RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 29 de diciembre de 2013

INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (III PARTE)


Juan Bautista de Erro

ERRO Y LOS ERRORES DOCTRINALES 
DEL TRADICIONALISMO

Por Manuel Fernández Espinosa

Con el paso del tiempo, el vocablo “tradicionalismo” ha venido a presentar un aspecto equívoco en virtud de su polisemia. Veamos algunos de los significados más destacados del término. En primer lugar, tenemos en España el carlismo que (surgido tras la muerte de Fernando VII, aunque sus raíces son mucho más profundas que un simple conflicto dinástico y sucesorio), vino a llamarse con el tiempo “tradicionalismo” (todavía a día de hoy existen la Comunión Tradicionalista y la Comunión Tradicionalista Carlista). En la Cristiandad tenemos, por otra parte, a los católicos llamados “tradicionalistas”; cuyas posturas van desde un “tradicionalismo” respetuoso para con la autoridad pontificia hasta el sedevacantismo más abierto. Y tampoco podemos olvidar que en Europa (también en América) no son pocos los que se autodenominan “tradicionalistas” y con ello quieren decir que pertenecen a las “escuelas” de René Guénon o de Julius Evola; estos pueden presentarse como católicos, pero sus posiciones a poco que reflexionen los distancian de la ortodoxia católica y, en algunos caso, hasta pueden pertenecer a los ámbitos del ocultismo.

Ponemos a un lado al “tradicionalismo” católico, pues no es objeto de este artículo, por más que pudieran establecerse nexos entre este “tradicionalismo” y posturas políticas (e incluso esotéricas): es harina de otro costal. La recepción de René Guénon y Julius Evola fue en España muy poco significativa hasta tiempos recientes. Trabajos de Guénon fueron publicados en España a finales de la década de los años 20 del pasado siglo XX, por dos revistas de signo muy diferente: “La Rosacruz”, revista mensual de AMORC editada en Barcelona y la revista católica “El Mensajero Social del Sagrado Corazón”. Por esos mismos años, el jesuita Joan Tusquets, embarcado en su labor polemista contra la masonería y el teosofismo de Blavatsky, empleó, recurrió y citó profusamente pasajes del libro “Le Théosophisme. Histoire d’une pseudo-religion” de Guénon, donde el ocultista francés había refutado la Sociedad Teosófica, por entenderla una obediencia poco "regular" y "tradicional" (en su peculiar jerga). En cuanto a Julius Evola diré que en español conozco una versión española de la Tercera Edición italiana de la interesante introducción que redactó Evola para “Los Protocolos de los Sabios de Sión", editada por la Sociedad Editora de “Novissima” de Roma, en el año 1938 (ese es el año de la edición que poseo en mi biblioteca) y también puede mencionarse la relación personal que Evola tuvo con D. Francisco Elías de Tejada; este eminente pensador carlista escribiría un artículo en 1977, titulado “Julius Evola desde el tradicionalismo español”. Posteriormente, otros se han ocupado de divulgar el pensamiento evoliano en España, siendo Ernesto Milá el más competente de todos cuantos puedan citarse. La relación de Elías de Tejada con Evola no deja de ser una anécdota, puesto que es impensable que un pensador católico de intachable ortodoxia, como Elías de Tejada, pudiera contaminarse con los errores heterodoxos de Evola (y menos todavía podemos imaginarnos a D. Francisco Elías de Tejada participando en las sesiones de magia del Grupo de Ur).

Sin embargo, después de todas estas distinciones, por someras que sean, aparcando el “tradicionalismo” eclesial o extra-eclesial, dejando un lado a los carlistas que con la mejor de las intenciones se autoproclaman “tradicionalistas”, olvidándonos por un momento de Guénon y Evola… ¿Qué es lo que del “tradicionalismo” puede resultarnos sospechoso e inadmisible desde el catolicismo? El error del “tradicionalismo” nos lo dilucida D. Marcelino Menéndez y Pelayo, refiriéndose éste a los autores decimonónicos franceses (como Louis Gabriel de Bonald, Hugues Félicié Robert de Lamennais y Joseph de Maistre, aunque Maistre será el único de la tríada que Menéndez y Pelayo exonere del “error tradicionalista”). Menéndez y Pelayo define “el error tradicionalista” con estas palabras: “…consiste en negar las fuerzas naturales de la razón y suponer derivados todos los conocimientos de una tradición o revelación primitiva, transmitida por Dios juntamente con la palabra” (“Historia de las Ideas Estéticas en España”, Menéndez y Pelayo, C.S.I.C., Madrid, 1974, pp. 422-423).

Atendiendo a la magistral definición de Menéndez y Pelayo tenemos que el “tradicionalismo” filosóficamente considerado es heredero de las filosofías anti-ilustradas del siglo XVIII, hasta cierto punto precursores del Romanticismo: desde Johann Georg Hamann (el llamado “Mago del Norte”) hasta Friedrich Christoph Oetinger (no por casualidad llamado “Mago del Sur”). La “Filosofía de la Naturaleza” (“Naturphilosophie”) alemana también presenta aspectos comunes que la emparenta con la teosofía europea de Swedenborg y otros visionarios. Todos ellos coincidían en su reacción contra la Razón ilustrada, hegemónica durante el siglo de las luces y, aunque no fuesen “tradicionalistas” en sentido estricto, aportan un elemento que será asumido por el “tradicionalismo” desviado que, en palabras de Menéndez y Pelayo, consiste en: “negar las fuerzas naturales de la razón”. Una vez negada la capacidad de la Razón es como se comprende que Menéndez y Pelayo se refiera a la “tradición o revelación primitiva” a la que van a parar los “tradicionalistas” (la Tradición Primordial de los René Guénon, Julius Evola o Frithjof Schuon). La relación entre esa “revelación primitiva” y la “palabra” explicaría que tantos filólogos de los siglos XVIII y XIX llegaran, por los vericuetos de la filología, a estas doctrinas anti-racionalistas que no en pocos casos desembocan en la magia.

Estas doctrinas heterodoxas de los anti-ilustrados protestantes eran ajenas a la tradición hispánica que se había hecho una con el catolicismo: estos errores solo pudieron florecer en España traídos del extranjero. Sobre todo, como estamos viendo en esta serie, de Francia, tierra en la que los carlistas más firmes en sus posiciones tuvieron que buscar refugio tras el Convenio de Vergara. Pero también hubo franceses que actuaron como agentes transmisores de estos errores en el campo carlista. Y uno de los más importantes fue Joseph Augustin Chaho (1810-1858).
 
Nacido en Sola (en vascuence Zuberoa; Pays de Soule, Francia), Chaho reúne todas las características que hemos señalado arriba: es un filólogo formado en París, donde estudió lenguas orientales y fue miembro del círculo del romántico Charles Nodier, familiarizado con el ocultismo francés y vinculado al llamado "movimiento órfico". Chaho se declaraba republicano, de tendencia socialista y radical (en su tiempo no se podía ser más revolucionario), pero eso no parece que fuera un obstáculo para sentir una curiosa afinidad por el carlismo: su simpatía por el carlismo pueden explicarse por la identificación que estableció entre “carlismo” y “vasconismo”, pues no en balde pasa por ser un precursor del nacionalismo vasco. En tanto que “socialista” público y “órfico” esotérico, Chaho había recibido también la influencia de Pierre Simon Ballanche. En 1836 publicó Chaho en francés su “Voyage en Navarre pendant l’insurrection des basques (1830-1835)”. En esa visita a España que relata en este libro es cuando conoce a Juan Bautista de Erro que había sido Ministro de Hacienda tras la restauración absolutista de Fernando VII en el trono, tras la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis y, más tarde, firme partidario de Carlos María Isidro de Borbón a quien sirvió en asuntos económicos. Aunque Erro desempeñó tareas económicas, su actividad cultural era tan amplia como su curiosidad intelectual y una de las vertientes que más cultivó fue la de los estudios del vasco, recibiendo el legado de Pablo Pedro Astarloa. Según Jon Juaristi: “…el origen de todas las fantasías ocultistas sobre los vascos está en Juan Bautista de Erro y en su más directo secuaz, Joseph-Augustin Chaho” ("Cambio de destino", Jon Juaristi, Seix Barral, Barcelona, 2006, pág. 204). Con “fantasías ocultistas sobre los vascos” Juaristi se refiere al mito que hace de los vascos los descendientes de la Atlántida (tema que trataremos, si Dios quiere, en un parágrafo aparte). En el imaginario de esta galaxia de visionarios vasconistas existía la idea de que el “vascuence”, por su enigmático singularismo y desconocido origen, vendría a ser, más o menos degradada, la “lengua del Edén”. Y este asunto nos remonta a la obra de Antoine Fabre d’Olivet, una de las influencias constantes en el ocultismo del siglo XIX y XX, cuyas secuelas pueden apreciarse incluso en poetas como Rainer Maria Rilke.

1 comentario:

  1. Sinceramente, no entiendo qué se quiere decir con la frase "los carlistas que con la mejor de las intenciones se autoproclaman “tradicionalistas”".
    El Tradicionalismo Filosófico, corriente desviada condenada por la Iglesia, es precisamente el que usurpa el nombre del genuino Tradicionalismo, representado en España por la Causa Carlista. El hecho de haber existido esa corriente filosófica condenada por la Iglesia (corriente realmente bien poco tradicional, pues con su desprecio por la razón tira por la borda toda la filosofía clásica aristotélico-tomista, sobre la que está fundada la Teología escolástica) no debe hacer que los carlistas tengamos remilgos para usar un nombre que sólo a nosotros nos corresponde legítimamente.

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