través de la intervención de un personaje, el significado esotérico de esa “cruz invertida”:

“…esa cruz significa que el sacerdote Melquisedec debe morir muy viejo y vivir en Cristo, a fin de hacerse poderoso con el poder del mismo Verbo hecho carne y muerto por nosotros”.

Si no toda la emigración carlista, puede decirse que gran parte de los carlistas exiliados sufrieron la contaminación de ideas que, emanadas desde las centrales emisoras del ocultismo, corrompieron el tradicionalismo hasta extremos como el que protagonizó la sucursal de la “Obra de la Misericordia” en Madrid. Y puede ser que no fuese escrito en la misma línea en que nosotros estamos indagando, pero se muestran muy atinadas las palabras de Gregorio Marañón cuando escribió:

“Puede decirse, en conclusión, que el carlismo, como fuerza política, murió en la emigración y no en los campos de batalla” (“Españoles fuera de España”)

*El sebastianismo, como es sabido, es una de las corrientes más duraderas de la mitografía portuguesa. Sostienen los sebastianistas que Sebastián I de Portugal no falleció en la batalla de Alcazarquivir (año 1578) y el mito de su retorno movilizó las fuerzas del pueblo lusitano, en la esperanza de verse restituido nuevamente bajo la soberanía de su Rey Perdido. El tema del Rey Perdido se conecta con el tema, no menos interesante, de todo mesianismo judío, musulmán: “El Imam Oculto” o cristiano: “El Encubierto”. Es curioso, por otra parte, advertir que el escapulario con el que se reviste Vintras (en la imagen que encabeza este texto) recuerda el símbolo con el que es conocida la extraña sociedad secreta (que se autoproclama católica) llamada el Yunque. Ver imagen del símbolo pinchando aquí.

BIBLIOGRAFÍA:

Menéndez y Pelayo, Marcelino, "Historia de los heterodoxos españoles".

Costa, Joaquín, "Memorias", edición de Juan Carlos Ara Torralba, Larumbe, Textos Aragoneses.

Huysmans, Joris-Karl, "La bas".

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