RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 17 de julio de 2014

REVOLUCIÓN FRANCESA=GENOCIDIO MODERNO

Imagen de averiguelovargas.blogspot.com



Por Antonio Moreno Ruiz

El 14 de julio, la República Francesa celebra el día de la Revolución, hecho histórico al cual nos dicen que debemos mucho en todo el mundo. ¿Seguro? ¿De verdad sabemos qué fue la Revolución, y cuáles fueron sus consecuencias humanas? ¿Sabemos algo de cuál fue su política? ¿Sabemos la verdadera historia?

Dejemos hablar a los propios revolucionarios. Dejó dicho el general jacobino Westermann:"La Vendée ha dejado de existir. Ha muerto bajo nuestros sables, con sus mujeres y sus niños. He aplastado a las mujeres con los cascos de mis caballos, he masacrado a las mujeres, que no podrán engendrar más bandidos. No tengo nada que reprocharme por no haber hecho prisioneros. Los he exterminado a todos. Los caminos están diseminados de cadáveres. Hay tantos que en muchos lugares forman una pirámide".

Como siempre, la verdad histórica, y hasta contada por ellos mismos, se impone ante las consignas del sistema. No hay nada que celebrar el 14 de julio, ni por los franceses de bien (que haberlos haylos) ni por nadie. Y la única marsellesa que ha de recordarse es la de los nobles combatientes vandeanos que, luchando por la tradición y siendo hombres libres, perecieron en este terrible genocidio moderno, antesala de otras muchas matanzas y terroríficas prácticas en nombre de la palabrería.






Y que no se deje de recordar el magnífico ensayo de un historiador francés sobre esta cuestión:



LO JURO POR SNOOPY


LO JURO POR SNOOPY
 
14/07/2014.
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Ignoro si todavía se estila, pero hace décadas cundía una expresión que cuando la escuchaba me resultaba hilarante. Los más “pijos” (digo esa gente solvente económicamente y que brilla por su frivolidad) solían acompañar a sus aseveraciones con una coletilla: “Te lo juro por Snoopy” -remataban. El popular y simpático personaje del dibujante Charles Schulz se convertía en testigo involuntario de los juramentos de los pisaverdes que, invocando a Snoopy, pretendían hacer valer su relato.
 
Un juramento no suele tener sus consecuencias en el mundo visible. Es por eso que para aquellos que niegan la trascendencia, todo juramento es ocioso. Alguien que jura poniendo por testigo a alguien en cuya existencia no cree (digámoslo con toda franqueza) está haciendo un paripé. Si alguien no cree en el infierno, ¿qué va a temer más allá de esta vida? Jurará y perjurará en el convencimiento de que sus juramentos no tendrán ninguna consecuencia que pueda lamentar. Jurará como quien juega; y jugando con ventaja sobre los ingenuos que confíen en su más o menos solemne juramento.
 
En el pasado, la muchedumbre de casos en que unos juraban en vano o no temían perjurar por descreer de la eficacia de la justicia divina llevó a algunas sociedades a la práctica de la “ordalía” o “juicio de Dios”. En las ordalías se invocaba a Dios para que, a través de operaciones rituales y visibles, se produjera un resultado visible del que se infería si el testimonio del interesado era fehaciente o no. La ordalía suscita hoy la risa en aquellos que se jactan de haber superado épocas oscuras y se creen muy “avanzados”, pero hemos de admitir que la ordalía es una modalidad lógica que, más allá o acá de su eficacia, convencía a los creyentes de lo fidedigno que pudiera ser el juramento o promesa de aquellos que no eran del todo de fiar.
 
Decía Ernst Jünger que: “Cuando en un Estado ateo un incrédulo exige juramento a los creyentes, su proceder se asemeja al del banquero tramposo de una mesa de juego que aguardase que los otros jugadores pusiesen sobre el tapete oro auténtico". También podríamos afirmar que a una sociedad relativista le están sobrando todos los “juramentos solemnes” y lo mismo da que se hagan ante un tribunal que ante el parlamento de una nación.
 
“Lo juro por Snoopy” está más vigente de lo que podemos pensar. Está poniéndose en boga de la mano de todos aquellos que juran sus cargos con las mayores ventajas que les ofrecen los novísimos protocolos. Se han tomado los juramentos a chacota: aquí ya puede jurar cualquiera por Snoopy, por Zipi Zape o por Carpanta, lo mismo es y una masa irreflexiva no concede la menor importancia a estas cosas, las pasa de largo y permite con su pasividad que cínicos peores que Maquiavelo juren en vano sus cargos… En la creencia de que ni en el más allá (ni en el más acá) se les requerirá que hagan bueno lo que juraron.

Juramentos que no obligan son del todo inútiles. Pero quienes los prestan cuentan con ello y, claro que sí, con la sumisión de un pueblo convertido en masa y que hace tiempo que ha perdido la justeza de las palabras y la noción de honor. Y no lo juro por Snoopy, sino que doy mi palabra de honor.
 
Publicado originalmente en: EL CONTEMPORÁNEO Diario Digital

miércoles, 16 de julio de 2014

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, POETA PORTADOR DE DESTINO

Juan Ramón Jiménez, en compañía de unos niños portorriqueños

 
LA PALABRA POÉTICA Y LAS ESPAÑAS QUE RENACEN


Por Manuel Fernández Espinosa


Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (Huelva, España) el 23 de diciembre de 1881 y pasó a mejor vida en San Juan de Puerto Rico (España de Ultramar) el 29 de mayo de 1958. En 1956 recibió el Premio Nobel de Literatura, su obra ha sido bastante popularizada, pero por muy extensa que es la bibliografía que sus especialistas han dedicado a la Obra de Juan Ramón, apenas se ha penetrado en su poesía. Juan Ramón es el popular escritor de "Platero y yo" y un poeta dedicado por completo a lo que él denominaba su "Obra", con una constancia y fervor que algunos describen como maniática: pero en los fondos de sus versos, en la música de su palabra reciente siempre, por más años que sucedan, pocos han entendido que Juan Ramón es todo eso y más: Juan Ramón es portador de un destino.
 
El escritor mexicano Alfonso Reyes, siempre tan perspicaz, nos desvela algunos de los pensamientos rectores de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo ese de: "La fuerza de rechazar -dice Juan Ramón- mide la capacidad moral de un hombre, en el orden de la conducta; mide la verdad de su estilo, en el orden del arte; mide, finalmente, en el orden de su vitalidad, el peso de su creación" (en "Tertulias de Madrid", Alfonso Reyes; las citas que traemos a colación del autor mexicano pertenecen a esta obra, publicada por Espasa Calpe).

Juan Ramón no solo es el neurótico que sublima su neurosis, como quiere la crítica psicologiquera que no puede despegar su panza de sapo del suelo, sino que Juan Ramón pertenece a uno de los pueblos más antiguos de la humanidad: el andaluz, ese que -ha unos días- recordábamos que José Ortega y Gasset comparaba con China. Y mucho de chino tiene nuestro Juan Ramón. No es tan solo el poeta de la poesía pura (que muy equivocadamente se reduce a un esteticismo enfermizo y estéril), no es tan solamente el poeta de la poesía hermética (cuyos arcanos hay que descifrar valiéndose de claves swedenborgianas o francesas); claro que Juan Ramón, por supuesto, recibió la valiosa influencia del decadentismo, del simbolismo, del modernismo y de cuantas vanguardias tengan a bien sumar especialistas más duchos que yo en la materia. Pero olvidan con facilidad que Juan Ramón era un universo en sí mismo. Muchos repiten el estribillo que lo cualifica como "andaluz universal", pero nadie sabe el punto de verdad que tiene esa expresión en un poeta tan singular-universo como Juan Ramón.
 
La poesía de Juan Ramón es la autoconciencia de la Palabra (de la Palabra castellana). Solo un poeta recogido en el misterio y ministerio de la Palabra ha podido escribir estos versos tan chinos, tan confucianos:
 
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas! 

(Eternidades)
 
¿Por qué me permito llamarle "chinos", "confucianos", a estos versos? Veamos.
 
El poema que he escogido de Juan Ramón es toda una invocación a la "Intelijencia", para que ésta dote al poeta del "nombre exacto" de las cosas, para que el Lenguaje sea medio apto de comunicación y, a través de la Palabra del Poeta, comulguen los hombres entre sí y con el mundo entero de las cosas; la Palabra poética es: 1) instrumento de conocimiento: "Que por mí vayan todos/los que no las conocen, a las cosas"; 2) instrumento mnemotécnico: "...que por mí vayan todos/los que ya las olvidan, a las cosas"; y 3) vehículo de amor entre los seres humanos, de amor de unos a otros y de amor de los seres humanos con el mundo en su totalidad: "que por mí vayan todos/los mismos que las aman, a las cosas". La palabra exacta (que Juan Ramón pide aquí que la Intelijencia le otorgue como un don) remite a una de las doctrinas más importantes del pensamiento de Confucio, la denominada "doctrina de la rectificación de los nombres". Esta doctrina del sabio chino postula que para ordenar el mundo se requiere que los nombres sean los correctos. Para poner orden en el mundo y que los asuntos en todos los órdenes puedan realizarse cumplidamente.
 
"Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan y, si las palabras no se ajustan a lo que representan, los asuntos no se realizarán. Si los asuntos no se realizan, no prosperarán ni los ritos ni la música, si la música y los ritos no se desarrollan, no se aplicarán con justicia penas y castigos y, si no se aplican penas y castigos con justicia, el pueblo no sabrá cómo obrar".
 
("Los cuatro libros" de Confucio,
introducción, traducción y notas de Joaquín Pérez Arroyo). 
 
Allí donde las palabras han perdido su significado todo anda en el desorden, las relaciones sociales no pueden transcurrir en los términos que exige el bien. Cuando las palabras no son las exactas, el lenguaje no sirve para conocer, ni para remembrar, ni para mantener una relación amorosa con el mundo; todo lo contrario, la palabra que se ha degradado deviene fuente de confusión, motivo de controversias, raíz de la discordia. Miremos a nuestro alrededor y veremos como es así: le llaman "matrimonio" a lo que no es tal, le llaman "interrupción del embarazo" a lo que es crimen, le llaman "tolerancia" a lo que es sumisa aceptación de todo lo disolvente... Y si miramos a nuestra "casa": ¿a qué le llamamos "España"? ¿Qué entendemos por "Monarquía"? ¿Qué decimos cuando decimos "República"? La mayor parte de nuestras empresas se malogran por no entendernos los unos a los otros, la mayor parte de nuestros conflictos brotan de esa babélica confusión de las lenguas (de la lengua vernácula incluso). Y a veces, tendríamos que pensar esta frase de otro gran Poeta, Francisco de Quevedo, incrustada en una de sus últimas cartas:
 
"Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada, sino un vocablo y una figura".
 
Es cierto, pero frente a esa obsolescencia de ciertas entidades de las que solo quedan los nombres cual carcasas, Juan Ramón nos insta a crear la Palabra, en ese mismo poema de "Eternidades" nos lo dice meridianamente:
 
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
 
Ésta es una de las simas todavía por escrutar en las honduras de la poesía juanramoniana. Esta ruta promete descubrimientos que van más allá de la prosaica interpretación de los gramáticos: es una vía que invita a esa "inmensa minoría" para la que Juan Ramón escribía. La Palabra recental, fuente de sentido y de realidad, capaz de transformar el mundo, dándonos Patria e Inmortalidad. Según piensa Alfonso Reyes, el poema que cifra el arte de Juan Ramón dice:
 
¡Palabra mía eterna!
¡Oh, qué vivir supremo
-ya en la nada la lengua de mi boca-
oh, qué vivir divino
de flor sin tallo y sin raíz,
nutrida, por la luz, con mi memoria,
sola y fresca en el aire de la vida!

"Donde la palabra eterna quiere decir, no un elogio que el poeta se aplica a sí propio, sino una actualidad permanente [...] el misterio lógico de la perfección como lo define Santo Tomás; acto puro, sin blanduras de potencia o posibilidades dormidas; acto puro, realización absoluta" -añade muy oportunamente Alfonso Reyes.
 
El patriotismo de Juan Ramón era radical, arraigado a las entrañas de la Lengua; no fue patrioterismo de cartón, era enterizo. Por eso, con motivo de su viaje a Argentina en 1948, cuando ya se encontraba "desterrado", el mismo Juan Ramón escribió este testimonio que opera como una revelación:
 
"El milagro de mi español lo obró la República Argentina... Cuando llegamos al puerto de Buenos Aires y oí gritar mi nombre, ¡Juan Ramón, Juan Ramón!, a un grupo de muchachas y muchachos, me sentí español, español renacido, revivido, salido de la tierra del desterrado, desenterrado... ¡El grito, la lengua española; el grito en lengua española, el grito!... Todo era por mi lengua, por la lengua en que había escrito lo que ellos habían leído. Nunca soñé cosa semejante... Aquella misma noche yo hablaba español por todo mi cuerpo con mi alma, el mismo español de mi madre... y por esta lengua de mi madre, la sonrisa mutua, el abrazo, la efusión... No soy ahora un deslenguado ni un desterrado, sino un conterrado, y por ese volver a lenguarme he encontrado a Dios en la conciencia de lo bello, lo que hubiera sido imposible no oyendo hablar en mi español".
 
Sabido es que los poetas de raza no sólo versifican, sino que en la antigüedad también fueron tenidos como "vates"; esto es, hombres de una hipersensibilidad que, en momentos de inspiración, podía franquearles el muro que hace invisible el futuro, escuchar el dictado del Hado para alumbrar mundos nuevos. Juan Ramón Jiménez fue de esos, por eso a veces se expresaba enigmáticamente, como lo hizo cuando llegó a escribir:  "Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero" ("Un destino inmanente", ensayo contenido en "La isla de la simpatía").
 
En Puerto Rico crece en nuestros días un clamor popular, cada día son más los portorriqueños que se suman al Movimiento por la Reunificación de Puerto Rico con España. ¿Será ese el destino de Puerto Rico al que estaba unido el Poeta de Moguer? ¿Será esa gran Reunificación de todos los pueblos hispanohablantes en un gran bloque geopolítico lo que veía el visionario de la Palabra? ¿Será ese el "destino ineludible y verdadero" de una comunidad lingüística que abarca el mundo?
 
Estamos íntimamente persuadidos de que así es. Somos conscientes de que nuestro actual sistema político -nuestro Estado- es el peor obstáculo que existe para eso, dudamos incluso de su hispanismo: prueba de ello es la imposición del bilingüismo anglosajón en nuestro sistema de enseñanza; pero también sabemos que, a decir de Quevedo: "Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada, sino un vocablo y una figura", pero también nos ha dicho Juan Ramón Jiménez que la Intelijencia nos puede dar la "palabra exacta" para conocer, para recordar y para amar siempre aquellas realidades que constituyen nuestro ser propio: nuestra Patria, nuestra Lengua, nuestra Civilización.

lunes, 14 de julio de 2014

LA RECONQUISTA PERMANENTE

Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón y Pamplona

 
Conferencia pronunciada el 12 de julio de 2014 en el Albergue Juvenil de Jaén*
 
 
LA RECONQUISTA PERMANENTE
La teoría del reflujo del poblamiento y la reconquista
 
 
Manuel Fernández Espinosa
La situación geográfica de un país determina en gran medida su historia. La Península Ibérica, situada en el extremo occidental de Europa, con una cara atlántica y otra mediterránea, bordeada de litoral a excepción de su istmo septentrional que la une al continente europeo ha sido la presa de la ambición y codicia de muchos imperialismos extranjeros. Ángel Ganivet decía que la Península Ibérica era una casa con dos puertas y, por lo tanto: mala de guardar. Mala de guardar incluso con una muralla natural en los Pirineos al norte y a pesar de que, al sur, un foso natural la separa de África: el estrecho de Gibraltar. En nuestra historia de poco han servido esas barreras geográficas.
Si nos paramos a pensarlo, aquí y ahora, cuando conmemoramos dos de las batallas más relevantes de nuestra Historia, le daremos la razón a Ganivet: en 1212 en Navas de Tolosa vencimos a los invasores africanos que habían atravesado el Estrecho de Gibraltar; en 1808 vencimos en Bailén a los invasores europeos que habían penetrado en la Península Ibérica atravesando los Pirineos. Ambas fueron guerras de supervivencia y liberación. En ellas nos vimos implicados todos los peninsulares, antes de las divisiones nacionalistas. En los grandes dilemas se manifiesta lo que un pueblo vale: era o los invasores o nosotros. Y nunca quisimos dejar de ser nosotros.
Sin embargo, con la libertad que me han concedido sus organizadores, esta conferencia no versará sobre la Batalla de las Navas de Tolosa que conmemoramos en esta jornada patriótica. Es mi propósito disertar sobre cuestiones que podríamos llamar “meta-históricas”, esto es: anteriores a todo acontecimiento histórico en bruto, como fue la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212. Anteriores en el tiempo y pudiéramos decir que también cuestiones cuya prelacía está más allá de cualquier exposición de índole histórica, siendo factores que obran a manera de “condiciones de posibilidad” que anticiparán y sentarán las bases para que cientos de años después se complete la Reconquista. Algo que no es un objeto que tengamos que mirar como el entomólogo observa un insecto, sino que es -nada más y nada menos- lo que nos ha hecho ser quienes somos.
Yo no soy historiador profesional: soy aprendiz de filósofo que presta mucha atención a la Historia y la considera con la aspiración de comprender el presente y la patente voluntad práctica de configurar el futuro. Lo que traigo a la consideración de este distinguido público no es repetir una serie de hechos históricos, contándolos mejor o peor que lo cuentan los libros. Lo que vengo a postular es una teoría propia: una teoría articulada por mí mismo, sobre la base de mis estudios históricos; una teoría avanzada hace años en algunas publicaciones de muy limitado público; una teoría comprobada posteriormente a la luz de algunos trabajos que han venido a darme la razón y que es inexpugnable en su verdad práctica. Es, por lo tanto, una teoría propia que sirve para recuperar el concepto de Reconquista que está peligrando debido a muchos intereses bastardos que tratan de eliminarla de la conciencia popular. Y es mi teoría la de un filósofo -no el trabajo de un historiador; pues no miro la Historia como hacen los “profesionales” que viven de ella, que no se dejan interpelar y presumen estar al margen de ella.
La teoría de Américo Castro (uno de los artífices del paradigma histórico hoy vigente: la “Teoría de las Tres Culturas”) tampoco era la teoría de un historiador, sino la teoría de un filólogo entrometido en Historia. El que le plazca que me llame “filósofo entrometido en Historia”: me importa un bledo. Por otra parte, es normal que la comunidad científica no acepte teorías como la mía de la noche a la mañana; además de suponer un trastorno para sus acomodadas posaderas en las cátedras universitarias, admitir mi teoría y contribuir a su difusión es algo que ningún poder fáctico estaría dispuesto a subvencionar, por estar mi teoría frontalmente en contra de lo que ellos imponen. A esta teoría que hoy expongo por vez primera en público en esta disertación la llamo provisionalmente la “Teoría del reflujo del poblamiento y la Reconquista”.
Con la ayuda de Dios y la intercesión de su Madre la Santísima Virgen María y encomendándome bajo la égida de Señor Santiago, a quienes nuestros cruzados encomendaban todas sus empresas guerreras, procedamos con ésta:
 
EL CONCEPTO DE “RECONQUISTA”
 
En el curso de toda la historiografía peninsular (también en la bibliografía portuguesa), la Reconquista ha sido un vocablo que significaba el esfuerzo político (con especial desarrollo en su dimensión bélica) mantenido durante ocho siglos contra el invasor mahometano que ocupó la España de los Godos (Hispania Gothorum) el año 711. A partir del siglo XIX, con el incremento de los estudios arabistas en España, se va abriendo una brecha en la concepción monolítica de la Reconquista (que nadie ponía en cuestión) y tímidamente se va ejerciendo una actividad crítica sobre el mismo concepto “Reconquista”, poniéndolo en tela de juicio, rebajando y desacreditando todo el esfuerzo de nuestros antepasados por liberarse de los invasores. Ya a principios del siglo XX los hay (indocumentados como Blas Infante o, más cultos, como Américo Castro) que mantienen y difunden el escepticismo sobre la Reconquista, la minusvaloran o directamente la reprueban, sin recatarse a la hora de conceptuar como algo negativo lo que supuso la “Reconquista”: ignorancia, amnesia, manías exóticas y románticas, confusión, relativismo, falta de identidad y mucha ingratitud son las raíces de esa vergonzosa actitud que hoy ha ganado tantos adeptos y que pasará factura a esta sociedad pasiva y pusilánime.
Para algunos, el mismo hecho de haber tardado ocho siglos en reintegrar España a su estado anterior al 711 ponía en tela de juicio que la “reconquista” hubiera sido algo real, algo enraizado en la voluntad de nuestros ancestros y perpetuado piadosamente a través de las generaciones: esto es, el concepto “Reconquista”, según algunos, era algo inventado posteriormente por intereses políticos e historiográficos espurios. La reconquista (afirman) no existió. Y esto que dicen es MENTIRA.
Podríamos acumular los documentos históricos para confirmar que desde el año 711 siempre se habló entre los españoles de la “Pérdida de España”. Esto quiere decir que por parte de los autóctonos (hispanorromanos y visigodos: españoles les llamaremos con toda legitimidad) se percibía y lamentaba unánimemente que España (la España surgida con Recaredo) se había perdido a manos de unos invasores; puede argüirse que algunas veces el relato de esta destrucción de España, es cierto, adquiría ecos de leyenda: el Rey Rodrigo y sus supuestas transgresiones contra la moral y la superstición habían atraído la desgracia del Reino de los Godos en España, etcétera; pero que se tenía clara noción de esa pérdida y que esa pérdida se valoraba como provisional no puede ponerse en duda y, quien siembra la duda sobre ello ejerce una labor poco edificante desde el punto de vista científico. Los cristianos reorganizados en el norte alimentaban la noble aspiración de restaurar el Reino Godo de Toledo; los cristianos que habían quedado en tierra ocupada por el invasor sentían en toda su crudeza las vejaciones y maltratos de las fuerzas extranjeras de ocupación que habían destruido España: por eso, muchos de estos cristianos emigraron al norte, para levantar los monasterios mozárabes como el de Sahagún (fundado por cristianos andaluces, “mozárabes”) y, como vamos a tener ocasión aquí, los que no abandonaban la tierra ocupada por el invasor sentían el anhelo de ser liberados de la opresión de sus tiranos extranjeros. Existía, por lo tanto, una común nostalgia del Reino Godo de Toledo, un sentimiento de estar sometidos y, por parte de la mayoría de españoles, también existía la firme voluntad de recuperar España, restaurando el Reino Godo de Toledo. La Reconquista era recuperación del territorio y a su vez “liberación” de los españoles uncidos bajo el yugo musulmán: a esa liberación se la llama muchas veces “delibranza” en las antiguas crónicas castellanas.
Para comprobarlo, bástenos leer un testimonio del siglo XI; lo más interesante de este testimonio es que está extraído de las memorias del último rey zirí de Granada, Abd Allah. Se trata, pues, de un material nada sospechoso de estar manipulado por los “reconquistadores”. Escribe Abdalá que el conde godo Sisnando, con el que mantenía trato, le confesó un día:
“Al Andalus era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin ningún esfuerzo”.
No cabe una declaración de propósitos tan franca como la de este conde godo que se la hace a su enemigo, en la persona del mismísimo rey de Granada. Según párrafo que reproduce Abdalá en su libro, confirmamos que:
1.    La indiscutible percepción de los españoles de haberles sido arrebatado el territorio.
2.    La indiscutible voluntad de los españoles de recuperar lo perdido: Reconquista.
3.    Incluso se esboza la estrategia española: debilitamiento del musulmán a medio y largo plazo, sin prisas, hasta re-apoderarse de toda la península.
Blas Infante hablaba de “conquista” de Al Andalus a manos de las “hordas mesetarias”. El conde godo Sisnando en el siglo XI se lo desmiente: ¿quién sabía mejor lo que pasaba en el siglo XI? ¿El conde Sisnando y el reyezuelo moro Abd Allah o ese aficionado desorientado llamado Blas Infante? Lo que Blas Infante sostiene se demuestra como algo que es sustancialmente MENTIRA. Además de ser un absoluto necio en Historia, Blas Infante (todos lo sabemos) era una voz interesada en levantar la falsificación histórica de un Al Andalus “conquistado” por los bárbaros cristianos de los reinos norteños. De esa forma, Blas Infante convertía en autóctonos a los invasores (los moros) y los verdaderos autóctonos (españoles) se convertían en invasores. Blas Infante era profundamente “anti-español” y quienes todavía lo homenajean o son ignorantes o son de su misma ralea.
Queda meridianamente claro que la RECONQUISTA no fue un concepto inventado por los historiadores posteriores a la Reconquista: los reconquistadores se sentían reconquistadores y sabían muy bien lo que estaban haciendo. No les movía la ambición ni la codicia de conquistar tierras extranjeras, querían recuperar su propia tierra: la misma que les habían robado gentes extrañas venidas de allende el estrecho de Gibraltar.
 
LOS LUGARES CRISTÍCOLAS
 
Pero tras la invasión del año 711: ¿qué había sido de los españoles que no pudieron poner a salvo su libertad en las montañas del norte?
Comúnmente se oye decir que los musulmanes ocupantes conquistaron rápidamente España y que “generosamente” permitieron a los cristianos vivir bajo su dominio, en condición de “dimmíes” (cristianos y judíos, “gentes del Libro” que, según establece el Corán, podían dejárseles vivir en la tierra conquistada por el Islam a cambio de un tributo -el “jaray”- y determinadas condiciones que marcaban la ortodoxia pública islámica, en lo práctico tan fluctuante). Es así como se ha pintado de rosa todo aquel mundo, omitiendo y silenciando a los españoles actuales la opresión, la violencia, la persecución, el exterminio y la deportación de los españoles sometidos en tierras andalusíes. Aquello no eran Tres Culturas jugando al corro de la patata: aquello eran tres poblaciones con diferencias religiosas insalvables. Pudo haber coexistencia en determinados momentos, pero la situación general era de sumisión bajo una tiranía ejercida por quien tenía el poder militar y político que, en Al Andalus, eran los musulmanes.
En un primer momento, los musulmanes eran una minoría en España. La población mayoritaria era la autóctona que, tras la conquista islámica, quedaba en condiciones de sumisión. Como confirman documentos del siglo IX, existían “lugares cristícolas” donde los cristianos podían vivir al margen de los núcleos saturados de africanos islámicos; “lugares cristícolas” a los que iban los recaudadores de impuestos enviados por el gobierno de ocupación islámica. Vastas zonas de nuestra actual provincia de Jaén (también las Alpujarras granadinas, p. ej.) eran, en esos tiempos de la temprana ocupación africana, un islote apenas turbado por los mahometanos: así se desprende de los textos de San Eulogio de Córdoba que dice de Santa Flora Mártir: “matre hinc inconsulta domum relinquens, clam cun sorore sua fugan iniit. Seseque tutioribus locis inter christicolas collocantibus” (“…sin avisar a su madre, abandonando la casa, se fugó en compañía de su hermana, recogiéndose ambas en los lugares secretos y seguros de los cristícolas”). Ese lugar era Ossaria, la actual Torredonjimeno.
Muy distinto era el ambiente urbano: en la capital de Córdoba la situación estaba mucho peor para los cristianos, puesto que los musulmanes ejercían un poder omnímodo: los condes godos servían a sus amos mahometanos y las altas jerarquías eclesiásticas cristianas estaban mediatizadas por los califas. Así se entiende que un Califa pudiera convocar un Concilio (que venga Dios y lo vea… ¿qué es lo que puede hacer un califa musulmán convocando un Concilio?): la instrumentalización de las autoridades naturales de los españoles sometidos era la tónica general y ese colaboracionismo permitía articular a los dominadores extranjeros el ejercicio de su poder sin provocar más tensiones que las necesarias. Aquella ficción de “paz” y “tolerancia” la supieron romper heroicamente los hombres de la escuela de Speraindeo: San Eulogio y Álvaro de Córdoba que formaron una escuela que destacó por dar testimonio de su cristianismo con el martirio. Son los poco conocidos, los que la historia oficial oculta con tanto esmero para que nadie sepa que existieron: los “Mártires de Córdoba”.
La idílica convivencia que sostiene la mentira de las Tres Culturas, esa idea de que musulmanes, judíos y cristianos convivían próspera y pacíficamente bajo el califato es una MENTIRA histórica, construida con el perverso propósito de desarmarnos moralmente a los españoles actuales y neutralizar cualquier precaución frente a las transformaciones sociales que se están ejecutando a día de hoy. La Teoría de las Tres Culturas no es otra cosa que un instrumento de destrucción nacional empleado por nuestros actuales enemigos interiores que, a todas luces, en su odio anti-español y en su inconsciencia están entregando España nuevamente al islam: puede llamárseles traidores, pues “traidor” significa el que “entrega”.
Los testimonios son abundantes en este sentido: San Eulogio refiere que su abuelo, en la Córdoba dominada por los musulmanes, se tapaba los oídos cuando el muecín llamaba en algarabía a la “oración” desde los minaretes; el Abad Samsón se refugia de la persecución de los cristianos tibios y colaboracionistas en la actual Martos (entonces Tucci). Para hacernos idea de la “maravillosa convivencia” que existía en la Córdoba del Califato, leamos este pasaje del “Indiculus Luminosus” de Álvaro de Córdoba, colaborador y biógrafo de San Eulogio de Córdoba. El texto está escrito en la Córdoba de las “Tres Culturas”, corría el año 854:
“Cada día cubiertos de oprobios y mil cúmulos de afrentas, ¿podemos decir que no tenemos persecución? Pues, para callar otras cosas, cuando ven que los cuerpos de los difuntos son llevados por los sacerdotes del Señor para darles sepultura ¿no es cierto que gritan: “¡Dios, no se compadezca de ellos!”, y que apedreando a los sacerdotes del Señor, insultando con palabras ignominiosas al pueblo de Dios, arrojan estiércol inmundo a los cristianos que pasan y los insultan con amenazas mayores?”.
Los cristianos en la Córdoba califal no podían ni enterrar en paz a sus difuntos. No entendemos el concepto que algunos se han formado de la convivencia en aquella Córdoba ocupada por el invasor islámico. Hoy en día es la mentira la que ocupa las cátedras universitarias y a la vista está que los reportajes culturales que tratan por todos los medios televisivos de trasladar una falsa imagen de Al Andalus gozan de espacio en las televisiones (basta con poner CANAL SUR a ciertas horas). Pero lo que dejaron escrito los españoles de aquellos tiempos contrasta con la ficción que se nos trata de inculcar.
 
ALFONSO EL BATALLADOR Y LA HUESTE ESPAÑOLA
 
A partir del año 1090 los almorávides fueron apoderándose de los reinos de Taifas en que se había ido fragmentando la antigua hegemonía mahometana en España. Los almorávides se asentaron en España, pero estaban con un pie en Al Andalus y el otro pie en el norte de África. Sin embargo, allá por el año 1125 los almorávides empezaron a tener problemas por la aparición de los almohades, sus rivales.
Y justo en ese año 1125 será cuando se emprenda una de las expediciones cristianas más exitosas y menos rememoradas de nuestra Historia. Esta expedición militar explica a su vez muchas cosas que, hasta este momento, han sido ignoradas por los historiadores profesionales (que, por lo que se ve, están interesados en otras cosas). Allá por septiembre u octubre de 1125, Alfonso I Rey de Aragón y Rey de Pamplona, conocido por su nombre de guerra como “Alfonso el Batallador” acomete una expedición militar que no tiene precedentes y que algunos historiadores denominan la “Hueste de España”.
La expedición se internará en territorio del Al Andalus, todavía bajo control almorávide, y se desarrollará hasta el mes de junio de 1126 que es cuando el gran monarca aragonés retorna con sus mesnadas a sus reinos del norte.
La expedición de Alfonso el Batallador apenas es mencionada en los manuales de historia, pero sería una empresa reconquistadora que pone sobre el tapete varias cuestiones:
1.    La Reconquista de Andalucía no fue exclusivamente CASTELLANA. La participación aragonesa y vasco-navarra es un elemento que se ha marginado y que en modo alguno puede soslayarse, sin violentar la realidad histórica y sus consecuencias etnológicas.
2.    Todas las fuentes históricas coinciden (tanto las cristianas como las musulmanas) en que la expedición de Alfonso el Batallador a tierras andalusíes fue una decisión del monarca, tras recibir peticiones de socorro por parte de la población mozárabe que sufría el yugo islámico en tierras de la actual Andalucía: en particular destacaron las comunidades mozárabes de Granada capital y las Alpujarras en esa petición explícita de ayuda al Rey de Aragón y Pamplona. Alfonso el Batallador vino a Andalucía, reclamado por los cristícolas andaluces: estos le apoyarían logísticamente, incluso sumándose a la Hueste Española para combatir bajo los estandartes aragoneses.
3.    Las consecuencias de esta expedición están todavía siendo revisadas por los historiadores, pero de lo que no cabe la menor duda es del impacto que supuso y de la trascendencia que para episodios posteriores tendrá la misma en orden a particularidades de la Reconquista que estaba por desplegarse en los siglos sucesivos.
Aunque todavía está en litigio la ruta exacta que realizara la Hueste Española, lo que parece fuera de toda duda es que Alfonso descendió con sus tropas por el levante rumbo a Granada (pues granadinos habían sido los mozárabes que le habían reclamado que viniera para su delibranza; al frente de estos mozárabes estaba un tal Al-Qalas). Llegó a Valencia y destruyendo todas las infraestructuras mahometanas que hallaba en su camino, prosiguió su avance por Murcia hasta internarse en la actual Andalucía. Según piensa José Ángel Lema Pueyo, uno de los mejores especialistas en Alfonso I el Batallador, lo que explica que Alfonso el Batallador no pudiera tomar Granada fue que se entretuvo demasiado tiempo asediando Guadix; este tiempo perdido en Guadix dio lugar a que los mahometanos, apercibidos por la proximidad de “Ibn Radmir” (que era como le llamaban, o sea: el descendiente de Ramiro), lograran movilizar tropas que reforzaron Granada convirtiéndola prácticamente en inexpugnable. Tampoco parece que los mozárabes granadinos fuesen tantos en número como para suponer una fuerza decisiva al sumarse a las mesnadas aragonesas para reconquistar la ciudad de Granada, toda vez que se habían desplazado de otros puntos de Al Andalus contingentes musulmanes de mayor número y efectividad combativa.
En su prudencia, Alfonso entendió que no era la hora de tomar Granada y desistió de fracasar, pero en lugar de retornar a Aragón comenzó una incursión devastadora por el valle del Guadalquivir y así fue como las tierras de la actual Jaén y Córdoba fueron arrasadas por las tropas de Alfonso que obtuvieron su más importante victoria en Anzul (Puente Genil-Lucena) el 10 de marzo de 1126 y avanzando en gran cabalgada, siempre con la inestimable colaboración de guías autóctonos (mozárabes) que conocían el terreno, llegaron los de Aragón a Motril y a Vélez-Málaga y allí, frente al mar, el Batallador mandó que se pescara un pez: lo que era todo un símbolo. Después el Rey mandó poner rumbo al norte, yendo él al frente de su columna. El retorno de la Hueste de España fue dramático: perseguidos por los almorávides que mordían aquí y allá la retaguardia, acosados por el hambre, el frío y las enfermedades, la expedición llegó a Aragón con el resultado de un colosal botín realizado en el curso de sus saqueos y, es más: con unos 10.000 mozárabes que con sus mujeres e hijos se habían agregado a las tropas aragonesas abandonando su Andalucía natal y hallar la libertad en Aragón y Navarra. Y, en efecto, esa libertad la encontraron allí, puesto que nada más llegar a sus reinos, Alfonso promulgó el FUERO DE ALFARO por el cual convertía en Infanzones a los mozárabes que le habían ayudado y acompañado a sus feudos; “infanzones”, exentos de muchos impuestos, con grandes ventajas fiscales, comerciales y vasalláticas. Y quédesenos en la memoria ese término: “infanzones” que equivale, en Castilla, a “hidalgos”.
La primera consecuencia de esta gloriosa expedición de Alfonso el Batallador fue que marcó un antecedente que emularían los reyes de otros reinos cristianos del norte en la Reconquista, pero además de eso podemos enumerar los efectos más destacados:
1.    Por un lado, Alfonso I logró devastar considerablemente las infraestructuras almorávides en Al Andalus; con ello ponía en práctica la estrategia explicitada en el siglo XI por el conde Sisnando a Abd Allah: “debilitar” a los musulmanes, para recuperar España. En el caso concreto que nos ocupa, con mucha probabilidad Alfonso también trató de ocasionar el mayor estrago en los andalusíes con el propósito de que impedirles invadir Aragón o cualquier otro reino cristiano del norte: las pérdidas de los moros fueron tremendas por culpa de aquella incursión y tardarían años en recomponerse de tanta destrucción como la que realizaron los aragoneses. Es la teoría de la “invasión preventiva” que sostiene el historiador Reilly.
 
2.    Los mozárabes que Alfonso llevó consigo a Aragón obtuvieron su propio fuero (algo que no tenía antecedente medieval; los fueros se concedían a particulares, a familias o a concejos… Pero no se había otorgado nunca un fuero para toda una comunidad étnica como la que componían los mozárabes): los mozárabes andaluces se asentaron en Aragón y Navarra y 120 años después vendrían a Andalucía con Fernando III el Santo, para recobrar con la fuerza de sus brazos sus tierras. Esta es mi Teoría del reflujo del poblamiento y reconquista de Andalucía por los mismos andaluces. Es así como puedo adelantar que de los 300 Infanzones de San Fernando son muchos los oriundos de Navarra y Aragón: Don Aznar Pardo (que daría nombre a Villardompardo), Don Eximen de Arraya (que daría nombre a Torredonjimeno: Eximén es Jimeno), Pero Gil de Olit (que es Olite, en Navarra) daría nombre a Torreperogil… Y así tantos y tantos de los que Blas Infante llamaba “invasores mesetarios” se demuestra que eran descendientes de mozárabes que encontraron asilo en Navarra y Aragón. Son muchos más y está por acometerse un trabajo histórico y genealógico de esta cuestión que estudie con mayor detalle la presencia de navarros y aragoneses (los “mozárabes” de Alfonso el Batallador) en las mesnadas de Fernando III de Castilla
 
3.    Los mozárabes que quedaron en territorio de Al Andalus (los que no marcharon al norte para ser libres con Alfonso) fueron reprimidos severamente: puede hablarse de genocidio sistemático. El abuelo del filósofo Averroes fue a pedir al emir almorávide del Magreb que se castigara duramente a los cristícolas:
 
-Exterminio de población.
 
-Maltratos y esclavitud reservada para muchos de los mozárabes supervivientes y, por último:
 
-Deportación al Magreb. Entre los que sufrieron la deportación hemos de decir que algunos (como los Farfán de los Godos) retornaron del Magreb, generaciones después de su destierro, para añadirse a la lucha peninsular contra el moro.
LA RECONQUISTA PERMANENTE
 
Apenas se recuerda la grandiosa gesta de Alfonso I el Batallador, ésta su expedición de Andalucía. Pero 711 años después de la incursión que protagonizó Alfonso I el Batallador, un carlista de Torredonjimeno, mi General D. Miguel Sancho Gomez Damas, reeditó la misma heroica empresa: internarse en territorio ocupado por la Anti-España, para devolver la libertad a los españoles sometidos al gobierno impostor de María Cristina y sus cipayos masónicos que arrendaban España a las potencias europeas: las minas a la banca Rothschild, por ejemplo. La Reconquista no duró 800 años, la Reconquista llegó a 1836, a 1936 y durará siempre, mientras existamos españoles que ansiemos nuestra libertad.
El 26 de junio de 1836, mi paisano el General Gómez salió de Amurrio en Álava emprendiendo lo que sería la denominada Expedición Gómez. Después de haber llegado a Santiago de Compostela, improvisó y saltándose las instrucciones del mando carlista, Gómez se interna en territorio ocupado por el gobierno liberal, realizando su prodigiosa cabalgada: vascos, navarros, asturianos, castellanos, portugueses, gallegos, aragoneses, catalanes y valencianos, todos juntos en una Hueste Española que quiso alzar a la España secuestrada por la gavilla liberal. Como Alfonso el Batallador hiciera en su día, Gómez se internó en la España controlada por el gobierno liberal para “delibrar” a los españoles de un poder extraño: el liberalismo. La expedición de Gómez regresó al campo carlista en Euscalerría en diciembre de 1836.
¿Sabía Miguel Gómez las andanzas de Alfonso el Batallador? Sí, puedo aseverarlo, pues una tradición que se ha conservado en Torredonjimeno hasta hoy, la misma que a mí me ha dado los elementos para esta disertación, transmitió, a través de los frailes franciscanos y mínimos la gesta del Batallador: son los libros del padre franciscano fray Juan Lendínez y del padre victorio fray Alejandro del Barco, que vivieron en el siglo XVIII y disponían de las crónicas aragonesas. Gómez no ignoraba la expedición del Batallador y su intención fue arriesgarlo todo para levantar a la España oprimida por el liberalismo a favor del carlismo, emulando al gran rey aragonés.
Es curioso, pero se da la “coincidencia” de que una familia que partió con Alfonso el Batallador entre los mozárabes, que se asentó en Álava (los Fernández de Arciniega) regresó a Andalucía con Fernando III el Santo y se estableció en Torredonjimeno, siendo el tronco familiar de cuantos se apellidan hoy “Martos”. Y solo a los modernos puede sorprenderles, pero resulta que el año 1836, un Fernández de Arciniega (de la familia que se había quedado en el norte) participó en la Expedición del General Gómez.
La Reconquista no duró ocho siglos. La Reconquista llegó al siglo XIX. La Reconquista es urgente acometerla hoy también, en el siglo XXI… Pues siempre en peligro de perder la libertad y el territorio, la identidad y la patria, nuestra RECONQUISTA ES Y SERÁ PERMANENTE.


* Conferencia pronunciada el 12 de julio de 2014 en el Albergue Juvenil de Jaén, con motivo de los actos de homenaje a los Héroes de la Batalla de Navas de Tolosa y Bailén, organizados por la Asociación Iberia Cruor de Jaén.
BIBLIOGRAFÍA:
 
"Alfonso I el Batallador. rey de Aragón y Pamplona (1104-1134)", José Ángel Lema Pueyo, Ediciones Trea, Gijón, 2008.
 
"El siglo XI en 1ª persona. Las "memorias" de 'Abd Allah, último rey ziri de Granada, destronado por los almorávides (1090) traducidas por E. Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, Alianza Tres, Madrid, 1993.
 
"El Alto Guadalquivir en época islámica", Vicente Salvatierra Cuenca, Universidad de Jaén, Jaén, 2006.
 
"Los reinos de taifas (Al Andalus del XI al XIII", María J. Viguera Molins, Biblioteca Historia de España,
 
"El santoral Hispano-Mozárabe en la Diócesis de Córdoba", Manuel Nieto Cumplido, Memoria ecclesiae, nº. 33. 2009, págs. 467-536.
 
"Apologético", Abad Sansón, Edición de José Palacios Royán, Akal: Clásicos Latinos Medievales, Madrid, 1998.
 
"Introducción al Jaén islámico. (Estudio geográfico-histórico)", E. Javier Aguirre Sádaba y Mª del Carmen Jiménez Mata, Instituto de Estudios Giennenses, Excma. Diputación Provincial, Jaén, 1979.
 
"Nobleza de Andalucía", Gonzalo Argote de Molina, Riquelme y Vargas Ediciones, Jaén 1991.
 
"España en su historia. Cristianos, moros y judíos", Américo Castro, Círculo de Lectores, Visiones de España, Barcelona, 1988.
 
"Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años", Claudio Sánchez-Albornoz, Espasa-Calpe, Madrid, 1978.

"Obras completas de San Eulogio de Córdoba", edición de Pedro Herrera Roldán, Akal Clásicos Latinos Medievales y Renacentistas, año 2005.
 
"Augusta Gemela Ilustrada con los pueblos de su partido hoy villa de Martos", manuscrito de fray Juan Lendínez, año 1778.
 
 
 
 
 

domingo, 13 de julio de 2014

EN EL 80° ANIVERSARIO DEL ASESINATO DE JOSÉ CALVO SOTELO



-Hoy se cumplen 80 años desde aquel fatídico día en el que pistoleros socialistas asesinaron a D. José Calvo Sotelo, que era nada más y nada menos que el jefe de la oposición. Un hombre con una hoja de servicios impecable, que antes de enfrentarse a la marea roja, se había enfrentado a la oligarquía, con su empeño en que todos pagaran impuestos según sus ganancias; lo que le granjeó la enemistad de buena parte de los "ricos", que tuvieron más influjo que nadie en derribar la dictadura de Miguel Primo de Rivera, de la que fue ministro de Hacienda. Creador de una banca pública, de un abierto estatuto municipalista y celoso de los recursos nacionales, fue nuestro mejor ministro de Hacienda tras el marqués de la Ensenada.

Como reconocieron muchos militares, su asesinato fue la gota que colmó el vaso. Ya no se podía más, y el 18 de julio, un legítimo Alzamiento comenzó.

Podríamos seguir hablando largo y tendido sobre D. José, pero respetando el laconismo arquetípico de que obras son amores y no buenas razones, no podemos sino recordar lo que escribimos tiempo ha:

MEMORIA Y PSICOLOGÍA


y transcribir algunas frases suyas antológicas que a fuer de clarividentes se hacen intemporales.

"Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, Sr. Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S.S. Me ha convertido su señoría en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: 'Señor, la vida podéis quitarme pero más no podéis'. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio."


"Soy católico, y creo que, por serlo los más de los españoles, 'el Estado debe sostener el culto y el clero'. [...] Nada objeto a la libertad de cultos ya decretada, siempre que para la Iglesia sea libertad y no persecución. Así, habrá de reconocérsele: a) el derecho de enseñar y propagar la palabra de Dios; b) el de organizarse en Congregaciones sin límite que no sean el común. Votaré, por tanto, 'contra la escuela laica, la escuela única y la disolución y expulsión de las órdenes religiosas'. Finalmente, creo que la indisolubilidad del matrimonio, si adolece de inconvenientes notorios, libera, en cambio, a la sociedad de males gravísimos. 'Votaré contra el divorcio disolutorio'."


"Si algún día cambia España su régimen, nunca será para una «restauración», sino para una «instauración». Esto es, que la Monarquía, aunque retorne, no podría volver a ser «en nada, absolutamente en nada», lo que era la que pereció en 1931".


"Muchas veces he pensado que la raíz real del problema de España no es política, sino económica, y que la receta de nuestros males, por ser de índole económica, se ahogará en germen ante el quietismo obstinado de gran parte de las clases conservadoras. La incomprensión egoísta de multitud de ciudadanos pudientes, aferrados a nociones quiritarias cual si viviésemos muchas centurias atrás, puede depararnos días desastrosos, porque las aguas represadas se sueltan en torbellino cuando rompen la esclusa". 


"Entre una España roja y una España rota, prefiero la primera, que sería una fase pasajera, mientras que la segunda seguiría rota a perpetuidad".


"Sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si ésta se produjese".


"Nación, sólo una: España; Estado, sólo uno: el español. Y dentro de él las regiones que se quiera, con autonomía plena, intensa y profunda, pero sin romper jamás el cordón umbilical que debe unirlas a la madre patria."



El protomártir de la Cruzada no puede quedar en el olvido. Ni él ni tantos prohombres de nuestra patria que este sistema tiránico nos quiere escamotear. Aprendamos de él, como conector de los diferentes banderines de enganche de una España que se resiste a morir. Salvando las distancias y entendiendo los vertiginosos cambios, no deja de ser un ejemplo de inteligencia, practicidad, honestidad y unidad; que es lo que nos hace falta.

JOSÉ CALVO SOTELO: ¡PRESENTE!

"LA PICIA DE DUPONT" Conferencia sobre los héroes de Las Navas y de Bailén 2014



Cartel de la conferencia

CONFERENCIA SOBRE LA BATALLA DE BAILÉN, PRONUNCIADA EN JAÉN EL 11 JULIO DE 2014 POR D. LUIS GÓMEZ.

“LA PICIA DE DUPONT”

Antes de nada, dar las gracias a la Asociación cultural “Iberia Cruor” de Jaén y al Centro Social “Bernardo López García” por haberme invitado a dar esta conferencia, así como a su presidente D. Mario Martos, y a todos los asistentes, pues es de agradecer que en una tarde, tan calurosa como la que hoy se ofrece, haya gente interesada en actos culturales y con ganas de aprender algo.


Mucho es lo que ya se ha contados sobre la BATALLA DE BAILÉN. Al conmemorar su bicentenario el pasado año 2008, se tuvo la oportunidad de conocer nuevas biografías, libros exclusivos así como una cantidad ingente de publicaciones y de noticias relacionadas con la heroica batalla, y es por ello que me resulta muy difícil el pronunciar una charla sobre este tema ante un auditorio, que estará expectante por conocer algo novedoso sobre ese asunto, y me sabe mal  el desilusionarlos, pues las aportaciones que realizaré a lo largo de esta tarde, no son del todo innovadoras, aunque si creo que arrojarán un poco más de luz sobre algo que considero muy importante, que son, los errores que cometieron tanto Napoleón Bonaparte como su subordinado Dupont en los episodios acaecidos durante la invasión de España y la posterior Batalla de Bailén sucedidas durante el periodo histórico español conocido como “Guerra de la Independencia”. 





D. Luis Gómez en un momento de la Conferencia”

Comencemos por el principio.

Napoleón Bonaparte era, al finalizar el siglo XVIII un joven oficial del ejército francés. Su país estaba inmerso en guerras con enemigos exteriores y al mismo tiempo destrozado por la Revolución interna. Aún así las coas, ese joven oficial supo demostrar un gran talento en el arte de la guerra, y llevó a los soldados franceses a grandes victorias, producidas muchas de ellas, frente a ejércitos más numerosos y oficiales y generales más veteranos que el propio Napoleón.

Pierre-Antoine Dupont de l'Étang es, junto al general Castaños, son los personajes más conocido de los que intervinieron en la famosa “Batalla de Bailén” (con el permiso de Reding, claro está).

Dupont no era un advenedizo en el arte de la guerra. Sus triunfos y su capacidad para comandar las legiones francesas estaba más que demostrado en el campo de batalla. Napoleón le tenía en gran estima, y no era Napoleón un sujeto fácil de convencer en esos aspectos. Fue el propio corso el que le otorgó el título nobiliario de conde, y el que lo promovió a altos grados en el escalafón militar.  Entonces, ¿a qué se debió el estrepitoso fracaso militar en Bailén? Recordemos que las tropas españolas no estaban preparadas para enfrentarse en un combate de igual a igual con los franceses. Y por mucho que nos pese reconocer, la veteranía de los soldados gabachos, probados en más de cien batallas, superaba en mucho la justa pretensión de los españoles de defenderse del invasor. Pero lo que ocurrió fue algo sin precedentes. A los combatientes españoles ese día se unió la casualidad, la fortuna y el valor, y además, hubimos de sumar otros factores condicionantes, como lo fueron unas condiciones atmosféricas muy favorables y la merced que nos propició el propio Dupont, gracias a sus muchos errores tácticos.

Todo eso ya lo sabemos, pero el mayor error, el catastrófico y garrafal error de Dupont, fue obviar una de las estrategias más usadas por Napoleón unos años antes, y que Dupont, por avaricia, no llevó a la práctica en esas jornadas.

El genio militar

Napoleón, antes de ser el “demonio” que llegó a ser en los campos de batalla de toda Europa, había sido relegado a Egipto por sus propios compatriotas. Éstos sabían del ansia de poder del jovencito corso, y sabían así mismo el peligro que suponía para sus intereses, por lo que los políticos franceses optaron por retirarlo bien lejos de los centros de influencia y de poder parisinos para que no pudiera aprovechar ni su fama ni su ascendencia en el ejército y desplazar de la política a los que ocupaban los sillones en ese entonces. Pero la guerra, que es insaciable, acosaba a Francia, y se necesitaba del héroe de Áusterliz para enderezar la situación. Napoleón, en un gesto sin precedentes, abandona a sus soldados en Egipto, se embarca para el continente y llega a París. Toma el mando de las legiones y emprende una rauda y veloz sucesión de victorias frente a los enemigos de su nación. ¿Por qué gana tan rápidamente Napoleón a otros ejércitos igual de preparados y de curtidos en mil combates?

Napoleón había estudiado mucho la cuestión militar. El fue un pionero de lo que en la II GM se denominará la blitzkrieg o guerra relámpago. Hitler la pondría en práctica con posterioridad, pero fue Napoleón el que la usó antes que él.  Y tal y como dirán de él los estudiosos de su estrategia militar, (Von Clausewitz, David Chadler, et)  Napoleón no innovó nada en ese aspecto, sino que adaptó de forma magistral lo que otros generales y comandantes de la antigüedad (Julio César, Alejandro Magno, etc) ya habían hecho, pero adaptándolo de forma magistral a un ejército moderno como eran los que se formaron en el s XIX

Los ejércitos decimonónicos eran pesadas combinaciones de soldados y carros con los abastecimientos necesarios para el soldado y mandos. Los “trenes de carros” llevaban la comida, la ropa, pertrechos, pólvora, pero además llevaban forjas para herrar caballos o reparar las armas, panaderos con hornos portátiles para cocer el pan, sastres, cocineros etc. En definitiva llevaban todo lo necesario para que un contingente de soldados más o menos considerable pudiese practicar la guerra allí donde se le destinase. Este tipo de líneas de aprovisionamiento obligaban a los generales a planificar muy bien el desplazamiento de las tropas sobre el terreno, pues los carros no podían ir a mucha velocidad ni transitar por cualquier tipo de terreno. Por otra parte, la mayoría de los carros eran de civiles, los cuales habían recibido del ejército o del gobierno un estipendio por su colaboración. Cuando las cosas se complicaban, los civiles se negaban a marchar, temiendo perder sus posesiones: los carros. Las dificultades de la orografía o la climatología adversa, obligaban a retrasar las marchas de manera considerable, y eso era algo que Napoleón no estaba dispuesto a permitir. Es por ello, que una de las primeras medidas que adoptó como Primer Cónsul en 1800 fue la de que todos los carros deberían ser conducidos por soldados profesionales, no por civiles. Con ello se aseguraba menos retrasos, mejor eficacia y profesionalidad de los transportistas, (ya que recibían órdenes directas de los mandos) y una no menos importante ventaja, como era la de tener que destinar menos soldados a la vigilancia de la retaguardia e impedimenta. Un gasto considerable en algunas ocasiones.

Él Genio de Córcega fue uno de los que suprimió en la medida de lo posible ese problema. Llevaba por una parte los trenes de artillería con sus pertrechos, pero a los soldados de línea de los ejércitos napoleónicos se les obligaba a caminar con lo mínimo e indispensable. Sus armas y bayonetas, sus tiendas de campaña y capas para dormir al raso y poco más. Napoleón quería que el soldado viviese del terreno, por lo que sería la zona ocupada la encargada de mantener, alimentar o dar cobijo a sus soldados. Nada de lujos. En cuanto al botín o la rapiña, se habría de producir, siempre que la victoria estuviese asegurada.

Las legiones francesas conseguían de esa manera una movilidad sin igual. Sus tropas se movían hasta cuarenta o cincuenta kilómetros en una jornada. Ese tipo de velocidad sin precedentes en la época no se había visto nunca antes en tropas terrestres hasta la fecha. Los enemigos hacían los cálculos sobre el mapa. Calculaban las distancias y lo que se tardaba en recorrer (con los carros de la impedimenta) una determinada distancia. Escogían un lugar para descansar al final de la jornada y preparaban así el asalto o el combate para la jornada siguiente. La presencia inesperada de las águilas gabachas descolocaba a los enemigos, quienes no se lo esperaban, y quedaban desconcertados cuando sus exploradores o los soldados de avanzada  informaban a los superiores que los franceses ya estaban a las puertas del campamento listos para el combate o algo mucho peor, que se encontraban a la retaguardia de sus filas, donde casi nunca se colocaba defensa suficiente 





“Un aspecto del auditorio. Al frente en la mesa, de izquierda a derecha, D. Manuel Fernández, D. Mario Martos y D. Luis Gómez”

Bien. Pues eso que parecía algo tan obvio y que Napoleón llevó a la práctica en numerosas ocasiones, es algo que el “codicioso” Dupont no previó ese día de hace 200 años.

Ansioso por pacificar Andalucía y por demostrar su superioridad militar, Dupont, siguiendo órdenes, avanzó hacia el sur de España con ímpetu sin igual. Fue venciendo a todas aquellas localidades que se oponían a su paso u obediencia. Cada vez que esto ocurría, se daba licencia a los soldados para que saquearan a placer la población. La manchega Valdepeñas fue ejemplo de esto.

El descenso fue rápido y sin contratiempos. Algunas avanzadillas que intentaron entrar en Jaén capital por primera vez, para avituallarse, fueron repelidas. Esta vez no se tomaron represalias. Caminaron sin descanso por la orilla derecha del río Guadalquivir, llegando a Andújar, pasando por Montoro y al llegar a Alcolea, tuvieron el primer encuentro serio con los patriotas españoles.

En un artículo que tuve el gusto de publicar en la revista Cultural ÓRDAGO de Torredonjimeno y con posterioridad en  LA RAZÓN HISTÓRICA, comenté lo que sigue sobre lo que ocurrió en Alcolea días antes de la gloriosa jornada de Bailén en 1808. Las todavía invictas tropas del general Dupont, marchan veloces camino del sur peninsular. Su destino es Cádiz, donde se encontraba reunido el Gobierno Provisional español. Su marcha era meteórica, ya que ninguna fuerza nacional podía hacer frente al disciplinado y profesional ejército napoleónico. El historiador Carlos Canales Torres comenta ese suceso en su libro al decirnos:

 “El 5 de junio (Dupont) concentró a sus tropas en Aldea del Río (en realidad la localidad se llama Villa del Río), y el 7 llegó al Puente de Alcolea. Entre tanto la Junta de Sevilla había intentado apoyar a los cordobeses con tropas regulares que se unieron a los 15.000 voluntarios mal armados e indisciplinados agrupados por el teniente coronel Echevarri. Al llegar al Puente de Alcolea, y para su propia sorpresa, las tropas francesas se encontraron con una concentración de tropas regulares españolas que se enfrentaron sin vacilar a los franceses”.

 Al parecer, las tropas francesas no esperaban resistencia en su camino hacia Córdoba, y les sorprendió el encontrar a soldados españoles y patriotas armados en las inmediaciones de Alcolea. Lógicamente, la falta de instrucción y la irregularidad del armamento de los españoles, hacían que la posición fuese muy difícil de defender, pero el objetivo principal era ganar tiempo, para que el resto del ejército español, aún disperso, se fuese reorganizando y pudiese dar la batalla al francés.

 “La lucha fue intensa, -nos sigue diciendo el mismo autor- duró más de dos horas y tras combatir incluso en las casas del pueblo, las tropas españolas se retiraron a Córdoba ordenadamente. Tras intentar negociar con los defensores de la ciudad, unos disparos contra los escoltas del general francés desencadenaron un asalto feroz seguido de un brutal saqueo. Las violaciones, robos, asesinatos y asaltos no pudieron ser contenidos por los oficiales…”

Otro autor, Ricardo García Cárcel, en su libro “El Sueño de la Nación Indomable” dirá sobre los patriotas allí apostados que:

Turba de gente mal montada y peor armada”, “Armas de varios siglos desde la daga al espadín”, “confusa ordenación”.

Serán algunas de las frases con las que el autor trate de explicar lo que allí se apostó frente al ejército profesional francés comandado por Dupont

Las noticias de que tropas españolas pretendían tomar el paso de Sierra Morena intranquilizaron al gabacho, quien dio media vuelta y puso rumbo a Bailén. Aquí es donde tomamos otra vez el curso de la narración y vemos lo que antes trataba de explicar. Las fuentes hablan que Dupont llevaba un tren de carros interminable. David Chadler, en su mencionada obra “Las Campañas de Napoleón” habla de hasta 500 carros de bagajes y hombres frutos del saqueo. Otras fuentes citan que estaba saliendo el último carro de la ciudad de Córdoba, cuando la cabeza del ejército francés llegaba a la localidad cordobesa de Montoro, distante más de 40 km de Córdoba capital. Ese tipo de exageraciones trataban de enfatizar en el volumen del saqueo producido sobre los cordobeses durante el asedio y asalto de la capital de la provincia.  

Sus tropas habían arrasado Córdoba, y se habían llevado la plata, telas, grano, vino y todo lo que de valor había en las casas y templos de la ciudad. Se habían violado a todas las mujeres de Córdoba, muchas delante de los hermanos, esposos o hijos. Se asaltaron y se forzó a las monjas de los conventos de clausura, se degolló sin piedad a todo aquel que opuso resistencia. Durante tres días, el Infierno se instaló en Córdoba. Fruto de todo ello fue el botín ingente que se obtuvo, y eso provocó la ralentización de Dupont.

Sabedor de que los españoles le opondrían alguna resistencia, pero que no eran nada frente a sus experimentados soldados permaneció allí quieto demasiado tiempo.  Ese error le llevó a tener un exceso de confianza, y a no planificar bien el posible combate que se avecinaba.

Obligado como estaba a mandar tropas de manera rápida a Sierra Morena para que persiguieran a Reding y controlasen así el paso de Despeñaperros, y por otra parte, sabedor que Castaños y más soldados caminaban por la otra orilla del Guadalquivir, Dupont se vio obligado a retener más soldados de lo normal para vigilar el kilométrico tren de carros fruto del robo y la rapiña.

Manda soldados a Jaén capital, que esta vez sí es arrasada y sometida. Dupont, el general que compartió con Napoleón las glorias de innumerables batallas en los campos de Europa, divide sus fuerzas en tres grandes grupos. Algo impensable. Napoleón dirá de él tras la derrota, que:
 “Fue un gran General de División, pero un pésimo General en Jefe” (David Chadler, “Las Campañas de Napoleón. De Tolón a Waterloo

Pero no sólo debemos achacar los errores tácticos a Dupont. Napoleón, ese “petite cabrón” como lo denomina el novelista Arturo Pérez Reverte en su novela “La sombra del Águila”, también había dejado escrito que, para evitar desgastes innecesarios de tiempo y de hombres, lo mejor para invadir un país era provocar un choque frontal con el ejército enemigo. Sabedor de su superioridad táctica en el campo de batalla, Napoleón confiaba en derrotar a los ejércitos de su época, pero en el caso de España realizó otra estrategia totalmente distinta.

Viendo el lamentable estado político en el que se encontraba la nación, donde los monarcas, padre e hijo, borbones ellos, se esforzaban un día sí y otro también por humillarse ante su consular figura, los cuales le ofrecían en mano la corona del Reino de España y el control de las colonias americanas, y viendo la lamentable política que llevaban a cabo personajes como Godoy, creía hacer un favor al pueblo español al librarlos de esa mala influencia y poner en su lugar el modelo de gobierno francés o un rey nuevo, como su hermano José Bonaparte.

Es por ello que engaña al pueblo. Envía tropas a España con la excusa de conquistar Portugal o luchar contra los ingleses, pero en realidad lo que hace es invadir el país. No acomete un combate frontal contra un supuesto ejército español. Tanto era lo que Napoleón minusvaloraba a nuestra nación, que no sólo no la atacó de primeras, sino que encima, envió a tropas bisoñas o extranjeras sin preparación para dominarla. Polacos, suizos o jóvenes franceses sin experiencia fueron los que se adentraron por los Pirineos para dominar a España.  

El resultado ya lo sabemos. Fracasaron en la toma de Gerona, no tomaron Zaragoza, fueron repelidos de Valencia y fracasaron en Bailén.  Así que no hace falta dar más explicaciones.

Conclusiones

Si Dupont no hubiese sido tan avaricioso. Si no hubiese tenido un contingente de pertrechos tan grande, y sus soldados hubiesen sido movidos con celeridad, el resultado hubiese sido muy probablemente otro. Si por otra parte, Napoleón, fiel a sus postulados, hubiese obligado al pueblo español a batirse en igualdad de condiciones, ejército contra ejército, en vez de traicionar o engañarlos con subterfugios (por muy acertadas que fueran sus apreciaciones sobre la calidad moral de sus reyes y dirigentes) la población civil no se hubiese rebelado de la manera en la que lo hizo. Al sentirse engañada, al verse ultrajada y vejada por soldados extranjeros, España enseño al mundo lo que era el concepto de la guerra total. Cada francés sólo era dueño del palmo de tierra que pisaban sus botas extranjeras, pero si esas botas se extraviaban del camino, si el soldado se perdía o se retrasaba en la retaguardia, los paisanos, encolerizados y llenos de sed de venganza, los acuchillaban sin piedad y mostraban su ira frente a ellos.  En el libro “Guerrilleros” de Rafael Abella y Javier Nart se puede leer la siguiente nota:

No tengo casa, no tengo ligámenes. No me queda más que mi país y mi espada. Mi padre fue raptado y fusilado en la plaza mayor de mi pueblo: nuestra casa fue quemada. Mi madre murió de pena; mi mujer, violada por el enemigo, pudo encontrarme (yo era voluntario de Palafox) y murió en mis brazos en el hospital de Zaragoza. Yo no sirvo a ningún jefe en particular. Soy demasiado miserable y me siento poseído, asaltado por los deseos de venganza para aguantar cualquier disciplina. Yo voy hacia donde oigo hablar que hay una acción. Si soy pobre, a pie, si el azar o el saqueo me han hecho rico, a caballo: yo soy para el jefe, el hombre más valeroso. Pero he jurado no plantar una viña, ni arar un campo, hasta que el enemigo sea arrojado de España

Contra semejantes adversarios, ningún ejército es capaz de luchar, vencer o permanecer por mucho tiempo en un país. Eso es lo que España tuvo que padecer y gracias a ellos, enseñar a Europa como se ha de luchar frente a un invasor.

Muchas gracias por la invitación y espero, que esta humilde charla, les haya servido de algo.  

BIBLIOGRAFÍA:
ABELLA, R. Y NART, J. “Guerrilleros” Temas de Hoy, 2007
MARTÍNEZ LAÍNEZ, F. “Como lobos hambrientos” Ediciones Algaba, 2007
CANALES TORRES, C. “Breve Historia de la Guerra de la Independencia” Nowtilus 2006
GARCÍA CÁRCEL R. “El sueño de la Nación Indomable” Temas de Hoy Historia, 2007
CHANDLER D. “Las Campañas de Napoleón” La Esfera de los Libros, 2005.
VON CLAUSEWITZ, C. “La Campaña de Rusia” RBA 2006
BARBERO, A. “Waterloo” RBA 2006
ESDAILE CH. La guerra de la Independencia” Crítica, 2006