Adolfo Morganti, presidente de Identità Europea |
ENTREVISTA A ADOLFO MORGANTI EN BARBADILLO
El 16 de octubre de 2013 se publicaba esta entrevista en el prestigioso medio italiano BARBADILLO, laboratorio di idee nel mare del web. Alfonso Piscitelli entrevistaba a Adolfo Morganti, presidente de la asociación italiana IDENTITÀ EUROPEA, que estudia y promueve la construcción de una Europa fiel a sus raíces clásicas y cristianas. El tema central que aborda la entrevista es Rusia, pero la cultura del entrevistador y del entrevistado logran que sea todo un diálogo ameno y provechoso. Hemos creído oportuno traducirla y publicarla en RAIGAMBRE para el público hispanohablante.
Traducción al español por Manuel Fernández Espinosa
La asociación Identità Europea tiene en los históricos Franco
Cardini y Adolfo Morganti, editor del “Il Cerchio”, a sus exponentes más
importantes. Hace años que promueve iniciativas que reclaman una reflexión sobre
las raíces del continente europeo (raíces clásicas y cristianas) y sobre su
destino. Recientemente “Identità Europa” ha organizado en San Marino un
Congreso sobre “Europa en la época de las grandes potencias, desde 1861 a 1914”,
en el ámbito de ese discurso se ha abordado también la naturaleza compleja de
las relaciones entre Italia y Rusia. Replanteamos el argumento a menudo
descuidado por los historiadores contemporáneos, con el presidente de Identità
Europea, Morganti.
Alfonso Piscitelli: En la segunda mitad del XIX se articulaba una red compleja
de alianzas entre naciones europeas continentales: la Triple Alianza (Alemania,
Austria, Italia) y por un cierto tiempo el Pacto de los Tres Emperadores
(Alemania, Austria, Rusia). ¿Fue el intento de superar los nacionalismos en
orden a una cooperación continental?
Adolfo Morganti: Era la tentativa de superar los límites y los conflictos
cebados por el nacionalismo jacobino, pero al mismo tiempo eran fuertes las
tensiones estratégicas que se localizaban en el área balcánica con Rusia, que
patrocinaba los movimientos nacionalistas del pueblo eslavo y Austria que
contenía estas pulsiones subrayando el aspecto supranacional del Imperio de los
Habsburgo. Sarajevo no fue una sorpresa, como localización del foco de la
primera guerra mundial.
A. Piscitelli: E Italia, ¿cómo se movía sobre el plano internacional?
A. Morganti: Todos conocemos el impulso profundo que el arte italiano dio a Rusia: un impulso evidente en San Petersburgo. Menor fue la intensidad de las relaciones marítimas entre Italia y el Mar Negro, que han plasmado la estructura económica misma de aquellas regiones. Sobre el plano diplomático, después de la intervención piamontesa en la Guerra de Crimea, las relaciones con Rusia indudablemente tenían que recuperarse: en efecto, por largo tiempo, Rusia representó algo extraño y distante, en los mismos años en los que Italia establecía una alianza con Austria y Hungría.
A. Morganti: Todos conocemos el impulso profundo que el arte italiano dio a Rusia: un impulso evidente en San Petersburgo. Menor fue la intensidad de las relaciones marítimas entre Italia y el Mar Negro, que han plasmado la estructura económica misma de aquellas regiones. Sobre el plano diplomático, después de la intervención piamontesa en la Guerra de Crimea, las relaciones con Rusia indudablemente tenían que recuperarse: en efecto, por largo tiempo, Rusia representó algo extraño y distante, en los mismos años en los que Italia establecía una alianza con Austria y Hungría.
A. Piscitelli: Con el enemigo por excelencia de la época del Risorgimento
[Austria].
A. Morganti: Más tarde, con el viraje que supuso 1914, obviamente la
situación cambió las tornas: los rusos vinieron a ser aliados en el curso de la
Primera Guerra Mundial, pero las relaciones gubernamentales y diplomáticas no
fueron tan frecuentes y orgánicas como lo fueron, en cambio, las relaciones
económicas.
A. Piscitelli: ¿Crees que hoy Rusia deba ser incluida en la identidad europea,
a la que alude el nombre de tu asociación?
A. Morganti: Con seguridad, la parte europea de Rusia debe ser
considerada un elemento importante en el discurso sobre la Europa
contemporánea. A partir de su conquista de Siberia, relativamente reciente,
Rusia ha adquirido una vocación más amplia: la de Eurasia; pero Europa es
impensable sin su área oriental, así como la identidad cristiana del continente
es impensable sin contemplar el papel de la ortodoxia. Rusia, por una parte es
Europa y reconocida como tal (y desde un punto de vista existencial hoy
defiende los valores europeos incluso más que muchos estados de la Comunidad Europea),
por otra parte, se atribuye una misión y una identidad que rebasa los confines
de la misma Europa.
A. Piscitelli: El diálogo ortodoxo se ha reanudado a lo grande en los años
sesenta con Pablo VI, con la recíproca retirada de excomuniones y el abrazo con
el patriarca Atenagoras.
A. Morganti: Generando entusiasmos y resistencias a las dos bandas:
resistencias que en el ámbito ortodoxo amenazaron con producir un cisma, que más
tarde se hizo realidad.
A. Piscitelli: Y el hecho de que Juan Pablo II fuese un eslavo, un polaco
(no extraño al “humus cultural” del nacionalismo polaco), ¿ha facilitado o ha
creado alguna fricción y malentendidos entre las dos partes?
A. Morganti: Ciertamente, cuando la primera jerarquía católica de la Rusia
post-soviética fue elegida por Juan Pablo II, la presencia de prelados polacos
fue relevante y esto creó notables problemas de coexistencia con los ortodoxos.
La misma acción de los franciscanos en Rusia era vista como una fuerza de
penetración católica en el área del cristianismo ortodoxo. Ahora, con el cambio
de jerarquía, en que la presencia de Italia está representada autorizadamente
por el actual Obispo de Moscú, estos problemas casi se han disuelto.
A. Piscitelli: Si recuerdo bien, fue Ratzinger quien determinó una nueva
relación, promoviendo el cambio de jerarcas.
A. Morganti: Exactamente.
A. Piscitelli: Un recordatorio siempre es útil… ¿por qué se originó y por
qué persiste la división entre cristianos católicos y cristianos ortodoxos?
A. Morganti: Hay toda una serie de diferencias dogmáticas que dividen a
católicos y ortodoxos: la cuestión del “filioque” (de la procesión del Espíritu
Santo), la diversas valoraciones de ultratumba (los ortodoxos no conciben el
purgatorio), el diverso modo de entender la confesión. Son diferencias
importantes, pero en la historia del cristianismo tales divergencias no han
impedido necesariamente la unidad de las iglesias: por caso, pensemos que, durante una época en la historia, el cristianismo irlandés calculaba la Pascua de
manera diferente al cristianismo continental. Ya hemos tenido otras situaciones
de diversidad, que no afectan a la unidad subyacente. En el caso ortodoxo vino,
en cambio, una separación profunda, pero no ocultemos que el cisma maduró sobre
la cuestión del primado del Obispo de Roma, primado de honor, según los
ortodoxos; primado jerárquico, según los católicos.
A. Piscitelli: También hay temas fuertes que unen a los dos mundos
espirituales, pensemos en la gran devoción a la Madre de Dios; y en lo que
atañe al tema mariano no podemos olvidar que al inicio del siglo XX, la
profecía de Fátima está estrechamente ligada al tema de Rusia. ¿Qué ideas te
has hecho a propósito de esto?
A. Morganti: La profecía de Fátima veía en Rusia el centro de una gran
apostasía, que luego se verificó con el comunismo; pero las profecías son un
terreno resbaladizo. Sin lugar a dudas, el gran gigante ruso constituye un
escenario fundamental para la articulación de las fuerzas en la confrontación
entre tradición y modernidad, entre el cristianismo y la tentativa ilustrada de
disolverlo o reducirlo a la esfera privada, está a los ojos de todos.
A. Piscitelli: ¿Es verdad o solo es una simplificación decir que el
espíritu cristiano de Rusia está atraído particularmente por el Evangelio de San
Juan y por el Apocalipsis?
A. Morganti: Es un enfoque para la escatología en general. Pero este
enfoque es compartido con la milenaria tradición católica: en el ámbito
católico hasta lo que no ha mucho se hacía en las llamadas meditaciones sobre
los “Novísimos” (muerte, juicio universal, infierno y paraíso) era intensa; después
(por usar un eufemismo) no ha sido valorada al máximo…
A. Piscitelli: Y el tema típicamente ruso de la Tercera Roma, ¿puede
todavía jugar el papel de idea movilizadora en el ánimo de Rusia y en el ánimo
de los europeos que miran con atención a Rusia?
A. Morganti: Rotundamente: sí. Rusia es la Tercera Roma, tanto para los rusos
creyentes como para los laicos. Los laicos ven en el poder de Moscú la continuación efectiva de una autoridad imperial a través de todas las
modificaciones históricas posibles. Para el creyente, el concepto de Tercera
Roma tiene una resonancia ulterior, pero todos los sujetos político-culturales
rusos comparten el sentido de esta misión histórica, sean comunistas o
nacionalistas, religiosos o laicos.
A. Piscitelli: Sin embargo, en el inmenso territorio ruso existen también
otras tradiciones religiosas: el ministro de defensa Shoigú es un budista de la
zona siberiana.
A. Morganti: También hay regiones de la Federación Rusa de mayoría hebrea
y zonas en las que se arraigó el islam chiíta (principalmente en la parte ocupada
por población turcófona) o sunnita. Desde los tiempos del imperio zarista, la
multiplicidad de tradiciones religiosas no ha creado problemas de convivencia.
A. Piscitelli: ¿Podría decirnos su valoración personal de la figura de
Vladimir Putin?
A. Morganti: ¡Putin es un ruso! En cuanto tal, él continúa encarnando
esta misión de Rusia, cristiana e imperial. El hecho de que Putin sea más creyente
o menos es indiferente. Su misión personal es la de proteger a Rusia y Rusia
tiene esta identidad (imperial y cristiana) y no otra alguna…
Fuente original en italiano: L’intervista. L’editore Adolfo Morganti: “Mosca è ancora la Terza Roma”
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