Luis
Gómez
Un
hombre mantenía una conversación con otro en la terraza de un café. Hablaban de
cosas mundanas, pero en un determinado momento, la conversación giró sobre la
religión católica. Uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, explicaba a su
amigo, como los católicos eran unos falsos y casi unos “demonios”. Ponía como
ejemplo la herejía albigense. Sin llegar a poder reproducir exactamente su
exposición lo que vino a decir era más o menos esto:
“En un determinado momento de la historia de
la Iglesia, apareció el movimiento cátaro o albigense. Los sacerdotes católicos
eran todos unos corruptos, y acumulaban mucho dinero y poder. Se habían
encargado de mantener a raya y de hacer la guerra a los musulmanes, pero éstos
se defendían en Tierra Santa. Como no podían con ellos, empezaron los pogromos
contra los judíos, que primero se fueron de Francia hacia el este de Europa, y
ya sabemos cómo terminaron casi todos durante la II Guerra Mundial. Es por
ello, que contra los cátaros se las tuvieron que ver de una manera más
enérgica. Este tipo de cristianos no los toleraba la Jerarquía, pues les
socavaba el poder. Pero si en un principio les pareció que se podrían acabar
con ellos de forma rápida, la cosa se les torció. Descubrir a un judío era
fácil, a un musulmán también, pero distinguir entre cristianos, eso es más
difícil. Los cátaros eran los “puros”, y eran más estrictos con la observancia
de la pobreza que los católicos, así que si se mezclaban, era difícil distinguirlos.
Un tal Simón de Monfort, en plena guerra contra los albigenses, metió en una
iglesia a todo un pueblo, y le prendió fuego, con mujeres, niños y ancianos
dentro. Dijo “Qué Dios coja a los suyos” ante la imposibilidad de distinguir a los que
mentían diciendo que eran católicos o de los que lo eran de verdad. Ello
demuestra que la Iglesia es ha sido y será, un instrumento de poder y de
muerte, que durante muchos siglos ha privado de libertad a los hombres y que
sólo ha pretendido mantenerse en el poder a toda costa. Los clérigos y su
jerarquía viven estupendamente, mientras el pueblo, debe de obedecer ciegamente
sus directrices, o de lo contrario sufrir las consecuencias…”
Así
se despachaba el “erudito” cafetero,
mientras que su compañero escuchaba atentamente la “clase magistral” que le impartía su amigo mientras apuraba los
últimos sorbos de su negra infusión.
Ante este dislate
historicista, yo me puse a imaginar. Pensé en una sociedad democrática, donde
la constitución y sus leyes regulan la vida del ciudadano. Entonces me imaginé
a millones de individuos regulados y gobernados por esa Ley. Entonces, de repente,
se me figuró que un individuo cualquiera, después de leer atentamente la
Constitución, no estuviese de acuerdo con su interpretación, y fuese tan osado
y valiente, como para llevar a la práctica la rebelión. El mundo democrático
está regido por miles de personas que ocupan cargos políticos. Todos ellos, a
cada cual más corrupto que el anterior. La prevaricación, el cohecho, el hurto
a secas, la tiranía de la administración arbitraria de leyes y reglamentos,
concejales pederastas, gobernadores violadores, otros que usan su posición y
cargo para someter por la fuerza a mujeres indefensas, prostitución, venta de
armas y de drogas, y en fin, un rosario de delitos, que día a día nos muestran
los telediarios nacionales sin que ya seamos capaces de asombrarnos de nada. Me
imaginé así a ese individuo harto de todo eso y emprendiendo una nueva vía. En
mi ensoñación vi como a su alrededor se fueron uniendo más individuos que veían
en ese líder alguien coherente, alguien recto y respetable. Todos juntos se
fueron a vivir a una ciudad abandonada, y allí, entre todos, vi como la
reconstruían. En esa nueva ciudad no existían los impuestos, ni los gobernantes, ni los concejales, ni nada por el estilo. Todos vivían como en paz y armonía. Las leyes eran las mismas, pero se administraban de forma distinta. No había corrupción por el momento.
Al
poco tiempo, esos pocos se convirtieron en una masa de gente muy grande, y
pronto, por otras partes de la región les empezaron a salir seguidores. En
algunas ciudades de cierta entidad, algunos seguidores de este tipo de “vida constitucional”, se rebelaron
contra las normas de sus legisladores, y en un gesto de coherencia dejaron de
pagar los abusivos impuestos que pagaban, y que tanto provecho particular le
sacaban los políticos dirigentes. Algunas provincias, esperando poder sacar más
tajada de esta confusión, se pusieron a proteger a estos nuevos “hombres constitucionales”, con el sentir
de que si así lo hacían, quizás podrían hacer realidad su sueño independentista
y desunirse del resto del Sistema….
Al
poco de tener esa imagen en mi mente, vi como reaccionarían los Demócratas.
Aparecieron en mi imaginario cientos de policías y soldados apostados cerca de
los límites de estos pueblos que habitaban los nuevos Constitucionales y los vi
obligándoles a deponer su actitud, volver al “redil” y por supuesto que se les entregara a sus líderes para ser
juzgados por los Tribunales. Vi la pasiva resistencia de esos hombres que no
creían en la violencia y que no tenían ninguna oportunidad de vencer en una
lucha armada, y vi también como desde el Poder, se dictaron leyes para reprimir
y hasta perseguir a los que se oponían a la Democracia. Vi la sangre correr,
las encarcelaciones de todo tipo de gente, privándoles de todo, encarcelándolos
en campos de concentración tipo Guantánamo, a la espera de saber si eran
afectos a la Democracia o no. Todo sin juicio previo, pero al amparo de la Ley.
Entendí,
que si pasaran mil años, alguien sentado en un lugar parecido al que yo estaba
ahora, podría decir que en el s. XXI hubo un régimen dictatorial llamado
Democracia, que sometía a todos los habitantes del Planeta bajo su duro
gobierno. Que bajo el nombre de Constitución, Democracia y Ley, obligaban a los
mortales a padecer y sufrir mil y una tropelías. Que había un casta
privilegiada, la de los políticos, que se saltaba toda norma y toda ley, pero
que los demás, eran gobernados con rigor y sin posibilidad de buscar nuevas
alternativas. Pensé, que bien podría ese hombre del futuro, terminar la
conversación igual que la terminó el otro individuo que tomaba café, diciendo
algo tal que: “…Ello demuestra que la
Democracia es, ha sido y será, un instrumento de poder y de muerte, que durante
muchos siglos ha privado de libertad a los hombres y que sólo ha pretendido
mantenerse en el poder a toda costa. Los demócratas y su jerarquía viven
estupendamente, mientras el pueblo, debe de obedecer ciegamente sus
directrices, o de lo contrario sufrir las consecuencias…”
Ni
la Democracia es así, si se administra con justicia y equidad, ni la religión
católica es como la describió el ateo cafetero de este relato. Otra cosa es que
los que la representan sean dignos de ella o no.
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