QUIEN NIEGA LA HISTORIA, SE CONDENA A LA INTRAHISTORIA: EL CASO UNAMUNO
Por Manuel Fernández Espinosa
El 28 de febrero de 1934, en pleno discurso parlamentario, José Antonio Primo de Rivera fue
interrumpido por el Señor José Antonio Aguirre
que pocos años después sería lehendakari vasco. José Antonio abogaba por la
españolidad de las más eminentes figuras intelectuales vascas del momento y
decía: “todas las mejores cabezas del pueblo vasco, todos los vascos de valor
universal, son entrañablemente españoles y sienten entrañablemente el destino
unido y universal de España. Y si no, perdóneme el señor Aguirre una
comparación: de los vascos de dentro de esta Cámara tenemos a don Ramiro de
Maeztu; de los vascos de fuera de la Cámara tenemos a don Miguel de Unamuno”.
Aguirre no pudo contenerse y le dijo a José Antonio Primo de
Rivera:
-¿Me perdona Su Señoría una pequeña interrupción? Es para
hacer las advertencias de que los vascos de peores cabezas, que somos nosotros,
somos, precisamente, los que tenemos la adhesión del pueblo. Esos señores como
Maeztu y Unamuno, a quienes yo, por otra parte, respeto extraordinariamente,
van a nuestro pueblo y nuestro pueblo los repele. ¿Por qué? Porque no han
sabido interpretar sus sentimientos”.
A ninguno de los dos, ni a José Antonio Aguirre ni a José
Antonio Primo de Rivera, les faltaba razón.
Dejando a un lado a Maeztu, concentrémonos en
Unamuno para concertar el contenido de este artículo con el título que lo encabeza. Unamuno es
el primero de los intelectuales, en un sentido moderno, que aparecen en el
panorama español. Esto quiere decir que, además de su carrera académica
(profesor de Griego y Rector de la Universidad de Salamanca), su carrera literaria
(ensayos, novelas, teatro y poesía), desarrolló a lo largo de su vida una
actividad periodística con vocación de crear opinión y liderarla. Como
pensador, como autor literario, gozó en vida del honor de ser uno de los
españoles más reconocidos fuera de nuestras fronteras, traducido al alemán por
Otto Buck, al italiano y a muchas otras lenguas. En 1933, un año antes de este
discurso de José Antonio Primo de Rivera, interrumpido por Aguirre Lecube, Hermann
Hesse lo comparaba a los caballeros andantes y decía de Unumano que en su obra
escrita: “descubrimos todo el fuego de la religiosidad y el apasionamiento
hispanos”.
Desde la atalaya intelectual europea (Hermann Hesse),
también desde la española (José Antonio Primo de Rivera, que no dejaba de ser
un intelectual que estaba al tanto de todo cuanto se hacía en las Letras españolas
y europeas) podía verse en Unamuno a una de las mentes más sobresalientes de la
literatura y el pensamiento hispánico. Sin embargo, en lo político, Unamuno fue
(todo el mundo lo sabe) de una volubilidad que los hombres prácticos no podían
perdonar. Simpatizante del federalismo, afiliado al Partido Socialista Obrero
Español, para más tarde abandonarlo; a la contra de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera; a la contra de
la Segunda República; a la contra de Millán Astray, Unamuno compartió el sino
de cuantos filósofos han flirteado con la política activa desde Platón a
Heidegger, pasando por Ortega y Gasser: el viaje a Siracusa.
José Antonio Aguirre Lecube
José Antonio Aguirre llevaba razón: Unamuno encontraba el
rechazo en Vizcaya. No pudo acomodarse en Bilbao, por mucho que lo intentara y
por si fuese poco, aunque hablaba eusquera y era un especialista filólogo, había
denostado la lengua vernácula, a favor del uso del español por razones varias,
basadas en las corrientes filológicas que Unamuno seguía. Eso era una razón
para que los vascos de todo signo político, no solo los nacionalistas como
Aguirre, vieran en Unamuno a una especie de “traidor”. En aquel entonces, el
carlismo estaba fuerte en las provincias vascas y los carlistas, al igual que
los nacionalistas vascos, tampoco simpatizaban mucho con el Rector de Salamanca:
además de su actitud hostil al eusquera, Unamuno no había hecho nunca un gesto
de simpatía por el carlismo, ni en lo público ni en lo privado. Al menos por el
carlismo organizado e histórico.
Sin embargo, a Unamuno debemos el monumento literario más
imperecedero del carlismo: su novela “Paz en la guerra”. En 1898, en aquella
correspondencia abierta y pública que sostuvo con Ángel Ganivet, publicada por “El
Defensor de Granada”, Unamuno le confesaba a Ganivet:
“El carlismo popular, que creo haber estudiado algo, es
inefable, quiero decir, inexpresable en discursos y programas; no es materia
oratoriable. Y el carlismo popular, con su fondo socialista y federal y hasta
anárquico, es una de las íntimas expresiones del pueblo español. Algo más
adelantaríamos si nuestros estadistas, o lo que sean, en vez de atender a las
idas y venidas de don Carlos, y hacer caso de los periódicos del partido o de
las predicaciones de éste o de aquel Mella que toma al carlismo de materia
oratoriable y de sport político, se fijasen en las necesidades de los pueblos,
en las íntimas, en las que no se expresan.”
En la misma carta a Ganivet, Unamuno establece una dicotomía
entre el “carlismo popular” que celebra por su fondo, interpretado a la manera
de Unamuno: socialista, federal y anárquico y el “carlismo oficial” que toma
consistencia en la agitación política organizada, encarnado en el pretendiente
al trono español y en sus hombres de confianza, como en ese entonces lo era Vázquez
de Mella. El carlismo oficial le parece superficial, mientras que el carlismo
popular obtiene de Unamuno una aprobación íntima.
A Unamuno el “tradicionalismo” digamos que convencional: el
que había cristalizado en el carlismo, aunque hubiera conocido diversas
escisiones como el integrismo nocedaliano, se le aparecía como una impostura
histórica. Por eso, en ese mismo epistolario con Ganivet, escribirá:
“Pero aquí [en España] se ha hecho de la fe religiosa algo
muy picudo, agresivo y cortante, y de aquí ha salido ese jacobinismo
seudorreligioso que llaman integrismo, quintaesencia del intelectualismo
libresco".
La línea que sostiene ante Ganivet y la opinión pública en
1898 encuentra su antecente en el ensayo “La tradición eterna” (1895) que
formará parte del conjunto de ensayos publicados como libro bajo el título “En
torno al casticismo”. Es ahí donde Unamuno identifica el “carlismo-tradicionalismo-integrismo”
históricos con una suerte de antinatural jacobinismo, diciendo de sus
sostenedores que: “execrando del jacobinismo, son jacobinos”. A lo largo de toda su obra, Unamuno aludirá a la existencia de dos tradiciones: la "tradición eterna" y la que él llama la "tradición falsa", la "tradición falsa" corresponde al tradicionalismo representado tanto por el sector académico: el neo Juan Manuel Orti y Lara y Marcelino Menéndez y Pelayo, ambos fueron profesores de Unamuno y su relación no fue todo lo buena que era de esperar; como el sector político de los Nocedal y Vázquez de Mella.
La opinión que a Unamuno le merecían los líderes del
tradicionalismo histórico no puede ser más severa. Su actitud es hostil y no
parece que haya conciliación. Sin embargo, los trabajos de investigación de
campo que realizó Unamuno para su novela “Paz en la guerra”, la misma novela y
la correspondencia pública y privada (con su amigo Mújica por ejemplo), dan
pruebas de que Unamuno se sintió atraído, incluso fascinado pudiéramos decir
por la vitalidad del carlismo popular.
Ascensión carlista a Montejurra.
La razón más profunda de lo que pudiéramos llamar “incomprensión”
del carlismo por parte de Unamuno reposa sobre una de las ideas fundamentales
de su pensamiento: la animadversión manifiesta que sentía por lo histórico y la
adhesión que sentía por lo que él llamaba “intrahistórico”. En el mundo
conceptual de Unamuno, lo “histórico” se relaciona con el tiempo, categoría que
lógicamente tanto inquietaba a quien no dejaba de pensar en la inmortalidad de
su “yo”, se relaciona con el ruido y lo pasajero, con lo transitorio y
alterable, con lo expreso y “oratoriable”. Lo “intrahistórico”, en cambio, se
relaciona con la eternidad, con el silencio y lo inmutable, con lo permanente y
verdadero, con lo “inefable” (el carlismo popular… es inefable) y auténtico. Pero, claro está: una cosa es captar ese "carlismo popular", como hizo Unamuno, y otra muy distinta que ese "carlismo popular" reconociera a Unamuno que, a fin de cuentas, no era otra cosa que un intelectual, ajeno a las inquietudes de esos "intrahistóricos" fieles al "Dios, Patria, Fueros y Rey".
Llevando el “carlismo popular” al seguro resguardo de lo “intrahistórico”,
Unamuno se proponía salvar lo que creía esencial del carlismo: el fondo ibérico,
que para Unamuno era de naturaleza anarquistoide ("hasta anárquico" -dice
arriba), las libertades de las comunidades locales articuladas entre sí en una
unidad superior (el federalismo) y la sociedad tradicional con todos sus
vínculos de ayuda mutua (el socialismo; nunca marxista: Karl Marx siempre resultó antipático a Unamuno). Con ello, prescinde de lo religioso en
clave católica (rechaza el catolicismo confesional) y le trae sin cuidado lo
que se haga del Rey. El cuatrilema carlista queda reducido unamuniamente a: “Patria
y Fueros”.
Su particular interpretación del carlismo no podía
conciliarse con el carlismo histórico: el "carlismo intrahistórico" solo estaba en la mente de Unamuno, no en la realidad práctica. Era por ello que Aguirre, el
nacionalista, podía decirle a José Antonio que: Unamuno (o Maeztu) “van a
nuestro pueblo y nuestro pueblo los repele”. La intelectualización que hizo
Unamuno del carlismo le obstaculizaba la simpatía carlista. La reprobación que hizo Unamuno del
nacionalismo vasco le obstaculizaba la simpatía
nacionalista.
La preferencia de Unamuno por la “intrahistoria” lo condenó
a ser un extraño en la “historia”. El Rector de Salamanca, a fuer de teórico de
lo “intrahistórico”, terminó siendo un contradictorio extemporáneo: alguien que
en sus vaivenes estuvo con todos y terminó con todos dándose de cabezazos, que
para eso era una de las “mejores cabezas”.
BIBLIOGRAFÍA:
“Escritos políticos” (1914-1962), Hermann Hesse.
“Idearium español con El Porvenir de España”, Ángel Ganivet.
“En torno al casticismo”, Miguel de Unamuno.
“Epistolario inédito”, Miguel de Unamuno.
“Textos de doctrina política de José Antonio Primo de Rivera”,
Editado por la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista de las
JONS.
“Miguel de Unamuno”, Jon Juaristi.
Excelente, estoy de acuerdo en lo fundamental. Unamuno fue un hombre que vivio en una perenne "agonia", que nunca debe tomarse como una debilidad sino mas bien como una lucha perenne aunque contradictoria y aniquilante, pero llevo dentro de si lo mas genuino del espiritu espanol universal...por Unamuno y su "En torno al casticismo" me hice espanol a mi mismo viviendo en Cuba bajo el castrismo cuando tenia 15 agnos y por ese libro no pude contener mis lagrimas cuando contemple al fin, con cuarenta, la vasta meseta castellana...un hombre consciente de sus contradicciones que ni aun en el momento de su muerte, basta leer su "DDiario Intimo", tuvo paz en su alma aunque nunca y al precio que fuera dejo de buscarla
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